viernes, abril 23

El pasado

--No debe ser algo tan agradable de escuchar si tu ricitos huyó como una comadreja asustada --Sebastián trató de relajar el ambiente con una de sus sonrisas pícaras, pero lo que yo estaba a punto de contar era demasiado denso como para que una sorisita animosa pudiese aligerarlo un poco.
--Bueno, digamos que no fue fácil de vivir y puedo ponerme mal cuando lo cuento...
--Sí, y supongo que el nene también se desmaya si se imagina que estás en peligro, ¿no?
--¿Sabes qué? Ya no te voy a contar nada. Perdiste tu oportunidad.
--Sólo bromeaba --atrapó mi mejilla entre sus dedos y sonrió de nuevo--. Cuéntame.
--Tienes que prometerme que jamás le vas a contar a nadie.
--Te lo juro --aseguró con voz fiera.

Siempre era difícil regresar a aquel tiempo. En mi memoria, quiero decir. Me costaba mucho trabajo recordar y narrar sin que se me quebrara la voz o sin sentir que lo estaba viviendo de nuevo. Había visto a un psicólogo durante un año completo, pero nunca había conseguido eliminar aquella extraña situación. Era como si estuviese ahí, con quince años y muchas ganas de importarle a alguien... Respiré profundamente y comencé a hablar.

--Ya sabes que siempre me he llevado mal con mi familia, ¿no? Digo, antes de que todo esto pasara.
--Algo de eso sabía...
--Bueno, antes vivíamos en provincia. Nuestra casa era linda y disfrutaba mucho el tiempo ahí aunque mis papás nunca estaban y Diego siempre me ignoraba.
--¿Diego? ¿Alguna vez te llevaste mal con él? --el rostro de Sebastián dibujaba perfectamente el desconcierto y la incredulidad.
--No nos soportábamos --aseguré--. Tenía catorce años y comencé a recibir cartas de un admirador secreto, que me aseguró siempre que estaba perdidamente enamorado de mí y que yo era la persona que más quería en el mundo. Yo ignoré las cartas al principio, pero mientras más llegaban más crecía mi curiosidad y un buen día le contesté... resultó ser alguien muy agradable, de hecho, y como nadie en mi casa parecía notar mi existencia comencé a sentirme feliz de que alguien sí lo hiciera. Él me escribía cosas que jamás había leído en ninguna otra parte y para ser franca debo decir que juré estar enamorada de él...
--¿De un tipo que ni conocías? --yo miraba el pasto cuando Sebastián habló, pero pude imaginar que fruncía el ceño.
--Entiende que yo estaba muy sola... no tenía amigos en la escuela y mi familia jamás me hablaba, así que cuando alguien me trató bien por primera vez juré que estaba enamorada porque confundí la gratitud con algo más.
--Cierto... eras una pequeña tortuga solitaria --sonrió y no pude evitar hacer lo mismo.
--Cuando cumplí quince el único que se acordó fue él. Yo le había contado todo sobre mí, sobre cómo me sentía y le dije también que mis padres nunca se habían preocupado por mí, gracias a que pasaban todo su tiempo peleando. Sabía que mi hermano a penas sabía de mi existencia y que nunca estaba en casa...
--¿Nunca te dijeron que no debías contarle tu depresiva vida a un extraño?
--Era alguien de mi edad. Tenía que entenderme, porque se supone que todos los adolescentes se sienten solos e incomprendidos...
--Entiendo. Continúa --dijo después de unos segundos de silencio ensordecedor.
--El día de mi cumpleaños Diego se fue con su novia Melissa y mis papás se quedaron en casa peleando como siempre. Él me dijo que era hora de que lo conociera en persona y yo tardé medio segundo en aceptar. Esa noche tomé las llaves de la fuente, que siempre estaban ahí precisamente porque Diego odiaba que las pusiera en ese lugar...
--Siempre has sido una necia, ¿no? --su comentario pasó desapercibido y continué hablando.
--Me puse la mejor ropa que tenía y fui al club donde me citó. Dijo que era un chico de quince que medía como un metro setenta y tantos, que llevaría una camiseta roja a cuadros y pantalones de mezclilla... Esa noche había muchos con su descripción, pero ninguno de ellos parecía un chico de quince años. Esperé por lo menos media hora hasta que noté que un tipo me miraba de lejos. Seguí sus movimientos durante unos minutos más y noté que me vigilaba; no era como cuando alguien te llama la atención y lo miras sin que se de cuenta, más bien él se estaba asegurando de que yo notara su presencia, de que me fijara que había estado viéndome todo ese rato.

"Me asusté y quise regresar a casa de inmediato, pero el hombre caminó hacia mí y me empujó a un callejón que había junto al club. Fue algo muy ingenioso de su parte, ya que la música era tan fuerte y la iluminación tan escasa, que nadie vería ni escucharía nada aunque estuviese muy cerca de nosotros... No sé por qué, pero en vez de sentir las extremidades hechas gelatina como cada vez que me asusto, me sentí más fuerte que nunca. Me urgía correr, alejarme de él y buscar a alguien que pudiese ayudarme y llevarme de vuelta a casa, pero nada de eso sucedió porque él apretó mi cuello con sus dedos y lo hizo tan fuerte que sentí como si me deshiciera los huesos y me triturara los músculos.

La expresión en el rostro de Sebastián me dejó saber que no estaba disfrutando la historia, y que ahora entendía por qué Jonathan había decidido retirare para no escucharla otra vez. Durante unos segundos pensé en dejar todo por la paz y cambiar el tema, pero él recompuso su semblante y me animó a continuar.

