lunes, noviembre 23

El peor día especial.

El techo rugoso, las estrellas que lucían amarillas porque la luz del Sol les arrebataba la fluorescencia. El cobertor sobre mí y un mechón de cabello rozandome el labio inferior. No era una sensación agradable, me daban cosquillas y al mismo tiempo me enfurecía. Alargué la mano derecha para apartar aquel montoncito de cabellos de mi rostro.

¿Cuánto tiempo había estado ahí? Tal vez quince minutos, tal vez media hora... no sabía exactamente y la verdad tampoco me interesaba.

--Vamos, Violeta...

No encontraba aquellos impulsos eléctricos que pasaban de neurona a neurona y que debían hacer que mi espalda se alzara y que mi pierna derecha se moviera hasta que mi pie tocara el piso. Gasté todas las calorías que había consumido el día anterior para poder hacer algo tan simple como levantarme de la cama. Estaba molida, estaba triste, deprimida, estaba...

Entré al baño y me miré al espejo. Violeta, eres un asco de persona, no deberían existir mujeres como tú en este mundo, porque eres repulsiva.

Sentía uno de esos agujeros de angustia-depresión-confusión entre el pecho y la barriga. Me sentía completamente miserable. Me sentía como hacía algunos meses, antes de que mi estúpido hermano y yo nos escapáramos de casa, antes de que Jonathan me embaucara y me hubiese convertido en su novia, antes de que Casandra decidiera retirarme la palabra y antes de que yo decidiera renunciar a Rodrigo... Rodrigo.

Me miré todo el rostro: el cabello oscuro, la tez pálida pero ligeramente bronceada por el día a día, los ojos grandes y alertas, a pesar de que acababa de despertar. Esos ojos que habían amanecido húmedos, rojos e hinchados los últimos días. Debajo de ellos había un par de sombras color púrpura. Justo ahora desearías que eso fueran moretones y no ojeras ¿verdad Violeta? Pero eso no eran moretones, porque aquellos se habían ido ya, igual que el resto de las heridas... físicas.

De nuevo contemplé los ojos hinchados, rojos, cansados... Hacía tanto tiempo que no lloraba en sueños... A todos nos ha pasado alguna vez. Tenemos un mal sueño y despertamos con lágrimas en los ojos y con la tristeza atorada en el cogote. Pero esto era diferente. Era como antes. Recordé un viejo pensamiento que había tenido unos meses atrás. Qué fácil sería romper el espejo, tomar un pequeño trozo y rebanar mis muñecas para contemplar cómo aquel líquido espeso y de color carmín corría por mi mano y goteaba hasta el suelo. En ese entonces yo me había resistido; Violeta era una chica fuerte, que no se dejaba vencer... sí, bueno, pues tal vez ahora quería dejarme vencer.

No sería justo seguir relatando esto sin antes recordar lo que había sucedido las últimas semanas.

Jonathan había dicho que saldría por unas copias, yo me quedé en el aula con Casandra y con Rodrigo, que se abrazaban y se hacín cariños como siempre, y a pesar de que Jonathan era todo lo que una chica podía pedir, yo no dejaba de imaginarme en el lugar de mi mejor amiga, ahí, entre los brazos de aquel chico de piel blanca y cabello ondulado.

Casandra quería comer chocolate. Casandra siempre quería comer chocolate. Por alguna razón, desconocida hasta ese momento para mí, Rodrigo no quiso ir, no quiso acompañar a su novia por un maldito chocolate... "Te espero, acá vamos a estar Violeta y yo". Había dicho. Ambos escuchamos la risita dorada de Casandra, quien tomó su cartera antes de salir del aula.

--Vaya loca ¿no? --había dicho yo, antes de echarme a reír.
--Es muy feliz. Es una chica maravillosa.

Y de nuevo. El dolor, la punzada, la sangre y la cicatriz: los celos. Bajé la mirada, deseando nunca haber abierto mi bocaza. Esta maldita trompa siempre me traía problemas, hasta conmigo misma.

Seguimos manipulando las cartulinas. Rodrigo pasó la tiza para rellenar un pequeño agujero blanco que había quedado en el dibujo y cuando lo hizo, su mano rozó la mía levemente... La piel de todo el brazo se me erizó. Él se dio cuenta y me preguntó si tenía frío, tal vez sólo quería que el momento fuera menos vergonzoso para mí, porque también notó que el otro brazo estaba como si nada.

--Yo... --susurré, mirando sus ojos como avellanas.

