martes, diciembre 15

Sherlock enamorado. [[[Jonathan]]]

Miré los papeles que hacían lucir el escritorio del despacho de papá como el más desordenado del mundo, porque tal vez lo era. Mi padre me había donado su despacho luego de que el doctor le anunciara que tenía que pasar más tiempo con mamá, porque si no ella olvidaría todo más rápido.

Mi madre tenía momentos de lucidez. A veces, cuando estaba en la cocina con la empleada y yo pasaba por ahí para beber un poco de jugo o leche, ella decía cosas como "y mi pequeño Jonathan te lo puede decir mejor, Bertha" o "¿verdad, Jonathan? Dile a Bertha cómo tiraste a la basura tu disfraz de Spiderman". Cuando eso ocurría, a mí me daban ganas de besar a mi madre hasta que se me cayeran los labios. Siempre le había dedicado más tiempo a mis investigaciones que a ella, y cuando su mente le permitía albergar algún recuerdo de mí -o traerlo a la luz-, yo quería decirle que lo lamentaba, que sentí el hecho de no haber estado con ella tanto como hubiese deseado, pero ¿cómo iba a saber que se iba a enfermar? A una mujer normal de su edad no le da Alzheimer...

Yo pasaba más tiempo en el despacho que en mi habitación, desde que Violeta y yo peleamos, o mejor dicho, desde que ella besó a Rodrigo y yo decidí retirarle la palabra. Me dedicaba a investigar cosas raras que ocurrían en la escuela, aunque la mayoría de ellas tenían una solución tan estúpida y lógica, que no merecía la pena todo mi esfuerzo. Recuerdo que Violeta acababa de huir de casa cuando teníamos un nuevo plan en mente... lo resolví yo solo en una noche, sin siquiera investigar más de la cuenta. Ella era mi mejor amiga y pasábamos demasiado tiempo juntos, al grado de conocerla más a ella que a mi propio padre, quien vivía preocupado por darle a mamá la vida más feliz que pudiese. Cuando dejé de hablarle me dediqué a hacer cosas tan tontas que me avergüenza recordarlo: estaba seguro de que había hallado la verdadera identidad de Jack el Destripador. Me pasaba toda la noche comparando evidencias, escuchando entrevistas que a veces no estaban completas, viendo fotografías de las escenas del crimen y los cadáveres de las prostitutas una y otra vez... El pobre Sherlock creía haber resuelto el más grande misterio en la historia de la criminología con cintas medio borradas, fotos viejas e imágenes de Google.

Tomé el fólder verde. Era un asunto peliagudo que ni siquiera yo me atrevía a tomar. Violeta había estado muy ocupada con sus problemas familiares cuando yo había pensado en mostrarle el caso y preguntarle si seríamos un equipo de nuevo, pero esta vez sin depresiones de por medio que la hicieran ignorar el asunto por completo.

Hacía dos semanas me había reconciliado con ella. Por una parte, no había querido desperdiciar el dinero invertido en aquel anillo hecho especialmente para ella, pero por otra, necesitaba saber que se encontraba bien, que no la estaba pasando tan mal luego de lo sucedido y que estaba aunque sea un poquito feliz. Ya sé que es una estupidez pensarlo, ya que sus padres habían dejado de pelear entre ellos para atormentar a sus hijos en equipo, además de que su mejor amiga, el tipo al que amaba y su novio-amigo no le hablaban... Digamos que me sentía culpable y decidí compensar mis errores el día de su cumpleaños.

--Jo, es hora de dormir --gritó papá desde algún lugar de la casa, donde seguramente también se encontraría mi madre.
--En un momento, ' --dije yo, escrutando los bordes del fólder como si fueran verdaderas obras de arte.
--Mañana tienes escuela, hijo, estoy seguro de que nada es tan importante como eso. Ahora, a dormir.
--Pero papá, estoy a la mitad de algo importante de veras...
--Tienes cinco minutos antes de que corte la luz --amenazó.

No lo haría. A mi mamá le daba un ataque de nervios cuando se iba la luz y él no iba a cortar la energía sólo para enviarme a la cama. Nunca haría algo que pudiese incomodar a mamá.

Era cuando observaba a mi familia que me preguntaba cómo había sido posible que la de Violeta se desintegrara. Mi madre estaba enferma, mis hermanas se habían ido de la casa hacía más de cinco años y papá y yo casi no hablábamos... aún así, las gemelas llamaban cada mes, mi madre se mostraba contenta de conocer todos los días a un hombre y un joven que la mimaban, así como a una chica que le ayudaba con los quehaceres de la casa y que encima hacía la comida; mi padre y yo charlábamos acerca de nuestras vidas y nos queríamos mucho... La familia de Violeta estaba en perfectas condiciones, pero se odiaban tanto los unos a los otros que pasaban el noventa por ciento de su tiempo peleando, hasta que ocurrió lo que ocurrió, claro.

Me levanté y fui a mi habitación. Encendí la lámpara y me tiré en la cama con ropa y zapatos. Estaba molido. Me encontraba a dos segundos de caer inconsciente cuando escuché el celular. Me dio tanta pereza recordar en dónde diablos había puesto el aparato, que decidí no contestar, pero afortunadamente se me ocurrió mirar el buró y pude verlo ahí, junto al teléfono.

--¿Hola?
--Jonathan, ¿te desperté, amigo?
--Si hubieras llamado tres segundos después, tal vez lo habrías hecho.
--Oye, estuve analizando lo que me dijiste, y creo que ni siquiera con la ayuda de Violeta lograríamos hacerlo, amigo.

Su acento era casi odioso, pero a veces daba risa. Su forma de hablar, arrastrando las erres, que parecía se le habían quedado atoradas en la garganta y su afán en pronunciar las pes y las efes con gran énfasis denotaban un acento inglés que yo muchas veces había envidiado... los extranjeros atraían a las chicas como la mermelada a las abejas.

--¿Estás bromeando? Violeta es buena --aseguré, soñoliento y mirando la fotografía de ella que tenía junto a la lámpara--. Es tres veces mejor que tú.
--Oh, yo sé que es buena, pero ha estado muy distraída ¿sabes? No creo si quiera que vaya a concentrarse en esto y estoy firmemente convencido de que su actitud no cambiará mucho en el plazo que nos hemos fijado... --Walter había aprendido español viendo películas y novelas para abuelas, así que yo me sentía como si estuviera hablando con James Bond y no con un amigo de la escuela--. Además, ya te dije que no sería suficiente, aún con ella en el equipo. No podemos hacerlo, Jo.
--Oye, Walt, ¿te parece si discutimos esto en la escuela?
--Pero sólo nos vemos en clase de cálculo y mañana tenemos examen.
--¿Examen? --oh por Dios, lo había olvidado por completo.
--No se te olvidó ¿o sí?
--No, para nada... oye, mañana lo hablamos. Además podemos decirle de una vez a Vio y tal vez después de que ella lo analice, tengamos una solución ¿está bien?
--Bueno... nos veremos, Jonathan.
--Adiós Walt, que descances.

