jueves, junio 17

Lejos. [[[[Hayden]]]]

Acaricié el pasto húmedo, cerré los ojos, olí el aire... no era Londres.

Extrañaba mi país. Quería más que cualquier cosa regresar a Inglaterra; hablar de la Reina, recorrer las calles de Londres, ir a Knightsbridge y hacer compras en Harrods. Extrañaba el colegio, los pilares blancos soportando la marquesina que rezaba "Qeen's College" en todo su esplendor. Quería que las visitas a Yorkshire los fines de semana regresaran, quería volver a ver a Caitlyn, Heather, Julianne y Harriet, salir con ellas a Covent Garden y saltar en los charcos que casi vivían en las avenidas. Pero sobre todo extrañaba a Alec.

La decisión fue tomada por mis padres sin algún tipo de democracia. Un día se levantaron y papá resolvió que regresaríamos a la tierra de mi madre, que ella había pasado más de veinte años alejada de los suyos y que era justo que nosotros hiciéramos sacrificios como los que ella hizo una vez. Era estúpido mi padre. Podría haberme dejado en uno de esos bonitos internados, pero alegó que no sería buena idea alejarme de Walter. ¿Alejarme de Walter? En Londres jamás estuvimos en la misma escuela. Era raro vivir en México, donde las escuelas estaban plagadas de alumnos de ambos sexos. Antes Walter y yo no convivíamos mucho, él se iba con sus amigos y yo con las mías. Pero papá decidió también que ahora viviríamos como una bonita familia mexicana.

Odiaba este país. Aborrecía los días calurosos, gracias al clima tuve que cambiar mi guardarropa por completo. Adiós a las botas de lluvia. Adiós a las bufandas. Adiós a todo. Las calles aquí eran horribles, con esas líneas amarillas en las banquetas, los autos haciendo ruido y sus volantes del lado equivocado. Las casas eran todas de concreto frío y sin clase, estaban pegadas unas a otras sin jardines o bardas que las separaran. Los uniformes de las escuelas eran todos iguales... igual de feos.

Y se sorprendieron de que me costara adaptarme. Mamá pasaba su tiempo molestando: al llegar aquí se le olvidó todo lo que había aprendido en Gran Bretaña. Dejó de hablar inglés y al principio yo no entendía nada de lo que decía, razón por la cual -además de mi rencor hacia su persona por haberme apartado del lugar a donde pertenecía- dejé de notar su presencia en la casa, o mejor dicho, decidí ignorarla. Walter socializó más rápido de lo que yo habría imaginado, llegó una semana después de que nos inscribieron a la preparatoria con Jonathan prendido a él como si se conocieran desde siempre. Mi hermano hablaba el español perfectamente bien, lo había aprendido mirando películas policíacas y series con subtítulos. En cambio, tuvieron que pasar algunos meses antes de que yo pudiera decir "hola" sin vomitar bilis.

Samantha fue la única en el colegio que decidió no burlarse de mi cabello rubio y mis ojos claros. ¡Cómo había odiado que todos me llamaran Barbie! En Londres muchas de las chicas del colegio tenían el mismo color de cabello y ojos que yo, pero aquí mi pálida piel resaltaba como un farol rojo en medio de la oscuridad. A Sam le conté todo. Le dije cómo era Londres, cómo olía el aire en Yorkshire, a qué sabía el agua no embotellada... le conté sobre Alec.

Alexander era un chico del Dulwich College, compañero de Walter a quien mi hermano odiaba con todo su corazón por motivos estúpidos. Era también hermano de Harriet, una de mis mejores amigas. Pero sobre todo, Alexander Vaughan era el chico con el que creí que pasaría toda mi vida. Teníamos planes de entrar a la misma universidad y seguir juntos después de terminar la carrera, pero los intereses de mi madre siempre eran más importantes que cualquier otra cosa y jamás le interesó nada que no fuera regresar a su maldito país.