--No podría... --ahí estaba de nuevo el nudo en la garganta que por estos días me era tan familiar-- No sería capaz de describirte exactamente cómo me sentí en ese momento. Tenía más miedo del que nunca he tenido en mi vida, porque estaba segura de que todo para mí había terminado y de que además sería muy doloroso. El hombre me miraba directo a los ojos y sonreía levemente. Fue ahí cuando lo escuché decir: "esperé mucho para que llegara este día" y luego de eso me alzó en el aire como en las películas, mi espalda sufrió una raspadura gracias al roce con la pared de ladrillo y podría jurar que escuché un 'clic' en mi cuello cuando él apretó un poco más.

"Recuerdo que comencé con una oración en mi cabeza. Nunca he creído en Dios, pero en esos momentos estaba tan desesperada que habría realizado un ritual maya para que el individuo (que quince años no tenía) dejara de estrujar mi cuello como si fuese una barra de plastilina. Me pregunté mil veces por qué me hacía eso. Me pregunté por qué me había hecho quererlo si lo único que quería hacer conmigo era asesinarme. Él no paraba de decir que desde la primera vez que me vio había soñado con aquel instante y besaba una de las manos con las que le arañaba la cara y el cuello para que me soltara... ¿Por qué a mí? Fue lo último que me pregunté antes de verlo todo negro y sentir como si mis extremidades se desconectaran del resto de mi cuerpo.

"El hombre se echó a reír y después escuché un golpe sordo seguido de una exclamación. Mi cuello fue liberado y yo caí al suelo como un títere al que le han cortado los hilos. Mi cabeza se golpeó con un bote de desperdicios que había en ese callejón y la voz que escuché antes de que la inconsciencia me arrastrara hasta el fondo de mi cabeza fue la de Diego.

--¿Fue por ti? ¿Diego te salvó? --preguntó él, tan emocionado como un niño al que le leen un cómic de Superman.
--Sí --contesté--. Él llamó a la policía y a una ambulancia. Dice que vió la última carta en mi recámara y que fue inmediatamente a buscarme. Desperté dos días después en un hospital cercano con una contusión, un brazo fracturado y un collarín para inmovilizar el cuello. Fue horrible ver que mis padres no estaban ahí. Me sentí mal porque Diego no había dormido por estar a mi lado y fue peor saber que todo el hospital sabía que una niña tarada y soñadora había sido medio asesinada por su admirador secreto de treinta años con complejo de Jack el Destripador.

"Las noticias corren como la espuma y el periódico local cubrió la noticia como si se hubiese tratado del asesinato del presidente municipal. La escuela estaba dividida en dos bandos: los que me tenían lástima, y los que se burlaban porque la única persona que se había interesado en mí había querido matarme.

--Estúpidos --susurró Sebastián con los ojos entrecerrados.
--Tuvimos que mudarnos aquí porque el tipo que provocó todo aquello salió de la cárcel luego de tres meses y mis padres fingieron que temían por mi seguridad. Fue ahí cuando Diego dejó de hablarme y me quedé sola de verdad... hasta que entré a la escuela y conocí a Jonathan. Dice mi psicólogo que le tuve tanta confianza desde el primer instante porque fue la primer persona en mostrar interés real por mí... Yo digo que él tiene un encanto natural --sonreí y Sebastián puso los ojos en blanco.
--Espera... --dijo--. ¿Por qué te dejó de hablar Diego?
--Porque él amaba a Melissa y gracias a mí tuvo que alejarse de ella... supongo que hubo días en que se arrepintió de haberme salvado, porque su vida sería más divertida y feliz si no lo hubiese hecho... Tal vez tendría una hermosa familia justo ahora.

Lo miré pensativa. Me preguntaba qué estaría pensando de mí. Si aseguraba que era una chica con muy mala suerte o una chiflada mentirosa con bipolaridad. Pasaron unos minutos antes de que él pasara sus dedos por mi cabello y sonriera un poquito.

--¿Es la historia? --preguntó.
--Es la historia --aseguré.
--Eso no cambia nada --dijo.
--¿Eh?
--Sigues siendo una pequeña salvaje... la pequeña salvaje más valiente de todas. Ya no llores.

Fue hasta entonces que me di cuenta de que mis mejillas estaban húmedas. Odiaba el llanto silencioso. Puedes estar creando un mar de lágrimas sin darte cuenta, y cuando menos te lo esperas tienes que usar una cubeta para sacar tanto líquido del lugar. Lo bueno era que estábamos en un espacio abierto y la tierra absorbe muy bien el agua, venga de donde venga.

--¿Sebas? --siseé.
--¿Mmm?
--Más vale que te olvides de todas las veces que me has visto llorar, porque te arrancaré la cabeza si alguna vez te burlas de mí.
--Tú puedes renegar todo lo que quieras, pero jamás voy a dejar de recordarte que eres una leoncilla chillona que no aguanta nada.

Me eché a reír y le propiné un buen golpe en el abdomen. Me tronaron todos los dedos y él soltó una carcajada bastante audible. Comenzamos a correr por el césped tratando de alcanzar al otro... Tal vez eso de mi bipolaridad no era pura broma.
sábado, abril 17

Equilibrio

Un pie delante del otro. Los brazos estirados como si estuviese a punto de volar. La línea amarilla seguía debajo de cada uno de mis pasos, y aunque realmente luchaba para derribarme, ayudada por el fuerte viento que revolvía mis cabellosy jugueteaba con mi ropa, mi equilibrio era más fuerte que ella. Las líneas de la acera siempre derriban personas, por más equilibrio que éstas tengan, y podría apostar que nunca nadie ha caminado sobre una de ellas de una esquina a otra. Decir que había algún humano capaz de caminar por siempre sólo sobre la línea amarilla es como asegurar que los perros pueden andar toda su vida en dos patas. Simplemente imposible.

