miércoles, octubre 28

Pesadilla.

Era sábado, al fin sábado... y estaba castigada.

Jonathan había llamado a su dulce madre para avisarle que iba a quedarse en mi casa y la señora le había hecho un drama porque no había tenido la dignidad de ir a besar la mejilla de su madre antes de ir a dormir a casa de una extraña. La madre de Jonathan era una dulzura de mujer, pero era de esas personas a las que el Alzheimer les llega temprano. Ella olvidaba todos los días cómo se llamaba, olvidaba por qué había un hombre en su cama todas las mañanas y olvidaba que me conocía desde hacía ya cuatro años... Sí, yo también me sentiría traicionada si mi hijo se fuera a casa de una extraña y no viniera primero a besarme la mejilla.

Diego había insistido en que Jonathan durmira con él en su habitación, o que se quedara en el sofá, aunque luego de meditarlo un poco decidió que si lo dejaba en la sala podría escurrirse hasta mi cuarto a media noche. Debo admitir que me dio un poco de risa ver que mi hermano, ese que llevaba una chica diferente cada día de la semana y que me consideraba una verdadera monja, se pusiera celoso porque Jonathan había decidido quedarse a dormir en casa... me daba risa que Diego pensara que yo podría hacer algo de lo que luego me arrepentiría.

El motivo por el cual Jonathan se había quedado en casa no era que quisiera pasar más tiempo con su nueva novia ni mucho menos, él solía dormir en casa cuando no tenía ganas de explicarle de nuevo a su madre que si él se le hacía conocido era porque ella era su madre y que el hombre a quien había golpeado en la mañana por haberlo encontrado en su cama, era su esposo. Pero esta vez, Jonathan había decidido invadir mi espacio porque no quería preocupar a la mujer... digamos que su rostro se veía casi tan mallugado como el mío y eso, una vez que la señora recordara que el chico blanco, de rizos oscuros y ojos verdes que tenía enfrente era su hijo, no le agradaría mucho a la pobre mujer.

Mi rostro iba mal. Siempre había sido mala con las heridas, porque mi piel era demasiado delicada y mi circulación pésima. Estaba comenzando a resignarme: esos moretones tal vez se irían algún día, pero la costra oscura en mi labio, la de la clavícula y la del pómulo sí que dejarían marcas horribles de las que, con suerte, me desharía en unos cinco o seis años.

Diego comenzó a discutir con Jonathan y como éste último solía moverse mucho cuando estaba argumentando a su favor, a mí me costaba trabajo mantener la compresa pegada a su rostro sin lastimarlo de vez en vez.

--¡Ay! --decía él-- ¡Ten más cuidado con eso ¿quieres?!
--Pues deja de moverte tanto --contestaba yo.

La petición surtía efecto durante medio minuto y luego yo comenzaba de nuevo a seguir su cara con el hielo.

La discusión terminó así: Esta era la casa de Diego y se hacía lo que él decía, así que Jonathan dormiría en el suelo de su habitación. Jonathan aceptó porque mi hermano le había dado permiso de quedarse por lo menos hasta que se le quitaran las marcas.

Ya era de noche cuando Diego seguía sermoneándome. Mis oídos se habían cerrado hacía ya muchos minutos y Jonathan trataba de defenderme en vano, ya que mi hermano lo callaba diciendo que esa era una conversación familiar y que tenía prohibido abrir la boca, dijera lo que dijese. Después de media hora más de suplicio, cuando Diego se dio cuenta de que yo comenzaba a quedarme dormida en la mesa y de que ya me había servido tres porciones de cereal por puro aburrimiento, decidió que era hora de enviarme a la cama. Él iba a llamar a la chica que tenía agendada para ese día y decirle que su "cita" quedaba suspendida hasta nuevo aviso, porque "su hermanita" había traído a su novio a casa y no podía dejarlos solos. Pff.

Soñé algo horrible. Estaba en aquel pasillo blanco con piso de madera en la casa en que habíamos vivido mi familia y yo hacía tantos años. Puse mi mano en alguna parte de la fuente que se encontraba al final del pasillo y tomé las llaves, a Diego le molestaba en sobremanera que dejara las llaves ahí, porque cuando encendían la fuente éstas contaminaban toda el agua y quedaba inservible. Salí de casa y caminé hasta el lugar de la cita: el Bailey's club. El chico me había dicho que iría con una camiseta roja a cuadros, tenis del mismo color y jeans; gracias a esto fue tan fácil de reconocer. Era muy alto y fuerte, moreno y su cabello a rape. En cuanto me vio caminó hacia mí y comencé a sentirme angustiada, aunque no sabía la razón. El chico sonrió y al estar lo suficientemente cerca me tomó bruscamente por el brazo.

