lunes, julio 19

Una linda mañana [[[Oliver]]]

Romina corría por toda la casa, como siempre. Entró a mi cuarto y me sacudió hasta que le arrojé una almohada a la cara, como siempre. Fue con mi tía y le dijo que yo la había golpeado, como siempre. Mi tía vino y me jaló de los pies hasta que me caí de la cama, como siempre. Dijo que era un vago y que no tenía derecho de tratar a Romina de esa manera, porque ella era una niña y sólo quería jugar conmigo... como siempre.

–Controla a tu maldita bestia, entonces –encendí un cigarrillo y ella me miró como si hubiera decapitado a alguien frente a sus ojos.
–A veces me pregunto qué hice para merecerte. Ni siquiera eres mi hijo, no debería estar soportando esto –dijo, con las manos en la cintura—. ¿Me estás escuchando, Oliver? Báñate y lárgate antes de que me dirija a la computadora y te compre un boleto de avión a Canadá.
—Sí que te escuché. Es sólo que no me interesa lo que dices. Tu hija se la pasa molestándome y tú jamás le dices nada, pero claro, el vago soy yo. ¿Ya viste quién está tirada en la alfombra del cuarto de Samantha? Es Hayden. Otra vez. Y claro que a ella no le dirás nada, porque es preferible que una borracha sin oficio ni beneficio vomite tu baño, a que tu sobrino, sangre de tu sangre, pida un poco de paz por una maldita noche.
—Es la una y media de la tarde, Oliver —dijo, sin importarle mi comentario anterior—. Levántate de una vez.

Dejé que el humo que salía de mis pulmones rozara el rostro de mi tía. Ella se enfureció y salió de mi habitación con Romina pegada a sus faldas. La pequeña me hizo una mueca antes de cerrar la puerta y yo le enseñé el dedo corazón. Esa mocosa era tan diferente a su hermana que resultaba casi imposible creer que compartían el ADN. Enrollé el edredón en mi cintura y fui al cuarto de Sam, entré sin tocar antes y me arrepentí enseguida; Hayden estaba tirada en la alfombra, tal y como le había dicho antes a mi tía, pero no traía blusa y la falda descansaba plácidamente en el tocador de mi prima. Me eché a reír y le puse el pie en la mejilla, golpeándola suavemente con él para que se despertara. Luego de un rato le puse el cigarro debajo de la nariz y se despertó echando maldiciones.

—Diablos, Carter, ¿qué te sucede? Es demasiado temprano como para que estés ya inhalando esa porquería. Existe el cáncer de pulmón, ¿sabes? Se te secan los genitales y se caen.
—¿Qué tiene que ver eso con el cáncer de pulmón, amada mía? —pregunté en tono burlón.
—¿Eh?

Samantha entró por la puerta y se echó a reír en cuanto escuchó lo que dije. Tomó la falda de Hayden del tocador y se la arrojó a la cara antes de sentarse en la cama, junto a mí.

—¿Para qué tanta ropa negra, si traes calzones de colores? —preguntó ella sin poder aguantar la risa—. No creo que las medias de red combinen con ropa interior color arco iris, Hay.
—A la mierda —dijo ella—. ¿Saben si anoche hice algo de lo que deba arrepentirme? Después de que me tomé la quinta absenta ya no recuerdo mucho.
—¿Además de que dejaste que te manoseara un borracho calentón? —pregunté.
—Ughh...
—¡Oh! ¡Yo tengo otra! —Sam alzó la mano, como pidiendo la palabra—. Besaste a Oliver tantas veces que casi vomito en el tablero del coche.

Ambos nos echamos a reír cuando vimos la cara de Hayden. Su rostro cambió de color y se puso la falda de inmediato, antes de sacar la blusa de debajo de la cama y ponérsela también. Se levantó del suelo y atrapó mi rostro entre sus manos, haciendo que la mirara directo a los ojos. Samantha no dejaba de reír, pero yo me quedé helado en cuanto Hayden abrió la boca para hablar.

—Escúchame bien —dijo—. Si alguna vez le dices a alguien, o te atreves a recordarme lo que hice, te voy a vender por kilo en la primera carnicería que vea, ¿está claro?
—Sólo si me das un beso, amor —contesté. Ella me soltó, tomó su bolso y bajó corriendo las escaleras.

