martes, diciembre 15

Sherlock enamorado. [[[Jonathan]]]

Miré los papeles que hacían lucir el escritorio del despacho de papá como el más desordenado del mundo, porque tal vez lo era. Mi padre me había donado su despacho luego de que el doctor le anunciara que tenía que pasar más tiempo con mamá, porque si no ella olvidaría todo más rápido.

Mi madre tenía momentos de lucidez. A veces, cuando estaba en la cocina con la empleada y yo pasaba por ahí para beber un poco de jugo o leche, ella decía cosas como "y mi pequeño Jonathan te lo puede decir mejor, Bertha" o "¿verdad, Jonathan? Dile a Bertha cómo tiraste a la basura tu disfraz de Spiderman". Cuando eso ocurría, a mí me daban ganas de besar a mi madre hasta que se me cayeran los labios. Siempre le había dedicado más tiempo a mis investigaciones que a ella, y cuando su mente le permitía albergar algún recuerdo de mí -o traerlo a la luz-, yo quería decirle que lo lamentaba, que sentí el hecho de no haber estado con ella tanto como hubiese deseado, pero ¿cómo iba a saber que se iba a enfermar? A una mujer normal de su edad no le da Alzheimer...

Yo pasaba más tiempo en el despacho que en mi habitación, desde que Violeta y yo peleamos, o mejor dicho, desde que ella besó a Rodrigo y yo decidí retirarle la palabra. Me dedicaba a investigar cosas raras que ocurrían en la escuela, aunque la mayoría de ellas tenían una solución tan estúpida y lógica, que no merecía la pena todo mi esfuerzo. Recuerdo que Violeta acababa de huir de casa cuando teníamos un nuevo plan en mente... lo resolví yo solo en una noche, sin siquiera investigar más de la cuenta. Ella era mi mejor amiga y pasábamos demasiado tiempo juntos, al grado de conocerla más a ella que a mi propio padre, quien vivía preocupado por darle a mamá la vida más feliz que pudiese. Cuando dejé de hablarle me dediqué a hacer cosas tan tontas que me avergüenza recordarlo: estaba seguro de que había hallado la verdadera identidad de Jack el Destripador. Me pasaba toda la noche comparando evidencias, escuchando entrevistas que a veces no estaban completas, viendo fotografías de las escenas del crimen y los cadáveres de las prostitutas una y otra vez... El pobre Sherlock creía haber resuelto el más grande misterio en la historia de la criminología con cintas medio borradas, fotos viejas e imágenes de Google.

Tomé el fólder verde. Era un asunto peliagudo que ni siquiera yo me atrevía a tomar. Violeta había estado muy ocupada con sus problemas familiares cuando yo había pensado en mostrarle el caso y preguntarle si seríamos un equipo de nuevo, pero esta vez sin depresiones de por medio que la hicieran ignorar el asunto por completo.

Hacía dos semanas me había reconciliado con ella. Por una parte, no había querido desperdiciar el dinero invertido en aquel anillo hecho especialmente para ella, pero por otra, necesitaba saber que se encontraba bien, que no la estaba pasando tan mal luego de lo sucedido y que estaba aunque sea un poquito feliz. Ya sé que es una estupidez pensarlo, ya que sus padres habían dejado de pelear entre ellos para atormentar a sus hijos en equipo, además de que su mejor amiga, el tipo al que amaba y su novio-amigo no le hablaban... Digamos que me sentía culpable y decidí compensar mis errores el día de su cumpleaños.

--Jo, es hora de dormir --gritó papá desde algún lugar de la casa, donde seguramente también se encontraría mi madre.
--En un momento, ' --dije yo, escrutando los bordes del fólder como si fueran verdaderas obras de arte.
--Mañana tienes escuela, hijo, estoy seguro de que nada es tan importante como eso. Ahora, a dormir.
--Pero papá, estoy a la mitad de algo importante de veras...
--Tienes cinco minutos antes de que corte la luz --amenazó.

No lo haría. A mi mamá le daba un ataque de nervios cuando se iba la luz y él no iba a cortar la energía sólo para enviarme a la cama. Nunca haría algo que pudiese incomodar a mamá.

Era cuando observaba a mi familia que me preguntaba cómo había sido posible que la de Violeta se desintegrara. Mi madre estaba enferma, mis hermanas se habían ido de la casa hacía más de cinco años y papá y yo casi no hablábamos... aún así, las gemelas llamaban cada mes, mi madre se mostraba contenta de conocer todos los días a un hombre y un joven que la mimaban, así como a una chica que le ayudaba con los quehaceres de la casa y que encima hacía la comida; mi padre y yo charlábamos acerca de nuestras vidas y nos queríamos mucho... La familia de Violeta estaba en perfectas condiciones, pero se odiaban tanto los unos a los otros que pasaban el noventa por ciento de su tiempo peleando, hasta que ocurrió lo que ocurrió, claro.

Me levanté y fui a mi habitación. Encendí la lámpara y me tiré en la cama con ropa y zapatos. Estaba molido. Me encontraba a dos segundos de caer inconsciente cuando escuché el celular. Me dio tanta pereza recordar en dónde diablos había puesto el aparato, que decidí no contestar, pero afortunadamente se me ocurrió mirar el buró y pude verlo ahí, junto al teléfono.

--¿Hola?
--Jonathan, ¿te desperté, amigo?
--Si hubieras llamado tres segundos después, tal vez lo habrías hecho.
--Oye, estuve analizando lo que me dijiste, y creo que ni siquiera con la ayuda de Violeta lograríamos hacerlo, amigo.

Su acento era casi odioso, pero a veces daba risa. Su forma de hablar, arrastrando las erres, que parecía se le habían quedado atoradas en la garganta y su afán en pronunciar las pes y las efes con gran énfasis denotaban un acento inglés que yo muchas veces había envidiado... los extranjeros atraían a las chicas como la mermelada a las abejas.

--¿Estás bromeando? Violeta es buena --aseguré, soñoliento y mirando la fotografía de ella que tenía junto a la lámpara--. Es tres veces mejor que tú.
--Oh, yo sé que es buena, pero ha estado muy distraída ¿sabes? No creo si quiera que vaya a concentrarse en esto y estoy firmemente convencido de que su actitud no cambiará mucho en el plazo que nos hemos fijado... --Walter había aprendido español viendo películas y novelas para abuelas, así que yo me sentía como si estuviera hablando con James Bond y no con un amigo de la escuela--. Además, ya te dije que no sería suficiente, aún con ella en el equipo. No podemos hacerlo, Jo.
--Oye, Walt, ¿te parece si discutimos esto en la escuela?
--Pero sólo nos vemos en clase de cálculo y mañana tenemos examen.
--¿Examen? --oh por Dios, lo había olvidado por completo.
--No se te olvidó ¿o sí?
--No, para nada... oye, mañana lo hablamos. Además podemos decirle de una vez a Vio y tal vez después de que ella lo analice, tengamos una solución ¿está bien?
--Bueno... nos veremos, Jonathan.
--Adiós Walt, que descances.

Colgué y estuve a punto de ir a la cocina y cortarme las venas, pero estaba demasiado cansado para eso. En lugar de atentar contra mi valiosa y preciada vida, marqué aquellos ocho dígitos que me sabía de memoria.

--Violeta --contestó ella, al otro lado de la línea.
--Soy yo --dije.
--¿Jonathan? --de pronto, su voz sonó más alerta. Eso me hizo sonreír.
--¿Estabas dormida?
--Claro que no, sólo los bebés duermen a esta hora --aseguró--. Estaba viendo una película con Diego y uno de mis vecinos.
--¿Uno de tus vecinos?
--Sí, te lo presenté el otro día, ¿recuerdas? El chico de las mejillas rojas... Sebastián.
--Ah, sí, lo recuerdo.
--¿Qué necesitabas?
--Nada...
--Oh, vamos...
--Walter y yo...
--¿Nuevo caso? Complicado ¿eh? Walter revisa todos tus asuntos siempre. No me llamarías a menos que fuera algo complicado. ¿De qué se trata?

Era una bruja. Una adivina, más bien.

--No es nada que tenga qué ver con la escuela, Vio... puede ser peligroso.
--Aww, el niño defiende a su noviecita... no seas gallina, Jonathan. Peligro es mi segundo nombre y lo sabes bien.
--No, Problemas es tu segundo nombre.

Estuve explicándole todo durante unos minutos. Ella prometió que pensaría una forma de arreglarlo todo nosotros tres, si era posible. Nos despedimos y me eché a dormir.

Sherlock estaba enamorado.

No era digno de un representante del género masculino soñar con su novia. No es normal que un chico se la pase pensando en una chica y que siempre quiera estar con ella. Pero Sherlock no es alguien normal ¿o sí? Quiero decir, Violeta sabía que la quería, pero ni siquiera se imaginaba cuánto. Cuando Violeta me tocaba se me erizaba la piel, pero cuando ella me besaba... bueno, digamos que tenía que esforzarme mucho para no arrancarle la ropa a lo salvaje donde quiera que nos encontráramos. Yo sabía que lo que sentía por Violeta era algo más que un simple enamoramiento tonto, pero no se lo podía decir, porque ella se asustaría y me dejaría.

Doy risa ¿no? Un chico de diecinueve años cacheteando las banquetas por una chica. Un tipo que se encoge como una cochinilla cuando se plantea la idea de que un día ella podría hartarse y dejarlo... sí, demasiado patético para ser real.

Pero si le decía a Violeta lo que sentía... Bueno, ella ni siquiera estaba enamorada de mí. Vio se había forzado a estar conmigo porque no quería quedarse sin amigos y la muy tonta pensaba que yo me iría si terminaba conmigo... lo que no sabía es que se me agujeraría la barriga si ella se iba. Violeta estaba enamorada de ese patán con anteojos. Rodrigo era mi amigo, o más bien lo había sido. Yo aceptaba de buena gana el hecho de que Violeta estuviera perdidamente enamorada de él, y también estaba dispuesto a esperar por ella, a esperar el día en que dijera "te quiero" con la sinceridad grabada en los ojos. Pero el muy ladino la había hecho sufrir. Le había quitado a su mejor amiga, nos había hecho pelear, y él había terminado victorioso. Si algo podía yo despreciar de Violeta era su masoquismo.

Era un chico patético de diecinueve años que, como en las novelas, no podía decir lo que sentía por miedo a quedarse solo.

No podía decirle a Violeta que la amaba.





Y tampoco podía dormir pensando en ese maldito examen de cálculo... ¿Qué se suponía que iba a hacer? Deberían encarcelar a los profesores por hacer sufrir tanto a alumnos inocentes como yo.



---------------------------------------------------------
Sé que es raro que yo publique dos entradas tan seguidas, pero quise darles un adelanto de una pequeña parte de la historia que será narrada por Jonathan. No sé si serán entradas juntas o salteadas, pero tengan por seguro que este chiquitín va a narrar un poco más.


También les dejo el post porque no podré subir nada durante algún tiempo y como areeli y andrea, quienes he notado que están más interesadas en la historia ya han leído el anterior, me siento libre de adelantarles esto.


No sé si mis otros lectores ya hayan leído lo que publiqué hace unos días, pero si no lo han hecho pido una disculpa por adelantar tanto la publicación.



Betzabé.
domingo, diciembre 13

Cumpleaños dieciocho (III)

--¿Qué hacen aquí?--pregunté fríamente, luchando para que mi voz no delatara lo que sentía realmente.
--Violeta, mi pequeña... --dijo mi madre.

Caminé tres pasos hacia delante, pero sin acercarme demasiado a ellos, porque me repelían por alguna extraña y desconocida razón. Jonathan enroscó su brazo en mi cintura y mi papá lo miró con desdén. Le lancé una mirada fría a la mujer junto a él, dándole así a entender que su visita no me llenaba de dicha como seguramente los dos habían pensado.

Mi padre se acercó, dejando a mamá detrás, parada junto a mi hermano, quien inmediatamente adoptó una posición precavida y pude ver cómo se tensaba, igual que Jonathan, quien me aferró con más fuerza a su costado. Luché con todas mis fuerzas para no alejarme de él. Era mi padre, ¿cierto? No debía temerle. Mis piernas no deberían temblar cada vez que lo viera, porque justo ahora no lo hacían. Por otra parte, mi madre estaba esperando una batalla de gritos o algo por el estilo, porque se aferró al brazo de Diego, quien no despegaba la vista del hombre que se aproximaba cada vez más a mí.