--Pareces una niña, Violeta --dijo Sebastián--. Ya camina sobre la acera como la gente normal.
--¿Hace cuánto que la conoces? --preguntó Jonathan--. ¿Todavía no procesas que no es una persona normal?

Y entonces lo hizo. La línea amarilla se alió con mi repentina distracción y juntas lograron derribarme. Apresuré mis brazos hacia delante y endurecí mis rodillas para que no sufrieran algún daño. El impacto del concreto con las palmas me causó un escozor que me hizo saber que la línea amarilla se burlaba de mí, como diciendo "¿ves? a mí nadie me vence"; solté una maldición y fruncí el ceño. Jonathan y Sebastián siguieron su camino. Ya había caído tres veces ese día y seguía empeñada en vencer a la línea, así que ellos habían dejado de preocuparse por mi integridad física, ya que no estaban del todo seguros de que mi mente estuviese muy sana que digamos. Me levanté con un suspiro y reanudé la batalla con la orilla de la acera. Un pie delante del otro. Los brazos estirados. La respiración regular y le vista fija en ese repugnante color amarillo que ahora sólo me inspiraba frustración e impotencia.

--¿Por qué nadie puede caminar sobre la línea amarilla una calle completa? --pregunté.
--Bueno, no es que muchos lo hayan intentado --aseguró Jonathan.
--Sí, la mayoría se rinde luego de la primera caída y las manos raspadas --coincidió Sebastián.
--Además siempre hay algo que te distrae y pierdes el equilibrio --continuó Jonathan.

Yo creía que así era mi vida. En esos momentos estaba segura de que, sin querer, Jonathan y Sebastián habían dado en el clavo. En el centro color rojo de la diana. Yo me sentía siempre como si estuviese luchando con la línea amarilla: me subía a la orilla de la acera y colocaba un pie delante del otro, pero justo cuando estaba a punto de llegar a la esquina, venía una ráfaga que me derribaba. Lo peor para quienes me rodeaban era que yo siempre estaba tratando de llegar a la esquina, y no me importaba cuántas veces cayese o cuántos raspones tuviesen las palmas de mis manos, siempre tenía la esperanza de que al llegar a la esquina habría alguien que dijera "¡hey, llegaste! ¡lo lograste!". Pero por el momento la línea seguía ganando la batalla.

Jonathan, Sebastián y yo habíamos salido de mi casa cuando Amanda tocó a la puerta de mi habitación para ofrecerme un poco de comida, argumentando que no me había llevado nada al estómago en todo el día. Creo que la expresión en mi rostro fue la de una asesina serial, o la de una ex-presidiaria furiosa, porque de inmediato Diego sugirió que los tres fuéramos a dar una vuelta por el parque. Sí, claro, ahora me sacaba de mi propia casa para que su noviecita tentaculosa no sufriera ningún daño físico ni un trauma de por vida.

Llegamos a un parquecito de césped alegre y florcitas por todas partes que tenía un agradable y tranquilizador aroma a tierra mojada. Yo jamás había ido a ese lugar antes, pero eso no sorprendió a nadie, ya que a siete meses de haberme mudado, lo único que conocía era el estacionamiento del edificio donde vivía. Había columpios rojos, de esos que salen en los comerciales de familias perfectas en los que se anuncia un aromatizante o un suavizante de telas. Sebastián se acomodó en uno de ellos como si fuese uno de esos especímenes enanos que tanto aman ensuciarse y revolcarse por todas partes, además de chillar y pedir comida siempre. Jonathan se sentó en el pasto y yo fui con Sebastián. Él sugirió una competencia para ver quién llegaba más alto, pero me negué al imaginar la pequeña estructura lidiando con su peso y con el mío... no sería algo agradable de ver.

--¿No le vas a decir a Casandra que murió tu mamá? --preguntó Jonathan.
--No creo que eso sea lo más cuerdo... --contesté--. Ella ha estado algo arisca conmigo y yo no he sido muy amable que digamos. Yo no sé qué nos está pasando.
--Son como una pareja de novios que están al borde de la ruptura --rió Sebastián.
--Si no dejas de hacer comentarios bobos, lo único que se va a romper aquí serán tus dientes, Sebastián --amenacé.
--¿Ya te diste cuenta de que traes un humor de perros?
--Creo que eso es algo normal luego de que tu mamá se muere, ¿no? O luego de que tu hermano trae a la casa a una bruja odiosa que te trata como a una pequeña molestia indeseable. O luego de que te das cuenta de que te estás volviendo una mártir que se pasa todo su tiempo haciendo lástima de sí misma y preguntándose por qué su vida apesta tanto, en vez de ocuparse en ser más feliz y de ignorar tanta depresión.
--¿Mártir?
--Sí, últimamente me he compadecido mucho de mí misma... ya hasta me caigo mal. ¿Sabes algo? Yo antes no era así. Ni siquiera me tuve lástima cuando ese tipo casi me mata, ni cuando...
--Vio --interrumpió Jonathan con un susurro. Me dirigió una mirada de advertencia, y luego recordé que Sebastián no figuraba en la lista de personas que sabían mi secreto.
--¿Te digo algo, Sebas? --pregunté.
--Igual vas a decirme, ¿no? Ya me acostumbré a que no te calles nunca.
--Tú eres como mi mejor amigo --solté.
--¿Cómo?
--Sí... quiero decir... antes Jonathan era mi mejor amigo, pero es obvio que eso cambió de un día para otro, y ahora que él es mi novio, yo necesito un mejor amigo, ¿no crees?
--Suena razonable --dijo Jonathan.
--Suena como si estuvieras borracha --aseguró Sebas, con una sonrisa incrédula en los labios.
--¿Puedo contarte un secreto? --susurré.