Fue como vómito verbal. Lo que yo había estado ocultando durante tanto tiempo, por una parte para no herir a mi amiga y por otra para no herirme a mí misma, cuando él dijera "gracias por participar, suerte para la próxima", y todo se derrumbara. Porque tener aquel secreto significaba albergar esperanzas, aunque yo misma lo negara; albergar la esperanza de que tal vez yo le gustara y de que tal vez no se atrevía a decírmelo por miedo a ser rechazado... Si le contaba mi secreto, todo se iba a ir para abajo. Yo lo sabía. Y aún así hablé.

--Me gustas --susurré, en una voz tan bajita que sólo yo podía escucharme.

Pensé por unos instantes que él no había escuchado nada. Creí que mi secreto seguía a salvo y comencé a delinear el dibujo con tiza negra, él puso su mano sobre la mía, evitando así que siguiera con mi trabajo y erizando de nuevo la piel de mi brazo.

--Violeta... Yo...

Quería que me devorara la Tierra. Le supliqué a Dios que enviara a algún ángel que tuviera el poder de llevarme volando hasta Japón. Esperé unos segundos, argumentandome a mí misma que Dios tardaba un poco en poner atención a las plegarias de una bocona profesional, pero el ángel nunca llegó y mi viaje a Japón tampoco.

--Casandra... es que ella...
--No --dije--. Fue una tontería. Lo que dije ni siquiera es cierto.
--¿No?
--No.

Rodrigo tomó mi barbilla con la mano que le quedaba libre y se acercó a mí lentamente. Yo había soñado por años con ese momento. Había deseado que él me besara, que dijera que no quería a Casandra y que yo era el amor de su vida, pero ahora que lo tenía frente a mí, ahora que sus labios estaban a dos centímetros de los míos y que podía sentir su aliento en mi boca... eché mi cabeza hacia atrás y liberé mi mano. Rodrigo me miró confundido, tomó mi rostro con ambas manos y lo acercó bruscamente al suyo, haciendo mi sueño más recurrente realidad. Pero yo ya no quería. Yo había renunciado a él hacía ya varios días y había aceptado a Jonathan como mío. Había aceptado ser de Jonathan y había decidido que la amistad de Casandra valía más que mi propia felicidad al lado de el chico que ahora intentaba desesperadamente que correspondiera su beso.

--Y... ¿Vio...? ¿Qué...? ¿Violeta...?

Mi mano se volvió palma y golpeó el rostro que tanto amaba. Y es que aquella voz, aquella confusión... era Casandra.

--¿Por... qué? --preguntó ella, que tenía una mueca que me partió en dos.

Estaba herida, sangraba por dentro. Podría jurar que había escuchado el crack de su corazón al hacerse pedazos. Y es que Casandra me veía como una hermana, como la hermana que ella no tenía y que había decidido adoptar en mí... su hermana la había traicionado. Y el dulce que ella había ido a comprar estaba deshecho en su mano derecha, que apretaba con todas sus fuerzas en un puño. Una lagrimilla salió de su ojo izquierdo y su rostro pasaba de la confusión al dolor y luego a la furia, a la decepción y al dolor de nuevo. Su hermana la había traicionado. Y lo peor es que su hermana se había jurado a sí misma jamás provocar que ella derramara una lágrima por su culpa. Y lo peor es que su hermana ni siquiera había sido la que había besado a su novio... pero ella ya no me veía como a una hermana ¿verdad que no?

--Yo... Casandra, yo no...
--¿Tú...? Tú eras mi amiga, Violeta, ¿lo eras? ¿Lo fuiste alguna vez?
--Casandra, si me dejaras explicarte... --intervino Rodrigo.
--No la defiendas --gritó ella--. ¡Es una maldita perra traidora! ¿Qué pasó con eso de "eres mi mejor amiga, Casandra"? ¿Sólo querías enredarte con él? No puedo creer que cayeras tan bajo.
--Casandra... --susurré. Ahora el crack había salido de mi pecho. Ahora yo tenía el corazón hecho pedacitos.
--No digas mi nombre, maldita zorra --exclamó--. ¡Te odio!

Ella tomó las cartulinas que habíamos terminado de dibujar y comenzó a romperlas. Gritaba insultos y se preguntaba cómo era que había podido confiar en mí, si tenía cara de que era una cualquiera. Casandra estaba como poseída y yo la entendía. Pero lo que no entendía era cómo ella y yo sangrábamos por dentro y Rodrigo seguía ahí parado, pidiendole que se calamara y ella no le decía nada, no lo insultaba, no le gritaba que la dejara en paz.