--Violeta --saludó él, cuando estuvo a escasos veinte centímetros de mí.

Podía escuchar su respiración y no estuve segura de si jadeaba porque estaba furioso o porque tenía tanto nervio como yo. Apostaba más por lo segundo, ya que papá no era del tipo de hombres que luego de ser traicionados por su propia familia se quedaba de brazos cruzados. Él miró de nuevo la mano de Jonathan, aferrada a mi cintura tan fuertemente que podía distinguir la forma de cada uno de sus dedos sobre mi piel, encima de la blusa.

--Aleja tus manos de ella --mi padre miraba furioso a Joanthan. Pensé que lo mejor sería que él se fuera a casa, ya que no quería que presenciara cualquier cosa que estuviera a punto de suceder, pero en lugar de eso se irguió y contestó.
--Aléjese usted de ella.

Mi padre bufó y alzó su mano en un ademán que yo sólo había visto una vez, pero que se me hacía más familiar de lo que yo hubiese deseado. Me asusté. No por que papá fuera a avergonzarme frente a mi novio, sino porque de hecho estaba a punto de golpearlo. Qué lindo ¿no? Hola Violeta, lamento haberte golpeado aquella vez y vine a desearte feliz cumpleaños... es el primer cumpleaños que paso contigo, ya lo sé, y también entiendo que ni siquiera estoy enterado de cuántos años cumples, pero te traje un regalo... Espera, te lo daré luego de golpear a tu novio. Y gracias por presentarnos, cariño.

--
¡Papá! --grité.

Él titubeó. Miró a mi novio a los ojos y detuvo la mano en el aire. Jonathan no se había movido ni medio centímetro, a pesar de que mi padre había estado a una milésima de segundo de estrellar la palma de su mano contra su rostro. Papá me miró a mí y luego me golpeó la mejilla. Me lo esperaba. Si no era a Jonathan sería a mí. Prefería que fuera a mí, porque Jonathan no tenía que pagar algo que ni siquiera era contra él ¿me explico? Él no tenía vela en el entierro y había estado a punto de ser arrojado a la tumba... en el sentido menos literal de la frase, claro.

Me quedé inmóvil. El golpe había girado mi rostro un poco y lo dejé así, con el cabello cubriéndome los ojos. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó dos pasos. Entonces mi padre pidió disculpas y yo lo miré... ¿disculpas?

--Yo... lo siento, hija... lo siento --su voz era fría y seca. Se estaba disculpando pero no tenía la más mínima intención de ser disculpado.
--Creo que ya causó mucho daño por hoy, señor --dijo Jonathan en un susurro, que sonó más bien como una advertencia pasiva.
--¿Y tú quién eres para decirme lo que tengo que hacer, mocoso?
--Basta, papá --la voz de mi hermano resonó en la habitación--. Teníamos un acuerdo ¿recuerdas? ¿Quieres irte de esta casa?
--Ernesto --pidió mi mamá.

Jonathan hizo que retrocediera los pasos que habíamos avanzado y se paró frente a mí, dándome la cara. Retiró el cabello de mi rostro y descubrió que estaba llorando. Por supuesto que estaba llorando. Era la única razón por la que no había asesinado a mi padre por ponerme la mano encima y por la que no me había quitado el cabello de la cara yo misma. Estaba triste, porque los últimos meses me había obligado a creer que los golpes que mi padre me había dado habían sido solamente el producto de un ataque de desesperación. Me había obligado a creer que el hombre se arrepentía con todo su vacío corazón de haberme dejado aquellas marcas que ya se habían ido... Hoy se me había caído toda mi puesta en escena. Me dolía enterarme de que mi padre de hecho quería darme otra paliza por haber huido de casa. Me dolía saber que de nuevo quería molerme a golpes, y eso que hoy estaba de lo más tranquilo.

--Vio... Vio, ¿estás bien, cariño? --preguntó Jonathan, limpiando las lágrimas que salían de mis ojos sin que yo lo pidiera.

No lo miraba. No miraba a nadie. Tenía la boca cerrada, el rostro vuelto hacia el suelo con la vista fija en la madera del piso y me dedicaba a respirar acompasadamente. Estaba pensando no sé qué cosas. Escuchaba un ligero pitido en mi oído izquierdo, que era el lado donde mi progenitor había soltado una bofetada de revés. Mi novio se dedicó a examinar mi mejilla, aunque no creo que haya encontrado nada, porque el golpe no fue tan fuerte como para formar un moretón... tal vez sólo tenía el área roja.

Diego se colocó a mi lado y se agachó para mirarme a los ojos. Cuando se hizo a un lado pude ver que mi madre estaba detrás de él, parada junto a papá. Maldita. Ni siquiera ahora podía entender que su esposo era un cavernícola. Jamás entenderé a esas mujeres estúpidas que creen que los golpes son amor... jamás.

Mi hermano y Jonathan deslizaron un brazo detrás de mi cintura y yo encaré a mis padres. ¿Por qué estaban tan enojados conmigo, si de hecho quien había tenido la idea de huir había sido Diego. Tal vez les dolía no tener un costal de box en casa. Lástima...

--¿Qué hacen aquí? --repetí.
--Queríamos verte, porque hoy es tu cumpleaños --dijo papá.
--¿Y en qué cumpleaños te ha preocupado eso? Apuesto lo que quieras a que no sabes cuántos años tengo.
--Dieciocho --contestó mamá--. Por eso Diego permitió que viniéramos.

Miré a mi hermano, luego a mi papá y por último a mamá.

--¿Y qué tiene de especial este día, si se puede saber? ¿Por qué me honran con su presencia?
--Eres una niña, debes volver a casa --gruñó papá--. Por eso hemos venido.
--No --susurró Jonathan--. No se la van a llevar. No pueden.
--¿Y quién dice que no podemos? --preguntó mi madre, quien de pronto adoptó una postura más altanera que maternal. Siempre hay una necia para un golpeador.
--La ley --dijo Diego, y pude escuchar una ligera risa de su parte--. ¿En serio creen que los habría traído aquí sin antes pensar en eso? Los hice prometer que no se la llevarían, pero eso no significa que les creí... Digamos que pensé en todo.

Mi hermano tenía una sonrisa de oreja a oreja que mi papá observó con ira.

--¿Ah sí? Es nuestra hija.
--Violeta, ¿quieres regresar con ellos? --preguntó mi hermano.
--Antes muerta --aseguré con firmeza, mirando a mi padre a los ojos.
--Ella ya decidió.
--No me importa lo que ella diga... tiene que hacer lo que nosotros creamos mejor.
--Ya no es ninguna niña... tiene dieciocho --Diego hizo énfasis en el número y luego prosiguió--. O ¿por qué creen que están aquí? Jamás les habría enseñado donde vive sin antes asegurarme de que no le podrían hacer nada. Es una mujer. Ya no pueden hacerle nada.
--¿Y qué cuando te hartes de ella? ¿La vas a sacar de aquí? ¿Va a vivir en la calle, o se irá de indocumentada a los Estados Unidos? --preguntó mi madre, con una sonrisa desdeñosa formándose ya en sus labios.
--Bueno... si yo me harto de ella sólo tomaré mis cosas y me iré... Lo que en realidad me preocupa es qué será de mí el día que ella se harte de mi presencia en esta casa.
--¿De qué hablas? --pregunté. A pesar de que había decidido mantenerme al margen de una conversación en la que yo era la protagonista, no pude evitar mi curiosidad ante tal afirmación.
--Feliz cumpleaños --Diego sacó un sobre blanco de la solapa del saco y me lo entregó, antes de besarme la sien.
--¿Qué es eso? --preguntó papá.
--Ésta es su casa --dijo él--. La compré a su nombre y pensé que el mejor regalo era hacérselo saber. Así que no se preocupen. Ella tiene un patrimonio y jamás vivirá en la calle... de eso me aseguré bien... ¡Vaya! Creo que soy mejor padre que ustedes, y eso que sólo soy tres años mayor que ella.
--¿Para eso nos has traído? --preguntó mamá.
--Emm... no. En serio quería que se reconciliaran con ella, pero luego de ver que mi papá no puede contener sus impulsos animales, decidí hacerles saber que ya no la pueden tocar nunca más. Ya no es suya, ya no es de nadie... Ahora, si me hacen el favor de acompañarme hasta la salida.
--Conocemos el camino --contestó furiosa mi madre.
--Esto no se va a quedar así, Diego. ¿Me escuchas Violeta? Por mi cuenta corre que te quedes en la calle, como la adulta fracasada que eres --amenazó papá.

Pero yo no estaba poniendo mucha atención a la conversación. Con trabajos escuché el sonido de la puerta al ser azotada. Yo sólo miraba el sobre blanco que tenía en las manos, segura de que todo había sido un truco de Diego para que mis papás se pensaran que yo tenía en mi poder este magnífico apartamento. Miré a mi hermano cuando ellos se fueron y le devolví el sobre.

--Qué buena actuación --dije con una voz depresivamente falta de entusiasmo.
--¿Cuál actuación? --preguntó él.
--Violeta nunca se va a quedar en la calle... soy mejor padre que ustedes... ésta casa es de ella --dije, imitando su tono de voz--. Sí, como no.
--Ábrelo --se limitó a decir.

Puse los ojos en blanco, abrí el sobre y leí las hojas color azul que había dentro, junto con un papel calca. Me quedé tiesa al leer lo que decía más o menos a la mitad del documento: [...] y que es propiedad de Violeta Alejandra Lazcano Ramírez [...]

--¿Es en serio? --pregunté. La voz se me quebró al pronunciar la última palabra.
--Yo te lo dije ¿no? --contestó Diego--. Oye... ¿aún queda pastel?

Mi hermano se alejó de nosotros y caminó hacia la sala, donde aún quedaba la mitad de una pizza y más de la mitad del pastel. Encendió la pequeña televisión que había ahí -a comparación de la de la otra habitación- y se dedicó a comer, ya que él tenía que ir a trabajar luego.

--No lo puedo creer --susurré--. Mi hermano ha hecho la peor estupidez de toda su vida. ¡Me dio el poder de sacarlo de aquí cuando se me de la gana! --no pude evitar sonreír de oreja a oreja. Admito que mi cambio de humor me asustó un poco.
--¡Escuché eso! --gritó Diego, con un trozo grande de comida en la boca.
--Pues felicidades --dijo Jonathan.
--¿Sabes qué? --dije, tomando su rostro entre mis manos y acercando mis labios a su oído--. No sé por qué siento que estás más enojado de lo que yo debería estar.
--Pues es lo más normal --dijo, secamente.
--Me golpearon a mí, fueron mis papás los que vinieron y me amenazaron, mi cumpleaños es el que arruinaron y ¿tú estás más enojado que yo? No lo puedo creer.

Jonathan me alejó un poco de él, de manera que pudo mirarme a los ojos.

--Por eso mismo estoy enojado.
--¿Eh?
--Soy yo quien no puede creer que seas tan testaruda.
--Oh, cierra la boca.
--¿Que cierre la boca? No fue tu novia a quien golpearon en tu presencia mientras tú sólo hacías el inútil papel de espectador. No fue tu vomitivo suegro quien amenazó a la chica que quieres con dejarla en la calle... ¿Qué es lo que te sucede?
--¿Vas a seguir hablando o me vas a besar?
--Creo que no tengo muchas ganas de eso ahora, Violeta --él temblaba. Nuestros cuerpos estaban pegados y yo podía sentir cómo cada parte del suyo se estremecía. De verdad estaba enojado y yo de verdad quería que no lo estuviera.
--¿En serio te molestó tanto? --besé su cuello y él no me apartó, pero tampoco tuvo la reacción que yo esperaba que tuviera.
--Actúas como una drogadicta ¿sabes? --gruñó él. Me tomó por la cintura y me apartó de sí.

No lo puedo explicar muy bien, pero sentí un revoloteo de mariposas... no, de lechuzas, tal vez, porque sentí como si fuera a vomitar de la pura emoción al ver su rostro. No estaba enamorada, por supuesto que no. Era solo que nunca había visto a Jonathan tan enojado y no podía creer que estuviera así porque yo no sufría... o porque acabábamos de vivir un drama y yo estaba como si nada. Sentí un revoloteo marca águila en la barriga con sólo pensar que él se sentía así por mí.

--Eres mi droga --dije.
--Esa frase ni siquiera es tuya...
--¿Y? Einstein inventó muchas frases y todo el mundo las usa... yo puedo usar frases que escuché en cualquier lado ¿no crees? --dije--. Jonathan, eres mi marca personal de heroína.