Sentí los ojos de Jonathan clavados en mi rostro. Nunca le había contado a nadie mi secreto, excepto a él, por supuesto. No le había dicho nada a Casandra ni a Rodrigo, ni a nadie más. Nadie sabía a ciencia cierta por qué me había mudado a la ciudad, ni por qué me portaba tan extraño a veces, ni tampoco por qué había temporadas donde me daban ataques de pánico en los que sentía como si me estuviesen asfixiando... Y ahora estaba a pundo de decirle todo a Sebastián.

--Yo no quiero escuchar esta historia de nuevo --aseguró Jonathan, antes de levantarse del césped y acercarse a mí para besarme fugazmente--. Si lo hago voy a cometer homicidio o algo parecido, y créeme cuando te digo que estar en la cárcel no es una de mis metas en la vida. Los veo luego.
--Claro --dije.

Jonathan se alejó de nosotros y unos minutos más tarde estuvo fuera de nuestra vista. Sebas y yo estuvimos en silencio un buen rato, hasta que él decidió romperlo, cambiando por completo el rumbo de mis pensamientos.

--Te quiere mucho --dijo, escrutando el pasto como un filósofo estudia una obra de arte.
--Sí...
--Y tú lo quieres a él. No creas que no me he dado cuenta de cómo lo miras. ¿Te has visto en un espejo cuando lo miras? Y no es como cualquier otro enamoramiento de niña idiota. Quiero decir... tú eres diferente... lo miras como si le tuvieras una profunda admiración... como si te supieras su cara de memoria y pudieras dibujarla sin tenerlo frente a ti. Y ya sé que sueno cursi, además de que yo no soy de los que hablan así, pero yo creo que nunca te has preguntado cómo sería tu vida si él no estuviese en ella. Me refiero a... tú sabes, ni siquiera cuando eran amigos.

Guau. Nunca había escuchado un discurso así salir de su boca. De pronto lo sentí tan indefenso... tan anti él, que tuve que esforzarme mucho para no reir a carcajadas. Pero por otra parte tenía razón. Desde que conocí a Jonathan nunca me había imaginado cómo sería mi vida sin él en escena, y no porque no pudiese vivir sin él, sino que había sido ese amigo que había estado ahí siempre, ése chico que me había hecho sentir tan segura desde que lo conocí... Y al final se había convertido en un pedacito más de mi persona. Si Jonathan no estuviese (como amigo o como novio) sería equivalente a que me cortaran la mano derecha o a que me extirparan los ojos.

--Eso creo...
--Te voy a decir un secreto, pero si le dices a alguien te juro que no verás la luz del sol nunca más --rió.
--Pues creo que no tengo otra opción más que guardar el secreto, ¿verdad?
--A veces... --dudó un poco y luego continuó--. A veces quisiera que alguien me mirara como tú lo miras a él... pero siento que ninguna chica lo hará jamás, porque ¿me has visto? Soy tan guapo que sólo se fijan en mi físico...

Puse los ojos en blanco y ambos nos echamos a reír. Luego él se puso serio y habló de nuevo.

--La verdad es que a veces pienso que no soy lo suficientemente inteligente o interesante como para gustarle de esa manera a una chica. Creo que los hombres bromistas no tienen mucho futuro en esas cosas, y aunque tengo chicas por toneladas, sé que ninguna de ellas me quiere de verdad. ¿Por qué? ¿No lo sabes? ¿Me lo podrías decir?
--Supongo que no ha llegado esa chica que te haga darte cuenta de que eres mucho más que un chico bromista --sonreí.
--Ustedes son buenas personas --dijo de pronto--. Me refiero a ti, a Diego y a Jonathan. ¿Te acuerdas cuando Jonathan y yo casi nos golpeábamos?
--¿Cómo olvidarlo...?
--Pues no le vayas a decir, pero es como mi mejor amigo. Y tú también lo eres, pequeña salvaje.
--¿Ah sí? Pues que nadie se entere, pero tú no eres tan tonto como yo creía... y creo que de hecho eres más cursi que el oso Pooh.
--Lo interesante es que nadie se enterará jamás --los dos reímos.

Nos quedamos callados. Yo le daba vueltas y vueltas al hecho de que si le decía mi secreto a Sebas, sería como incluir a alguien más en mi familia, y mi familia nunca había sido muy estable que digamos. Pero él me había confesado sus más empalagosos pensamientos, y no era justo que yo no le confesara los míos... aunque no fueran ni la mitad de ñoños que los suyos. Así que me decidí. Era el momento, el lugar y la persona. Lo miré a los ojos y me armé de valor.

--Bueno, osito Pooh, creo que ahora es mi turno de contarte quién es Violeta Lazcano realmente y por qué es tan condenadamente desconfiada...


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Hola!!!