Colgué y estuve a punto de ir a la cocina y cortarme las venas, pero estaba demasiado cansado para eso. En lugar de atentar contra mi valiosa y preciada vida, marqué aquellos ocho dígitos que me sabía de memoria.

--Violeta --contestó ella, al otro lado de la línea.
--Soy yo --dije.
--¿Jonathan? --de pronto, su voz sonó más alerta. Eso me hizo sonreír.
--¿Estabas dormida?
--Claro que no, sólo los bebés duermen a esta hora --aseguró--. Estaba viendo una película con Diego y uno de mis vecinos.
--¿Uno de tus vecinos?
--Sí, te lo presenté el otro día, ¿recuerdas? El chico de las mejillas rojas... Sebastián.
--Ah, sí, lo recuerdo.
--¿Qué necesitabas?
--Nada...
--Oh, vamos...
--Walter y yo...
--¿Nuevo caso? Complicado ¿eh? Walter revisa todos tus asuntos siempre. No me llamarías a menos que fuera algo complicado. ¿De qué se trata?

Era una bruja. Una adivina, más bien.

--No es nada que tenga qué ver con la escuela, Vio... puede ser peligroso.
--Aww, el niño defiende a su noviecita... no seas gallina, Jonathan. Peligro es mi segundo nombre y lo sabes bien.
--No, Problemas es tu segundo nombre.

Estuve explicándole todo durante unos minutos. Ella prometió que pensaría una forma de arreglarlo todo nosotros tres, si era posible. Nos despedimos y me eché a dormir.

Sherlock estaba enamorado.

No era digno de un representante del género masculino soñar con su novia. No es normal que un chico se la pase pensando en una chica y que siempre quiera estar con ella. Pero Sherlock no es alguien normal ¿o sí? Quiero decir, Violeta sabía que la quería, pero ni siquiera se imaginaba cuánto. Cuando Violeta me tocaba se me erizaba la piel, pero cuando ella me besaba... bueno, digamos que tenía que esforzarme mucho para no arrancarle la ropa a lo salvaje donde quiera que nos encontráramos. Yo sabía que lo que sentía por Violeta era algo más que un simple enamoramiento tonto, pero no se lo podía decir, porque ella se asustaría y me dejaría.

Doy risa ¿no? Un chico de diecinueve años cacheteando las banquetas por una chica. Un tipo que se encoge como una cochinilla cuando se plantea la idea de que un día ella podría hartarse y dejarlo... sí, demasiado patético para ser real.

Pero si le decía a Violeta lo que sentía... Bueno, ella ni siquiera estaba enamorada de mí. Vio se había forzado a estar conmigo porque no quería quedarse sin amigos y la muy tonta pensaba que yo me iría si terminaba conmigo... lo que no sabía es que se me agujeraría la barriga si ella se iba. Violeta estaba enamorada de ese patán con anteojos. Rodrigo era mi amigo, o más bien lo había sido. Yo aceptaba de buena gana el hecho de que Violeta estuviera perdidamente enamorada de él, y también estaba dispuesto a esperar por ella, a esperar el día en que dijera "te quiero" con la sinceridad grabada en los ojos. Pero el muy ladino la había hecho sufrir. Le había quitado a su mejor amiga, nos había hecho pelear, y él había terminado victorioso. Si algo podía yo despreciar de Violeta era su masoquismo.

Era un chico patético de diecinueve años que, como en las novelas, no podía decir lo que sentía por miedo a quedarse solo.

No podía decirle a Violeta que la amaba.





Y tampoco podía dormir pensando en ese maldito examen de cálculo... ¿Qué se suponía que iba a hacer? Deberían encarcelar a los profesores por hacer sufrir tanto a alumnos inocentes como yo.



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Sé que es raro que yo publique dos entradas tan seguidas, pero quise darles un adelanto de una pequeña parte de la historia que será narrada por Jonathan. No sé si serán entradas juntas o salteadas, pero tengan por seguro que este chiquitín va a narrar un poco más.


También les dejo el post porque no podré subir nada durante algún tiempo y como areeli y andrea, quienes he notado que están más interesadas en la historia ya han leído el anterior, me siento libre de adelantarles esto.


No sé si mis otros lectores ya hayan leído lo que publiqué hace unos días, pero si no lo han hecho pido una disculpa por adelantar tanto la publicación.



Betzabé.
domingo, diciembre 13

Cumpleaños dieciocho (III)

--¿Qué hacen aquí?--pregunté fríamente, luchando para que mi voz no delatara lo que sentía realmente.
--Violeta, mi pequeña... --dijo mi madre.

Caminé tres pasos hacia delante, pero sin acercarme demasiado a ellos, porque me repelían por alguna extraña y desconocida razón. Jonathan enroscó su brazo en mi cintura y mi papá lo miró con desdén. Le lancé una mirada fría a la mujer junto a él, dándole así a entender que su visita no me llenaba de dicha como seguramente los dos habían pensado.

Mi padre se acercó, dejando a mamá detrás, parada junto a mi hermano, quien inmediatamente adoptó una posición precavida y pude ver cómo se tensaba, igual que Jonathan, quien me aferró con más fuerza a su costado. Luché con todas mis fuerzas para no alejarme de él. Era mi padre, ¿cierto? No debía temerle. Mis piernas no deberían temblar cada vez que lo viera, porque justo ahora no lo hacían. Por otra parte, mi madre estaba esperando una batalla de gritos o algo por el estilo, porque se aferró al brazo de Diego, quien no despegaba la vista del hombre que se aproximaba cada vez más a mí.

--Violeta --saludó él, cuando estuvo a escasos veinte centímetros de mí.

Podía escuchar su respiración y no estuve segura de si jadeaba porque estaba furioso o porque tenía tanto nervio como yo. Apostaba más por lo segundo, ya que papá no era del tipo de hombres que luego de ser traicionados por su propia familia se quedaba de brazos cruzados. Él miró de nuevo la mano de Jonathan, aferrada a mi cintura tan fuertemente que podía distinguir la forma de cada uno de sus dedos sobre mi piel, encima de la blusa.

--Aleja tus manos de ella --mi padre miraba furioso a Joanthan. Pensé que lo mejor sería que él se fuera a casa, ya que no quería que presenciara cualquier cosa que estuviera a punto de suceder, pero en lugar de eso se irguió y contestó.
--Aléjese usted de ella.