Me eché a reír y eso pareció relajarlo un poco, ya que pude percibir una ligera sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios.

--Cariño, ¿estás ebria? --preguntó.

Me tomó de nuevo por la cintura, pero esta vez para acercarme tanto a él que no quedaba ni medio milímetro de separación entre nosotros dos. Iba a besarme, pero eché mi cabeza hacia atrás y él frunció el ceño. Enrosqué mis brazos al rededor de su cuello y sonreí.

--Oigan, nada de manoseos --dijo Diego, quien al parecer no estaba tan concentrado en la televisión como pretendía.
--Cierra la boca --dije--. O te irás de mi casa.
--Ya comenzamos... --susurró él, para sí mismo.
--Y tú bésame --aferré mis manos al cuello de la chamarra de Jonathan y lo atraje hacia mí. Sí, definitivamente estaba actuando como una maldita borracha.
--¡Violeta! --gritó Diego-- ¡Dije que nada de manoseos! ¡Violeta! ¿Qué no me escuchas? ¡Violeta!

La mano de Jonathan comenzó a descender por mi espalda y se detuvo en la parte más baja, lo que seguramente ocasionó que mi hermano se atragantara con un bocado.

--Oigan, ustedes dos --dijo él--. ¡Jonthan! ¡Jonathan! !Atrévete a bajar esa mano un poco más y tendrás que aprender a vivir sin un brazo!

Jonathan fingió que iba a bajar un poco más la mano, aunque él jamás haría eso por más que quisiera, ya que era demasiado cobarde... Y qué bueno, porque tal vez yo lo dejaría sin descendencia si me tocara de aquella forma.

--Muy bien, voy por un balde de agua fría --soltó mi hermano y escuché sus pasos furiosos salir a la terraza.

Bueno... después de todo este no había sido el peor día especial...

Había despertado hecha una muerta, había peleado con mi novio -que de nuevo lo era-, mis padres me habían amenazado y mi mejor amiga ni siquiera me había llamado... Pero aún así me sentía extrañamente alegre por algo... Comenzaba a dudar acerca de la ebriedad... ¿habrían tenido algo aquellas inofensivas latas de refresco? No... no creo.

Y de pronto a Jonathan y a mí nos cayó una cascada helada en la cabeza...





martes, diciembre 8

Cumpleaños dieciocho (II)

Me tiré en la cama. Bravo, Violeta, una hazaña más conquistada por tu enorme bocaza. Abracé la almohada y me envolví en el edredón. Apreté la nariz contra el colchón, esperando desmayarme por lo menos, para ver si de ésta forma lograba pensar algo que no fueran estupideces.

No lo amas, ¿por qué eres tan mentirosa contigo misma? Solamente tienes miedo de quedarte sola, Violeta, porque no sería lindo estar sola de nuevo ¿verdad? ¿Es por eso que le mientes? ¿Es por eso que te mientes a ti misma? No lo amas, Vio. Sabes que estás ya bastante grandecita como para andarle mintiendo a la gente que quieres. Por eso te abandonan, por maldita mentirosa.

--Vio...
--Largo de mi habitación --murmuré.
--Hace unas semanas me pedías que durmiera contigo y hoy me corres de tu habitación... Creo que nuestra relación ha cambiado mucho en poco tiempo.
--¿Cuál relación? --mi voz sonaba espachurrada, porque el colchón, el edredón y la almohada formaban una especie de barrera de sonido.
--La nuestra.

Alcé la cabeza. Tomé uno de los peluches que Diego me había comprado para "animarme" desde que huímos de casa y lo arrojé a la cabeza de Jonathan. Era un pedazo de imbécil. ¿Qué se creía? ¿Que podía hacerme sufrir cuanto él quisiera? Pues no. Nadie podía hacer sentir como cucaracha a Violeta Lazcano, excepto ella misma, claro.

--¿Cuál maldita relación? --grité--. ¿No acabas de decir que "no podemos tener una relación"? ¿Acaso tienes problemas de personalidad? ¿Qué talla de camisa de fuerza eres? Quiero regalarte una para navidad.
--La amistad también es una relación, Violeta.
--Pues ya no quiero ser tu amiga. Largo de aquí.
--Está bien.

Jonathan sacó una pequeña caja rosa con moño blanco del bolsillo de su pantalón y la puso sobre la mesedora. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación sin siquiera mirarme.

--Feliz cumpleaños --murmuró.

¿Eh? ¿A dónde diablos cree que va? ¿No me va a rogar? ¿Acaso quiere que le suplique que se quede conmigo hoy? Se supone que son los hombres quienes ruegan y las mujeres quienes los hacen sufrir, no al revés.

Me levanté de la cama y caminé detrás de él, sin reparar en el cubito rosa que descansaba en la mesedora.

--¿A dónde diablos crees que vas? --pregunté. Mi voz sonaba indignada, pisoteada y enojada.

Jonathan no se detuvo. Caminó hasta la entrada y puso su mano en la perilla de la puerta.

--¡Jonathan! ¿¡A dónde vas!? ¡Es mi cumpleaños!

Él giró su rostro hasta que sus ojos de esmeralda se encontraron con los míos.

--Ya te di tu regalo.
--No lo quiero.
--Lástima... fue caro.
--Llévatelo.
--¿Segura? --preguntó, con una sonrisa endiablada en los labios--. ¿No vas a perseguirme gritando mi nombre cuando lo tome y salga de aquí?
--No lo quiero --repetí--. No si tú no vas a estar aquí cuando lo abra.
--Pues ábrelo --dijo--. Me iré cuando lo veas.
--Es que no quiero que te vayas.
--Violeta, ¿vamos a seguir jugando a los indignados? ¿Primero yo y luego tú? ¿Y cuándo terminará el juego, si se puede saber?
--Eres un idiota, Jonathan.
--Y tú eres una pequeña niña inmadura, berrinchuda y estúpida.

¡¿Estúpida?! ¡¿Me había llamado estúpida?!

--Aún así te gusto ¿no? --contraataqué--. Al parecer las estúpidas tienen un efecto en ti.
--No lo creas, Violeta.
--¿Ah no? --sonreí--. ¿Y cómo es que "te gustaba desde que me conociste"?

Se quedó helado. Nunca pensó -ni yo tampoco- que usaría sus propias palabras en su contra. Era un golpe bajo y ambos lo sabíamos. Comencé a sentirme como cucaracha de nuevo, pero saqué a patadas a ese sentimiento tonto de mi barriga y continué con la barbilla en alto.

--Eres una arpía.
--Y tú eres un patán.

No lo éramos. Ni yo era una arpía, ni él era un patán. Nos delataron nuestras propias voces faltas de ímpetu.

--¿Vas a venir o qué? --pregunté.
--¿Vas a abrir ese maldito regalo de una vez o qué? --preguntó él.

Me di la vuelta y caminé hacia mi cuarto. No escuchaba nada, excepto el sonido de mis zapatos al golpear la madera del piso, así que me pregunté por unos segundos si Jonathan no se habría ido ya, aunque no había escuchado la puerta cerrarse... Luego lo vi pararse a mi lado después de que tomé la cajita del moño blanco. Lo miré durante unos segundos. Si se iba a ir luego de ver mi expresión, o mejor dicho luego de que yo mirara lo que había dentro, por lo menos merecía retrasar ese momento ¿no? Era mi cumpleaños y podía hacer lo que se me antojara.

Jonathan sonrió levemente -como si no quisiera reír- y me quitó la caja de las manos. Haló uno de los cordones y el moño cayó al suelo, luego él abrió la caja y me la dio.

--Podía hacerlo yo sola --dije.

Miré dentro de la cajita. Me quedé boba cuando vi lo que había dentro. Lástima... fue caro. Había dicho él cuando le dije que se llevara su regalo, y ahora podía comprobar que sus palabras eran totalmente ciertas, porque algo como eso no podía comprarlo cualquiera. Tal vez la única razón por la que Jonathan me había llamado hoy y había decidido venir a casa era que no quería desperdiciar el regalo, porque seguramente había pasado mucho tiempo ahorrando para comprarlo.

Era un hermoso anillo plateado. En el centro tenía tres pequeñas piedras brillantes y transparentes que brillaron cuando moví la caja y proyectaron sobre la almohadilla blanca los colores del arcoiris. Las piedras estaban rodeadas por varias bolitas negras que también tenían brillo, aunque más bien parecía que tenían miles de partículas de plata incrustadas que no proyectaban ningún color hacia ningún lado. El aro era una especie de trenza plateada que hacía del anillo una pieza aún más elegante y hermosa. A pesar de que la descripción pueda ser un tanto ostentosa, el anillo era muy sencillo y discreto, pero no por eso menos bello.

--Es... es precioso --fue lo único que atiné a decir y en un susurro que apenas fue audible para mí misma.
--Es oro blanco, diamantes pequeñísimos y... --dijo él.
--Podría ser de plástico y aún así lo amaría --miré a los ojos a Jonathan y pude leer en su cara la frase los diamantes son los mejores amigos de las chicas--. Espera... ¿dijiste diamantes?
--Sí... te dije que había sido caro.
--No me dijiste que habías tenido que venderle tu alma al diablo para comprarlo.
--Oye, tengo mis contactos --sonrió.
--Gracias --dije.
--No adivinas de qué material son las pequeñas bolitas moradas.
--Son negras.
--Son moradas.
--Oye...
--Está bien, son negras --cedió--. ¿Recuerdas aquella evidencia que saqué de algún lugar hace unos meses?
--¡¿La piedra?! --pregunté, sorprendida--. ¿Es la piedra chamuscada?
--Ahora es más bonita, ¿cierto?
--Pero... ¿y el caso? Ya no tienes la evidencia.
--Después hablamos de eso ¿sí?

Estuve observando el anillo durante varios minutos, hasta que escuché su risa desenfadada. Alcé la mirada y pude ver que él estaba sentado en la mesedora, mirando hacia la calle por la ventana, recargando un codo en el alféizar.

--¿Qué? --pregunté.
--Cuando un chico le regala algo a su novia, lo primero que espera es que ella lo bese, no que se quede mirando el obsequio como una boba.

Novia. Qué bien me caían esas tres vocales y dos consonantes ordenadas de esa forma en momentos como éste. Novia. Me había perdonado y yo era su novia todavía. Cuando Jonathan muriera, seguramente desbancaría a cualquier arcángel que se le pasara por enfrente. No podía haber alguien tan estúpidamente masoquista como él... tan adorablemente masoquista, quise decir.

Me acerqué hasta el borde de la ventana y lo besé. Ese beso me supo a gloria. Los últimos dos meses lo había extrañado, pero no tenía idea de cuánto, hasta que sentí sus labios juntarse con los míos de nuevo. Comencé a besarlo con algo más que simple agradecimiento y él se echó a reír, pero sin apartarme, hasta que yo decidí que ya era hora de respirar de nuevo.

--Oye, me debes unos buenos besos más los intereses ¿eh? --dijo él.
--Sí, bueno, no quiero que Diego llegue y vea qué tan rápido me perdonaste y cuánto gusto me dio eso... sabes a qué me refiero.
--Sí, lo sé.
--¿Quieres más pastel?
--¿Con soda?
--Ay, por Dios, no seas cerdo ¿quieres?

Jonathan esperó hasta que coloqué el anillo en mi dedo índice y luego me tomó de la mano. Fuimos al cuarto donde estaba la tele enorme y él propuso que jugáramos un poco de fútbol con la consola, para recordar los buenos tiempos.

Íbamos catorce a tres --obviamente me estaba haciendo papilla- cuando escuchamos la puerta principal abrise.

--Ése debe ser Diego --dije, al tiempo que ambos nos levantábamos del suelo.
--Diego o un asesino serial.
--Eres un bruto.
--Cro que los brutos causan cierto efecto en ti ¿no? --se rió y luego me besó la mejilla, antes de que ambos saliéramos a la sala para encontrarnos con Diego.

