domingo, diciembre 13

Cumpleaños dieciocho (III)

--¿Qué hacen aquí?--pregunté fríamente, luchando para que mi voz no delatara lo que sentía realmente.
--Violeta, mi pequeña... --dijo mi madre.

Caminé tres pasos hacia delante, pero sin acercarme demasiado a ellos, porque me repelían por alguna extraña y desconocida razón. Jonathan enroscó su brazo en mi cintura y mi papá lo miró con desdén. Le lancé una mirada fría a la mujer junto a él, dándole así a entender que su visita no me llenaba de dicha como seguramente los dos habían pensado.

Mi padre se acercó, dejando a mamá detrás, parada junto a mi hermano, quien inmediatamente adoptó una posición precavida y pude ver cómo se tensaba, igual que Jonathan, quien me aferró con más fuerza a su costado. Luché con todas mis fuerzas para no alejarme de él. Era mi padre, ¿cierto? No debía temerle. Mis piernas no deberían temblar cada vez que lo viera, porque justo ahora no lo hacían. Por otra parte, mi madre estaba esperando una batalla de gritos o algo por el estilo, porque se aferró al brazo de Diego, quien no despegaba la vista del hombre que se aproximaba cada vez más a mí.

--Violeta --saludó él, cuando estuvo a escasos veinte centímetros de mí.

Podía escuchar su respiración y no estuve segura de si jadeaba porque estaba furioso o porque tenía tanto nervio como yo. Apostaba más por lo segundo, ya que papá no era del tipo de hombres que luego de ser traicionados por su propia familia se quedaba de brazos cruzados. Él miró de nuevo la mano de Jonathan, aferrada a mi cintura tan fuertemente que podía distinguir la forma de cada uno de sus dedos sobre mi piel, encima de la blusa.

--Aleja tus manos de ella --mi padre miraba furioso a Joanthan. Pensé que lo mejor sería que él se fuera a casa, ya que no quería que presenciara cualquier cosa que estuviera a punto de suceder, pero en lugar de eso se irguió y contestó.
--Aléjese usted de ella.

Mi padre bufó y alzó su mano en un ademán que yo sólo había visto una vez, pero que se me hacía más familiar de lo que yo hubiese deseado. Me asusté. No por que papá fuera a avergonzarme frente a mi novio, sino porque de hecho estaba a punto de golpearlo. Qué lindo ¿no? Hola Violeta, lamento haberte golpeado aquella vez y vine a desearte feliz cumpleaños... es el primer cumpleaños que paso contigo, ya lo sé, y también entiendo que ni siquiera estoy enterado de cuántos años cumples, pero te traje un regalo... Espera, te lo daré luego de golpear a tu novio. Y gracias por presentarnos, cariño.

--
¡Papá! --grité.

Él titubeó. Miró a mi novio a los ojos y detuvo la mano en el aire. Jonathan no se había movido ni medio centímetro, a pesar de que mi padre había estado a una milésima de segundo de estrellar la palma de su mano contra su rostro. Papá me miró a mí y luego me golpeó la mejilla. Me lo esperaba. Si no era a Jonathan sería a mí. Prefería que fuera a mí, porque Jonathan no tenía que pagar algo que ni siquiera era contra él ¿me explico? Él no tenía vela en el entierro y había estado a punto de ser arrojado a la tumba... en el sentido menos literal de la frase, claro.

Me quedé inmóvil. El golpe había girado mi rostro un poco y lo dejé así, con el cabello cubriéndome los ojos. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó dos pasos. Entonces mi padre pidió disculpas y yo lo miré... ¿disculpas?

--Yo... lo siento, hija... lo siento --su voz era fría y seca. Se estaba disculpando pero no tenía la más mínima intención de ser disculpado.
--Creo que ya causó mucho daño por hoy, señor --dijo Jonathan en un susurro, que sonó más bien como una advertencia pasiva.
--¿Y tú quién eres para decirme lo que tengo que hacer, mocoso?
--Basta, papá --la voz de mi hermano resonó en la habitación--. Teníamos un acuerdo ¿recuerdas? ¿Quieres irte de esta casa?
--Ernesto --pidió mi mamá.