Alec hizo todo un drama cuando le dije que dejaríamos Londres. Juró que jamás volvería a pelear con mi hermano, incluso se disculpó por todos los moretones que le había causado ya, fue a hablar con mi padre para rogarle que no me llevara con ellos, se metió al Queen's College una noche y dejó en el escritorio de la directora una nota que supuestamente había mandado mi padre para decir que olvidara darme de baja porque me iba a quedar. Esa vez casi lo expulsan de Dulwich por insensato. Alec le suplicó a mi madre que cambiara de opinión acerca de regresar a América, trató de convencerla diciéndole que en ningún otro lugar Walter y yo tendríamos la educación que podíamos tener en Inglaterra.

Ante los rechazos de mis padres y luego de que los suyos llamaran a mi casa para disculparse por sus impertinencias, nos escapamos juntos a Windsor. Consiguió una habitación, robó dinero a sus padres y nos fuimos en el auto de mi abuela, quien al parecer apoyaba nuestra trágica y romántica situación con los ochenta años que cargaba sobre sus hombros. La policía nos encontró dos semanas después y yo subí al avión que me alejaba de todo lo que quería en la vida hecha una furia.

Contrario a lo que se podría pensar, Samantha no se echó a reír ni se burló de mí diciendo que una chica de quince años y un adolescente de dieciocho no podrían estar juntos para siempre ni aunque a Zeus se le diera la gana. No fastdió con que mi obsesión por Inglaterra era una estupidez ni se ofendió por todas las veces que maldije su país, sus tradiciones y su idioma. Samantha era más grande que yo y me trataba como a una hermana pequeña. Ella y su familia eran lo único bueno que yo había podido encontrar en América.

—¿Por qué tan sola, Quighley? —y otra vez esa voz. Aunque esta vez no estaba en mi cabeza.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sin despegar la cara del pasto y sin abrir los ojos. Sabía quién era, sólo que no estaba de humor para aguantarlo.
—El parque es propiedad de todos, no sólo de los extranjeros chulos que se sienten dueños de todo —rió con ironía.
—¿Y me lo dice un mexicano? Porque de otro modo tendré que patearte el trasero.
—He vivido más tiempo aquí que en Canadá. Ya soy producto nacional... y además, no tengo ese acento tan extraño que tienes tú.
—Aunque vivieras en Canadá no tendrías mi acento, Oliver —dije de mala gana—. Soy inglesa. Tengo más clase de la que tú podrías llegar a tener algún día.
—¿Desprecio británico, Quighley? Creí que el rencor entre europeos y americanos era puro mito.
—No cuando los americanos arruinan tu vida... no cuando tu madre americana arruina tu vida.

Abrí los ojos y si no hubiera sido por la rapidez de su mano al taparme la boca, mi grito habría ahuyentado a todas las palomas que buscaban alimento junto a la presa, y de paso atraído a los policías que se encontraran diez cuadras a la redonda. Oliver estaba acostado junto a mí, con su hombro casi tocando el mío, y yo ni siquiera me había dado cuenta.

—¡Tranquila! Ni que hubieras visto a Jack el Destripador —soltó una sonora carcajada y me miró burlonamente—. Si no lo viste en Londres que es donde vivió, no lo verás aquí, Hayden.
—¿Sabes qué? Seguramente tengo cosas mejores que hacer, como por ejemplo echarme a dormir. Nos vemos luego, Oliver.

Me levanté del suelo y sacudí el pasto mojado que se me había pegado a las piernas. Tal vez... sólo tal vez, lo bueno del clima caluroso era que podía usar falda sin tener que usar unas gruesas mallas abajo para que no se me congelara la piel.

—A mí también me gusta Korn —dijo él, mirando mi blusa intencionadamente.
—Qué bueno que me dices —contesté mientras retiraba un poco de césped de mi cabello—. Llegando a casa voy a quemar todos sus discos y las camisetas también.
—Estás dejando muy mal parados a los de tu tierra, Quighley. Se supone que los ingleses son educados, no una bola de gente sin cortesía.
—No tengo por qué demostrar mis modales frente a zánganos como tú, Carter.
—¿De verdad estás tan enojada? Eres la primera persona en toda la historia a quien le pido disculpas. Deberías estar agradecida.