Me aferré al brazo de Jonathan. Él me tomaba por la cintura y tuvo que aguantar casi todo mi peso, porque mis rodillas habían flaqueado. Sentí cómo mis latidos aumentaban de ritmo y cómo mis manos formaban puños. Me tomó con ambos brazos, tal vez porque pensó que cometería homicidio, pero lo que él no sabía era que mis pies comenzaban a tomar fuerza para echar a correr y tal vez arrojarme por la ventana antes de que otra cosa sucediera. Cerré los ojos con fuerza y me encogí junto a Jonathan, que me colocó detrás de él, por lo que pude abrazarme a su cintura y dejar que mi mareada cabeza descansara en su espalda. Respiraba agitadamente, estaba asustada, sorprendida, enojada y tal vez algo contrariada. Jonathan comenzó a acariciarme el antebrazo para tranquilizarme, ya que el movimiento de mi respiración también lo hacía moverse a él.

--Calma, calma --susurraba él , tan bajito que sólo yo podía escucharlo, a pesar de que un fuerte bum-bum retumbaba detrás de mis orejas.

Me coloqué junto a Jonathan cuando me imaginé a mí misma escondida detrás suyo como un pequeño e indefenso ratoncillo. Yo era Violeta. Violeta jamás le temía a nada, o por lo menos nunca lo demostraba, y ahora, justo en esos momentos, Violeta tenía que armarse de valor y parecer fuerte. Tomé la mano de mi novio y entrelacé mis dedos con los suyos porque de cualquier manera me sentía como una niña pequeña a la que están a punto de abofetear.

Diego estaba recargado en la barra de la cocina. Me miraba como pidiendo disculpas y cuando mis ojos se cruzaban con los suyos él se dedicaba a observar el piso.

Todo lo que describo sucedió en un lapso de tiempo muy corto. Vivirlo es diferente que recordarlo, porque a mí esos momentos se me hicieron eternos, pero ahora puedo decir que no pasaron más de treinta segundos desde que vi quién era la compañía de Diego hasta que me armé de valor y decidí encarar a las visitas. Como ya dije, la descripción será un tanto larga, pero no fue ni siquiera un minuto el tiempo que transcurrió.

--Violeta --dijo el hombre, por fin.
--Mi niña... --musitó ella, mientras sus ojos se inundában de lágrimas.

Mis padres.




(Continuación en la siguiente entrada)




miércoles, diciembre 2

Cumpleaños dieciocho. (I)

--¿Cómo estás, Vio? ¿Ya te llenaron de regalos? --Jonathan hablaba como si los últimos dos meses no hubiesen exixtido-- No me digas que te acabas de levantar, pequeña holgazana. Cuando uno cumple años está despierto desde la una de la mañana.
--Yo... Jonathan... ¿qué...? --no sabía qué hacer primero; si explicar, disculparme o preguntar.
--Oye, ¿vas a seguir tartamudeando o me vas a decir qué te regaló Diego?
--Nada... acabo de levantarme.

Acababa de levantarme, pero no de despertar. Eran cosas diferentes.

--Mal hecho... oye ¿vas a comprar pastel? Di que sí...
--No creo.
--Pero Violeta...
--No tengo con quién festejar, Jonathan --interrumpí--. Por si no lo recuerdas me quedé sin papás hace tal vez tres meses y luego de eso Casandra y tú me retiraron la palabra. ¿Se suponía que debía organizar una fiesta para una sola persona? Porque lamento informarte que mi hermano no es muy afecto a celebrar mi cumpleaños.

Jonathan no contestó. Bien hecho. Yo y mi gran bocota habíamos triunfado de nuevo. Estaba a punto de colgar, o mejor dicho de pedir disculpas y luego colgar, cuando escuché una carcajada por parte de Jonathan.

--Oye, haré como que no escuché eso. Dos meses de ley del hielo son suficentes, y la verdad estoy dispuestísimo a cambiar mi orgullo por una rebanada de pastel de chocolate.

Era extraño. Hacía varias semanas que no sonreía así, sin pensarlo. En la escuela siempre formaba sonrisas falsas, de esas que son como máscaras para que no se note tu "yo interno" que en mi caso estaba algo más que deshecho. Pero esta vez las comisuras de mis labios se irguieron por sí mismas, sin ayuda ni a la fuerza... incluso puse los ojos en blanco. No sé por qué sentía que no me merecía lo que me estaba pasando. Nunca había tenido complejo de mártir y de hecho era muy egoísta, pero esta vez sí sentía que Jonathan estaba siendo demasiado bueno... pero es que Jonathan ya era bueno de por sí.

--No estarás planeando una fiesta sin invitarme ¿o sí? --preguntó.
--De hecho... ni siquiera tenía ganas de celebrar. No estaba de ánimos y eso es tu culpa.
--Yo no me besé con Casandra, Violeta --susurró.

¡Gracias por venir, damas y caballeros, con ustedes: el reproche! Tal vez me lo merecía, pero hubiera sido más considerado de su parte decirmelo cuando contesté el teléfono y no ahora que ya hasta me había creído el cuento de que Jonathan me había perdonado todo lo sucedido. Pero qué estúpidamente ingenua eres, Violeta. Me decía una y otra vez.

--Ay, perdón por eso --dijo él luego de tal vez unos minutos.
--Oye, fui yo quien se besó con Rodrigo ¿no? Merezco mi castigo.
--Pero no quise...
--¿Ya me perdonaste?
--Sí, es por eso que...
--Pues entonces cierra ese maldito pico, Jonathan --dije, tratando de olvidar el asunto.
--Asunto olvidado.
--Ahora ve por un suéter y luego ven aquí.
--Llego en media hora.

Colgué y me miré al espejo. Aún tenía esa estúpida sonrisa... o mejor dicho, aún tenía esa grandiosa sonrisa que me había alegrado por completo el día. Y eso que acababa de empezar. Luego de todo lo que había sucedido, se podría decir que ésta era la mejor forma de comenzar mi cumpleaños número dieciocho.

Me metí al baño y me duché. Estaba tan feliz que incluso canté en la bañera, y ya sé que es algo patético, porque de hecho sólo había recuperado -tal vez- a una de cinco personas que había perdido, aunque dos de ellas se lo merecían y una me había traicionado... el punto aquí es que a pesar de que mis padres, Rodrigo y Casandra no iban a estar conmigo yo me sentía completa e irracionalmente feliz. Luego de vestirme me encargué de ocultar perfectamente esas ojeras con maquillaje y recé para que no se notaran. Salí hacia la cocina y encontré a mi hermano Diego bañado, cambiado y preparando desayuno para uno... ya tenía tiempo que me negaba rotundamente a comer algo que él preparara.

--¡Violeta! --alzó las cejas, sorprendido--.
--Buenos días.
--¿Estás de ánimo hoy, hermanita? ¿Hace cuánto que no te arreglabas así?
--Es mi cumpleaños, tonto.
--Ah, es eso... ¿no tendrá algo que ver el hecho de que Jonathan llamó hace como media hora?
--¿Media hora? Ese mentiroso...
--Entonces sí fue eso...
--Diego, Jonathan me perdonó...
--¿En serio? ¿Te perdonó luego de que lo engañaste con el novio de tu amiga? Guau. Ese chico tiene de dos: o es muy idiota o es extremadamente masoquista.
--Es una buena persona, nada más. Tú deberías hacer cosas parecidas de vez en cuando.
--Me alegro por ti --Diego avanzó hacia mí, me besó la frente y me abrazó--. Feliz cumpleaños, pequeñina.
--No soy pequeñina.
--Oh, cierto... ahora eres toda unamujer ¿no? Ayer eras una pequeñina y hoy eres adulta.
--Cierra la boca.

Mi hermano salió porque tenía que ver a una de sus mujeres, pero prometió que estaría de regreso en unas horas. Su argumento fue que mi humor había estado tan penosamente inexistente que nunca le pasó por la cabeza el hecho de que yo estaría de ánimo para fiestas y pasteles. Le dije que no importaba, que era mi culpa y que se fuera a gozar de su "cita". No entedía cómo mi hermano podía tener chicas a montones esperando su turno para acostarse con él. Era un hecho que mi hermano había acaparado los genes buenos y que era muy atractivo, pero si yo conociera un tipo guapo como él y luego lo escuchara hablar, simplemente lo mandaría por un tubo. Diego era un Adonis, pero Bart Simpson tenía más cerebro.

Unos minutos -tal vez una hora- después de que Diego salió de la casa escuché el timbre y me levanté a abrir la puerta, esperando que fuera Jonathan. Grande fue mi sorpresa al encontrar a alguien completamente diferente a él y que no conocía.

--Hola ¿está Diego? --preguntó el chico.
--No, se fue hace un rato, pero prometió que llegaría.
--Oh... está bien...
--Y tú eres...
--Ah, lo siento --sonrió antes de sonrojarse y me dio un apretón de manos--. Me llamo Sebastián.
--Violeta.
--¡Eh! ¿Eres la hermana de Diego? Creí que eras...
--¿Una más? No... él no es mi tipo.
--Uh...
--Oye, ¿vas a decir todas las vocales o quieres pasar?
--No, sólo quería darle esto, pero...
--Está bien, soy su hermana, no una ladrona ni nada por el estilo...

Era fácil charlar con este chico. Eso o en serio estaba muy de buenas.

--No, yo me lo llevo, es que quería hablar con él --no dejaba de sonreír... ni él ni yo--. Vengo otro día, ¿le podrías decir que vine? No le digas que vaya a mi casa, sólo dile que vendré otro día.
--Yo le digo --estaba a punto de cerrar la puerta, cuando retrocedí--. Ehmm... Sebastián ¿verdad?
--Sí.
--¿Y dónde vives?
--En el piso de arriba, Diego y yo hemos jugado tenis algunas veces.
--Ah...
--¿Dirás todas las vocales o vas a cerrar la puerta? --dijo, con una sonrisa pícara.
--Adiós.

Diego socializaba con los vecinos y ellos ni siquiera me conocían. Era una soberana injusticia, porque, sinceramente, yo era mil veces más simpática que él. Y a este chico no lo había visto jamás... es que nunca había visto a ninguno de mis vecinos, exceptuando a una señora que siempre bajaba a sentarse junto a la fuente, frente a la recepción. Aquella señora me saludaba todos los días antes de ir a la escuela y solía estar en ese lugar porque le daba frío en su apartamento y prefería salir a tomar el sol que encender el calentador.

Tocaron el timbre de nuevo y esta vez Jonathan apareció del otro lado.

--Dijiste media hora --fruncí el ceño, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja que me fue imposible ocultar.
--Pasé a comprar algo --Jonathan alzó los brazos, mostrándome dos grandes bolsas de supermercado.
--Entra.

Dentro de las bolsas había latas de soda, pizzas y pastel. Jonathan había comprado lo justo para una fiesta de dos. Estábamos sentados en el suelo de la sala, habíamos movido los sillones y dejamos el área libre para poder echarnos a gusto. Jonathan se metía en la boca tanta comida que yo no podía evitar golpearlo y decirle que no lo hiciera, que se veía asqueroso. Él sirvió soda en un vaso y al preguntarle por qué lo hacía, echó un trozo de pizza dentro y se lo bebió todo. Me dio tanto asco que tuve que mirar a otro lado para no vomitar, así que él se acercó a mí y empezó a masticar con la boca abierta justo frente a mis ojos.

--¡Jonathan! ¡Eres un cerdo! --cerré los ojos y lo empujé-- ¡Aléjate!

Luego de un rato jugando a lo mismo, Jonathan me miró y se echó a reír.

--Quiero pastel --dijo.

Luego de partir el pastel, de rogarme que le dijera cuál había sido mi deseo, de embarrarme la cara con chocolate y de medio comerse las velitas por accidente, Jonathan abordó el único tema que yo había estado evitando durante toda la tarde.

--¿Por que lo besaste? --preguntó.
--Deberías preguntarle a él por qué me besó.
--¿Él lo hizo? --al parecer Jonathan se encontraba confundido-- ¿Por qué no me lo dijiste antes?
--¡Porque ni siquiera me mirabas! ¡Cada vez que me acercaba a ti, te alejabas como si apestara a zorrillo!
--Uh...
--Y Casandra tampoco dejó que le explicara...
--Casandra es una cabeza hueca... Yo soy un cabeza hueca por no haber preguntado antes. Ella sólo te perdió a ti, pero yo te perdí a ti, la perdí a ella y a Rodrigo.
--Sí, eso me suena conocido.
--Lo peor es que Rodrigo está como si nada.
--Oye, vamos a olvidar esto. ¿Sí? Ahora estamos juntos de nuevo.
--¿Juntos?
--Sí, me refiero a... tú sabes...
--No, Violeta. Luego de lo que pasó no podemos...