Mi padre bufó y alzó su mano en un ademán que yo sólo había visto una vez, pero que se me hacía más familiar de lo que yo hubiese deseado. Me asusté. No por que papá fuera a avergonzarme frente a mi novio, sino porque de hecho estaba a punto de golpearlo. Qué lindo ¿no? Hola Violeta, lamento haberte golpeado aquella vez y vine a desearte feliz cumpleaños... es el primer cumpleaños que paso contigo, ya lo sé, y también entiendo que ni siquiera estoy enterado de cuántos años cumples, pero te traje un regalo... Espera, te lo daré luego de golpear a tu novio. Y gracias por presentarnos, cariño.

--
¡Papá! --grité.

Él titubeó. Miró a mi novio a los ojos y detuvo la mano en el aire. Jonathan no se había movido ni medio centímetro, a pesar de que mi padre había estado a una milésima de segundo de estrellar la palma de su mano contra su rostro. Papá me miró a mí y luego me golpeó la mejilla. Me lo esperaba. Si no era a Jonathan sería a mí. Prefería que fuera a mí, porque Jonathan no tenía que pagar algo que ni siquiera era contra él ¿me explico? Él no tenía vela en el entierro y había estado a punto de ser arrojado a la tumba... en el sentido menos literal de la frase, claro.

Me quedé inmóvil. El golpe había girado mi rostro un poco y lo dejé así, con el cabello cubriéndome los ojos. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó dos pasos. Entonces mi padre pidió disculpas y yo lo miré... ¿disculpas?

--Yo... lo siento, hija... lo siento --su voz era fría y seca. Se estaba disculpando pero no tenía la más mínima intención de ser disculpado.
--Creo que ya causó mucho daño por hoy, señor --dijo Jonathan en un susurro, que sonó más bien como una advertencia pasiva.
--¿Y tú quién eres para decirme lo que tengo que hacer, mocoso?
--Basta, papá --la voz de mi hermano resonó en la habitación--. Teníamos un acuerdo ¿recuerdas? ¿Quieres irte de esta casa?
--Ernesto --pidió mi mamá.

Jonathan hizo que retrocediera los pasos que habíamos avanzado y se paró frente a mí, dándome la cara. Retiró el cabello de mi rostro y descubrió que estaba llorando. Por supuesto que estaba llorando. Era la única razón por la que no había asesinado a mi padre por ponerme la mano encima y por la que no me había quitado el cabello de la cara yo misma. Estaba triste, porque los últimos meses me había obligado a creer que los golpes que mi padre me había dado habían sido solamente el producto de un ataque de desesperación. Me había obligado a creer que el hombre se arrepentía con todo su vacío corazón de haberme dejado aquellas marcas que ya se habían ido... Hoy se me había caído toda mi puesta en escena. Me dolía enterarme de que mi padre de hecho quería darme otra paliza por haber huido de casa. Me dolía saber que de nuevo quería molerme a golpes, y eso que hoy estaba de lo más tranquilo.

--Vio... Vio, ¿estás bien, cariño? --preguntó Jonathan, limpiando las lágrimas que salían de mis ojos sin que yo lo pidiera.

No lo miraba. No miraba a nadie. Tenía la boca cerrada, el rostro vuelto hacia el suelo con la vista fija en la madera del piso y me dedicaba a respirar acompasadamente. Estaba pensando no sé qué cosas. Escuchaba un ligero pitido en mi oído izquierdo, que era el lado donde mi progenitor había soltado una bofetada de revés. Mi novio se dedicó a examinar mi mejilla, aunque no creo que haya encontrado nada, porque el golpe no fue tan fuerte como para formar un moretón... tal vez sólo tenía el área roja.

Diego se colocó a mi lado y se agachó para mirarme a los ojos. Cuando se hizo a un lado pude ver que mi madre estaba detrás de él, parada junto a papá. Maldita. Ni siquiera ahora podía entender que su esposo era un cavernícola. Jamás entenderé a esas mujeres estúpidas que creen que los golpes son amor... jamás.

Mi hermano y Jonathan deslizaron un brazo detrás de mi cintura y yo encaré a mis padres. ¿Por qué estaban tan enojados conmigo, si de hecho quien había tenido la idea de huir había sido Diego. Tal vez les dolía no tener un costal de box en casa. Lástima...

--¿Qué hacen aquí? --repetí.
--Queríamos verte, porque hoy es tu cumpleaños --dijo papá.
--¿Y en qué cumpleaños te ha preocupado eso? Apuesto lo que quieras a que no sabes cuántos años tengo.
--Dieciocho --contestó mamá--. Por eso Diego permitió que viniéramos.

Miré a mi hermano, luego a mi papá y por último a mamá.

--¿Y qué tiene de especial este día, si se puede saber? ¿Por qué me honran con su presencia?
--Eres una niña, debes volver a casa --gruñó papá--. Por eso hemos venido.
--No --susurró Jonathan--. No se la van a llevar. No pueden.
--¿Y quién dice que no podemos? --preguntó mi madre, quien de pronto adoptó una postura más altanera que maternal. Siempre hay una necia para un golpeador.
--La ley --dijo Diego, y pude escuchar una ligera risa de su parte--. ¿En serio creen que los habría traído aquí sin antes pensar en eso? Los hice prometer que no se la llevarían, pero eso no significa que les creí... Digamos que pensé en todo.

Mi hermano tenía una sonrisa de oreja a oreja que mi papá observó con ira.