--Esperé mucho para que llegara este día --dijo y yo lo tomé como un cumplido.

Él me llevó a una especie de callejón ubicado junto al club y me arrojó al suelo. Me asusté tanto que las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Qué ridiculez. Mi cuerpo estaba temblando demasiado, porque este hombre a quien no le había dirigido ni una sola palabra en toda mi vida (excepto cartas... muchas cartas) estaba levantándome en el aire y me miraba como una fiera. Logré zafarme y me levanté lo más rápido que pude cuando caí al suelo, eché a correr y comencé a gritar en busca de ayuda, pero él me alcanzó demasiado rápido y me arrojó contra una pared. Enroscó sus dedos alrededor de mi cuello... era tan horrible... me dolía, me faltaba el aire, me temblaba el cuerpo y él... él sólo sonreía y repetía que había esperado ese momento durante mucho tiempo. Lo vi todo negro y luego escuché la voz más familiar en el mundo: Diego había venido por mí.

Desperté y reprimí un grito. No podía ser. ¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando había decidido dejar el pasado en el pasado y continuar con mi vida? Mi respiración estaba agitada, mi frente perlada de sudor frío y mis extremidades temblaban de tal manera que parecían convulsiones. Traté de relajar mi pulso y de tranquilizarme. Me recosté de nuevo y comencé a pensar en otra cosa para que la ansiedad se fuera y fue entonces cuando me arrepentí por no haber pensado mejor en un lindo campo de flores con mariposas y una niña rubia saltando por ahí.

Una vez despierta no podía dormir de nuevo porque la cara enfurecida de Oliver Carter no se iba de mi cabeza y tampoco la mueca de confusión de Casandra cuando su novio me defendió de aquel monstruo... Además de que ahora tenía miedo de cerrar los ojos y sentir sus manos en el cuello de nuevo. Me levanté de la cama y fui a la habitación de mi hermano.

Sé que está mal lo que hice. Ahora que ha pasado tanto tiempo sé también que fue algo atrevido de mi parte y que tal vez no debí haberlo hecho, por las consecuencias que aquello traería a largo plazo, a pesar de haber sido una acción común e inofensiva aparentemente.

Abrí la puerta con mucha cautela, a pesar de que Diego tenía el sueño tan pesado que no despertaría aunque le cayera un piano encima como en las caricaturas. Mi hermano estaba atravesado en la cama, las cobijas habían caído por un lado y estaban justo sobre Jonathan, que yacía medio muerto sobre una colchoneta tan pequeña que cada una de sus extremidades salía de ella. Caminé hasta el bulto en el suelo y lo moví con la mano derecha.

--Oye --susurré--, despiértate.

Jonathan gruñó un poco antes de sentarse bruscamente y en un solo movimiento que me tomó desprevenida, así que di un salto hacia atrás y me estrellé contra la puerta del armario. Jonathan abrió sus enormes ojos verdes y en cuanto comprendió que era yo quien lo había despertado y no mi hermano con un rifle o algún ladrón de chicos dormilones, se levantó y me ayudo a hacer lo propio.

--¿Qué haces aquí? --susurró.

Tomé su mano y lo llevé fuera de la habitación mientras me cercioraba de que Diego no se hubiese despertado, porque entonces sí que estaría en problemas. Cerré la puerta cuando ambos salimos y miré a Jonathan.

--Es que soñé algo no muy agradable...
--Oye, eso...
--Soñé con él otra vez.

Jonathan me miró durante unos segundos, tal vez para asegurarse de que no estaba mintiendo, y luego me envolvió en un abrazo, colocando mi cabeza en su pecho y sobre ella su barbilla.

--Quiero que vengas a dormir conmigo --dije, con cuidado--. Diego está paranoico... antes dormías en la misma habitación que yo cuando te quedabas en mi casa y nadie ponía peros.

Él se mantuvo en silencio, así que hablé de nuevo.

--No quiero cerrar los ojos otra vez... tengo miedo.
--Pero, Violeta, eso no es excusa... si yo no estuviera aquí...
--Pero estás.
--¿Y qué si no estuviera? ¿Y qué si justo ahora fuéramos sólo amigos? ¿Habrías venido por mí?

Eso me ofendió.