Luego Jonathan tomó el cuchillo que estaba en el suelo, con el que habíamos partido el pastel, y me apuñaló una y otra vez. Podía sentir mi sangre brotar por el agujero, pero no podía preguntar por qué me hacía eso. Dolía, ardía... Bueno, no fue exactamente así, pero sí que dolió cuando él dijo esas palabras.

--¿Por qué?
--Porque no puedo estar
más contigo.
--Tú me habías dicho que...
--Oye, te quiero --dijo, con mirada fiera--. Sabes que te he querido desde hace tiempo, Vio, y lo que yo siento por ti no se esfumaría ni en cien años, pero tú no sientes lo mismo por mí ¿ajá? Y lo que menos quiero es obligarte a algo sólo porque te sientes culpable... yo ya me resigné, Violeta, no tienes que hacer esto sólo para que te perdone, porque ya lo hice ¿sí? Asunto olvidado.
--¿Por qué tienes que darme un discurso así de largo cada vez que te digo que quiero estar contigo?
--Porque no es cierto lo que me dices.
--¿Y quién diablos eres tú para decir qué siento y qué no? ¿Sabes? Estoy comenzando a pensar que me echas esos discursos solamente para deshacerte de mí.
--Vio, sabes que no es cierto.
--¿En qué te basas, entonces?
--¿En una palabra? --preguntó. Ambos estábamos comenzando a enojarnos--: Rodrigo. Tú lo quieres, Violeta, no soy estúpido.
--Es que... no... --bien, a ver cómo salía de esto.
--¿Lo ves?
--Yo... creía que... --bajé la mirada y odié la sangre que comenzaba a subir a mi rostro--. Yo creía que él era todo, Jonathan, pero luego pasó lo que pasó y no sabes cuánto pensé en ti. Ni siquiera quise besar a Rodrigo, a pesar de que había soñado con eso durante años, y todo porque creía que no quería lastimarte... El hecho es que no quería perderte, nada más. Y te quiero, o por lo menos creo que te quiero, porque he estado con una sonrisa idiota todo el día y porque quería arrojarme a tu cuello cuando te vi parado en la entrada y besarte como una maldita loca, pero no lo hice porque no sabía si me habías perdonado deveras, y porque creí que sería injusto para ti. Jonathan, te quiero... en serio, y no sabes cuánto trabajo me cuesta decir estas cosas, aunque tal vez lo sepas, porque eras mi mejor amigo hasta que decidiste ser algo más y ¿sabes? Esto es patético, porque ahora soy yo quien quiere algo más y tú me estás haciendo a un lado como si fuera una piedrita fastidiosa en tu zapato.

Enonces me levanté del suelo y caminé a mi habitación. Había sido demasiado bueno para ser verdad.

...


(continuación en la siguiente entrada)
lunes, noviembre 23

El peor día especial.

El techo rugoso, las estrellas que lucían amarillas porque la luz del Sol les arrebataba la fluorescencia. El cobertor sobre mí y un mechón de cabello rozandome el labio inferior. No era una sensación agradable, me daban cosquillas y al mismo tiempo me enfurecía. Alargué la mano derecha para apartar aquel montoncito de cabellos de mi rostro.

¿Cuánto tiempo había estado ahí? Tal vez quince minutos, tal vez media hora... no sabía exactamente y la verdad tampoco me interesaba.

--Vamos, Violeta...

No encontraba aquellos impulsos eléctricos que pasaban de neurona a neurona y que debían hacer que mi espalda se alzara y que mi pierna derecha se moviera hasta que mi pie tocara el piso. Gasté todas las calorías que había consumido el día anterior para poder hacer algo tan simple como levantarme de la cama. Estaba molida, estaba triste, deprimida, estaba...

Entré al baño y me miré al espejo. Violeta, eres un asco de persona, no deberían existir mujeres como tú en este mundo, porque eres repulsiva.

Sentía uno de esos agujeros de angustia-depresión-confusión entre el pecho y la barriga. Me sentía completamente miserable. Me sentía como hacía algunos meses, antes de que mi estúpido hermano y yo nos escapáramos de casa, antes de que Jonathan me embaucara y me hubiese convertido en su novia, antes de que Casandra decidiera retirarme la palabra y antes de que yo decidiera renunciar a Rodrigo... Rodrigo.

Me miré todo el rostro: el cabello oscuro, la tez pálida pero ligeramente bronceada por el día a día, los ojos grandes y alertas, a pesar de que acababa de despertar. Esos ojos que habían amanecido húmedos, rojos e hinchados los últimos días. Debajo de ellos había un par de sombras color púrpura. Justo ahora desearías que eso fueran moretones y no ojeras ¿verdad Violeta? Pero eso no eran moretones, porque aquellos se habían ido ya, igual que el resto de las heridas... físicas.

De nuevo contemplé los ojos hinchados, rojos, cansados... Hacía tanto tiempo que no lloraba en sueños... A todos nos ha pasado alguna vez. Tenemos un mal sueño y despertamos con lágrimas en los ojos y con la tristeza atorada en el cogote. Pero esto era diferente. Era como antes. Recordé un viejo pensamiento que había tenido unos meses atrás. Qué fácil sería romper el espejo, tomar un pequeño trozo y rebanar mis muñecas para contemplar cómo aquel líquido espeso y de color carmín corría por mi mano y goteaba hasta el suelo. En ese entonces yo me había resistido; Violeta era una chica fuerte, que no se dejaba vencer... sí, bueno, pues tal vez ahora quería dejarme vencer.

No sería justo seguir relatando esto sin antes recordar lo que había sucedido las últimas semanas.

Jonathan había dicho que saldría por unas copias, yo me quedé en el aula con Casandra y con Rodrigo, que se abrazaban y se hacín cariños como siempre, y a pesar de que Jonathan era todo lo que una chica podía pedir, yo no dejaba de imaginarme en el lugar de mi mejor amiga, ahí, entre los brazos de aquel chico de piel blanca y cabello ondulado.

Casandra quería comer chocolate. Casandra siempre quería comer chocolate. Por alguna razón, desconocida hasta ese momento para mí, Rodrigo no quiso ir, no quiso acompañar a su novia por un maldito chocolate... "Te espero, acá vamos a estar Violeta y yo". Había dicho. Ambos escuchamos la risita dorada de Casandra, quien tomó su cartera antes de salir del aula.

--Vaya loca ¿no? --había dicho yo, antes de echarme a reír.
--Es muy feliz. Es una chica maravillosa.

Y de nuevo. El dolor, la punzada, la sangre y la cicatriz: los celos. Bajé la mirada, deseando nunca haber abierto mi bocaza. Esta maldita trompa siempre me traía problemas, hasta conmigo misma.

Seguimos manipulando las cartulinas. Rodrigo pasó la tiza para rellenar un pequeño agujero blanco que había quedado en el dibujo y cuando lo hizo, su mano rozó la mía levemente... La piel de todo el brazo se me erizó. Él se dio cuenta y me preguntó si tenía frío, tal vez sólo quería que el momento fuera menos vergonzoso para mí, porque también notó que el otro brazo estaba como si nada.

--Yo... --susurré, mirando sus ojos como avellanas.

Fue como vómito verbal. Lo que yo había estado ocultando durante tanto tiempo, por una parte para no herir a mi amiga y por otra para no herirme a mí misma, cuando él dijera "gracias por participar, suerte para la próxima", y todo se derrumbara. Porque tener aquel secreto significaba albergar esperanzas, aunque yo misma lo negara; albergar la esperanza de que tal vez yo le gustara y de que tal vez no se atrevía a decírmelo por miedo a ser rechazado... Si le contaba mi secreto, todo se iba a ir para abajo. Yo lo sabía. Y aún así hablé.

--Me gustas --susurré, en una voz tan bajita que sólo yo podía escucharme.

Pensé por unos instantes que él no había escuchado nada. Creí que mi secreto seguía a salvo y comencé a delinear el dibujo con tiza negra, él puso su mano sobre la mía, evitando así que siguiera con mi trabajo y erizando de nuevo la piel de mi brazo.

--Violeta... Yo...

Quería que me devorara la Tierra. Le supliqué a Dios que enviara a algún ángel que tuviera el poder de llevarme volando hasta Japón. Esperé unos segundos, argumentandome a mí misma que Dios tardaba un poco en poner atención a las plegarias de una bocona profesional, pero el ángel nunca llegó y mi viaje a Japón tampoco.

--Casandra... es que ella...
--No --dije--. Fue una tontería. Lo que dije ni siquiera es cierto.
--¿No?
--No.

Rodrigo tomó mi barbilla con la mano que le quedaba libre y se acercó a mí lentamente. Yo había soñado por años con ese momento. Había deseado que él me besara, que dijera que no quería a Casandra y que yo era el amor de su vida, pero ahora que lo tenía frente a mí, ahora que sus labios estaban a dos centímetros de los míos y que podía sentir su aliento en mi boca... eché mi cabeza hacia atrás y liberé mi mano. Rodrigo me miró confundido, tomó mi rostro con ambas manos y lo acercó bruscamente al suyo, haciendo mi sueño más recurrente realidad. Pero yo ya no quería. Yo había renunciado a él hacía ya varios días y había aceptado a Jonathan como mío. Había aceptado ser de Jonathan y había decidido que la amistad de Casandra valía más que mi propia felicidad al lado de el chico que ahora intentaba desesperadamente que correspondiera su beso.

--Y... ¿Vio...? ¿Qué...? ¿Violeta...?

Mi mano se volvió palma y golpeó el rostro que tanto amaba. Y es que aquella voz, aquella confusión... era Casandra.

--¿Por... qué? --preguntó ella, que tenía una mueca que me partió en dos.

Estaba herida, sangraba por dentro. Podría jurar que había escuchado el crack de su corazón al hacerse pedazos. Y es que Casandra me veía como una hermana, como la hermana que ella no tenía y que había decidido adoptar en mí... su hermana la había traicionado. Y el dulce que ella había ido a comprar estaba deshecho en su mano derecha, que apretaba con todas sus fuerzas en un puño. Una lagrimilla salió de su ojo izquierdo y su rostro pasaba de la confusión al dolor y luego a la furia, a la decepción y al dolor de nuevo. Su hermana la había traicionado. Y lo peor es que su hermana se había jurado a sí misma jamás provocar que ella derramara una lágrima por su culpa. Y lo peor es que su hermana ni siquiera había sido la que había besado a su novio... pero ella ya no me veía como a una hermana ¿verdad que no?

--Yo... Casandra, yo no...
--¿Tú...? Tú eras mi amiga, Violeta, ¿lo eras? ¿Lo fuiste alguna vez?
--Casandra, si me dejaras explicarte... --intervino Rodrigo.
--No la defiendas --gritó ella--. ¡Es una maldita perra traidora! ¿Qué pasó con eso de "eres mi mejor amiga, Casandra"? ¿Sólo querías enredarte con él? No puedo creer que cayeras tan bajo.
--Casandra... --susurré. Ahora el crack había salido de mi pecho. Ahora yo tenía el corazón hecho pedacitos.
--No digas mi nombre, maldita zorra --exclamó--. ¡Te odio!

Ella tomó las cartulinas que habíamos terminado de dibujar y comenzó a romperlas. Gritaba insultos y se preguntaba cómo era que había podido confiar en mí, si tenía cara de que era una cualquiera. Casandra estaba como poseída y yo la entendía. Pero lo que no entendía era cómo ella y yo sangrábamos por dentro y Rodrigo seguía ahí parado, pidiendole que se calamara y ella no le decía nada, no lo insultaba, no le gritaba que la dejara en paz.

Jonathan llegó y se puso como un loco cuando vio que casandra pisoteaba la tiza y echaba a perder todo el material para nuestra exposición. La calificación dependía de "la creatividad expresada en el material de trabajo" y gracias a Casandra íbamos a reprobar. Gracias a Rodrigo. Gracias a mí.

--¿¡Estás loca!? --gritó Jonathan, que acababa de meter las copias en su mochila, tal vez temiendo que ella las deshiciera también.
--¿Loca? --Casandra dejó de destruir todo y habló en voz baja, clara y de frente a Jonathan--. ¿Cómo debería estar, si tu maldita novia estaba besando a Rodrigo? ¿Se supone que debería saltar de alegría o algo así?

Pero Jonathan había dejado de escucharla. Y me miraba con la misma expresión con la que minutos antes Casandra lo había hecho. Y mis rodillas comenzaron a temblar. No. No él.