--¿Ah sí? Es nuestra hija.
--Violeta, ¿quieres regresar con ellos? --preguntó mi hermano.
--Antes muerta --aseguré con firmeza, mirando a mi padre a los ojos.
--Ella ya decidió.
--No me importa lo que ella diga... tiene que hacer lo que nosotros creamos mejor.
--Ya no es ninguna niña... tiene dieciocho --Diego hizo énfasis en el número y luego prosiguió--. O ¿por qué creen que están aquí? Jamás les habría enseñado donde vive sin antes asegurarme de que no le podrían hacer nada. Es una mujer. Ya no pueden hacerle nada.
--¿Y qué cuando te hartes de ella? ¿La vas a sacar de aquí? ¿Va a vivir en la calle, o se irá de indocumentada a los Estados Unidos? --preguntó mi madre, con una sonrisa desdeñosa formándose ya en sus labios.
--Bueno... si yo me harto de ella sólo tomaré mis cosas y me iré... Lo que en realidad me preocupa es qué será de mí el día que ella se harte de mi presencia en esta casa.
--¿De qué hablas? --pregunté. A pesar de que había decidido mantenerme al margen de una conversación en la que yo era la protagonista, no pude evitar mi curiosidad ante tal afirmación.
--Feliz cumpleaños --Diego sacó un sobre blanco de la solapa del saco y me lo entregó, antes de besarme la sien.
--¿Qué es eso? --preguntó papá.
--Ésta es su casa --dijo él--. La compré a su nombre y pensé que el mejor regalo era hacérselo saber. Así que no se preocupen. Ella tiene un patrimonio y jamás vivirá en la calle... de eso me aseguré bien... ¡Vaya! Creo que soy mejor padre que ustedes, y eso que sólo soy tres años mayor que ella.
--¿Para eso nos has traído? --preguntó mamá.
--Emm... no. En serio quería que se reconciliaran con ella, pero luego de ver que mi papá no puede contener sus impulsos animales, decidí hacerles saber que ya no la pueden tocar nunca más. Ya no es suya, ya no es de nadie... Ahora, si me hacen el favor de acompañarme hasta la salida.
--Conocemos el camino --contestó furiosa mi madre.
--Esto no se va a quedar así, Diego. ¿Me escuchas Violeta? Por mi cuenta corre que te quedes en la calle, como la adulta fracasada que eres --amenazó papá.

Pero yo no estaba poniendo mucha atención a la conversación. Con trabajos escuché el sonido de la puerta al ser azotada. Yo sólo miraba el sobre blanco que tenía en las manos, segura de que todo había sido un truco de Diego para que mis papás se pensaran que yo tenía en mi poder este magnífico apartamento. Miré a mi hermano cuando ellos se fueron y le devolví el sobre.

--Qué buena actuación --dije con una voz depresivamente falta de entusiasmo.
--¿Cuál actuación? --preguntó él.
--Violeta nunca se va a quedar en la calle... soy mejor padre que ustedes... ésta casa es de ella --dije, imitando su tono de voz--. Sí, como no.
--Ábrelo --se limitó a decir.

Puse los ojos en blanco, abrí el sobre y leí las hojas color azul que había dentro, junto con un papel calca. Me quedé tiesa al leer lo que decía más o menos a la mitad del documento: [...] y que es propiedad de Violeta Alejandra Lazcano Ramírez [...]

--¿Es en serio? --pregunté. La voz se me quebró al pronunciar la última palabra.
--Yo te lo dije ¿no? --contestó Diego--. Oye... ¿aún queda pastel?

Mi hermano se alejó de nosotros y caminó hacia la sala, donde aún quedaba la mitad de una pizza y más de la mitad del pastel. Encendió la pequeña televisión que había ahí -a comparación de la de la otra habitación- y se dedicó a comer, ya que él tenía que ir a trabajar luego.

--No lo puedo creer --susurré--. Mi hermano ha hecho la peor estupidez de toda su vida. ¡Me dio el poder de sacarlo de aquí cuando se me de la gana! --no pude evitar sonreír de oreja a oreja. Admito que mi cambio de humor me asustó un poco.
--¡Escuché eso! --gritó Diego, con un trozo grande de comida en la boca.
--Pues felicidades --dijo Jonathan.
--¿Sabes qué? --dije, tomando su rostro entre mis manos y acercando mis labios a su oído--. No sé por qué siento que estás más enojado de lo que yo debería estar.
--Pues es lo más normal --dijo, secamente.
--Me golpearon a mí, fueron mis papás los que vinieron y me amenazaron, mi cumpleaños es el que arruinaron y ¿tú estás más enojado que yo? No lo puedo creer.

Jonathan me alejó un poco de él, de manera que pudo mirarme a los ojos.

--Por eso mismo estoy enojado.
--¿Eh?
--Soy yo quien no puede creer que seas tan testaruda.
--Oh, cierra la boca.
--¿Que cierre la boca? No fue tu novia a quien golpearon en tu presencia mientras tú sólo hacías el inútil papel de espectador. No fue tu vomitivo suegro quien amenazó a la chica que quieres con dejarla en la calle... ¿Qué es lo que te sucede?
--¿Vas a seguir hablando o me vas a besar?
--Creo que no tengo muchas ganas de eso ahora, Violeta --él temblaba. Nuestros cuerpos estaban pegados y yo podía sentir cómo cada parte del suyo se estremecía. De verdad estaba enojado y yo de verdad quería que no lo estuviera.
--¿En serio te molestó tanto? --besé su cuello y él no me apartó, pero tampoco tuvo la reacción que yo esperaba que tuviera.
--Actúas como una drogadicta ¿sabes? --gruñó él. Me tomó por la cintura y me apartó de sí.

No lo puedo explicar muy bien, pero sentí un revoloteo de mariposas... no, de lechuzas, tal vez, porque sentí como si fuera a vomitar de la pura emoción al ver su rostro. No estaba enamorada, por supuesto que no. Era solo que nunca había visto a Jonathan tan enojado y no podía creer que estuviera así porque yo no sufría... o porque acabábamos de vivir un drama y yo estaba como si nada. Sentí un revoloteo marca águila en la barriga con sólo pensar que él se sentía así por mí.

--Eres mi droga --dije.
--Esa frase ni siquiera es tuya...
--¿Y? Einstein inventó muchas frases y todo el mundo las usa... yo puedo usar frases que escuché en cualquier lado ¿no crees? --dije--. Jonathan, eres mi marca personal de heroína.

Me eché a reír y eso pareció relajarlo un poco, ya que pude percibir una ligera sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios.

--Cariño, ¿estás ebria? --preguntó.

Me tomó de nuevo por la cintura, pero esta vez para acercarme tanto a él que no quedaba ni medio milímetro de separación entre nosotros dos. Iba a besarme, pero eché mi cabeza hacia atrás y él frunció el ceño. Enrosqué mis brazos al rededor de su cuello y sonreí.

--Oigan, nada de manoseos --dijo Diego, quien al parecer no estaba tan concentrado en la televisión como pretendía.
--Cierra la boca --dije--. O te irás de mi casa.
--Ya comenzamos... --susurró él, para sí mismo.
--Y tú bésame --aferré mis manos al cuello de la chamarra de Jonathan y lo atraje hacia mí. Sí, definitivamente estaba actuando como una maldita borracha.
--¡Violeta! --gritó Diego-- ¡Dije que nada de manoseos! ¡Violeta! ¿Qué no me escuchas? ¡Violeta!

La mano de Jonathan comenzó a descender por mi espalda y se detuvo en la parte más baja, lo que seguramente ocasionó que mi hermano se atragantara con un bocado.