Jonathan llegó y se puso como un loco cuando vio que casandra pisoteaba la tiza y echaba a perder todo el material para nuestra exposición. La calificación dependía de "la creatividad expresada en el material de trabajo" y gracias a Casandra íbamos a reprobar. Gracias a Rodrigo. Gracias a mí.

--¿¡Estás loca!? --gritó Jonathan, que acababa de meter las copias en su mochila, tal vez temiendo que ella las deshiciera también.
--¿Loca? --Casandra dejó de destruir todo y habló en voz baja, clara y de frente a Jonathan--. ¿Cómo debería estar, si tu maldita novia estaba besando a Rodrigo? ¿Se supone que debería saltar de alegría o algo así?

Pero Jonathan había dejado de escucharla. Y me miraba con la misma expresión con la que minutos antes Casandra lo había hecho. Y mis rodillas comenzaron a temblar. No. No él.

Jonathan tomó su mochila, me dirigió una mirada fugaz y salió del aula. No él. No Jonathan. No Casandra. No.

Me quedé ahí, mirando el pizarrón blanco como si fuera una película muy entretenida. Rodrigo abrazó a Casandra y le pidió perdón ahí, enfrente de mí. Ella lo besó y salieron del salón. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo había perdido a dos de las tres personas que más necesitaba en este mundo? ¿Cómo no me había dado cuenta de que una de esas personas era Jonathan y no Rodrigo? Cerré los ojos y me eché a llorar en silencio. Me maldije y maldije a Rodrigo, porque todo esto era su culpa, más que mía. Porque no era justo que él saliera bien librado y porque no era justo que... bueno, de hecho todo era demasiado justo como para reprochar.

Había reprobado, obviamente. La profesora creyó que mi llanto se debía a alguna especie de chantaje de mi parte para justificar la ausencia de mis compañeros de equipo y del material para la exposición.

Ese día llegué a casa y me eché en la cama con todo y ropa. Me dormí enseguida, pero no tuve un sueño agradable. A partir de esa noche y hasta hoy, había soñado con el "admirador secreto" que me estrangulaba cada que cerraba los ojos y que decía: "estás sola, nadie vendrá por ti, todos te dejaron porque eres una estúpida y ahora eres mía, por fin". Y nadie venía, ni Diego. Nadie me salvaba y luego despertaba.

Había intentado hablar con Jonathan, pero no contestaba el teléfono. No lo veía en la escuela, salvo en las clases que llevábamos juntos y me ignoraba siempre. En ese tiempo mis padres hicieron una nueva aparición, lo que terminó por hacer papilla a Violeta. Diego no paraba de preguntar, no paraba de adivinar... pero yo lo golpeaba, lo alejaba y luego me encerraba. Yo volvía, poco a poco, a ser la Violeta de antes. Tonta, miserable... pero esta vez también era cobarde.

--Teléfono para ti--gritó Diego, desde la sala.

Ni siquiera había escuchado el teléfono. Salí del baño y lo tomé de mi buró. Era lo bueno de tener una sola línea en casa y una extensión para mi cuarto: no tenía que salir para contestar y sólo contestaba las llamadas que de verdad me interesaban.

--Violeta --dije.
--Feliz cumpleaños.

Era esa voz. Era su voz. Sonreí como estúpida y limpié la tonta lágrima que corría por mi mejilla. Era él. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que a pesar de que yo no era alguien cursi, chillona, moco flojo ni nada por el estilo... bueno, cuando una está sola se vuelve un poco demasiado sensible.

--Hoy cumples dieciocho, mi Violeta. Felicidades. Eres toda una mujer --se rió.
--Jonathan...
martes, noviembre 17

Regaño por la mañana.

--Nena... Violeta...
--¿Mmmmm? --gruñí, a medio despertar.
--Despierta, preciosa.
--¿Mmm?
--Es tarde... Violeta, despierta ya.
--No... --gruñí de nuevo y jalé el cobertor hasta taparme la cabeza.

Escuché una risa desenfadada y luego sentí cómo las sábanas y el cobertor se corrían hacia abajo. Eso me enfadó. odiaba que me despertaran y más odiaba que se burlaran mientras lo hacían.

--Vete al infierno --grazné.
--Bueno, si quieres que me vaya, me voy, pero ya levántate, porque es demasiado tarde.


Entonces recordé que no había razón alguna para que esa voz tan familiar estuviera tan extrañamente cerca de mí y justo cuando acababa de despertar. Abrí los ojos de golpe y me levanté de la cama en un sólo movimiento fugaz, pegando mi espalda completamente contra la puerta del armario. Comencé a respirar más y más rápido, hasta que recorde todo lo del día anterior.

--¿Y ahora? --preguntó.