Jonathan hizo que retrocediera los pasos que habíamos avanzado y se paró frente a mí, dándome la cara. Retiró el cabello de mi rostro y descubrió que estaba llorando. Por supuesto que estaba llorando. Era la única razón por la que no había asesinado a mi padre por ponerme la mano encima y por la que no me había quitado el cabello de la cara yo misma. Estaba triste, porque los últimos meses me había obligado a creer que los golpes que mi padre me había dado habían sido solamente el producto de un ataque de desesperación. Me había obligado a creer que el hombre se arrepentía con todo su vacío corazón de haberme dejado aquellas marcas que ya se habían ido... Hoy se me había caído toda mi puesta en escena. Me dolía enterarme de que mi padre de hecho quería darme otra paliza por haber huido de casa. Me dolía saber que de nuevo quería molerme a golpes, y eso que hoy estaba de lo más tranquilo.

--Vio... Vio, ¿estás bien, cariño? --preguntó Jonathan, limpiando las lágrimas que salían de mis ojos sin que yo lo pidiera.

No lo miraba. No miraba a nadie. Tenía la boca cerrada, el rostro vuelto hacia el suelo con la vista fija en la madera del piso y me dedicaba a respirar acompasadamente. Estaba pensando no sé qué cosas. Escuchaba un ligero pitido en mi oído izquierdo, que era el lado donde mi progenitor había soltado una bofetada de revés. Mi novio se dedicó a examinar mi mejilla, aunque no creo que haya encontrado nada, porque el golpe no fue tan fuerte como para formar un moretón... tal vez sólo tenía el área roja.

Diego se colocó a mi lado y se agachó para mirarme a los ojos. Cuando se hizo a un lado pude ver que mi madre estaba detrás de él, parada junto a papá. Maldita. Ni siquiera ahora podía entender que su esposo era un cavernícola. Jamás entenderé a esas mujeres estúpidas que creen que los golpes son amor... jamás.

Mi hermano y Jonathan deslizaron un brazo detrás de mi cintura y yo encaré a mis padres. ¿Por qué estaban tan enojados conmigo, si de hecho quien había tenido la idea de huir había sido Diego. Tal vez les dolía no tener un costal de box en casa. Lástima...

--¿Qué hacen aquí? --repetí.
--Queríamos verte, porque hoy es tu cumpleaños --dijo papá.
--¿Y en qué cumpleaños te ha preocupado eso? Apuesto lo que quieras a que no sabes cuántos años tengo.
--Dieciocho --contestó mamá--. Por eso Diego permitió que viniéramos.

Miré a mi hermano, luego a mi papá y por último a mamá.

--¿Y qué tiene de especial este día, si se puede saber? ¿Por qué me honran con su presencia?
--Eres una niña, debes volver a casa --gruñó papá--. Por eso hemos venido.
--No --susurró Jonathan--. No se la van a llevar. No pueden.
--¿Y quién dice que no podemos? --preguntó mi madre, quien de pronto adoptó una postura más altanera que maternal. Siempre hay una necia para un golpeador.
--La ley --dijo Diego, y pude escuchar una ligera risa de su parte--. ¿En serio creen que los habría traído aquí sin antes pensar en eso? Los hice prometer que no se la llevarían, pero eso no significa que les creí... Digamos que pensé en todo.

Mi hermano tenía una sonrisa de oreja a oreja que mi papá observó con ira.