--Oigan, ustedes dos --dijo él--. ¡Jonthan! ¡Jonathan! !Atrévete a bajar esa mano un poco más y tendrás que aprender a vivir sin un brazo!

Jonathan fingió que iba a bajar un poco más la mano, aunque él jamás haría eso por más que quisiera, ya que era demasiado cobarde... Y qué bueno, porque tal vez yo lo dejaría sin descendencia si me tocara de aquella forma.

--Muy bien, voy por un balde de agua fría --soltó mi hermano y escuché sus pasos furiosos salir a la terraza.

Bueno... después de todo este no había sido el peor día especial...

Había despertado hecha una muerta, había peleado con mi novio -que de nuevo lo era-, mis padres me habían amenazado y mi mejor amiga ni siquiera me había llamado... Pero aún así me sentía extrañamente alegre por algo... Comenzaba a dudar acerca de la ebriedad... ¿habrían tenido algo aquellas inofensivas latas de refresco? No... no creo.

Y de pronto a Jonathan y a mí nos cayó una cascada helada en la cabeza...





martes, diciembre 8

Cumpleaños dieciocho (II)

Me tiré en la cama. Bravo, Violeta, una hazaña más conquistada por tu enorme bocaza. Abracé la almohada y me envolví en el edredón. Apreté la nariz contra el colchón, esperando desmayarme por lo menos, para ver si de ésta forma lograba pensar algo que no fueran estupideces.

No lo amas, ¿por qué eres tan mentirosa contigo misma? Solamente tienes miedo de quedarte sola, Violeta, porque no sería lindo estar sola de nuevo ¿verdad? ¿Es por eso que le mientes? ¿Es por eso que te mientes a ti misma? No lo amas, Vio. Sabes que estás ya bastante grandecita como para andarle mintiendo a la gente que quieres. Por eso te abandonan, por maldita mentirosa.

--Vio...
--Largo de mi habitación --murmuré.
--Hace unas semanas me pedías que durmiera contigo y hoy me corres de tu habitación... Creo que nuestra relación ha cambiado mucho en poco tiempo.
--¿Cuál relación? --mi voz sonaba espachurrada, porque el colchón, el edredón y la almohada formaban una especie de barrera de sonido.
--La nuestra.

Alcé la cabeza. Tomé uno de los peluches que Diego me había comprado para "animarme" desde que huímos de casa y lo arrojé a la cabeza de Jonathan. Era un pedazo de imbécil. ¿Qué se creía? ¿Que podía hacerme sufrir cuanto él quisiera? Pues no. Nadie podía hacer sentir como cucaracha a Violeta Lazcano, excepto ella misma, claro.

--¿Cuál maldita relación? --grité--. ¿No acabas de decir que "no podemos tener una relación"? ¿Acaso tienes problemas de personalidad? ¿Qué talla de camisa de fuerza eres? Quiero regalarte una para navidad.
--La amistad también es una relación, Violeta.
--Pues ya no quiero ser tu amiga. Largo de aquí.
--Está bien.

Jonathan sacó una pequeña caja rosa con moño blanco del bolsillo de su pantalón y la puso sobre la mesedora. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación sin siquiera mirarme.

--Feliz cumpleaños --murmuró.

¿Eh? ¿A dónde diablos cree que va? ¿No me va a rogar? ¿Acaso quiere que le suplique que se quede conmigo hoy? Se supone que son los hombres quienes ruegan y las mujeres quienes los hacen sufrir, no al revés.

Me levanté de la cama y caminé detrás de él, sin reparar en el cubito rosa que descansaba en la mesedora.

--¿A dónde diablos crees que vas? --pregunté. Mi voz sonaba indignada, pisoteada y enojada.

Jonathan no se detuvo. Caminó hasta la entrada y puso su mano en la perilla de la puerta.

--¡Jonathan! ¿¡A dónde vas!? ¡Es mi cumpleaños!

Él giró su rostro hasta que sus ojos de esmeralda se encontraron con los míos.

--Ya te di tu regalo.
--No lo quiero.
--Lástima... fue caro.
--Llévatelo.
--¿Segura? --preguntó, con una sonrisa endiablada en los labios--. ¿No vas a perseguirme gritando mi nombre cuando lo tome y salga de aquí?
--No lo quiero --repetí--. No si tú no vas a estar aquí cuando lo abra.
--Pues ábrelo --dijo--. Me iré cuando lo veas.
--Es que no quiero que te vayas.
--Violeta, ¿vamos a seguir jugando a los indignados? ¿Primero yo y luego tú? ¿Y cuándo terminará el juego, si se puede saber?
--Eres un idiota, Jonathan.
--Y tú eres una pequeña niña inmadura, berrinchuda y estúpida.

¡¿Estúpida?! ¡¿Me había llamado estúpida?!

--Aún así te gusto ¿no? --contraataqué--. Al parecer las estúpidas tienen un efecto en ti.
--No lo creas, Violeta.
--¿Ah no? --sonreí--. ¿Y cómo es que "te gustaba desde que me conociste"?

Se quedó helado. Nunca pensó -ni yo tampoco- que usaría sus propias palabras en su contra. Era un golpe bajo y ambos lo sabíamos. Comencé a sentirme como cucaracha de nuevo, pero saqué a patadas a ese sentimiento tonto de mi barriga y continué con la barbilla en alto.

--Eres una arpía.
--Y tú eres un patán.

No lo éramos. Ni yo era una arpía, ni él era un patán. Nos delataron nuestras propias voces faltas de ímpetu.

--¿Vas a venir o qué? --pregunté.
--¿Vas a abrir ese maldito regalo de una vez o qué? --preguntó él.

Me di la vuelta y caminé hacia mi cuarto. No escuchaba nada, excepto el sonido de mis zapatos al golpear la madera del piso, así que me pregunté por unos segundos si Jonathan no se habría ido ya, aunque no había escuchado la puerta cerrarse... Luego lo vi pararse a mi lado después de que tomé la cajita del moño blanco. Lo miré durante unos segundos. Si se iba a ir luego de ver mi expresión, o mejor dicho luego de que yo mirara lo que había dentro, por lo menos merecía retrasar ese momento ¿no? Era mi cumpleaños y podía hacer lo que se me antojara.

Jonathan sonrió levemente -como si no quisiera reír- y me quitó la caja de las manos. Haló uno de los cordones y el moño cayó al suelo, luego él abrió la caja y me la dio.

--Podía hacerlo yo sola --dije.