Jonathan tomó su mochila, me dirigió una mirada fugaz y salió del aula. No él. No Jonathan. No Casandra. No.

Me quedé ahí, mirando el pizarrón blanco como si fuera una película muy entretenida. Rodrigo abrazó a Casandra y le pidió perdón ahí, enfrente de mí. Ella lo besó y salieron del salón. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo había perdido a dos de las tres personas que más necesitaba en este mundo? ¿Cómo no me había dado cuenta de que una de esas personas era Jonathan y no Rodrigo? Cerré los ojos y me eché a llorar en silencio. Me maldije y maldije a Rodrigo, porque todo esto era su culpa, más que mía. Porque no era justo que él saliera bien librado y porque no era justo que... bueno, de hecho todo era demasiado justo como para reprochar.

Había reprobado, obviamente. La profesora creyó que mi llanto se debía a alguna especie de chantaje de mi parte para justificar la ausencia de mis compañeros de equipo y del material para la exposición.

Ese día llegué a casa y me eché en la cama con todo y ropa. Me dormí enseguida, pero no tuve un sueño agradable. A partir de esa noche y hasta hoy, había soñado con el "admirador secreto" que me estrangulaba cada que cerraba los ojos y que decía: "estás sola, nadie vendrá por ti, todos te dejaron porque eres una estúpida y ahora eres mía, por fin". Y nadie venía, ni Diego. Nadie me salvaba y luego despertaba.

Había intentado hablar con Jonathan, pero no contestaba el teléfono. No lo veía en la escuela, salvo en las clases que llevábamos juntos y me ignoraba siempre. En ese tiempo mis padres hicieron una nueva aparición, lo que terminó por hacer papilla a Violeta. Diego no paraba de preguntar, no paraba de adivinar... pero yo lo golpeaba, lo alejaba y luego me encerraba. Yo volvía, poco a poco, a ser la Violeta de antes. Tonta, miserable... pero esta vez también era cobarde.

--Teléfono para ti--gritó Diego, desde la sala.

Ni siquiera había escuchado el teléfono. Salí del baño y lo tomé de mi buró. Era lo bueno de tener una sola línea en casa y una extensión para mi cuarto: no tenía que salir para contestar y sólo contestaba las llamadas que de verdad me interesaban.

--Violeta --dije.
--Feliz cumpleaños.

Era esa voz. Era su voz. Sonreí como estúpida y limpié la tonta lágrima que corría por mi mejilla. Era él. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que a pesar de que yo no era alguien cursi, chillona, moco flojo ni nada por el estilo... bueno, cuando una está sola se vuelve un poco demasiado sensible.

--Hoy cumples dieciocho, mi Violeta. Felicidades. Eres toda una mujer --se rió.
--Jonathan...
martes, noviembre 17

Regaño por la mañana.

--Nena... Violeta...
--¿Mmmmm? --gruñí, a medio despertar.
--Despierta, preciosa.
--¿Mmm?
--Es tarde... Violeta, despierta ya.
--No... --gruñí de nuevo y jalé el cobertor hasta taparme la cabeza.

Escuché una risa desenfadada y luego sentí cómo las sábanas y el cobertor se corrían hacia abajo. Eso me enfadó. odiaba que me despertaran y más odiaba que se burlaran mientras lo hacían.

--Vete al infierno --grazné.
--Bueno, si quieres que me vaya, me voy, pero ya levántate, porque es demasiado tarde.


Entonces recordé que no había razón alguna para que esa voz tan familiar estuviera tan extrañamente cerca de mí y justo cuando acababa de despertar. Abrí los ojos de golpe y me levanté de la cama en un sólo movimiento fugaz, pegando mi espalda completamente contra la puerta del armario. Comencé a respirar más y más rápido, hasta que recorde todo lo del día anterior.

--¿Y ahora? --preguntó.

A la luz del día, su cara lucía mucho más horrible que ayer. Estaba hinchado y parecía que había ganado unos kilos, las heridas en su rostro se notaban algo aterradoras, como si fuera un ex convicto o algo por el estilo. Su labio unferior estaba hecho puré y me pregunté por qué no se había quejado cuando lo había besado de aquella manera. Bueno... yo tampoco me había quejado la primera vez ¿o sí? Instintivamente me llevé la mano hacia el labio superior, justo donde la herida que ya había comenzado a sanar y que había formado una especie de costra negra con bordes rojos se encontraba.

Me acerqué un poco a él y rocé con mis dedos aquel bulto amoratado que se hallaba en el borde de su ojo izquierdo y que hacía que éste se cerrara un poco, haciendo parecer a aquellas esmeraldas gigantes, pequeñas e insignificantes aceitunas verdes.

--¿Duele mucho? --susurré.
--Buenos días --dijo, mientras ponía los ojos en blanco--. Creí que ibas a golpearme o algo así.
--¿Duele? --repetí.
--¿Te dolió al día siguiente de que tu papá te despachó?
--Mucho --de hecho, aún dolía.
--Pues yo no soy iron man, cariño.
--Perdón --dije en voz muy baja--. Si no fuera tan boca floja...
--¿Dónde estaría tu encanto? --sonrió.
--Pues gracias... ahora sé que mi peor defecto es mi única virtud.
--La boca floja y los labios --se acercó a mí y rozó suavemente sus labios con los míos--, y los ojos, y el cabello...
--Sí, claro, soy toda una reina de belleza.
--No... esas cabezas huecas son feas al lado tuyo.
--Oye, ¿cada que te despiertas te comportas así de idiota?
--Sí, yo creo que sí.
--Bueno, pues a partir de hoy duermes en el sofá.

Se echó a reír y luego se levantó. Corrió las cortinas y salió de la habitación. Mis tripas gruñeron audiblemente y fui tras él... necesitaba urgentemente comer algo, a pesar de que la noche anterior me había terminado la caja de cereal yo sola. Pasé junto al espejo de cuerpo completo que había en la enorme pared y me miré: me di vergüenza. Traía una camiseta azul hospital, unos shorts pequeños a cuadros, mi cabello era un nido de pájaros y las costras y moretones en mi cara daban pena cuando se miraban sin maquillaje. Quise arreglar un poco el desastre del cabello, pero me rendí cuando me arraqué cinco cabellos de un tirón... lo sentí hasta el alma.

Salí hacia la cocina, pero mi camino fue bloqueado por un cuerpo grande. Alcé la vista, deseando que no fuese quien yo creía que era, pero obviamente era quien yo creía que era. Sus cejas claras casi se juntaban y sus labios de un color casi morado estaban, por primera vez, formando una línea recta.

Cuando Diego y yo huímos de casa el día en que mi cobarde padre había decidido darme una buena tunda, su expresión había sido de enojo, sus labios se contraían y mostraban una pequeña parte de su dentadura, sus cejas se juntaban y su nariz estaba arrugada... pero hoy era diferente. Hoy su cara era más de enojo hacia mí que de odio hacia mis padres.

--Eh... Hola.

Él no se movió. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y me miraba directamente a los ojos. Sentí unas ganas desesperadas de echar a correr, de tirarme por una ventana antes de que comenzara a gritarme o de que me echara de la casa... pero sabía que me merecía un buen regaño y me quedé en mi lugar.

--Buenos días, Violeta --dijo, con voz inexpresiva.
--Mmm... voy a desayunar ¿quieres algo?
--No, gracias. Jonathan dijo que sabe cocinar y él va a preparar el desayuno.
--Ah...
--Y hablando de Jonathan...
--Uh...
--¿De verdad creíste que seguía dormido después de todo el escándalo que hiciste anoche?
--Maldición --susurré.
--Qué decepcionado me tienes, Violeta... más te vale que no haya sucedido nada en esa habitación.
--No, claro que no --aseguré, con voz de súplica--. Sólo tenía miedo y...
--¿Miedo?

Su rostro se contrajo levemente, pero pronto regresó a aquella inexpresión.

--Ah... soñé de nuevo con... bueno... tú sabes con quién.
--Por Dios...
--Y tú nunca quieres dormir conmigo, además Jonathan siempre dormía en mi habitación antes de que nos mudáramos aquí, cuando él dormía en nuestra casa... no pensé que tuviera nada de malo.
--Bueno, tienes razón... creo que me puse un poco loco.
--Sí, lo hiciste.
--Pero ahora soy quien manda aquí, Violeta. Faltan menos de dos meses para tu cumpleaños y no quiero que lo pases en alguna calle, sin ropa ni cobijas ¿está bien?
--Ja, ¿me vas a correr de la casa?
--Esto no tuvo tanta importancia, Vio, pero si tú estás pensando que puedes portarte como quieras sólo porque ya no tenemos padres, quiero informarte que estás muy equivocada.
--Sí... lo siento.
--Ahora, dame un abrazo, bésame y anda a desayunar.
--¿Eh?
--Vamos...

Sí. Era algo raro que a mi hermano le diera por besarme y abrazarme, aún más cuando todavía no me bañaba, ya que él era algo especial en ese sentido, pero me acerqué, estiré el cuello y me alcé de puntitas hasta tocar su mejilla con los labios y rodear su cuello con los brazos.

--Bien, ahora largo de aquí. Apestas a cama y no quiero que te me acerques.
--Claro --dije, más para mí misma que para él.
--Que no se repita, Violeta --dijo, al tiempo que abría la puerta del baño--. Jonathan puede dormir contigo, pero si me entero de que están haciendo... bueno, digamos que no te va a ir muy bien, y a él le voy a ayudar a completar su colección de moretones.

Caminé hacia la cocina. Tomé la caja de cereal y me serví una buena cantidad en uno de los platos grandes. Vertí leche y espolvoreé azúcar antes de comenzar a comer. Vaya desayuno. Me senté sobre la barra, dejando que mis piernas colgaran y se balancearan mientras engullía cucharada tras cucharada.

--Estoy haciendo hot cakes ¿quieres?
--Noup.
--¿Sólo vas a comer cereal?
--Tiene leche y azúcar, además ¿a ti qué diablos te importa?
--Guau --Jonathan se paró frente a mí con el bowl en las manos; batía gustosamente la mezcla para el desayuno--. Creo que alguien está de mal humor hoy.
--¿Por qué nunca me habías dicho que sabías cocinar?
--Porque nunca me lo preguntaste.
--¿Y por qué, maldita sea, no te has puesto maquillaje en esos horribles moretones? Pareces una versión más estúpida de Frankenstein.
--Tu comentario me ofende, cariño... el monstruo de Frankenstein no tenía mucha masa en la azotea y si yo soy una versión más estúpida...
--Pues sí lo eres. Y maquíllate de una maldita vez, porque te vez horrible.
--No.
--¿Eh?
--Así todos podrán ver que me hirieron mientras defendía a mi chica. ¿No soy el mejor novio que alguien podría tener?

Lo miré a los ojos durante tres segundos. Tenía en la cara una sonrisa pícara y un poco de harina en la barbilla. No pude evitar sonreír. Bueno, estaba de malas por alguna razón que ni yo conocía, pero Jonathan era tan estúpidamente bueno para reprochar, que me hizo reír.

--Deja de hacer tanto ruido --dije.
--¿Con?
--Esa maldita cosa para batir.
--Se llama globo, Violeta... y eso que la única mujer en esta casa eres tú.
--Dame eso --le quité el bowl de las manos y lo puse en la barra, junto a mí. Hice lo mismo con mi plato de cereal, que salpicó un poco de leche al chocar con el bowl.
--Ay...

Enrosqué su cintura con mis piernas y lo atraje hacia mí. Su rostro estaba a escasos cinco centímetros del mío y yo sonreía. Mi cabello rozaba su mejilla derecha y podía sentir su aliento en la mía.

--Dije que dejaras de hacer tanto maldito ruido.

Su boca se acercó poco a poco a la mía y entonces los dos nos separamos como si hubiésemos recibido una descarga eléctrica por parte del otro.

--¡Violeta! --gritó Diego-- ¿Te descuido dos minutos y ya estás besuquéandote con el cara de Quasimodo?
--Bueno, ¿qué tú no ibas a bañarte? --pregunté.
--No hay toallas... y ya me imagino qué habrían hecho si yo no hubiese llegado...
--Sólo iba a besarlo --dije.
--¡Pues no lo beses! Al menos no en mi presencia.
--¿¡Y yo cómo diablos iba a saber que tu estúpida toalla no estaba en su lugar!?



Continuamos peleando durante un buen rato. Incluso Jonathan terminó de preparar el desayuno, cuando Diego y yo todavía no arreglábamos nuestros asuntos.