--¿Ah sí? Es nuestra hija.
--Violeta, ¿quieres regresar con ellos? --preguntó mi hermano.
--Antes muerta --aseguré con firmeza, mirando a mi padre a los ojos.
--Ella ya decidió.
--No me importa lo que ella diga... tiene que hacer lo que nosotros creamos mejor.
--Ya no es ninguna niña... tiene dieciocho --Diego hizo énfasis en el número y luego prosiguió--. O ¿por qué creen que están aquí? Jamás les habría enseñado donde vive sin antes asegurarme de que no le podrían hacer nada. Es una mujer. Ya no pueden hacerle nada.
--¿Y qué cuando te hartes de ella? ¿La vas a sacar de aquí? ¿Va a vivir en la calle, o se irá de indocumentada a los Estados Unidos? --preguntó mi madre, con una sonrisa desdeñosa formándose ya en sus labios.
--Bueno... si yo me harto de ella sólo tomaré mis cosas y me iré... Lo que en realidad me preocupa es qué será de mí el día que ella se harte de mi presencia en esta casa.
--¿De qué hablas? --pregunté. A pesar de que había decidido mantenerme al margen de una conversación en la que yo era la protagonista, no pude evitar mi curiosidad ante tal afirmación.
--Feliz cumpleaños --Diego sacó un sobre blanco de la solapa del saco y me lo entregó, antes de besarme la sien.
--¿Qué es eso? --preguntó papá.
--Ésta es su casa --dijo él--. La compré a su nombre y pensé que el mejor regalo era hacérselo saber. Así que no se preocupen. Ella tiene un patrimonio y jamás vivirá en la calle... de eso me aseguré bien... ¡Vaya! Creo que soy mejor padre que ustedes, y eso que sólo soy tres años mayor que ella.
--¿Para eso nos has traído? --preguntó mamá.
--Emm... no. En serio quería que se reconciliaran con ella, pero luego de ver que mi papá no puede contener sus impulsos animales, decidí hacerles saber que ya no la pueden tocar nunca más. Ya no es suya, ya no es de nadie... Ahora, si me hacen el favor de acompañarme hasta la salida.
--Conocemos el camino --contestó furiosa mi madre.
--Esto no se va a quedar así, Diego. ¿Me escuchas Violeta? Por mi cuenta corre que te quedes en la calle, como la adulta fracasada que eres --amenazó papá.

Pero yo no estaba poniendo mucha atención a la conversación. Con trabajos escuché el sonido de la puerta al ser azotada. Yo sólo miraba el sobre blanco que tenía en las manos, segura de que todo había sido un truco de Diego para que mis papás se pensaran que yo tenía en mi poder este magnífico apartamento. Miré a mi hermano cuando ellos se fueron y le devolví el sobre.

--Qué buena actuación --dije con una voz depresivamente falta de entusiasmo.
--¿Cuál actuación? --preguntó él.
--Violeta nunca se va a quedar en la calle... soy mejor padre que ustedes... ésta casa es de ella --dije, imitando su tono de voz--. Sí, como no.
--Ábrelo --se limitó a decir.

Puse los ojos en blanco, abrí el sobre y leí las hojas color azul que había dentro, junto con un papel calca. Me quedé tiesa al leer lo que decía más o menos a la mitad del documento: [...] y que es propiedad de Violeta Alejandra Lazcano Ramírez [...]

--¿Es en serio? --pregunté. La voz se me quebró al pronunciar la última palabra.
--Yo te lo dije ¿no? --contestó Diego--. Oye... ¿aún queda pastel?

Mi hermano se alejó de nosotros y caminó hacia la sala, donde aún quedaba la mitad de una pizza y más de la mitad del pastel. Encendió la pequeña televisión que había ahí -a comparación de la de la otra habitación- y se dedicó a comer, ya que él tenía que ir a trabajar luego.

--No lo puedo creer --susurré--. Mi hermano ha hecho la peor estupidez de toda su vida. ¡Me dio el poder de sacarlo de aquí cuando se me de la gana! --no pude evitar sonreír de oreja a oreja. Admito que mi cambio de humor me asustó un poco.
--¡Escuché eso! --gritó Diego, con un trozo grande de comida en la boca.
--Pues felicidades --dijo Jonathan.
--¿Sabes qué? --dije, tomando su rostro entre mis manos y acercando mis labios a su oído--. No sé por qué siento que estás más enojado de lo que yo debería estar.
--Pues es lo más normal --dijo, secamente.
--Me golpearon a mí, fueron mis papás los que vinieron y me amenazaron, mi cumpleaños es el que arruinaron y ¿tú estás más enojado que yo? No lo puedo creer.

Jonathan me alejó un poco de él, de manera que pudo mirarme a los ojos.