--Sabes que sí --lo miré a los ojos, sin deshacer su abrazo y él sonrió.
--Tienes razón... es que todavía no me trago que pueda hacer esto cada vez que se me antoje --dijo, y luego se agachó un poco para tocar mis labios con los suyos. Después se irguió de nuevo y sonrió--. Siento que todo lo que haces lo haces simple y sencillamente para mantenerme feliz.
--Oye, soy más egoísta que eso --aseguré--. Si quisiera mantenerte feliz te habría dejado dormir ahí y no te pediría que vinieras conmigo ¿verdad?
--Sí, eres una mezquina.

Ruin, falto de nobleza y miserable eran los significados de esa palabra. Fruncí el ceño y él sonrió antes de besar ese lugar donde mis cejas casi se juntaban.

--Vamos --dijo.

Me eché en la cama y Jonathan se sentó en la mesedora junto a la ventana. Lo miré intencionadamente y él se echó a reír.

--No querrás que duerma contigo, ¿o sí?
--Claro que no --mentí y me metí debajo de las sábanas y del edredón--. Buenas noches.

Me tapé hasta la cabeza como solía hacerlo y me concentré en dormir. Estaba al borde de la inconsciencia cuando escuché un bufido y unos segundos más tarde sentí que las sábanas se levantaban. Me puse un poco más alerta, aunque el sueño estaba haciendo de las suyas conmigo, y noté que él trataba de meterse en mi cama sin despertarme, pero alcé la cabeza y eso le sirvió para saber que había fallado en su cometido.

--¿Qué haces? --grazné.
--Hazte para allá --dijo.

Me recorrí un poco hacia la izquierda y él se metió en el espacio sobrante.

--No quería despertarte --susurró.
--Eres un maldito abusador --dije, aún con voz demasiado baja y soñolienta--, querías meterte en mi cama sin mi conocimiento a la mitad de la noche.
--Oye...
--Ya cállate y abrázame --interrumpí.

Jonathan se rió de nuevo, tal vez porque yo sonaba demasiado anti-yo. Tal vez me escuchaba como si estuviera drogada o algo así, pero a fin de cuentas metió su brazo debajo de mi cabeza y enroscó el otro en mi cintura. Yo giré para quedar frente a él y abracé su cintura con el brazo izquierdo, dejando que el derecho reposara en su pecho, junto a mi cabeza, que ya había invadido ese lugar también.

--Buenas noches --susurré y estiré mi cuello cual tortuga para llegar a su boca. Tal vez sí tenía demasiado sueño, porque no era algo que haría en mis cinco sentidos.

Lo besé de la misma manera que lo había besado la primera vez, con más emoción de la necesaria probablemente, pero no me importó, porque él era mío. Regresé a mi posición original, con la cabeza sobre su pecho, y él comenzó a juguetear con mi cabello.

--Buenas noches --dijo en voz baja.







Era sábado y había despertado con Jonathan a mi lado. Era sábado y lo primero que había hecho era besar a ese dormilón que estaba ocupando más de la mitad de mi cama... Sí, al parecer el castigo iba a ser muy llevadero con él aquí.
sábado, octubre 24

En problemas

--En serio, es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
--¿Quieres que me vaya? --pregunté-- Porque si sigues así de fastidioso es lo que voy a hacer.
--Tranquila... no me amenaces.
--Ay, Jonathan, cierra ese maldito pico.

Caminábamos tomados de la mano. Qué sensación más extraña, caminar con mi mejor amigo en plan de pareja, y lo más raro de todo es que resultaba agradable.

Jonathan se había pasado la última media hora hablando de lo bien que le había caído el beso de ayer, de lo mucho que le gustaba desde hace tiempo, de por qué le gustaba... me estaba desesperando, pero sentía algo en la barriga al escuchar esas palabras.

--Oye, ¿y la información que se suponía me tendrías?
--Ah, deveras... lo olvidé.
--Bah, no importa. Yo soy más eficiente que tú en esto, cariño y ¿qué crees que hallé?
--¿Mmm?
--¿Recuerdas al tipo jorobado que cuidaba la oficina de químicos y que renunció luego del desastre?
--Sí.

Claro que lo recordaba. Ese tipo era tan horrible que nunca podría olvidar su cara. No era tanto la joroba, era más bien su cara. Tenía el cabello corto a lo militar, sus ojos siempre miraban con odio o algo así, y su boca estaba retorcida siempre.

--Adivina qué.
--No estoy para adivinanzas.
--¿No adivinas, deveras? --su cara de desilusión me hizo reír un poco-- ¿Por qué crees que renunció luego del incidente?
--Ay, Jonathan, él era un imposibilitado ¿sabes? Esa clase de personas no pueden hacer muchos desmanes en tan poco tiempo.
--Yo lo busqué.
--¡Que hiciste ¿qué?!