Miré dentro de la cajita. Me quedé boba cuando vi lo que había dentro. Lástima... fue caro. Había dicho él cuando le dije que se llevara su regalo, y ahora podía comprobar que sus palabras eran totalmente ciertas, porque algo como eso no podía comprarlo cualquiera. Tal vez la única razón por la que Jonathan me había llamado hoy y había decidido venir a casa era que no quería desperdiciar el regalo, porque seguramente había pasado mucho tiempo ahorrando para comprarlo.

Era un hermoso anillo plateado. En el centro tenía tres pequeñas piedras brillantes y transparentes que brillaron cuando moví la caja y proyectaron sobre la almohadilla blanca los colores del arcoiris. Las piedras estaban rodeadas por varias bolitas negras que también tenían brillo, aunque más bien parecía que tenían miles de partículas de plata incrustadas que no proyectaban ningún color hacia ningún lado. El aro era una especie de trenza plateada que hacía del anillo una pieza aún más elegante y hermosa. A pesar de que la descripción pueda ser un tanto ostentosa, el anillo era muy sencillo y discreto, pero no por eso menos bello.

--Es... es precioso --fue lo único que atiné a decir y en un susurro que apenas fue audible para mí misma.
--Es oro blanco, diamantes pequeñísimos y... --dijo él.
--Podría ser de plástico y aún así lo amaría --miré a los ojos a Jonathan y pude leer en su cara la frase los diamantes son los mejores amigos de las chicas--. Espera... ¿dijiste diamantes?
--Sí... te dije que había sido caro.
--No me dijiste que habías tenido que venderle tu alma al diablo para comprarlo.
--Oye, tengo mis contactos --sonrió.
--Gracias --dije.
--No adivinas de qué material son las pequeñas bolitas moradas.
--Son negras.
--Son moradas.
--Oye...
--Está bien, son negras --cedió--. ¿Recuerdas aquella evidencia que saqué de algún lugar hace unos meses?
--¡¿La piedra?! --pregunté, sorprendida--. ¿Es la piedra chamuscada?
--Ahora es más bonita, ¿cierto?
--Pero... ¿y el caso? Ya no tienes la evidencia.
--Después hablamos de eso ¿sí?

Estuve observando el anillo durante varios minutos, hasta que escuché su risa desenfadada. Alcé la mirada y pude ver que él estaba sentado en la mesedora, mirando hacia la calle por la ventana, recargando un codo en el alféizar.

--¿Qué? --pregunté.
--Cuando un chico le regala algo a su novia, lo primero que espera es que ella lo bese, no que se quede mirando el obsequio como una boba.

Novia. Qué bien me caían esas tres vocales y dos consonantes ordenadas de esa forma en momentos como éste. Novia. Me había perdonado y yo era su novia todavía. Cuando Jonathan muriera, seguramente desbancaría a cualquier arcángel que se le pasara por enfrente. No podía haber alguien tan estúpidamente masoquista como él... tan adorablemente masoquista, quise decir.

Me acerqué hasta el borde de la ventana y lo besé. Ese beso me supo a gloria. Los últimos dos meses lo había extrañado, pero no tenía idea de cuánto, hasta que sentí sus labios juntarse con los míos de nuevo. Comencé a besarlo con algo más que simple agradecimiento y él se echó a reír, pero sin apartarme, hasta que yo decidí que ya era hora de respirar de nuevo.

--Oye, me debes unos buenos besos más los intereses ¿eh? --dijo él.
--Sí, bueno, no quiero que Diego llegue y vea qué tan rápido me perdonaste y cuánto gusto me dio eso... sabes a qué me refiero.
--Sí, lo sé.
--¿Quieres más pastel?
--¿Con soda?
--Ay, por Dios, no seas cerdo ¿quieres?

Jonathan esperó hasta que coloqué el anillo en mi dedo índice y luego me tomó de la mano. Fuimos al cuarto donde estaba la tele enorme y él propuso que jugáramos un poco de fútbol con la consola, para recordar los buenos tiempos.

Íbamos catorce a tres --obviamente me estaba haciendo papilla- cuando escuchamos la puerta principal abrise.

--Ése debe ser Diego --dije, al tiempo que ambos nos levantábamos del suelo.
--Diego o un asesino serial.
--Eres un bruto.
--Cro que los brutos causan cierto efecto en ti ¿no? --se rió y luego me besó la mejilla, antes de que ambos saliéramos a la sala para encontrarnos con Diego.

Me aferré al brazo de Jonathan. Él me tomaba por la cintura y tuvo que aguantar casi todo mi peso, porque mis rodillas habían flaqueado. Sentí cómo mis latidos aumentaban de ritmo y cómo mis manos formaban puños. Me tomó con ambos brazos, tal vez porque pensó que cometería homicidio, pero lo que él no sabía era que mis pies comenzaban a tomar fuerza para echar a correr y tal vez arrojarme por la ventana antes de que otra cosa sucediera. Cerré los ojos con fuerza y me encogí junto a Jonathan, que me colocó detrás de él, por lo que pude abrazarme a su cintura y dejar que mi mareada cabeza descansara en su espalda. Respiraba agitadamente, estaba asustada, sorprendida, enojada y tal vez algo contrariada. Jonathan comenzó a acariciarme el antebrazo para tranquilizarme, ya que el movimiento de mi respiración también lo hacía moverse a él.

--Calma, calma --susurraba él , tan bajito que sólo yo podía escucharlo, a pesar de que un fuerte bum-bum retumbaba detrás de mis orejas.

Me coloqué junto a Jonathan cuando me imaginé a mí misma escondida detrás suyo como un pequeño e indefenso ratoncillo. Yo era Violeta. Violeta jamás le temía a nada, o por lo menos nunca lo demostraba, y ahora, justo en esos momentos, Violeta tenía que armarse de valor y parecer fuerte. Tomé la mano de mi novio y entrelacé mis dedos con los suyos porque de cualquier manera me sentía como una niña pequeña a la que están a punto de abofetear.

Diego estaba recargado en la barra de la cocina. Me miraba como pidiendo disculpas y cuando mis ojos se cruzaban con los suyos él se dedicaba a observar el piso.

Todo lo que describo sucedió en un lapso de tiempo muy corto. Vivirlo es diferente que recordarlo, porque a mí esos momentos se me hicieron eternos, pero ahora puedo decir que no pasaron más de treinta segundos desde que vi quién era la compañía de Diego hasta que me armé de valor y decidí encarar a las visitas. Como ya dije, la descripción será un tanto larga, pero no fue ni siquiera un minuto el tiempo que transcurrió.

--Violeta --dijo el hombre, por fin.
--Mi niña... --musitó ella, mientras sus ojos se inundában de lágrimas.

Mis padres.