Bueno, normalmente mis intervenciones aquí son para alegar que no tendré tiempo de publicar o para dar alguna explicación del capítulo en cuestión, pero me temo que hoy no ando tan de buenas y la noticia no será tan agradable que digamos.

Ya me estoy hartando de esos comentarios que aseguran que soy una plagiadora asquerosa, que la relación entre Cass y Vio es igualita que la de Serena y Blair de Gossip Girl, que Jonathan es una copia barata de Edward y Sebastián de Jacob, bla bla bla... A ver: si la relación entre Cass y Vio es como la de Serena y Blair, yo ni cuenta me había dado, Jonathan no es una copia barata de Edward ni Sebastián de Jacob, simple y sencillamente porque ellos están basados en personas reales y porque a mí ni me gusta Crepúsculo.

Dicen que la historia es mala, que es irreal... bueno, yo sólo les digo que estoy escribiendo una historia realista con toques fantasiosos. Ya sé que ningún grupo de adolescentes se va a ir a meter a la casa de un jefe de policía, ni que un chico les pagará tres millones por hacerlo. Ya sé que los hijos no les roban dinero a sus padres ni se compran un departamento en la zona más cara de la ciudad... Pero lo divertido de escribir es que todo lo que imagines será posible en ese mundo que tú creaste.

Así que dejen de fastidiar :D

Betzabé.
viernes, abril 9

Fotografías

--No estoy de buenas --le dije a Jonathan cuando comenzó a decirme que las estrellas del techo de mi cuarto eran algo de niña pequeña.
--Sólo quería hacer que pensaras en otra cosa. Si hago que te enojes conmigo, tal vez se te olvide todo.

Sebastián entrecerró los ojos e hizo una mueca de precaución, como si Jonathan hubiese quitado el seguro de una granada y ésta estuviese a punto de explotar. Sí, bueno, Sebas era una gallina cobardona.

Jonathan había llegado en cuanto salió de la escuela. Se disculpó como mil veces por no haber estado conmigo y por haber enviado a Sebastián en su lugar, y aunque le exigí que no se portara como un tarado lame botas, no dejó de molestar hasta que le dije que no importaba, que lo perdonaba. No había nada que perdonar. La gente se enoja y hace estupideces, como me había dicho Sebas hacía ya un rato. Jonathan se había enojado conmigo porque lo traté como al trapo de la cocina, así que se había negado a acompañarme al hospital, pero no importaba porque el enojo hace que nos portemos de una forma tonta, aunque por el momento nos parezca lo más razonable del mundo.

Yo estaba enojada con Diego. Por haberme ocultado que veía a mamá y por no haberme dicho que tenía una novia... en especial si ésta estaba loca. También me sentía extraña porque mamá acababa de morir. Nunca habíamos tenido una buena relación, y de hecho ella tenía la idea de que seguía teniendo quince o dieciséis años, además de que jamás tuvimos una conversación decente... ni siquiera cuando murió conversamos, sólo cruzamos unas palabras y eso fue todo. Esa era la razón por la que estaba tan frustrada: no me podía sentir devastada por la muerte de mamá, ya que sólo habíamos sido conocidas, ni siquiera amigas. Y lo peor de todo era que sabía que eso estaba mal, porque ¿qué clase de chica no llora como si se hubiese acabado el mundo cuando se queda medio huérfana? Por supuesto que había llorado, pero lo había hecho porque me sentía culpable y porque tenía que llorar, pero la mujer que había muerto hoy y yo nunca habíamos cruzado más de tres palabras al día, y esa era la razón de que mi corazón tuviera un pequeño huequito como el queso gruyere, y no un agujero parecido al que dejaría una bomba atómica en cualquier lugar. Sí, me sentía mal, pero me había sentido así miles de veces. Mi madre había muerto para mí muchos días de mi vida, pero la diferencia era que ahora ya no podría verla para asegurarme de que todavía existía la mujer que me había donado veintitrés cromosomas. Pura genética, nada de amor.

--Si haces que me enoje contigo te voy a arrancar la cabeza --dije.

Los tres guardamos silencio durante unos segundos, mirándonos fijamente como si estuviésemos esperando que alguno saliera de la habitación para no volver jamás. De pronto Sebastián miró hacia otro lado y sonrió traviesamente antes de tomar la mochila de Jonathan, que estaba en el suelo, junto a la cama. Sebas abrió el cierre y se puso a hurgar como madre sobreprotectora, sólo que él no intentaba encontrar algo que pudiese dañar a Jonathan, sino algo que pudiese avergonzarlo.

--Deja eso --dijo Jonathan sin mucha convicción. Sabía que de cualquier manera Sebastián haría lo que se le diera la gana.
--¡Fotos! --exclamó Sebas, sacando un sobre blanco de la mochila.
--Sebastián, no seas abuela y deja eso en su lugar --dije yo.
--Ay, vamos, sólo las veo y luego las regreso a su lugar ¿está bien?
--Deja que las vea --intervino Jonathan--. De cualquier manera iba a enseñárselas, sólo que yo quería que todos estuvieran aquí.
--Blah, blah, blah. Cállate, ricitos. Vamos a ver qué clase de porquerías te gusta fotografiar.

Sebas sacó un bonche de fotos y comenzó a verlas como si se tratasen de los recuerdos de su infancia. Luego miró a Jonathan y pude notar que se ponía pálido (algo raro, ya que su piel era blanca de por sí) y que los pequeños círculos rosados de sus mejillas aniñadas desaparecían. Me asusté por un segundo y después me acordé de respirar. Para mí seguía siendo un acontecimiento bastante desagradable que Sebas dejara de lado su simpatía y socarronería, para ponerse serio e incluso asustado.