Una semana antes, Oliver había dicho que cuando era niño le escupió a una bandera de Inglaterra. Lo que me molestó fue que ni siquiera lo dijo como una anécdota de su infancia: me miró directo a los ojos, ignorando a sus tíos, a Sam, a Romina y al hockey. Quería hacerme sentir mal. Oliver Carter aprovechaba cualquier situación para recordarme que probablemente jamás regresaría a Europa. Disfrutaba haciendo que se me formara un nudo en la garganta y que tuviera la repentina necesidad de golpear una de las horribles paredes de concreto con el puño.

—Si no hubiese un maldito charco separándome de mi país, yo ya no estaría aquí. No es mi culpa, Carter. Y sí, estoy enojada. Me repugna que te empeñes en hacerme sentir mal. Eres mi amigo... se supone que deberías apoyarme, ¿no crees?
—¿Ya dije que eres la única persona a la que le he pedido perdón? —preguntó, ignorando mi comentario.

Lo miré a regañadientes. Estaba echado en el pasto justo donde yo había estado unos segundos atrás, recargado sobre los codos. Usaba esa chamarra de cuero que llevaba a todas partes y sus pantalones tenían un agujero en el muslo. Era guapo. Violeta le había roto la nariz y la tenía torcida ahora, pero seguía siendo muy atractivo. Lástima que fuera tan imbécil. Con todo, me senté a su lado y puse la cabeza entre las piernas, estirando la tela negra de la falda para no enseñar de más.

—Quiero regresar, Oliver —odié que se me quebrara la voz—. Quiero regresar y no puedo. Quiero tener la vida que tenía antes.

Dejé que las lágrimas de impotencia cayeran por mis mejillas y comencé a sollozar audiblemente. No importaba que Carter estuviera ahí. Él y Samantha eran los únicos con quienes podía hacer rabietas y llorar sin que se burlaran. Oliver no habló, se quedó en su lugar completamente en silencio y unos segundos después percibí el olor del cigarrillo que acababa de encender. Odiaba que fumara, pero no dije nada. Sentí su cerpo cerca del mío y luego sus brazos me envolvieron, acunando mi cabeza contra su pecho.

No había nada bueno en México, pero por lo menos tenía con quien desahogarme.
domingo, junio 13

Difícil de creer. [[[[Sebastián]]]]

La primera vez que vi a Violeta ella había estado gritándole a alguien por teléfono, en pijama y con el cabello hecho un nido de pájaros. Yo bajé a su apartamento porque iba a pedirle un CD de Queen a Diego y cuando él entró para ir por el disco, pude ver a su hermana a punto de arrojar el plato que sostenía en la otra mano contra el ventanal de la sala. Ella ni siquiera notó que yo estaba parado en su puerta mirándola como imbécil y tratando con todas mis fuerzas de no reventar a carcajadas ahí mismo. "Pues no me importa -decía-. Yo no tuve la culpa y tú lo sabes. Fuiste tú quien lo hizo. No quieras venir a reclamarme por algo que tú ocasionaste, y en todo caso, ¿por qué tienes el descaro de llamarme? ¿Tienes amnesia, o sólo es tu falta de coeficiente?"

Desde ese día le puse el apodo de "pequeña salvaje". Me parecía sorprendente que una persona que lucía tan frágil pudiera inyectar tanto veneno de una sola vez. Diego me había dicho que su hermana podría haber traumado a Freud si lo hubiese conocido y éste la hubiera hecho enojar, pero yo no le creí hasta aquel momento. Me gustó. Quise entrar, decir "me llamo Sebastián, guapa, soy tu vecino de arriba", y luego besarla ahí mismo. El único problema fue que si ella era lo que parecía, iba a rebanarme el cuello antes de que pudiera acercarme siquiera, y además Diego estaría ahí para darme el tiro de gracia.