(Continuación en la siguiente entrada)




miércoles, diciembre 2

Cumpleaños dieciocho. (I)

--¿Cómo estás, Vio? ¿Ya te llenaron de regalos? --Jonathan hablaba como si los últimos dos meses no hubiesen exixtido-- No me digas que te acabas de levantar, pequeña holgazana. Cuando uno cumple años está despierto desde la una de la mañana.
--Yo... Jonathan... ¿qué...? --no sabía qué hacer primero; si explicar, disculparme o preguntar.
--Oye, ¿vas a seguir tartamudeando o me vas a decir qué te regaló Diego?
--Nada... acabo de levantarme.

Acababa de levantarme, pero no de despertar. Eran cosas diferentes.

--Mal hecho... oye ¿vas a comprar pastel? Di que sí...
--No creo.
--Pero Violeta...
--No tengo con quién festejar, Jonathan --interrumpí--. Por si no lo recuerdas me quedé sin papás hace tal vez tres meses y luego de eso Casandra y tú me retiraron la palabra. ¿Se suponía que debía organizar una fiesta para una sola persona? Porque lamento informarte que mi hermano no es muy afecto a celebrar mi cumpleaños.

Jonathan no contestó. Bien hecho. Yo y mi gran bocota habíamos triunfado de nuevo. Estaba a punto de colgar, o mejor dicho de pedir disculpas y luego colgar, cuando escuché una carcajada por parte de Jonathan.

--Oye, haré como que no escuché eso. Dos meses de ley del hielo son suficentes, y la verdad estoy dispuestísimo a cambiar mi orgullo por una rebanada de pastel de chocolate.

Era extraño. Hacía varias semanas que no sonreía así, sin pensarlo. En la escuela siempre formaba sonrisas falsas, de esas que son como máscaras para que no se note tu "yo interno" que en mi caso estaba algo más que deshecho. Pero esta vez las comisuras de mis labios se irguieron por sí mismas, sin ayuda ni a la fuerza... incluso puse los ojos en blanco. No sé por qué sentía que no me merecía lo que me estaba pasando. Nunca había tenido complejo de mártir y de hecho era muy egoísta, pero esta vez sí sentía que Jonathan estaba siendo demasiado bueno... pero es que Jonathan ya era bueno de por sí.

--No estarás planeando una fiesta sin invitarme ¿o sí? --preguntó.
--De hecho... ni siquiera tenía ganas de celebrar. No estaba de ánimos y eso es tu culpa.
--Yo no me besé con Casandra, Violeta --susurró.

¡Gracias por venir, damas y caballeros, con ustedes: el reproche! Tal vez me lo merecía, pero hubiera sido más considerado de su parte decirmelo cuando contesté el teléfono y no ahora que ya hasta me había creído el cuento de que Jonathan me había perdonado todo lo sucedido. Pero qué estúpidamente ingenua eres, Violeta. Me decía una y otra vez.

--Ay, perdón por eso --dijo él luego de tal vez unos minutos.
--Oye, fui yo quien se besó con Rodrigo ¿no? Merezco mi castigo.
--Pero no quise...
--¿Ya me perdonaste?
--Sí, es por eso que...
--Pues entonces cierra ese maldito pico, Jonathan --dije, tratando de olvidar el asunto.
--Asunto olvidado.
--Ahora ve por un suéter y luego ven aquí.
--Llego en media hora.

Colgué y me miré al espejo. Aún tenía esa estúpida sonrisa... o mejor dicho, aún tenía esa grandiosa sonrisa que me había alegrado por completo el día. Y eso que acababa de empezar. Luego de todo lo que había sucedido, se podría decir que ésta era la mejor forma de comenzar mi cumpleaños número dieciocho.

Me metí al baño y me duché. Estaba tan feliz que incluso canté en la bañera, y ya sé que es algo patético, porque de hecho sólo había recuperado -tal vez- a una de cinco personas que había perdido, aunque dos de ellas se lo merecían y una me había traicionado... el punto aquí es que a pesar de que mis padres, Rodrigo y Casandra no iban a estar conmigo yo me sentía completa e irracionalmente feliz. Luego de vestirme me encargué de ocultar perfectamente esas ojeras con maquillaje y recé para que no se notaran. Salí hacia la cocina y encontré a mi hermano Diego bañado, cambiado y preparando desayuno para uno... ya tenía tiempo que me negaba rotundamente a comer algo que él preparara.

--¡Violeta! --alzó las cejas, sorprendido--.
--Buenos días.
--¿Estás de ánimo hoy, hermanita? ¿Hace cuánto que no te arreglabas así?
--Es mi cumpleaños, tonto.
--Ah, es eso... ¿no tendrá algo que ver el hecho de que Jonathan llamó hace como media hora?
--¿Media hora? Ese mentiroso...
--Entonces sí fue eso...
--Diego, Jonathan me perdonó...
--¿En serio? ¿Te perdonó luego de que lo engañaste con el novio de tu amiga? Guau. Ese chico tiene de dos: o es muy idiota o es extremadamente masoquista.
--Es una buena persona, nada más. Tú deberías hacer cosas parecidas de vez en cuando.
--Me alegro por ti --Diego avanzó hacia mí, me besó la frente y me abrazó--. Feliz cumpleaños, pequeñina.
--No soy pequeñina.
--Oh, cierto... ahora eres toda unamujer ¿no? Ayer eras una pequeñina y hoy eres adulta.
--Cierra la boca.

Mi hermano salió porque tenía que ver a una de sus mujeres, pero prometió que estaría de regreso en unas horas. Su argumento fue que mi humor había estado tan penosamente inexistente que nunca le pasó por la cabeza el hecho de que yo estaría de ánimo para fiestas y pasteles. Le dije que no importaba, que era mi culpa y que se fuera a gozar de su "cita". No entedía cómo mi hermano podía tener chicas a montones esperando su turno para acostarse con él. Era un hecho que mi hermano había acaparado los genes buenos y que era muy atractivo, pero si yo conociera un tipo guapo como él y luego lo escuchara hablar, simplemente lo mandaría por un tubo. Diego era un Adonis, pero Bart Simpson tenía más cerebro.

Unos minutos -tal vez una hora- después de que Diego salió de la casa escuché el timbre y me levanté a abrir la puerta, esperando que fuera Jonathan. Grande fue mi sorpresa al encontrar a alguien completamente diferente a él y que no conocía.

--Hola ¿está Diego? --preguntó el chico.
--No, se fue hace un rato, pero prometió que llegaría.
--Oh... está bien...
--Y tú eres...
--Ah, lo siento --sonrió antes de sonrojarse y me dio un apretón de manos--. Me llamo Sebastián.
--Violeta.
--¡Eh! ¿Eres la hermana de Diego? Creí que eras...
--¿Una más? No... él no es mi tipo.
--Uh...
--Oye, ¿vas a decir todas las vocales o quieres pasar?
--No, sólo quería darle esto, pero...
--Está bien, soy su hermana, no una ladrona ni nada por el estilo...