--¿Qué estuviste haciendo, ricitos? Me sorprende que sigas vivo.
--¿Eh? --pregunté, mirando a Jonathan--. ¿De qué habla?

Jonathan pasó una mano por mi cabello y extendió la otra para que Sebas le diera las fotografías. Me las dio y creo que mi expresión imitó bastante bien la de mi amigo cuando vi de qué se trataba todo esto.

En una de las imágenes había policías resguardando una casa enorme, todos ellos con armas de largo alcance que matarían a un individuo ubicado al otro lado del mundo. En otra se mostraban las puertas de la casa; arriba había cables de alta tensión y cámaras por todas partes. La tercera imagen fue la que me dejó fría de pies a cabeza: el interior de la casa. Enorme. Pasto por todos lados y policías en cada centímetro cuadrado de la residencia. En la siguiente fotografía se enfocaba una de las enormes ventanas del lugar; puse un poco más de atención y pude notar la silueta de un hombre al otro lado. Pasé a la siguiente foto y de pronto tuve la extraña necesidad de golpear a Jonathan con algún tubo de fierro: la ventana estaba tan cerca que parecía como si la foto hubiese sido tomada desde dentro y no desde el patio. El hombre estaba muy mal encarado, fumaba un cigarrillo y estaba con otros dos que eran policías, a juzgar por el uniforme y las insignias.

--¡¿Me quieres decir qué diablos estabas haciendo?!-- exclamé.
--Tranquilízate, yo no las tomé --dijo Jonathan, y al instante Sebastián recuperó sus mejillas coloradas y yo pude respirar con mayor facilidad.
--¿Entonces?
--Tengo... contactos.
--¿Contactos?
--No vas a adivinar.
--No tengo ganas de adivinar --dije.
--Ni yo --coincidió Sebas.
--Ehem... digamos que utilicé material para chantajear a uno de esos policías. Fue fácil: lo investigué, y ¡cuántas cosas le ocultaba a su esposa! Si yo te contara...
--Ve al grano, anciana --urgió Sebastián
--Pues al parecer el hombre no quería que su mujer se enterara de nada, y estuvo muy dispuesto a ayudarme con esto, siempre y cuando su familia siga como hasta ahora.
--Ya, ¿y de qué nos sirven las fotos? --pregunté.
--Mira, hay cámaras por todo el lugar --dijo, señalando con su índice varias de las fotos, que había extendido por el piso--. Vamos a necesitar a alguien que nos ayude a desactivarlas, aunque sea por un periodo corto de tiempo.

Jonathan sacó un papel arrugado de su bolsillo y lo puso junto a una de las fotos.

--¿Ves esto? Él lo dibujó para mí.
--Ay, qué tierno --dijo Sebastián--. El novio rudo de Jonathan le hizo un lindo mapa de su nidito de amor.
--Es la casa, idiota.
--Ah... claro.
--Mira --Jonathan trazó un camino con su dedo--. Aquí están los papeles que necesitamos. Sería más fácil si sólo desactiváramos las cámaras que pudiesen vernos, pero resultaría obvio en qué lugar estamos, así que si las desactivamos todas parecerá un error de las máquinas y ellos tardarán en darse cuenta de que alguien se metió al sistema. Eso nos da suficiente tiempo para que corras y entres al cuarto donde...
--¡¿Ella?! --exclamó Sebastián--. ¿Esta pequeñita va a hacer todo el trabajo? ¿Eres imbécil? Manda a cualquier otra persona, incluso a mí, si quieres, pero ella se queda fuera de todo esto.
--Ella es más delgada y más pequeña que nosotros dos, así que tiene más agilidad... y ella corre muy, muy rápido, créeme.
--Pues manda a Hayden o a Samantha, ellas son delgadas y pequeñas.
--Sí, pero no son tan rápidas como Violeta, además ella sabe defensa personal, y si algo sale mal podrá deshacerse de unos cuantos policías antes de que entremos a ayudarla. Hayden y Samantha sólo nos retrasarían.
--¿Estás loco? No vas a arriesgar así la vida de Violeta.
--Ella es fuerte, Sebas. Nosotros podemos entrar al patio para avisar, pero ella va a ser quien vaya por lo grande. Es rápida, fuerte, ágil y lista. No la van a atrapar tan fácil como si fuésemos cualquiera de nosotros. ¿Entiendes? O es que no puedes aceptar que una chica pueda hacer algo mejor que tú en cuanto a físico se refiere.
--No soy un vanidoso, ya sabes. Es que... ¿qué tal si le pasa algo?
--Oigan --intervine--. ¿Por qué no vamos por un bote de helado para que me ayuden con mi depresión, y luego de eso platicamos acerca de sus planes?
--Tienes razón --dijo Jonathan--, además necesitamos juntar a todos, y todavía ni siquiera tenemos a alguien que nos ayude con lo de las cámaras... y los cables de alta tensión.
--Si te consigo a alguien, ¿prometes dejar a Vio fuera de esto? --preguntó Sebas.
--¿Conoces a alguien?
--Promételo.
--Prometo que lo pensaré --cedió Jonathan al fin.
--Mateo. Es un ñoño de mi clase de cómputo. Lo sabe absolutamente todo.
--Está bien, tráelo y veremos qué es capaz de hacer.
--Es el pequeño Mateo de quien hablamos, ricitos --sonrió Sebas, con convicción--. Lo que tiene de enano lo tiene de geniecito.