Me sorprendió que me preocupara tanto. Antes, cuando Jonathan estaba a dos segundos de arrojarse al vacío para encontrar algo que lo tenía obsesionado, no me importaba. Dejaba que lo hiciera y aunque pensara que estaba loco no me preocupaba tanto por él, porque era demasiado bueno en lo que hacía.

Jonathan sonrió ante mi reacción y me besó la frente. Bah, unas horas de ser novios y ya me trataba como niña pequeña.

--Estuve investigando un poco, quería saber quién era el tipo que te mandaba las cartas, pero luego me desvié un poquitín...
--¿Un poquitín? No creo que haya sido un poquitín.
--Bueno, la verdad es que encontré muy rápido a tu admirador secreto y me aburrí porque no tenía nada que hacer, así que mejor me puse a investigar este otro asunto.
--¿Las-car-tas?
--Ah sí... creo que no debí decir eso ¿verdad?
--Jonathan, ¿no has aprendido nada de mi apestosa vida? ¿No has entendido que los admiradores secretos pueden estrangular gente?
--Ay, pero esas cosas sólo te pasan a ti.
--Eres un tarado --meneé la cabeza como símbolo de desaprobación.

Seguimos platicando acerca del asunto. Gracias a mis problemas habíamos descuidado todo lo demás (las cartas y el robo) y ya era hora de regresar a la normalidad.

Jonathan había ido a mi casa esta mañana y Diego se había reído de mí. Típico.

Pero ¿qué me esperaba? Si cuando abrí la puerta, sabiendo que quien estaba detrás de ella era Jonathan, con su maquillaje y mano mágica, él me tomó por la cintura y me besó como si fuera lo único que quería hacer. Por su puesto que Diego estaba detrás y no tardó en soltar una carcajada tan estruendosa que cualquiera de los vecinos pudo haberla oído. Y también se había reído cuando, al terminar de maquillarme, Jonathan me besó de nuevo. ¿Acaso Diego se iba a reír cada vez que Jonathan me besara? ¿O acaso se reía por la cara de sorpresa que yo hacía cuando sus labios tocaban los míos? Pues sea lo que fuere, se le iba a tener que pasar, porque en unos días ya no me sorprendería que Jonathan me besara, y eso iba a terminar con la alegría espontánea de Diego.

Llegamos a mi salón y me quedé afuera, con él, mientras llegaba la profesora. Estábamos platicando acerca de lo poco que había tardado él en encontrar al chico de la fuente y yo trataba de convencerlo de que no me lo dijera... Entonces, apareció Oliver Carter, que iba en esa clase conmigo, y al ver a Jonathan se paró detrás de él y le golpeó la cabeza.

Jonathan no dijo nada. Simplemente lo ignoró. Yo nunca había visto a Carter golpeando a Jonathan, pero ahora que lo había presenciado me había puesto furiosa. Fuera mi novio o mi amigo, yo quería mucho a aquel chico que estaba parado frente a mí, así que di un paso al frente y encaré a Carter.

--¿Eres idiota, Carter? --pregunté.
--¡Oh, es la chica histérica! --gritó-- ¡Bruno, ven a ver esto! ¡La loca está reclamándome otra vez!
--Ay, vamos, ¿en serio necesitas llevar a Bruno a todos lados?

Jonathan estaba parado detrás de mí, puso su mano en mi cintura pero permaneció atrás.

--No lo necesito --contestó él--. Es mi amigo, niña, y tiene derecho a burlarse de ti si eso es lo que quiere.
--¿Ah sí? Pues yo tengo derecho a patearte el trasero si eso es lo que quiero.
--¡Por dios! ¿Me estás amenazando?

Jonathan se adelantó dos pasos y quedó junto a mí. Carter miró la mano que se aferraba a mi cintura y se echó a reír. Crucé los brazos para no golpearlo en ese mismo instante... aún no. Quería darle un poco de batalla psicológica antes de tirarle un diente.

--¡Chicos! --gritó-- ¿Han visto las buenas nuevas?
--Cierra el pico, Oliver --exigí.
--Eres más pequeña que yo por varios centímetros y mucho músculo, Violeta. ¿Qué pretendes hacer?
--Tú eres un estúpido, Oliver Carter. Si tan sólo tuvieras un poco de músculo también en el cerebro, te habrías dado cuenta hace mucho tiempo.
--Oye, ¿me dices todo esto para defender a tu ami... noviecito?
--Sí. Lo digo para defender a mi novio y para ponerte en tu lugar.
--Uy, me tienes aterrorizado --se echó a reír de nuevo y decidí que no quería una batalla psicológica... lo que quería era partirle la nariz.