Sam fue tras ella sin dejar de burlarse, pero yo tuve que ir más lento para no tropezarme con el edredón que aún llevaba enrollado en la cintura. El teléfono sonó antes de que pudiera encontrarme con ellas en la cocina, y como nadie tuvo la decencia de ir a contestar, me acerqué y oprimí el botón de altavoz.

—¿Qué? —pregunté.
—Hola, hermano, ¿te importaría decirme qué hago en el coche de Samantha?
—¿Bruno?
—No, el hada de los dientes, Oliver, ¿tienes alguno que me puedas dar a cambio de una moneda?
—Vamos a desayunar, ¿vienes?
—De hecho estaba pensando en quedarme aquí, ¿sabes? Me gusta descansar en la parte de atrás de un auto con el sol golpeándome la cara cuando estoy crudo.
—Fue tu culpa. Me sorprende que no te haya dado un ataque cardíaco ni nada parecido. ¿Qué tanto fumaste anoche? Estabas emocionadísimo con la máquina de burbujas.
—Ni me lo recuerdes. Prepárame unos hot cakes, ¿no? Entro enseguida.
—Vete al diablo, Bruno, entra y prepárate tu propia comida —oprimí el botón de nuevo y colgué.

Unos segundos después abrí la puerta para dejar entrar al muñeco de trapo que decía ser mi mejor amigo. Me pregunté dónde estarían mis tíos y Romina, pero la verdad era que no me importaba ni un rábano. Podían irse derechito al infierno si querían.

—Lindo atuendo —dijo Bruno mientras caminábamos hacia la cocina. Me quitó el cigarrillo y le dio unas cuantas fumadas antes de devolverlo. Lo tiré en el bote de basura porque, por más que fuera mi amigo, el aliento de Bruno era peor que el de una nutria.
—¿Segura? Mhmm... creo que sí. Bueno, sería mejor que nos viéramos en casa de Sebastián, ¿no? Ah, por supuesto. Sí. ¿Hoy? No sé. Vete al carajo, Violeta. Pues vaya bromitas las tuyas, y ahora que recuerdo, me debes una buena explicación acerca de... ¿Qué? ¿Oliver? ¿Para qué? Oh, vamos, él no va a decir nada, se los puedo asegurar. ¿Qué? No, claro que no. Bueno, ¿y qué piensan hacer? ¿Lavarle el cerebro? No seas idiota, Violeta. ¡No es cierto! Ahora que lo pienso, él podría ayudar. Sí, te odia a ti, pero a mí no. Entonces que nos maten a todos. Ah, tírate de un puente, maldita obsesiva.

Samantha colgó el celular y nos miró sorprendida cuando se percató de que habíamos escuchado toda su conversación. Hayden estaba demasiado distraída mirando cómo se calentaba su taza de café en el microondas como para prestarnos atención alguna, pero pude ver que sus hombros se tensaron en cuanto notó nuestra presencia en el lugar.

—Hablando con tus amigos raros, ¿eh? —dije.
—Parece que se traen algo entre manos —observó Bruno.
—Eso no te importa —dijo Hayden, que de pronto pareció restarle importancia al microondas.
—Estaban hablando de mí. La rara y Sam. Así que, sí, Hayden, me importa y mucho.

Violeta. Esa chica había hecho que mi hermosa y perfecta nariz se viera chueca. Había dejado una marca de sus asquerosos dientes en el dorso de mi mano derecha. Y había provocado que Samantha y yo nos peleáramos por primera vez en la vida. Antes era cuestión de apoyar a Bruno, pero ahora era algo personal. Cuando Bruno me contó lo que había pasado entre él y Jonathan, me dediqué a fastidiarles la existencia a él y a todos sus amigos sólo por diversión. Ni siquiera me interesaba odiarlos de verdad, porque jamás me habían hecho nada a mí. Pero ahora todo era diferente.

Ella era algo atractiva. Recuerdo que la primera vez que la vi hasta me gustó porque parecía odiar a todos y jamás dejaba que un chico se le acercara a menos de diez metros de distancia. Me parecía extraña, pero original. Luego me di cuenta de que le encantaba llamar la atención haciéndose la víctima siempre. Las mujeres así nunca fueron mi tipo, así que una semana después de su llegada, dejó de interesarme por completo. Entonces las peleas con Jonathan se hicieron parte de la rutina, y por consecuencia también lo fueron las visitas a la oficina del director y las amenazas de expulsión. El muy idiota se maquillaba los moretones de la cara, como si la gente no fuera a notar que era un perdedor, de cualquier forma.