Sebastián y Jonathan comenzaron a elaborar un plan que más bien parecía un guión para la película "Misión imposible". El plan tenía que elaborarlo alguien con mucho cerebro y gran intuición... si Sam, Hayden, Cass y yo nos juntábamos, podríamos hacer de esto una aventura sencilla y exitosa.

Al parecer mi helado y mi depresión tendrían que esperar un poco.
jueves, abril 1

Te odio, bruja malvada.

Estábamos en mi casa. No sabía qué tantos arreglos se tenían que hacer antes de que nos entregaran a mamá y pudiésemos sepultarla como su religión mandaba, pero por lo pronto podíamos tomarnos un tiempo para asimilar lo sucedido y para decir todo lo que queríamos decir. Sebastián había faltado a la escuela igual que yo. En su colegio a los profesores no les importaba si los alumnos asistían o no, ya que con que pagaran la costosa colegiatura todo estaba arreglado, pero en mi escuela la falta contaría y mucho, ya que me había tomado demasiados días libres éste año: cuando nos fuimos de casa, cuando tuve depresión, cuando falté por la estúpida alergia y ahora que mamá había muerto... si me graduaba ese año lo consideraría un verdadero milagro. Aunque claro, una cosa era que me graduara y otra muy diferente que con semejante historial de faltas me aceptaran en la facultad.

--¿Qué vamos a hacer? --pregunté.

Diego estaba recostado en el sillón, con la cabeza colocada en las piernas de la mujer a quien aún no me habían presentado y que seguía dirigiendo su odio hacia mí, sólo que ahora no lo expresaba abiertamente porque yo tenía a mi guardián bromista cuidando que su bocaza no me agrediera de ninguna forma posible. Yo estaba sentada en el otro sillón y Sebastián se había despatarrado en el piso junto a mí. Acabábamos de comer, pero con los ánimos que teníamos, solamente Sebastián y la chica histérica comieron como la gente manda, aunque por razones de tamaño y capacidad, Sebastián ingirió tal vez diez kilos más de comida que la mujer.

--Por ahora vamos a arreglar esto... --musitó mi hermano--. Luego tendremos que arreglar... lo otro.
--Acciones legales --dijo la chica con voz dura. Pasaba su mano por el cabello de Diego y eso realmente me ponía de mal humor--. Contra tu papá. Eso fue algo parecido al homicidio, si no es que fue asesinato puro.
--¿Querrías no hablar así por un segundo? --pidió Sebastián al darse cuenta de que mi rostro reflejaba completamente la ira que sentía contra ella--. ¿Nadie nunca te enseñó que cuando alguien muere lo más normal es que sus familiares se sientan pistaches?
--Me gusta decir las cosas como son.
--Y a mí me gusta que respeten a la gente que quiero, y tú no estás respetando a Violeta hablándole así --Sebastián se irguió un poco y colocó su peso en los codos--. Por favor, Úrsula, tranquilízate y ten un poco más de tacto a la hora de hablar.

Sonreí. Me defendía. Había dicho que me quería sin siquiera darse cuenta. Estaba poniendo en su lugar a una chica a la que jamás en su vida había visto... y aún así estaba de humor para poner apodos. Era más que obvio que aquella belleza no se parecía nada a la malvada bruja de la Sirenita, pero tal vez por dentro era tan horrible como ella. Sebastián siempre daba en el clavo con sus apodos.

Me extrañó que mi hermano ni siquiera se inmutara ante tal agresión hacia su acompañante. Ahora que recordaba, él no había intervenido por mí ni por nadie en todo el día. De pronto me sentí mal. Por estar sonriendo, por alegrarme de que el chico que siempre me llamaba "pequeña salvaje" me hubiese defendido por primera vez desde que lo conocía, por no estar llorando la muerte de mi madre... Me sentía culpable porque Diego parecía un muerto viviente con ojos hinchados y yo no.

Tal vez ahora entendía por qué la chica Úrsula me odiaba tanto: la primera impresión que se había llevado de mí era la de una chica orgullosa, insensible, berrinchuda y grosera. Genial.

Me levanté del sillón y fui a mi habitación. Ni mi hermano ni la bruja malévola me miraron si quiera, pero Sebastián tardó menos de un segundo en levantarse y venir conmigo. Me senté en la mesedora y comencé a llorar.

--Vamos, Vio --dijo él--. Es una loca ¿sí? ¿Cuántas locas no has conocido ya? Tú misma eres una de ellas, pequeña salvaje.

Lo miré unos segundos y luego regresé hacia la nada. No hacía una de esas muecas dramáticas que las actrices hacen en todas las películas para niñas cursis, más bien lloraba sin mueca alguna. Ésta era una de esas veces en que los ojos se niegan a contener todo lo que llevan dentro y mientras tu rostro sigue igual, las lágrimas corren unas tras otras como queriendo formar un lindo y despreciable río de depresión. Sebastián sonrió y luego se hincó junto a la mesedora. Tomó mi mano derecha y comenzó a juguetear con ella antes de lograr que lo mirara de nuevo.