Descrucé los brazos y cerré las manos en puños. Jonathan pareció percibir este movimiento, porque puso su mano derecha sobre la mía y afianzó la izquierda en la cintura. No estaba de humor para heroísmo de su parte. Zafé mi mano derecha y la utilicé para estrellarla contra la cara de Carter. Toda mi fuerza y coraje iban en ese golpe, y no sólo me estaba desquitando por todo lo que le había hecho a Jonathan los últimos años; también estaba desquitando con él mis problemas. Ese golpe llevaba los golpes de mi padre, el llanto de mi madre, los moretones de mi cuerpo, la impotencia, la desilución porque Rodrigo no era mío y nunca lo sería...

Mi puño se estrelló contra la nariz de Carter y sentí un crujido que también fue audible. Él tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo alzó su mano derecha, la cerró en un puño y la impulsó con todas sus fuerzas en mi dirección.

--Maldita loca, hija de perra --susurró.

Me preparé para recibir el golpe, pero las manos que rodeaban mi cintura me apartaron de mi lugar y la mano de Carter chocó con el aire, desequilibrándolo un poco.

--¿Eres capaz de golpear a una chica, Oliver? --pregunté-- Eres una maldita gallina estúpida.

Jonathan me tomó de la mano y me jaló en dirección al aula, pero zafé el brazo de nuevo y volví a estrellarlo contra la cara de Carter. Él maldijo, ambos maldijeron: Jonathan porque lo estaba ignorando y Carter por la sangre que ahora manaba también de su labio inferior.

Jonathan dijo algo en voz baja y se adelantó unos pasos, hasta dejarme detrás de él. Eso lo colocaba a escasos diez centímetros de Carter. Los alumnos comenzaron a reunirse alrededor, Bruno se paró junto a su amigo en cuanto comprendió lo que sucedía y alzó los puños frente a su rostro, listo para atacar.

--¿Necesitas que te defiendan, Carter? --grité.
--Sólo cierra la maldita boca, Violeta --dijo Jonathan, que también estaba adquiriendo esa posición tan familiar.
--Encárgate del idiota --ordeno Carter, que trataba de hacer que la sangre no brotara más--. Yo voy por la chica.

Ahora sí que me dio pánico. Esto ya se había salido de control.

Bruno comenzó a golpear a Jonathan y éste trataba inútilmente de defenderse, aunque le propinó unos buenos golpes al amigo de Carter. Una vez que Bruno apartó a Jonathan del camino, Carter se adelantó y me tomó por los hombros. Lo pateé y lo rasguñé, pero no logré que me soltara. Me empujó y caí al suelo. Genial.

--¡Violeta! --escuché aquella voz tan familiar.

Casandra estaba ahí. Jonathan estaba peleando con Bruno. Carter estaba a medio segundo de deshacerme la cara. Rodrigo... ¿dónde estaba Rodrigo?

De nuevo no sentí el golpe que esperaba. Carter gruñó y maldijo otra vez, Casandra vino hacia mí y me ayudó a levantarme. Entonces pude verlo todo bien.

El círculo de personas que se había formado a nuestro alrededor se abría cada vez más, ya que Buno y Jonathan lanzaban golpes al azar y uno podría golpear a los metiches. Casandra me jaló unos pasos hacia atrás y al girar el rostro en busca de Carter, me di cuenta de que alguien ya se estaba ocupando de él.

Rodrigo había tirado a Oliver al suelo. Lo tenía inmóvi y le hacía prometer que cuando lo soltara no se iba a avalanzar contra mí de nuevo, mientras le decía que era un cobarde por haber intentado golpear a una chica.

--¿Qué está pasando aquí? --gritó alguien.

El profesor del salón de junto había escuchado o visto todo el alboroto y había venido a poner el orden. Logró separar a Bruno y a Jonathan, luego colaboró para que Carter no viniera a asesinarme cuando Rodrigo lo soltó y por último, mandó a todos los espectadores de vuelta a sus grupos.

Rodrigo vino hacia nosotras y tomó a Casandra de la mano, antes de acariciar mi mejilla con su pulgar. Jonathan se quedó parado donde estaba durante unos segundos y después vino conmigo. Lo miré y me arrepentí de tener una boca tan floja: Su ceja estaba abierta, su nariz sangraba, al igual que la mandíbula en el lado derecho, a unos centímetros del oído. Al ver mi rostro, intentó limpiarse la sangre, aunque sólo consiguió que se embarrara más y que su camiseta se ensuciara de aquel líquido rojo.