--Por eso mismo estoy enojado.
--¿Eh?
--Soy yo quien no puede creer que seas tan testaruda.
--Oh, cierra la boca.
--¿Que cierre la boca? No fue tu novia a quien golpearon en tu presencia mientras tú sólo hacías el inútil papel de espectador. No fue tu vomitivo suegro quien amenazó a la chica que quieres con dejarla en la calle... ¿Qué es lo que te sucede?
--¿Vas a seguir hablando o me vas a besar?
--Creo que no tengo muchas ganas de eso ahora, Violeta --él temblaba. Nuestros cuerpos estaban pegados y yo podía sentir cómo cada parte del suyo se estremecía. De verdad estaba enojado y yo de verdad quería que no lo estuviera.
--¿En serio te molestó tanto? --besé su cuello y él no me apartó, pero tampoco tuvo la reacción que yo esperaba que tuviera.
--Actúas como una drogadicta ¿sabes? --gruñó él. Me tomó por la cintura y me apartó de sí.

No lo puedo explicar muy bien, pero sentí un revoloteo de mariposas... no, de lechuzas, tal vez, porque sentí como si fuera a vomitar de la pura emoción al ver su rostro. No estaba enamorada, por supuesto que no. Era solo que nunca había visto a Jonathan tan enojado y no podía creer que estuviera así porque yo no sufría... o porque acabábamos de vivir un drama y yo estaba como si nada. Sentí un revoloteo marca águila en la barriga con sólo pensar que él se sentía así por mí.

--Eres mi droga --dije.
--Esa frase ni siquiera es tuya...
--¿Y? Einstein inventó muchas frases y todo el mundo las usa... yo puedo usar frases que escuché en cualquier lado ¿no crees? --dije--. Jonathan, eres mi marca personal de heroína.

Me eché a reír y eso pareció relajarlo un poco, ya que pude percibir una ligera sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios.

--Cariño, ¿estás ebria? --preguntó.

Me tomó de nuevo por la cintura, pero esta vez para acercarme tanto a él que no quedaba ni medio milímetro de separación entre nosotros dos. Iba a besarme, pero eché mi cabeza hacia atrás y él frunció el ceño. Enrosqué mis brazos al rededor de su cuello y sonreí.

--Oigan, nada de manoseos --dijo Diego, quien al parecer no estaba tan concentrado en la televisión como pretendía.
--Cierra la boca --dije--. O te irás de mi casa.
--Ya comenzamos... --susurró él, para sí mismo.
--Y tú bésame --aferré mis manos al cuello de la chamarra de Jonathan y lo atraje hacia mí. Sí, definitivamente estaba actuando como una maldita borracha.
--¡Violeta! --gritó Diego-- ¡Dije que nada de manoseos! ¡Violeta! ¿Qué no me escuchas? ¡Violeta!

La mano de Jonathan comenzó a descender por mi espalda y se detuvo en la parte más baja, lo que seguramente ocasionó que mi hermano se atragantara con un bocado.

--Oigan, ustedes dos --dijo él--. ¡Jonthan! ¡Jonathan! !Atrévete a bajar esa mano un poco más y tendrás que aprender a vivir sin un brazo!

Jonathan fingió que iba a bajar un poco más la mano, aunque él jamás haría eso por más que quisiera, ya que era demasiado cobarde... Y qué bueno, porque tal vez yo lo dejaría sin descendencia si me tocara de aquella forma.

--Muy bien, voy por un balde de agua fría --soltó mi hermano y escuché sus pasos furiosos salir a la terraza.

Bueno... después de todo este no había sido el peor día especial...

Había despertado hecha una muerta, había peleado con mi novio -que de nuevo lo era-, mis padres me habían amenazado y mi mejor amiga ni siquiera me había llamado... Pero aún así me sentía extrañamente alegre por algo... Comenzaba a dudar acerca de la ebriedad... ¿habrían tenido algo aquellas inofensivas latas de refresco? No... no creo.

Y de pronto a Jonathan y a mí nos cayó una cascada helada en la cabeza...





2 encontraron un motivo para comentar:

Anónimo dijo...

lo sabes no?
soy tu fan.

andrea!! dijo...

me encanto la entrada!!!
de verdad,
amo a Jonathan!!
jaja, oks no,
escribe pronto porfavor C:

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