-- ¿Sabes algo? --preguntó, sin borrar la falsa sonrisa de sus labios. Tal vez era uno de esos chicos que no saben cómo actuar cuando una mujer llora frente a ellos... o tal vez las situaciones serias lo ponían nervioso.
--¿Qué? --susurré al notar que de verdad esperaba una respuesta.
--Es la primera vez que te veo llorar.
--¿Y? ¿Quieres que te traiga mariachis para celebrar?
--No... es sólo que... creí que el día en que te viera llorar me divertiría y me burlaría de ti hasta más no poder.
--Gracias por tu sinceridad --volví a mirar por la ventana y luego él tomó mi barbilla con sus dedos para que le prestara atención.
--El punto es que no me estoy divirtiendo. Me haces sentir mal, Violeta. No llores. No me gusta verte así. ¿Por qué no sales a golpear personas y a llamarlas imbéciles, retrasadas, faltas de personalidad, y todas esas cosas que te salen tan bien? Eres la pequeña salvaje y no sólo gracias a que tu cabello luce como la melena de un león cuando te acabas de levantar... ¿Dónde está la pequeña salvaje ahora, Vio?
--A la pequeña salvaje se le están extinguiendo las razones para ser la chica divertida, Sebas.
--Pues te voy a decir algo --sonrió de nuevo, pero ésta vez era aquella sonrisa pícara que le conocía tan bien--. Si sigues así vas a perder mucho.
--¿Ah sí? ¿Qué?
--A mí --alzó las cejas, como si no fuera obvia la respuesta--. ¿Qué sería de ti sin mí? Yo creo que tienes el gran privilegio de ser mi amiga y no queremos... no quieres que eso cambie ¿verdad?
--Creo que no --reí y él hizo lo mismo. ¿Cómo podía lograr eso?

Llamaron a la puerta y ambos nos sorprendimos. Me levanté a abrir y vi a Diego del otro lado.

--¿Puedes venir? --su voz era monocorde y demasiado baja--. Te voy a presentar a alguien.
--La hora de las brujas --susrró Sebastián tan bajo que sólo yo pude oírlo.

Salí de la habitación y los tres caminamos hasta la sala, donde la chica esperaba recargada junto al librero. Mi hermano caminó hasta ella y rodeó su cintura con un brazo, acto seguido ella lo besó en la mejilla como si fuese un niño pequeñito a quien debía proteger. Bueno, mi hermano ahora lucía como alguien que definitivamente necesitaba protección. Sebastián a pasó su brazo sobre mis hombros y adoptó una posición desenfadada, como si estuviésemos en alguna fiesta donde disfrutábamos de la buena vida y del alcohol.

--Ella es Amanda... es mi... --Diego me miró como disculpándose y luego continuó--. Es mi novia.

Escuché un siseo por parte de Sebastián, quien aferró un poco más fuerte su brazo a mi alrededor. Tal vez su pose no era la de un retrasado universitario, sino la de alguien que teme que su amiga mate a la única familia que le queda.

--No sé por qué no me sorprende --susurré. Todos se relajaron, incluyendo a Sebas que dejó caer su brazo y metió la mano a su bolsillo.
--Oye, Violeta, ya sé que no te traté muy bien que digamos pero... --la voz de la chica me hizo rabiar.
--Cállate --interrumpí. Todos me miraron extrañados y Sebas volvió a temer que cometiera homicidio, así que tomó mi brazo y lo apretó con fuerza.
--¿Qué...? --preguntó ella, confundida.
--Ésta es una charla de familia y creo que ya te metiste mucho en nuestras charlas. Dije que no me sorprendía que fueras su novia, ya que es más que obvio porque lo miras como toda una imbécil... además, al parecer Diego me ha ocultado más de una cosa en los últimos días...
--No empieces, Violeta --musitó mi hermano.
--Está bien --cedí--. Decía que no me sorprende que seas su novia, pero jamás dije que perdonaba todas tus groserías ni que me caías bien. Me doy por enterada, ahora si me disculpan, iré a maldecir un rato.

Regresé a mi habitación y Sebas vino conmigo. La chica me había mirado con toda la sorpresa del mundo, ya que tal vez esperaba que le dijera que era bienvenida en mi familia y que me portaría bien con ella, ignorando el hecho de que me había tratado como a una basura. No me importaba, se podía ir al infierno si se le daba la gana.

--Creo que voy a llamar a ricitos y tú le cuentas tus problemas cuando venga --Sebas tomó el teléfono y luego de informarme que tenía seis mensajes de voz, marcó un número--. Yo me considero valiente, pero no tanto como para aguantar tu furia cuando de veras eres salvaje.

Tenía que contarle a Jonathan que durante su ausencia había muerto mi madre, mi hermano lucía como un títere del diablo y que Sebas me había defendido de la maldita bruja que había engatuzado a Diego de alguna forma... Tal vez él también tendría algo que contarme, como por ejemlplo, que sacó un diez en algún examen.

Bien hecho. Ahora no sólo estaba triste y deprimida, sino que me sentía traicionada porque Diego no me había dicho nada acerca de la tal Amanda y además tenía la repentina urgencia de arrojarle una granada activa a alguien. Sí. Definitivamente era mejor que Sebas se alejara de mí por unas horas, por lo menos hasta que mi persona no representara un peligro potencial para su integridad física.



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Hola, criaturas del Señor.

Espero que les haya gustado el capítulo. Les quería decir que justo encima de la foto de Violeta (en la barra lateral) puse un link que dice "personajes" que es donde ustedes pueden leer una pequeña descripción de cada uno de los individuos que forman esta historia.

Las veo luego, niñas xD ¿Ven cómo prefiero perder mi tiempo que hacer tarea? Bah, la escuela puede esperar.


Betzabé.


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