--¿Qué pasó? --preguntó Diego al vernos entrar, o más bien al percatarse del desastre que era Jonathan
--Mmm... creo que mi boca me jugó una mala pasada otra vez.
--¿Por qué lo golpeaste? --gritó mi hermano.
--Yo no fui, fue ese bruto de Bruno.
--¿Y ahora por qué?

Conduje a Jonathan a la cocina, saqué hielo y lo envolví con un trapo limpio. Comencé a limpiarle el rostro con agua antes de colocar la compresa para que no se le hinchara el rostro.

--Digamos que... vas a tener que ir a la escuela mañana. Estoy suspendida toda la semana siguiente.
-¿Por qué? --gritó él. Ahora también estaba furioso.
--Mmm... es que me acusan de haber iniciado una pelea... y de haberle fracturado la nariz a Carter.
--Y de haber hecho que me patearan el trasero --añadió Jonathan.
--Y de eso también --me agaché y le besé la mejilla--. Lo siento.
--Ya qué. Ahora tendrás qu aguantarme toda una semana.
--Espera... --dijo Deigo-- ¿También a ti te suspendieron?
--Y a Carter, y a Bruno y también a Rodrigo... nos acusan de violentos --contesté.
--La única que se salvó fue Casandra --dijo Jonathan.


Le contamos a Diego todo lo que había sucedido en un lapso de tiempo tan corto y él se enfureció conmigo. Dijo que era una histérica irresponsable y que estaba castigada. Genial, ahora no tenía padres pero sí un hermano con complejo de adulto responsable.

Mi castigo consistía en no salir el fin de semana y mientras estuviera suspendida. Arg.

Pero Jonathan había amenazado con quedarse en mi casa toda la semana siguiente y eso me ponía de mejor humor.

Yo y mi gran bocota... otra vez.
domingo, octubre 11

Engañada.

Esto no estaba resultando como yo quería. Sentir a Jonathan como no lo había sentido antes me traía conflictos internos, ya que una parte de mi cerebro decía "anda, disfrútalo, después de todo Rodrigo nunca será tuyo", mientras que la otra gritaba "¿qué diablos haces? ¡retíralo inmediatamente! ¡Tú te debes a Rodrigo! ¡Lo amas!". Y cuando estuve a punto de hacerle caso a la parte más cuerda de mi cabeza, que me decía que no fuera estúpida y que Jonathan era algo menos que un hermano para mí, él me tomó por la nuca y no me permitió hacer movimiento alguno.

Ya qué.




Esa noche no pude dormir bien. Si todo seguía como hasta ahora iba a necesitar un sedante o drogas para conciliar el sueño. Sólo pensaba en la reacción de Jonathan cuando le dije que eso no había estado bien y que olvidaramos lo sucedido. Al llegar a casa estaba tan confundida que hasta Diego -el amo de la ignorancia- notó mi precario estado de ánimo. Recordé la conversación mientras daba vueltas entre las sábanas:

--¿Y ahora? --había preguntado él.
--Mamá fue a la escuela, deberías llamarla para dejarle claro que la odias... que la odiamos.
--¿Y por eso traes esa cara? --preguntó, incrédulo--. Menuda pelea debió haber sido aquella.
--Sólo gritamos un poco y luego ella hizo lo que mejor sabe...
--¿Llorar?
--Ajá.
--¿Estás segura de que no quieres regresar a casa? Porque te noto algo extraña.
--Esta es mi casa, Diego, pero si tú quieres regresar a ese infierno, adelante, hazlo.
--¿Infierno? ¿Llamas infierno a tu antiguo hogar?
--Oye, estoy de acuerdo con eso de que sólo me golpeó una vez y también con que me ocultaron el maltrato hacia ti, pero ¿no crees que era suficiente infierno verlos pelear por todo? Mi mamá no pudo creer que los moretones aún no se quiten... se puso medio histérica cuando le dije que el resto de mi cuerpo estaba peor.
--No son moretones mágicos... sólo han pasado unos días y...
--No importa, sólo cambia de tema y ya.
--Está bien... ¿qué mejor tema que hablar de lo que te tiene así? --de pronto quise regresar a la conversación anterior.

Sí. Acepto que Diego y yo no éramos los hermanos más unidos del mundo, pero él y Jonathan eran lo único que me quedaba ahora que me habían desheredado mis padres, y ciertamente prefería hablar del tema con él que con Casandra, que no vería del todo bien el hecho de que yo no podía estar con Jonathan porque amaba a su novio.