No hablé con ella hasta muchos días después. Toqué en su puerta para regresarle a Diego un videojuego que me había prestado, pero él no estaba y fue ella quien abrió la puerta. Estaba hermosa. Su rostro al verme fue de una total decepción, ya que al parecer estaba esperando a alguien más -seguramente a Jonathan-, pero me trató como si me conociera de toda la vida. Y de nuevo quise tomarla por la cintura, besarla y luego llevarla a Las Vegas para casarme con ella, pero en vez de eso me puse todo colorado, dije "gracias" y regresé a mi apartamento.

Debería admitir que saber que estaba con Jonathan se sintió como una patada en la espinilla, o como un golpe en el nervio del codo. ¿Por qué era su novia? Él era más alto que ella, pero unos cinco o diez centímetros más bajo que yo, le hacían falta unos tres años en el gimnasio para que su cuerpo se pareciera un poco al mío, tenía cara de niña con todo y los ojos verdes, además de que sus ricitos castaños le caían sobre el rostro como si hubiera usado crema para peinar y hubiera posado para un comercial diciendo "mi mami sí que me lo cuida". Lo peor fue ver cómo se miraban. Era como si yo no estuviera ahí.

Luego de que Violeta casi se asfixiara por su cómica alergia a las almendras decidí que después de todo ni siquiera la había tratado lo suficiente como para que me gustara de aquella manera. La había visto dos veces antes de querer proponerle matrimonio y ahora que lo pensaba no quería casarme tan joven. Y conocí a Jonathan. Era el tipo de chico que yo habría querido como hermano, y a pesar de que era dos años menor, parecía mucho más grande y podría ponerme en mi lugar si quisiera. Así que todo se complicó, porque a mí definitivamente me seguía gustando Violeta, pero de ninguna manera le haría daño a mi amigo.

Y ahora también estaba ella.

—...tarado cuando te hablo —Mateo bufó y se recostó en el pasto, a mi lado.
—¿Qué? —pregunté, regresando a la escuela, con mis amigos.
—Que odio cuando pones esa cara de tarado cuando te hablo —repitió él, poniendo los ojos en blanco—. Eres un imbécil, amigo.
—¿Y si la llamo? —pregunté en voz baja para que los demás no pudieran escuchar.

Había pensado en ella todo el fin de semana. No nos habíamos visto y me sorprendí al darme cuenta de que la extrañaba. Yo. Sebastián. Tenía a todas las chicas del colegio sobre mí y a mí se me ocurría tener esta extraña fijación por una chica que había agitado las pestañas y sonreído unas cuantas veces. Pero era muy extraño que ella sonriera... y tenía una sonrisa tan hermosa...

—¿Quién es la afortunada? —preguntó Mildred, una chica que conocía desde el jardín de niños y a la que odiaba con todo mi ser.
—El diablo —contesté de mala gana.
—Ahora no sólo resultó arriesgado, además es gay —dijo ella. Todos los demás rieron.
—¿Tú qué sabes? —Mateo sonrió soñadoramente bajo las gafas—. El diablo podría ser una morenaza sexy de un metro ochenta con las medidas perfectas.
—Entonces, espero que no te topes un día con el diablo —intervino Edgar, suprimiendo por completo la sonrisa de Mateo.
—¿Por qué no? —preguntó éste.
—Porque le llegarías a las rodillas, Dexter.

Todos se echaron a reír de nuevo. Edgar había estado conmigo en la secundaria, preparatoria y justo ahora, en esto que parecía más un purgatorio que un colegio intermedio. Era una escuela para fracasados con mucho dinero o gente que quería tomarse un año pero sin tener que quedarse en casa. Yo estaba ahí porque no tenía idea de qué quería hacer de mi vida. Cuando salí de la preparatoria estaba decidido a estudiar derecho, pero me acobardé unos días antes de entrar a la universidad y como tampoco quería estar en mi casa vacía todo el tiempo, le dije a mi madre que sería bueno entrar al colegio de los perdedores. Aunque aquí todos se creían súper genios de la ciencia por tener dinero, ninguno de ellos sabía qué iba a hacer en el futuro. Excepto Mateo, quien quería estudiar Ingeniería en Sistemas Computacionales, pero su padre lo había mandado a esta escuela un año para ver si recapacitaba y se decidía por Contabilidad o algo más digno de su apellido.