Y así pasó aquella semana de suspensión. Y con menos peleas y ya sin Jonathan en la casa, transcurrieron los siguientes meses. Pero papá y mamá no desaparecieron de nuestras vidas durante ese tiempo... desafortunadamente no.
miércoles, octubre 28

Pesadilla.

Era sábado, al fin sábado... y estaba castigada.

Jonathan había llamado a su dulce madre para avisarle que iba a quedarse en mi casa y la señora le había hecho un drama porque no había tenido la dignidad de ir a besar la mejilla de su madre antes de ir a dormir a casa de una extraña. La madre de Jonathan era una dulzura de mujer, pero era de esas personas a las que el Alzheimer les llega temprano. Ella olvidaba todos los días cómo se llamaba, olvidaba por qué había un hombre en su cama todas las mañanas y olvidaba que me conocía desde hacía ya cuatro años... Sí, yo también me sentiría traicionada si mi hijo se fuera a casa de una extraña y no viniera primero a besarme la mejilla.

Diego había insistido en que Jonathan durmira con él en su habitación, o que se quedara en el sofá, aunque luego de meditarlo un poco decidió que si lo dejaba en la sala podría escurrirse hasta mi cuarto a media noche. Debo admitir que me dio un poco de risa ver que mi hermano, ese que llevaba una chica diferente cada día de la semana y que me consideraba una verdadera monja, se pusiera celoso porque Jonathan había decidido quedarse a dormir en casa... me daba risa que Diego pensara que yo podría hacer algo de lo que luego me arrepentiría.

El motivo por el cual Jonathan se había quedado en casa no era que quisiera pasar más tiempo con su nueva novia ni mucho menos, él solía dormir en casa cuando no tenía ganas de explicarle de nuevo a su madre que si él se le hacía conocido era porque ella era su madre y que el hombre a quien había golpeado en la mañana por haberlo encontrado en su cama, era su esposo. Pero esta vez, Jonathan había decidido invadir mi espacio porque no quería preocupar a la mujer... digamos que su rostro se veía casi tan mallugado como el mío y eso, una vez que la señora recordara que el chico blanco, de rizos oscuros y ojos verdes que tenía enfrente era su hijo, no le agradaría mucho a la pobre mujer.

Mi rostro iba mal. Siempre había sido mala con las heridas, porque mi piel era demasiado delicada y mi circulación pésima. Estaba comenzando a resignarme: esos moretones tal vez se irían algún día, pero la costra oscura en mi labio, la de la clavícula y la del pómulo sí que dejarían marcas horribles de las que, con suerte, me desharía en unos cinco o seis años.

Diego comenzó a discutir con Jonathan y como éste último solía moverse mucho cuando estaba argumentando a su favor, a mí me costaba trabajo mantener la compresa pegada a su rostro sin lastimarlo de vez en vez.

--¡Ay! --decía él-- ¡Ten más cuidado con eso ¿quieres?!
--Pues deja de moverte tanto --contestaba yo.

La petición surtía efecto durante medio minuto y luego yo comenzaba de nuevo a seguir su cara con el hielo.

La discusión terminó así: Esta era la casa de Diego y se hacía lo que él decía, así que Jonathan dormiría en el suelo de su habitación. Jonathan aceptó porque mi hermano le había dado permiso de quedarse por lo menos hasta que se le quitaran las marcas.

Ya era de noche cuando Diego seguía sermoneándome. Mis oídos se habían cerrado hacía ya muchos minutos y Jonathan trataba de defenderme en vano, ya que mi hermano lo callaba diciendo que esa era una conversación familiar y que tenía prohibido abrir la boca, dijera lo que dijese. Después de media hora más de suplicio, cuando Diego se dio cuenta de que yo comenzaba a quedarme dormida en la mesa y de que ya me había servido tres porciones de cereal por puro aburrimiento, decidió que era hora de enviarme a la cama. Él iba a llamar a la chica que tenía agendada para ese día y decirle que su "cita" quedaba suspendida hasta nuevo aviso, porque "su hermanita" había traído a su novio a casa y no podía dejarlos solos. Pff.

Soñé algo horrible. Estaba en aquel pasillo blanco con piso de madera en la casa en que habíamos vivido mi familia y yo hacía tantos años. Puse mi mano en alguna parte de la fuente que se encontraba al final del pasillo y tomé las llaves, a Diego le molestaba en sobremanera que dejara las llaves ahí, porque cuando encendían la fuente éstas contaminaban toda el agua y quedaba inservible. Salí de casa y caminé hasta el lugar de la cita: el Bailey's club. El chico me había dicho que iría con una camiseta roja a cuadros, tenis del mismo color y jeans; gracias a esto fue tan fácil de reconocer. Era muy alto y fuerte, moreno y su cabello a rape. En cuanto me vio caminó hacia mí y comencé a sentirme angustiada, aunque no sabía la razón. El chico sonrió y al estar lo suficientemente cerca me tomó bruscamente por el brazo.

--Esperé mucho para que llegara este día --dijo y yo lo tomé como un cumplido.

Él me llevó a una especie de callejón ubicado junto al club y me arrojó al suelo. Me asusté tanto que las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Qué ridiculez. Mi cuerpo estaba temblando demasiado, porque este hombre a quien no le había dirigido ni una sola palabra en toda mi vida (excepto cartas... muchas cartas) estaba levantándome en el aire y me miraba como una fiera. Logré zafarme y me levanté lo más rápido que pude cuando caí al suelo, eché a correr y comencé a gritar en busca de ayuda, pero él me alcanzó demasiado rápido y me arrojó contra una pared. Enroscó sus dedos alrededor de mi cuello... era tan horrible... me dolía, me faltaba el aire, me temblaba el cuerpo y él... él sólo sonreía y repetía que había esperado ese momento durante mucho tiempo. Lo vi todo negro y luego escuché la voz más familiar en el mundo: Diego había venido por mí.

Desperté y reprimí un grito. No podía ser. ¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando había decidido dejar el pasado en el pasado y continuar con mi vida? Mi respiración estaba agitada, mi frente perlada de sudor frío y mis extremidades temblaban de tal manera que parecían convulsiones. Traté de relajar mi pulso y de tranquilizarme. Me recosté de nuevo y comencé a pensar en otra cosa para que la ansiedad se fuera y fue entonces cuando me arrepentí por no haber pensado mejor en un lindo campo de flores con mariposas y una niña rubia saltando por ahí.

Una vez despierta no podía dormir de nuevo porque la cara enfurecida de Oliver Carter no se iba de mi cabeza y tampoco la mueca de confusión de Casandra cuando su novio me defendió de aquel monstruo... Además de que ahora tenía miedo de cerrar los ojos y sentir sus manos en el cuello de nuevo. Me levanté de la cama y fui a la habitación de mi hermano.

Sé que está mal lo que hice. Ahora que ha pasado tanto tiempo sé también que fue algo atrevido de mi parte y que tal vez no debí haberlo hecho, por las consecuencias que aquello traería a largo plazo, a pesar de haber sido una acción común e inofensiva aparentemente.

Abrí la puerta con mucha cautela, a pesar de que Diego tenía el sueño tan pesado que no despertaría aunque le cayera un piano encima como en las caricaturas. Mi hermano estaba atravesado en la cama, las cobijas habían caído por un lado y estaban justo sobre Jonathan, que yacía medio muerto sobre una colchoneta tan pequeña que cada una de sus extremidades salía de ella. Caminé hasta el bulto en el suelo y lo moví con la mano derecha.

--Oye --susurré--, despiértate.

Jonathan gruñó un poco antes de sentarse bruscamente y en un solo movimiento que me tomó desprevenida, así que di un salto hacia atrás y me estrellé contra la puerta del armario. Jonathan abrió sus enormes ojos verdes y en cuanto comprendió que era yo quien lo había despertado y no mi hermano con un rifle o algún ladrón de chicos dormilones, se levantó y me ayudo a hacer lo propio.

--¿Qué haces aquí? --susurró.

Tomé su mano y lo llevé fuera de la habitación mientras me cercioraba de que Diego no se hubiese despertado, porque entonces sí que estaría en problemas. Cerré la puerta cuando ambos salimos y miré a Jonathan.

--Es que soñé algo no muy agradable...
--Oye, eso...
--Soñé con él otra vez.

Jonathan me miró durante unos segundos, tal vez para asegurarse de que no estaba mintiendo, y luego me envolvió en un abrazo, colocando mi cabeza en su pecho y sobre ella su barbilla.

--Quiero que vengas a dormir conmigo --dije, con cuidado--. Diego está paranoico... antes dormías en la misma habitación que yo cuando te quedabas en mi casa y nadie ponía peros.

Él se mantuvo en silencio, así que hablé de nuevo.

--No quiero cerrar los ojos otra vez... tengo miedo.
--Pero, Violeta, eso no es excusa... si yo no estuviera aquí...
--Pero estás.
--¿Y qué si no estuviera? ¿Y qué si justo ahora fuéramos sólo amigos? ¿Habrías venido por mí?

Eso me ofendió.

--Sabes que sí --lo miré a los ojos, sin deshacer su abrazo y él sonrió.
--Tienes razón... es que todavía no me trago que pueda hacer esto cada vez que se me antoje --dijo, y luego se agachó un poco para tocar mis labios con los suyos. Después se irguió de nuevo y sonrió--. Siento que todo lo que haces lo haces simple y sencillamente para mantenerme feliz.
--Oye, soy más egoísta que eso --aseguré--. Si quisiera mantenerte feliz te habría dejado dormir ahí y no te pediría que vinieras conmigo ¿verdad?
--Sí, eres una mezquina.

Ruin, falto de nobleza y miserable eran los significados de esa palabra. Fruncí el ceño y él sonrió antes de besar ese lugar donde mis cejas casi se juntaban.

--Vamos --dijo.

Me eché en la cama y Jonathan se sentó en la mesedora junto a la ventana. Lo miré intencionadamente y él se echó a reír.

--No querrás que duerma contigo, ¿o sí?
--Claro que no --mentí y me metí debajo de las sábanas y del edredón--. Buenas noches.

Me tapé hasta la cabeza como solía hacerlo y me concentré en dormir. Estaba al borde de la inconsciencia cuando escuché un bufido y unos segundos más tarde sentí que las sábanas se levantaban. Me puse un poco más alerta, aunque el sueño estaba haciendo de las suyas conmigo, y noté que él trataba de meterse en mi cama sin despertarme, pero alcé la cabeza y eso le sirvió para saber que había fallado en su cometido.

--¿Qué haces? --grazné.
--Hazte para allá --dijo.

Me recorrí un poco hacia la izquierda y él se metió en el espacio sobrante.

--No quería despertarte --susurró.
--Eres un maldito abusador --dije, aún con voz demasiado baja y soñolienta--, querías meterte en mi cama sin mi conocimiento a la mitad de la noche.
--Oye...
--Ya cállate y abrázame --interrumpí.

Jonathan se rió de nuevo, tal vez porque yo sonaba demasiado anti-yo. Tal vez me escuchaba como si estuviera drogada o algo así, pero a fin de cuentas metió su brazo debajo de mi cabeza y enroscó el otro en mi cintura. Yo giré para quedar frente a él y abracé su cintura con el brazo izquierdo, dejando que el derecho reposara en su pecho, junto a mi cabeza, que ya había invadido ese lugar también.

--Buenas noches --susurré y estiré mi cuello cual tortuga para llegar a su boca. Tal vez sí tenía demasiado sueño, porque no era algo que haría en mis cinco sentidos.

Lo besé de la misma manera que lo había besado la primera vez, con más emoción de la necesaria probablemente, pero no me importó, porque él era mío. Regresé a mi posición original, con la cabeza sobre su pecho, y él comenzó a juguetear con mi cabello.

--Buenas noches --dijo en voz baja.







Era sábado y había despertado con Jonathan a mi lado. Era sábado y lo primero que había hecho era besar a ese dormilón que estaba ocupando más de la mitad de mi cama... Sí, al parecer el castigo iba a ser muy llevadero con él aquí.
sábado, octubre 24

En problemas

--En serio, es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
--¿Quieres que me vaya? --pregunté-- Porque si sigues así de fastidioso es lo que voy a hacer.
--Tranquila... no me amenaces.
--Ay, Jonathan, cierra ese maldito pico.

Caminábamos tomados de la mano. Qué sensación más extraña, caminar con mi mejor amigo en plan de pareja, y lo más raro de todo es que resultaba agradable.