--Jonathan...
--¿Te peleaste con él? --se adelantó-- No inventes... sí que tienes mala pata. Ahora te peleas con el único chico que te quiere.
--No eres gracioso --aseguré--. Y no, no peleé con él... más bien...

Está bien, ésto era más difícil de lo que yo habría imaginado.

--Es que... nos... ¿cómo se dice? --tomé aire y...--. Él me besó.

Tardé más en decir esas tres palabras, que él en soltar tremenda carcajada que me hizo pegar un brinco. Claro... era mucha belleza que a Diego le interesara mi estado de ánimo.

--¿Te besó? --preguntó, entre risas--. ¿Enserio te besó?
--Buenas noches --Tomé mi mochila y caminé hacia mi habitación.
--Oye, oye... ¡espera! --dijo él y yo retrocedí-- Es sólo que ya me imaginaba que tanta amabilidad de parte de ese chico no era simple amistad...
--Pues para mí no era tan obvio.
--Es que tú eres ciega --aseguró--. Y también le gustas a ese chico... Rodrigo. Y ya sé que a ti también te gusta... lástima que esa Casandra sea tan entrometida.
--¿Eh? ¿Yo le gusto a...?
--Bueno --interrumpió-- me ibas a contar qué pasó después. Anda hermanita, que no te de pena.
--No sé qué diablos pasó.
--Explícate.
--Pues no sé... es que quería besarlo, tal vez era curiosidad, o tal vez quería pensar que era Rodrigo y... pero él es mi mejor amigo ¿sí? ¿Qué se supone que voy a hacer de ahora en adelante? Si hubieras visto la cara que puso cuando le dije que olvidara lo que había pasado...
--Espera... ¿que le dijiste qué?
--Que lo ovidara, yo...
--Esas cosas no se olvidan así como así, Violeta, no puedes pedirle a un chico que olvide el beso que le dió a la mujer que ama.
--Él no me ama.
--Pero le gustas, y ¿sabes? La mitad de las chicas a quienes beso no me gustan, es más, ni siquiera conozco el nombre de las dos terceras partes de ellas, pero cuando una me gusta enserio no puedo olvidar su nombre, ni su cara, ni lo que sentí cuando la besé. ¿Me entiendes?

No pude decir nada ante eso. Simplemente no pude, por una parte mi hermano era lo suficientemente idiota como para aceptar que podría besar a una escoba con falda, pero también era lo suficientemente valiente para decirme que había chicas que le gustaban enserio, y lo más importante en ese sermón fue que él entendía todo desde el punto de vista de Jonathan y no desde el mío, lo cual me ayudaba y me confundía a la vez.



Me senté en el borde de la cama, encendí la luz y luego me acosté de nuevo. Miraba el techo lleno de estrellas fluorescentes que mi hermano había colocado con esmero para que pareciera una especie de galaxia personal, y aunque eso era de niños, lo adoraba. Apagué la lámpara y me tiré de panza, esperando conciliar el sueño esta vez, aunque me rendí a los veinte minutos.

Brrrr, brrrrr.

Reconocía ese sonido. Era mi celular vibrando en alguna parte de la habitación. Pero no quería contestar, no, así que dejé que vibrara todo lo que quisiera hasta que dejó de hacerlo. Me levanté de la cama y fui a sentarme junto al alféizar de la ventana, donde Diego había colocado una linda mesedora. Prefería mirar las estrellas reales que las de mi techo, pero la espesa nube de smog tan característica de la ciudad me impidió hacerlo.

Brrrr, brrrrrr.

De nuevo aquel maldito aparato. Me levanté y fui hacia el buró donde tenía el celular, al ver el número sentí una especie de acidez que viajó desde mi estómago hasta mis rodillas y luego subió de pronto hasta mi garganta.

El aparato vibraba insistentemente en mi mano mientras yo me decidía a contestar. Finalmente apreté el botoncillo verde y me llevé el auricular al oído.

--Violeta --contesté.
--No puedo dormir --su voz sonaba algo más baja de lo normal y tal vez un poco ronca también.
--Yo tampoco --susurré.
--Siento haber hecho lo que hice después de lo que pasó con tu madre --se disculpó-- fue algo muy estúpido de mi parte. Creo que ahora tienes más estrés del que tu cuerpo puede aguantar.
--Oye...
--Quería disculparme por eso --dijo--. El asunto me ha dado miles de vueltas en la cabeza.
--No creo que...
--Escucha, estoy de acuerdo contigo ¿sí? --interrumpió de nuevo--. Vamos a olvidar este estúpido asunto y sigamos siendo los de siempre ¿está bien?
--No.