—Si me lo preguntas, le tengo más miedo a tu chica que a la morenaza sexy de uno ochenta —murmuró Mateo—. Pero es tu asunto. Llámala. Si un día sales con ella y comienza a empalarte o a desollarte yo estaré ahí para decir "te lo dije"... no me mires así, es broma. Yo estaré ahí para ayudarte y evitar que te mate... si es que no me mata a mí también.

No pude evitar reír. Sacudí la cabeza y me alejé del lugar. No quería que ellos escucharan ni una sola palabra de la conversación que estaba a punto de tener. Saqué el celular y busqué su nombre en la agenda. Ella contestó luego de haberme mandado al buzón una docena de veces. Sabía que tarde o temprano se hartaría y tomaría la llamada, aunque fuera sólo para mandarme con la súper-modelo dueña del infierno.

—¿Qué quieres? —contestó a manera de saludo—. ¿Vas a burlarte de mí? Porque ya se han burlado mucho de mí estos días y tú eres la última persona en el planeta con la que quiero hablar. Así que haré como que te pongo atención mientras recitas tu perorata. Escupe.
—Violeta me dijo lo que pasó en tu escuela —y sí, también odiaba el hecho de que ellos ya estaban de vacaciones y yo no—. Sam... nos hemos visto... ¿tres veces? ¿cuatro?
—Y ahora me vas a decir que estoy loca. Por eso nunca dejo que un retrasado mental me guste, sienten que son especiales porque una inadaptada social como yo anda tras ellos. Y tú eres igual. Termina de una vez por todas, porque voy a colgar en veinte segundos.
—¿Cómo puede alguien tan idiota gustarme tanto? —había pensado en voz alta. Gran error. Quise taparme la boca en cuanto lo dije, pero me vería muy afeminado y eso echaría a perder mi reputación.

Silencio. Podía escuchar la respiración de Samantha del otro lado de la línea, pero ninguno de los dos dijo una sola palabra durante un largo rato. Estuve a punto de decir "gracias, seguiré participando" y colgar, cuando ella habló.

—No soy idiota —dijo.
—Eres idiota —afirmé—. Eres tonta, presuntuosa, grosera, egoísta e idiota. Y me encanta.
—Pues gracias por los cumplidos, imbécil.
—El hecho es que Violeta me dijo lo que sucedió el viernes...
—Y es justo por eso que voy a apretujar su cuello hasta que se le boten los ojos cuando la vea —interrumpió.
—¿Te puedes callar? —soné enojado, pero necesitaba que cerrara la boca un segundo—. Esa noche estuve dando vueltas en la cama, preguntándome cómo podía alguien como tú impedirme dormir. He pensado en ti desde que despierto hasta que me acuesto y sueño contigo, Samantha. Dime loco, psicópata, enfermo si quieres, pero no estaría diciéndote esto si no estuviera harto de tenerte en mi cabeza todo el tiempo. Ya sal de ahí.
—¿Y a ti quién diablos te dio permiso de entrar en la mía, grandísimo cretino? —contestó ella con una nota de diversión en la voz.




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Hoy se abrió el cielo y Zeus me iluminó. Se ha ido mi bloqueo mental.

No saqué adelante la entrada anterior, pero decidí hacer una ronda por todos los personajes antes de "la gran aventura". Creo que no he hablado suficiente de ellos y hasta yo quiero descansar de Violeta y Jonathan por unos días.

Esta fue la primera entrega desde el punto de vista de Sebastián. Es que me di cuenta de que algunas cosas no las puedo describir desde la perspectiva de Violeta, porque obviamente ella no vive con todos los personajes, así que ustedes estarán en las cabezas de todos ellos antes del gran día. Espero que eso no les parezca aburrido.

Siento que el capítulo haya sido taaaan enorme, pero ahora que me desbloqueé creo que me dejé llevar xD

-Betzabé.

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Violeta

Jonathan

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Hayden

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Bruno

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