Jonathan se había pasado la última media hora hablando de lo bien que le había caído el beso de ayer, de lo mucho que le gustaba desde hace tiempo, de por qué le gustaba... me estaba desesperando, pero sentía algo en la barriga al escuchar esas palabras.

--Oye, ¿y la información que se suponía me tendrías?
--Ah, deveras... lo olvidé.
--Bah, no importa. Yo soy más eficiente que tú en esto, cariño y ¿qué crees que hallé?
--¿Mmm?
--¿Recuerdas al tipo jorobado que cuidaba la oficina de químicos y que renunció luego del desastre?
--Sí.

Claro que lo recordaba. Ese tipo era tan horrible que nunca podría olvidar su cara. No era tanto la joroba, era más bien su cara. Tenía el cabello corto a lo militar, sus ojos siempre miraban con odio o algo así, y su boca estaba retorcida siempre.

--Adivina qué.
--No estoy para adivinanzas.
--¿No adivinas, deveras? --su cara de desilusión me hizo reír un poco-- ¿Por qué crees que renunció luego del incidente?
--Ay, Jonathan, él era un imposibilitado ¿sabes? Esa clase de personas no pueden hacer muchos desmanes en tan poco tiempo.
--Yo lo busqué.
--¡Que hiciste ¿qué?!

Me sorprendió que me preocupara tanto. Antes, cuando Jonathan estaba a dos segundos de arrojarse al vacío para encontrar algo que lo tenía obsesionado, no me importaba. Dejaba que lo hiciera y aunque pensara que estaba loco no me preocupaba tanto por él, porque era demasiado bueno en lo que hacía.

Jonathan sonrió ante mi reacción y me besó la frente. Bah, unas horas de ser novios y ya me trataba como niña pequeña.

--Estuve investigando un poco, quería saber quién era el tipo que te mandaba las cartas, pero luego me desvié un poquitín...
--¿Un poquitín? No creo que haya sido un poquitín.
--Bueno, la verdad es que encontré muy rápido a tu admirador secreto y me aburrí porque no tenía nada que hacer, así que mejor me puse a investigar este otro asunto.
--¿Las-car-tas?
--Ah sí... creo que no debí decir eso ¿verdad?
--Jonathan, ¿no has aprendido nada de mi apestosa vida? ¿No has entendido que los admiradores secretos pueden estrangular gente?
--Ay, pero esas cosas sólo te pasan a ti.
--Eres un tarado --meneé la cabeza como símbolo de desaprobación.

Seguimos platicando acerca del asunto. Gracias a mis problemas habíamos descuidado todo lo demás (las cartas y el robo) y ya era hora de regresar a la normalidad.

Jonathan había ido a mi casa esta mañana y Diego se había reído de mí. Típico.

Pero ¿qué me esperaba? Si cuando abrí la puerta, sabiendo que quien estaba detrás de ella era Jonathan, con su maquillaje y mano mágica, él me tomó por la cintura y me besó como si fuera lo único que quería hacer. Por su puesto que Diego estaba detrás y no tardó en soltar una carcajada tan estruendosa que cualquiera de los vecinos pudo haberla oído. Y también se había reído cuando, al terminar de maquillarme, Jonathan me besó de nuevo. ¿Acaso Diego se iba a reír cada vez que Jonathan me besara? ¿O acaso se reía por la cara de sorpresa que yo hacía cuando sus labios tocaban los míos? Pues sea lo que fuere, se le iba a tener que pasar, porque en unos días ya no me sorprendería que Jonathan me besara, y eso iba a terminar con la alegría espontánea de Diego.

Llegamos a mi salón y me quedé afuera, con él, mientras llegaba la profesora. Estábamos platicando acerca de lo poco que había tardado él en encontrar al chico de la fuente y yo trataba de convencerlo de que no me lo dijera... Entonces, apareció Oliver Carter, que iba en esa clase conmigo, y al ver a Jonathan se paró detrás de él y le golpeó la cabeza.

Jonathan no dijo nada. Simplemente lo ignoró. Yo nunca había visto a Carter golpeando a Jonathan, pero ahora que lo había presenciado me había puesto furiosa. Fuera mi novio o mi amigo, yo quería mucho a aquel chico que estaba parado frente a mí, así que di un paso al frente y encaré a Carter.

--¿Eres idiota, Carter? --pregunté.
--¡Oh, es la chica histérica! --gritó-- ¡Bruno, ven a ver esto! ¡La loca está reclamándome otra vez!
--Ay, vamos, ¿en serio necesitas llevar a Bruno a todos lados?

Jonathan estaba parado detrás de mí, puso su mano en mi cintura pero permaneció atrás.

--No lo necesito --contestó él--. Es mi amigo, niña, y tiene derecho a burlarse de ti si eso es lo que quiere.
--¿Ah sí? Pues yo tengo derecho a patearte el trasero si eso es lo que quiero.
--¡Por dios! ¿Me estás amenazando?

Jonathan se adelantó dos pasos y quedó junto a mí. Carter miró la mano que se aferraba a mi cintura y se echó a reír. Crucé los brazos para no golpearlo en ese mismo instante... aún no. Quería darle un poco de batalla psicológica antes de tirarle un diente.

--¡Chicos! --gritó-- ¿Han visto las buenas nuevas?
--Cierra el pico, Oliver --exigí.
--Eres más pequeña que yo por varios centímetros y mucho músculo, Violeta. ¿Qué pretendes hacer?
--Tú eres un estúpido, Oliver Carter. Si tan sólo tuvieras un poco de músculo también en el cerebro, te habrías dado cuenta hace mucho tiempo.
--Oye, ¿me dices todo esto para defender a tu ami... noviecito?
--Sí. Lo digo para defender a mi novio y para ponerte en tu lugar.
--Uy, me tienes aterrorizado --se echó a reír de nuevo y decidí que no quería una batalla psicológica... lo que quería era partirle la nariz.

Descrucé los brazos y cerré las manos en puños. Jonathan pareció percibir este movimiento, porque puso su mano derecha sobre la mía y afianzó la izquierda en la cintura. No estaba de humor para heroísmo de su parte. Zafé mi mano derecha y la utilicé para estrellarla contra la cara de Carter. Toda mi fuerza y coraje iban en ese golpe, y no sólo me estaba desquitando por todo lo que le había hecho a Jonathan los últimos años; también estaba desquitando con él mis problemas. Ese golpe llevaba los golpes de mi padre, el llanto de mi madre, los moretones de mi cuerpo, la impotencia, la desilución porque Rodrigo no era mío y nunca lo sería...

Mi puño se estrelló contra la nariz de Carter y sentí un crujido que también fue audible. Él tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo alzó su mano derecha, la cerró en un puño y la impulsó con todas sus fuerzas en mi dirección.

--Maldita loca, hija de perra --susurró.

Me preparé para recibir el golpe, pero las manos que rodeaban mi cintura me apartaron de mi lugar y la mano de Carter chocó con el aire, desequilibrándolo un poco.

--¿Eres capaz de golpear a una chica, Oliver? --pregunté-- Eres una maldita gallina estúpida.

Jonathan me tomó de la mano y me jaló en dirección al aula, pero zafé el brazo de nuevo y volví a estrellarlo contra la cara de Carter. Él maldijo, ambos maldijeron: Jonathan porque lo estaba ignorando y Carter por la sangre que ahora manaba también de su labio inferior.

Jonathan dijo algo en voz baja y se adelantó unos pasos, hasta dejarme detrás de él. Eso lo colocaba a escasos diez centímetros de Carter. Los alumnos comenzaron a reunirse alrededor, Bruno se paró junto a su amigo en cuanto comprendió lo que sucedía y alzó los puños frente a su rostro, listo para atacar.

--¿Necesitas que te defiendan, Carter? --grité.
--Sólo cierra la maldita boca, Violeta --dijo Jonathan, que también estaba adquiriendo esa posición tan familiar.
--Encárgate del idiota --ordeno Carter, que trataba de hacer que la sangre no brotara más--. Yo voy por la chica.

Ahora sí que me dio pánico. Esto ya se había salido de control.

Bruno comenzó a golpear a Jonathan y éste trataba inútilmente de defenderse, aunque le propinó unos buenos golpes al amigo de Carter. Una vez que Bruno apartó a Jonathan del camino, Carter se adelantó y me tomó por los hombros. Lo pateé y lo rasguñé, pero no logré que me soltara. Me empujó y caí al suelo. Genial.

--¡Violeta! --escuché aquella voz tan familiar.

Casandra estaba ahí. Jonathan estaba peleando con Bruno. Carter estaba a medio segundo de deshacerme la cara. Rodrigo... ¿dónde estaba Rodrigo?

De nuevo no sentí el golpe que esperaba. Carter gruñó y maldijo otra vez, Casandra vino hacia mí y me ayudó a levantarme. Entonces pude verlo todo bien.

El círculo de personas que se había formado a nuestro alrededor se abría cada vez más, ya que Buno y Jonathan lanzaban golpes al azar y uno podría golpear a los metiches. Casandra me jaló unos pasos hacia atrás y al girar el rostro en busca de Carter, me di cuenta de que alguien ya se estaba ocupando de él.

Rodrigo había tirado a Oliver al suelo. Lo tenía inmóvi y le hacía prometer que cuando lo soltara no se iba a avalanzar contra mí de nuevo, mientras le decía que era un cobarde por haber intentado golpear a una chica.

--¿Qué está pasando aquí? --gritó alguien.

El profesor del salón de junto había escuchado o visto todo el alboroto y había venido a poner el orden. Logró separar a Bruno y a Jonathan, luego colaboró para que Carter no viniera a asesinarme cuando Rodrigo lo soltó y por último, mandó a todos los espectadores de vuelta a sus grupos.

Rodrigo vino hacia nosotras y tomó a Casandra de la mano, antes de acariciar mi mejilla con su pulgar. Jonathan se quedó parado donde estaba durante unos segundos y después vino conmigo. Lo miré y me arrepentí de tener una boca tan floja: Su ceja estaba abierta, su nariz sangraba, al igual que la mandíbula en el lado derecho, a unos centímetros del oído. Al ver mi rostro, intentó limpiarse la sangre, aunque sólo consiguió que se embarrara más y que su camiseta se ensuciara de aquel líquido rojo.








--¿Qué pasó? --preguntó Diego al vernos entrar, o más bien al percatarse del desastre que era Jonathan
--Mmm... creo que mi boca me jugó una mala pasada otra vez.
--¿Por qué lo golpeaste? --gritó mi hermano.
--Yo no fui, fue ese bruto de Bruno.
--¿Y ahora por qué?

Conduje a Jonathan a la cocina, saqué hielo y lo envolví con un trapo limpio. Comencé a limpiarle el rostro con agua antes de colocar la compresa para que no se le hinchara el rostro.

--Digamos que... vas a tener que ir a la escuela mañana. Estoy suspendida toda la semana siguiente.
-¿Por qué? --gritó él. Ahora también estaba furioso.
--Mmm... es que me acusan de haber iniciado una pelea... y de haberle fracturado la nariz a Carter.
--Y de haber hecho que me patearan el trasero --añadió Jonathan.
--Y de eso también --me agaché y le besé la mejilla--. Lo siento.
--Ya qué. Ahora tendrás qu aguantarme toda una semana.
--Espera... --dijo Deigo-- ¿También a ti te suspendieron?
--Y a Carter, y a Bruno y también a Rodrigo... nos acusan de violentos --contesté.
--La única que se salvó fue Casandra --dijo Jonathan.


Le contamos a Diego todo lo que había sucedido en un lapso de tiempo tan corto y él se enfureció conmigo. Dijo que era una histérica irresponsable y que estaba castigada. Genial, ahora no tenía padres pero sí un hermano con complejo de adulto responsable.

Mi castigo consistía en no salir el fin de semana y mientras estuviera suspendida. Arg.

Pero Jonathan había amenazado con quedarse en mi casa toda la semana siguiente y eso me ponía de mejor humor.

Yo y mi gran bocota... otra vez.

La autora

Mi foto
Betzabé
Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
Ver todo mi perfil

Personajes

Personajes
Violeta

Jonathan

Sebastián

Diego

Amanda

Walter

Hayden

Samantha

Mateo

Oliver

Bruno

Casandra

Rodrigo

Lectores

Derechos reservados

IBSN: Internet Blog Serial Number 97-88496-54-6

Visita