¿Qué? ¡Violeta! ¿Qué diablos acabas de decir, pedazo de idiota? ¿No? ¡¿NO?! ¿Pretendes que las casi nulas oportunidades que tienes con Rodrigo se vayan por la cañería? Eres una tarada, Violeta Lazcano. Te mereces una buena paliza como la que te dio tu padre, para ver si con eso aprendes que las oportunidades no se deben perder así como así.

Pero yo no tenía oportunidades qué perder. Porque Rodrigo era el novio de mi amiga, y pasara lo que pasara no iba a traicionarla...

--¿No? --preguntó confundido.

Me quedé callada durante unos segundos y después continué.

--Digo... lo que sucedió ya sucedió y debo decir que... no estuvo tan mal.
--¿Eh? --su voz tenía un leve tono de emoción que me hizo sonreír --¿Qué quieres decir? Vio, por favor no juegues conmigo de esa manera ¿sí?
--Es que no estoy jugando, Jonathan.
--¿Es enserio? --preguntó-- ¿No me estás mientiendo, enserio?
--Oye, relájate. No estoy diciendo que seas el amor de mi vida ¿está bien?
--Ah, pero eso ya lo sé.
--No quiero que tomes esto a la ligera...

Él se quedó callado unos minutos que me parecieron eternos, y cuando tomé aire para despedirme, habló de nuevo.

--Y yo no quiero que hagas esto sólo porque tu vida es un asco.
--Yo no...
--Me gustas. Besarte es algo con lo que había soñado desde primer año, pero yo sé que no soy tu tipo... bueno, pensaba que no era tu tipo. Y lo que pasó hoy fue algo maravilloso ¿sí? Si tú supieras lo que yo sentí... si entendieras que mi estómago estuvo a punto de atravesar mi cuerpo y caer al pasto, entonces sabrías lo que ese beso significó realmente --estuve a punto de interrumpirlo, pero él continuó--. Y sí, he deseado estar contigo desde aquel día en la clase de química, cuando me dijiste que la ionización era lo más fácil de entender, y sí, me muero por estar contigo cada día cuando te me acercas... pero ahora tú no estás pasando por un buen momento y no quiero que te obligues a estar conmigo sólo porque necesitas algo de cariño, o porque crees que no hablaré más contigo si me rechazas. Quiero que elijas. Quiero que lo que estás a punto de decirme salga desde el fondo de tus entrañas y que no esté influido por todos los problemas que te rodean.

Oh. La voz en mi cabeza se quedó sorprendida con lo que ambas acabábamos de escuchar. Bueno... él es lindo... muy lindo. Pero eso no significa que sea mejor que Rodrigo ¿verdad que no? Violeta, tú sabes que necesitamos a Rodrigo, que él lo es todo para nosotras, ¿cómo piensas que Jonathan, que es casi tu hermano, puede hacerte feliz de esa manera?


Ay, vete al diablo.
Mascullé para mis adentros, dirigiéndome a esa molesta voz que sólo era un reflejo de lo que yo temía ser.

--¿Violeta? --preguntó él, con un todo tal vez avergonzado, tal vez cansado o simplemente molesto.
--Sí.
--¿Sí?
--Estoy consciente de lo que dices. Estoy segura. No había sentido bichos en la panza desde hace algún tiempo.

Mentirosa.

Cierra el maldito pico.

--
Mentirosa.

Te lo dije. Bah, odiaba a mi conciencia, que sólo aparecía para hacerme discutir conmigo misma.

--Bueno, Jonathan, ¿estamos en esto o no? --pregunté, determinante.
--Sabes mi respuesta, Violeta, sólo quiero que tú estes segura.
--Nos vemos mañana ¿sí? --creí que eso valía más que mil palabras-- Promete que no pensarás que esto es sólo porque mi vida es un asco.
--Lo prometo --su voz cansada me hizo pensar que ya se le había pasado la inquietud--.
--Te veré mañana.
--Gracias. Por no partirme la cara hoy.
--Te quiero Jonahtan, y al parecer te quiero más de lo que yo misma creí.

Escuché su risa despreocupada al otro lado de la línea, y yo misma sonreí.

--Te quiero, buenas noches.
--Adiós --dije, antes de colgar.

Bien. Tu estupidómetro ha llegado a niveles críticos. No sólo acabas de renunciar a Rodrigo, también acabas de perder a tu mejor amigo.

Oye, tal vez mi mejor amigo tenía que ser algo más que eso.

Sabes que no es cierto.

Continué discutiendo conmigo misma durante unos minutos, antes de quedarme dormida.

No era cierto que me estaba engañando a mí misma... ¿verdad que no?

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Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
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