A la luz del día, su cara lucía mucho más horrible que ayer. Estaba hinchado y parecía que había ganado unos kilos, las heridas en su rostro se notaban algo aterradoras, como si fuera un ex convicto o algo por el estilo. Su labio unferior estaba hecho puré y me pregunté por qué no se había quejado cuando lo había besado de aquella manera. Bueno... yo tampoco me había quejado la primera vez ¿o sí? Instintivamente me llevé la mano hacia el labio superior, justo donde la herida que ya había comenzado a sanar y que había formado una especie de costra negra con bordes rojos se encontraba.

Me acerqué un poco a él y rocé con mis dedos aquel bulto amoratado que se hallaba en el borde de su ojo izquierdo y que hacía que éste se cerrara un poco, haciendo parecer a aquellas esmeraldas gigantes, pequeñas e insignificantes aceitunas verdes.

--¿Duele mucho? --susurré.
--Buenos días --dijo, mientras ponía los ojos en blanco--. Creí que ibas a golpearme o algo así.
--¿Duele? --repetí.
--¿Te dolió al día siguiente de que tu papá te despachó?
--Mucho --de hecho, aún dolía.
--Pues yo no soy iron man, cariño.
--Perdón --dije en voz muy baja--. Si no fuera tan boca floja...
--¿Dónde estaría tu encanto? --sonrió.
--Pues gracias... ahora sé que mi peor defecto es mi única virtud.
--La boca floja y los labios --se acercó a mí y rozó suavemente sus labios con los míos--, y los ojos, y el cabello...
--Sí, claro, soy toda una reina de belleza.
--No... esas cabezas huecas son feas al lado tuyo.
--Oye, ¿cada que te despiertas te comportas así de idiota?
--Sí, yo creo que sí.
--Bueno, pues a partir de hoy duermes en el sofá.

Se echó a reír y luego se levantó. Corrió las cortinas y salió de la habitación. Mis tripas gruñeron audiblemente y fui tras él... necesitaba urgentemente comer algo, a pesar de que la noche anterior me había terminado la caja de cereal yo sola. Pasé junto al espejo de cuerpo completo que había en la enorme pared y me miré: me di vergüenza. Traía una camiseta azul hospital, unos shorts pequeños a cuadros, mi cabello era un nido de pájaros y las costras y moretones en mi cara daban pena cuando se miraban sin maquillaje. Quise arreglar un poco el desastre del cabello, pero me rendí cuando me arraqué cinco cabellos de un tirón... lo sentí hasta el alma.

Salí hacia la cocina, pero mi camino fue bloqueado por un cuerpo grande. Alcé la vista, deseando que no fuese quien yo creía que era, pero obviamente era quien yo creía que era. Sus cejas claras casi se juntaban y sus labios de un color casi morado estaban, por primera vez, formando una línea recta.

Cuando Diego y yo huímos de casa el día en que mi cobarde padre había decidido darme una buena tunda, su expresión había sido de enojo, sus labios se contraían y mostraban una pequeña parte de su dentadura, sus cejas se juntaban y su nariz estaba arrugada... pero hoy era diferente. Hoy su cara era más de enojo hacia mí que de odio hacia mis padres.

--Eh... Hola.

Él no se movió. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y me miraba directamente a los ojos. Sentí unas ganas desesperadas de echar a correr, de tirarme por una ventana antes de que comenzara a gritarme o de que me echara de la casa... pero sabía que me merecía un buen regaño y me quedé en mi lugar.

--Buenos días, Violeta --dijo, con voz inexpresiva.
--Mmm... voy a desayunar ¿quieres algo?
--No, gracias. Jonathan dijo que sabe cocinar y él va a preparar el desayuno.
--Ah...
--Y hablando de Jonathan...
--Uh...
--¿De verdad creíste que seguía dormido después de todo el escándalo que hiciste anoche?
--Maldición --susurré.
--Qué decepcionado me tienes, Violeta... más te vale que no haya sucedido nada en esa habitación.
--No, claro que no --aseguré, con voz de súplica--. Sólo tenía miedo y...
--¿Miedo?

Su rostro se contrajo levemente, pero pronto regresó a aquella inexpresión.