—Sam, ¿ya le llamaste? —pregunté de pronto, recordando nuestra conversación de anoche.
—No... estaba pensando... —ella dudó un poco, miró a Bruno y Hayden, quienes se habían enfrascado en una conversación de lo más banal, y prosiguió—. Estaba pensando en hablar con él más tarde, hoy Hay y yo vamos a ir a su casa y...
—¿Hay y tú?
—Oliver... —ella miró de nuevo a los chicos y se acercó un poco más a mí, colocando sus labios cerca de mi oído—. Se supone que nadie además de nosotros debe saber esto, pero... si me pasa algo...
—¿Cómo que "si te pasa algo"?
—Vamos a... me refiero a Jonathan, Vio, Sebas, los tórtolos imbéciles, el enano ñoño, Walter, Hay y yo...
—¿De qué, maldita sea, estás hablando, Samantha?
—Vamos a meternos a la casa de un señor muy importante, ¿sí? Alguien que con sólo tronar los dedos podría mandarnos a todos a la guillotina. Vamos a robarle unos papeles y nos van a pagar por ello. Hayden, Walter y Jonathan lo están planeando todo muy bien, pero existe la posibilidad de que nos atrapen y nos maten o algo parecido. Si lo hacen... si me pasa algo... yo quiero que seas tú quien lo arregle todo, ¿sí? No quiero un funeral donde mi ataúd esté rodeado de ancianas chillonas, mejor has una fiesta. Quiero que lleves mi ataúd a La Cueva, quiero que pongan música de Crystal Castles y que todos los invitados fumen porros mientras bailan...
—¿¡Qué diablos te pasa!? —grité—. ¡No vas a ir con ésos imbéciles a arriesgarte como si no importara nada más! ¿¡Qué hay de tu familia!? ¿¡Qué hay de tu madre, de Hernán, de Romina!? ¿¡Qué hay de mí!? ¡No vas a ir a un lugar donde es seguro que te van a matar, sólo por diversión, Samantha! ¡No lo harás! ¿Y qué clase de amigos te has conseguido, si te invitan a participar en un suicidio colectivo? ¡Ni siquiera yo soy tan idiota, por el amor de Dios!

Bruno y Hayden habían interrumpido su conversación para escuchar mi letanía. Samantha me miró con los ojos como platos y gritó mi nombre unas veinte veces cuando salí de la cocina y fui a mi cuarto. Me puse los pantalones, una camiseta negra y la chamarra de cuero que apestaba a marihuana por la noche anterior. Me coloqué las botas y salí hecho un vendaval en dirección a la puerta, prendiendo otro cigarrillo en el camino. Sam me tomó por el brazo antes de que abriera la puerta del auto y me hizo mirarla.

—¿Adónde vas, Oliver?
—A casa de tu amiguito Jonathan. Le voy a pedir amablemente que se vaya a sugerir idioteces a otra parte, porque nuestra familia ya tiene suficientes problemas —me solté de su agarre y entré al auto.
—Jonathan no está en su casa, Oliver, está con Violeta y tú no sabes dónde vive ella.

Salí del auto y entré a la casa de nuevo. Fui hasta la cocina con Sam pisándome los talones, y me acerqué tranquilamente, como si nada pasara, a Hayden.

—¿Está bueno el desayuno? —pregunté.
—Delicioso —dijo ella, tomando un trozo de comida para llevárselo a la boca.
—Oye, Hay, ¿tú sabes dónde vive Violeta?
—¿Te acuerdas de la casa que me gustó un día que me llevaste al concierto de U2?
—La enorme con las ventanas negras.
—Ella vive en el edificio de enfrente.
—¿Ah sí? ¿Y vive en el primer piso, o más arriba?
—Pues no tengo la menor idea, cada que vamos es Walter quien nos dice dónde bajar y yo nunca he puesto atención en el número que aprieta en el ascensor... Yo creo que los señores que abren la puerta han de conocerla —comió otro bocado y me miró, pensativa—. Y a todo esto, ¿tú para qué quieres saber dónde vive Violeta?