Era fácil charlar con este chico. Eso o en serio estaba muy de buenas.

--No, yo me lo llevo, es que quería hablar con él --no dejaba de sonreír... ni él ni yo--. Vengo otro día, ¿le podrías decir que vine? No le digas que vaya a mi casa, sólo dile que vendré otro día.
--Yo le digo --estaba a punto de cerrar la puerta, cuando retrocedí--. Ehmm... Sebastián ¿verdad?
--Sí.
--¿Y dónde vives?
--En el piso de arriba, Diego y yo hemos jugado tenis algunas veces.
--Ah...
--¿Dirás todas las vocales o vas a cerrar la puerta? --dijo, con una sonrisa pícara.
--Adiós.

Diego socializaba con los vecinos y ellos ni siquiera me conocían. Era una soberana injusticia, porque, sinceramente, yo era mil veces más simpática que él. Y a este chico no lo había visto jamás... es que nunca había visto a ninguno de mis vecinos, exceptuando a una señora que siempre bajaba a sentarse junto a la fuente, frente a la recepción. Aquella señora me saludaba todos los días antes de ir a la escuela y solía estar en ese lugar porque le daba frío en su apartamento y prefería salir a tomar el sol que encender el calentador.

Tocaron el timbre de nuevo y esta vez Jonathan apareció del otro lado.

--Dijiste media hora --fruncí el ceño, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja que me fue imposible ocultar.
--Pasé a comprar algo --Jonathan alzó los brazos, mostrándome dos grandes bolsas de supermercado.
--Entra.

Dentro de las bolsas había latas de soda, pizzas y pastel. Jonathan había comprado lo justo para una fiesta de dos. Estábamos sentados en el suelo de la sala, habíamos movido los sillones y dejamos el área libre para poder echarnos a gusto. Jonathan se metía en la boca tanta comida que yo no podía evitar golpearlo y decirle que no lo hiciera, que se veía asqueroso. Él sirvió soda en un vaso y al preguntarle por qué lo hacía, echó un trozo de pizza dentro y se lo bebió todo. Me dio tanto asco que tuve que mirar a otro lado para no vomitar, así que él se acercó a mí y empezó a masticar con la boca abierta justo frente a mis ojos.

--¡Jonathan! ¡Eres un cerdo! --cerré los ojos y lo empujé-- ¡Aléjate!

Luego de un rato jugando a lo mismo, Jonathan me miró y se echó a reír.

--Quiero pastel --dijo.

Luego de partir el pastel, de rogarme que le dijera cuál había sido mi deseo, de embarrarme la cara con chocolate y de medio comerse las velitas por accidente, Jonathan abordó el único tema que yo había estado evitando durante toda la tarde.

--¿Por que lo besaste? --preguntó.
--Deberías preguntarle a él por qué me besó.
--¿Él lo hizo? --al parecer Jonathan se encontraba confundido-- ¿Por qué no me lo dijiste antes?
--¡Porque ni siquiera me mirabas! ¡Cada vez que me acercaba a ti, te alejabas como si apestara a zorrillo!
--Uh...
--Y Casandra tampoco dejó que le explicara...
--Casandra es una cabeza hueca... Yo soy un cabeza hueca por no haber preguntado antes. Ella sólo te perdió a ti, pero yo te perdí a ti, la perdí a ella y a Rodrigo.
--Sí, eso me suena conocido.
--Lo peor es que Rodrigo está como si nada.
--Oye, vamos a olvidar esto. ¿Sí? Ahora estamos juntos de nuevo.
--¿Juntos?
--Sí, me refiero a... tú sabes...
--No, Violeta. Luego de lo que pasó no podemos...

Luego Jonathan tomó el cuchillo que estaba en el suelo, con el que habíamos partido el pastel, y me apuñaló una y otra vez. Podía sentir mi sangre brotar por el agujero, pero no podía preguntar por qué me hacía eso. Dolía, ardía... Bueno, no fue exactamente así, pero sí que dolió cuando él dijo esas palabras.

--¿Por qué?
--Porque no puedo estar
más contigo.
--Tú me habías dicho que...
--Oye, te quiero --dijo, con mirada fiera--. Sabes que te he querido desde hace tiempo, Vio, y lo que yo siento por ti no se esfumaría ni en cien años, pero tú no sientes lo mismo por mí ¿ajá? Y lo que menos quiero es obligarte a algo sólo porque te sientes culpable... yo ya me resigné, Violeta, no tienes que hacer esto sólo para que te perdone, porque ya lo hice ¿sí? Asunto olvidado.
--¿Por qué tienes que darme un discurso así de largo cada vez que te digo que quiero estar contigo?
--Porque no es cierto lo que me dices.
--¿Y quién diablos eres tú para decir qué siento y qué no? ¿Sabes? Estoy comenzando a pensar que me echas esos discursos solamente para deshacerte de mí.
--Vio, sabes que no es cierto.
--¿En qué te basas, entonces?
--¿En una palabra? --preguntó. Ambos estábamos comenzando a enojarnos--: Rodrigo. Tú lo quieres, Violeta, no soy estúpido.
--Es que... no... --bien, a ver cómo salía de esto.
--¿Lo ves?
--Yo... creía que... --bajé la mirada y odié la sangre que comenzaba a subir a mi rostro--. Yo creía que él era todo, Jonathan, pero luego pasó lo que pasó y no sabes cuánto pensé en ti. Ni siquiera quise besar a Rodrigo, a pesar de que había soñado con eso durante años, y todo porque creía que no quería lastimarte... El hecho es que no quería perderte, nada más. Y te quiero, o por lo menos creo que te quiero, porque he estado con una sonrisa idiota todo el día y porque quería arrojarme a tu cuello cuando te vi parado en la entrada y besarte como una maldita loca, pero no lo hice porque no sabía si me habías perdonado deveras, y porque creí que sería injusto para ti. Jonathan, te quiero... en serio, y no sabes cuánto trabajo me cuesta decir estas cosas, aunque tal vez lo sepas, porque eras mi mejor amigo hasta que decidiste ser algo más y ¿sabes? Esto es patético, porque ahora soy yo quien quiere algo más y tú me estás haciendo a un lado como si fuera una piedrita fastidiosa en tu zapato.

Enonces me levanté del suelo y caminé a mi habitación. Había sido demasiado bueno para ser verdad.

...


(continuación en la siguiente entrada)

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