--Ah... soñé de nuevo con... bueno... tú sabes con quién.
--Por Dios...
--Y tú nunca quieres dormir conmigo, además Jonathan siempre dormía en mi habitación antes de que nos mudáramos aquí, cuando él dormía en nuestra casa... no pensé que tuviera nada de malo.
--Bueno, tienes razón... creo que me puse un poco loco.
--Sí, lo hiciste.
--Pero ahora soy quien manda aquí, Violeta. Faltan menos de dos meses para tu cumpleaños y no quiero que lo pases en alguna calle, sin ropa ni cobijas ¿está bien?
--Ja, ¿me vas a correr de la casa?
--Esto no tuvo tanta importancia, Vio, pero si tú estás pensando que puedes portarte como quieras sólo porque ya no tenemos padres, quiero informarte que estás muy equivocada.
--Sí... lo siento.
--Ahora, dame un abrazo, bésame y anda a desayunar.
--¿Eh?
--Vamos...

Sí. Era algo raro que a mi hermano le diera por besarme y abrazarme, aún más cuando todavía no me bañaba, ya que él era algo especial en ese sentido, pero me acerqué, estiré el cuello y me alcé de puntitas hasta tocar su mejilla con los labios y rodear su cuello con los brazos.

--Bien, ahora largo de aquí. Apestas a cama y no quiero que te me acerques.
--Claro --dije, más para mí misma que para él.
--Que no se repita, Violeta --dijo, al tiempo que abría la puerta del baño--. Jonathan puede dormir contigo, pero si me entero de que están haciendo... bueno, digamos que no te va a ir muy bien, y a él le voy a ayudar a completar su colección de moretones.

Caminé hacia la cocina. Tomé la caja de cereal y me serví una buena cantidad en uno de los platos grandes. Vertí leche y espolvoreé azúcar antes de comenzar a comer. Vaya desayuno. Me senté sobre la barra, dejando que mis piernas colgaran y se balancearan mientras engullía cucharada tras cucharada.

--Estoy haciendo hot cakes ¿quieres?
--Noup.
--¿Sólo vas a comer cereal?
--Tiene leche y azúcar, además ¿a ti qué diablos te importa?
--Guau --Jonathan se paró frente a mí con el bowl en las manos; batía gustosamente la mezcla para el desayuno--. Creo que alguien está de mal humor hoy.
--¿Por qué nunca me habías dicho que sabías cocinar?
--Porque nunca me lo preguntaste.
--¿Y por qué, maldita sea, no te has puesto maquillaje en esos horribles moretones? Pareces una versión más estúpida de Frankenstein.
--Tu comentario me ofende, cariño... el monstruo de Frankenstein no tenía mucha masa en la azotea y si yo soy una versión más estúpida...
--Pues sí lo eres. Y maquíllate de una maldita vez, porque te vez horrible.
--No.
--¿Eh?
--Así todos podrán ver que me hirieron mientras defendía a mi chica. ¿No soy el mejor novio que alguien podría tener?

Lo miré a los ojos durante tres segundos. Tenía en la cara una sonrisa pícara y un poco de harina en la barbilla. No pude evitar sonreír. Bueno, estaba de malas por alguna razón que ni yo conocía, pero Jonathan era tan estúpidamente bueno para reprochar, que me hizo reír.

--Deja de hacer tanto ruido --dije.
--¿Con?
--Esa maldita cosa para batir.
--Se llama globo, Violeta... y eso que la única mujer en esta casa eres tú.
--Dame eso --le quité el bowl de las manos y lo puse en la barra, junto a mí. Hice lo mismo con mi plato de cereal, que salpicó un poco de leche al chocar con el bowl.
--Ay...

Enrosqué su cintura con mis piernas y lo atraje hacia mí. Su rostro estaba a escasos cinco centímetros del mío y yo sonreía. Mi cabello rozaba su mejilla derecha y podía sentir su aliento en la mía.

--Dije que dejaras de hacer tanto maldito ruido.

Su boca se acercó poco a poco a la mía y entonces los dos nos separamos como si hubiésemos recibido una descarga eléctrica por parte del otro.

--¡Violeta! --gritó Diego-- ¿Te descuido dos minutos y ya estás besuquéandote con el cara de Quasimodo?
--Bueno, ¿qué tú no ibas a bañarte? --pregunté.
--No hay toallas... y ya me imagino qué habrían hecho si yo no hubiese llegado...
--Sólo iba a besarlo --dije.
--¡Pues no lo beses! Al menos no en mi presencia.
--¿¡Y yo cómo diablos iba a saber que tu estúpida toalla no estaba en su lugar!?



Continuamos peleando durante un buen rato. Incluso Jonathan terminó de preparar el desayuno, cuando Diego y yo todavía no arreglábamos nuestros asuntos.

Y así pasó aquella semana de suspensión. Y con menos peleas y ya sin Jonathan en la casa, transcurrieron los siguientes meses. Pero papá y mamá no desaparecieron de nuestras vidas durante ese tiempo... desafortunadamente no.

La autora

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Violeta

Jonathan

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