Di la media vuelta, quité a Sam de mi camino, y salí otra vez de la casa para meterme al auto. Lo encendí y dejé a mi prima gritando maldiciones en la acera. Por lo poco que entendí, ella iba a descuartizarme en cuanto regresara.

Ese Jonathan podía ser un lindo costal de Box y eso me divertía, pero si se metía con mi familia, yo iba a hacer algo más que dejarle el ojo morado.
lunes, julio 5

Niñera [[[Oliver]]]

—¿Has visto a Bruno? —grité para que Hayden pudiera escucharme por encima del ruido de la música.
—¿Qué? —preguntó mientras se acercaba más a mí para poder escuchar.
—Que si sabes dónde se metió Bruno —grité.

Hayden negó con la cabeza y me abrazó. Estaba bastante ebria y seguro dormiría en casa de mis tíos para que sus papás no se enteraran. A ella no le gustaba que yo fumara y siempre rompía mis cigarrillos como si fuera mi madre, pero yo no podía decirle nada si se embriagaba porque se ponía de mal humor. Además, tenía que cargarla hasta el auto y después subirla a la habitación de Sam sin que se despertara, o comenzaría a gritar como una histérica.

Me sentía un poco responsable por ella. Su hermano era un imbécil que se juntaba con Violeta y todos los nuevos amiguitos de Sam. Nunca estaba en las fiestas y estaba seguro de que ni siquiera la había visto borracha. Era una niña. Tenía quince años y yo diecinueve, por eso sentía que tenía que cuidarla, estar siempre al pendiente de ella... Pero por ahora no tenía tiempo para escuchar sus quejas ni sus repetitivas historias sobre cuánto extrañaba a su noviecito inglés. Tenía que buscar a Bruno antes de que le diera una sobredosis o algo parecido.

Fui hasta el costado del lugar, donde había cubículos para que las parejas tuvieran sexo sin tener que salir de ahí. Los abrí todos, uno por uno, esperando que Bruno hubiera conseguido un ligue y así poder llevármelo de una buena vez. Las parejas ni siquiera se daban cuenta de que un intruso abría sus cortinas, algunos estaban demasiado drogados y otros demasiado ebrios como para notar mi presencia. Abrí la novena cortina y vi a Sam en el diván, sentada con las rodillas en el pecho. Miré alrededor y entré. Me senté a su lado y la miré durante unos segundos, esperando a que dijera algo, pero no lo hizo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Sebastián me llamó hace unos días. Me dijo que le gustaba, pero... ¿y si no es cierto?

Me quedé callado. Samantha solía arreglar sus problemas ella sola, contándome lo que le sucedía sólo para desahogarse y no para que le diera un consejo, pero ¿sobre su vida amorosa? Ella nunca hacía eso. Ni siquiera creía que ella tuviera una vida amorosa. Se besaba con los tipos de las fiestas y a veces hasta dormía con ellos si estaba medio borracha, pero ¿un novio? No, jamás. Y ahora estaba aquí, completamente sobria, sola en un cubículo apartada de la fiesta y pensando en un tipo al que prácticamente acababa de conocer. Algo definitivamente andaba mal.

—¿Te das cuenta de lo patética que suenas?
—Sí.
—Sí que te gusta, ¿no es cierto? —ella se recostó, poniendo su cabeza en mis piernas.
—Sí.
—Oye, es un idiota... bueno... no...
—Ni siquiera lo conoces —dijo. Hablaba lento y en voz baja, como si apenas estuviera poniendo atención a lo que decía.
—No lo conozco, pero tiene que ser un idiota para que tú le gustes.
—Tú eres un idiota y no te gusto —musitó.
—Pero porque si me gustaras sería algo enfermo.
—Me dijo que pensaba mucho en mí. Violeta le contó lo imbécil que te portaste en la biblioteca y todo lo que dijiste.
—¿Violeta? —otra vez ella. En todo estaba esa Violeta.
—Estaba muy ocupada pensando en cómo la iba a torturar cuando la viera, pero hoy como que terminé de procesar que eso no importaba mucho, porque... yo le gusto a Sebastián.
—Te voy a decir algo —dije—. Tú ve a buscar a Sebastián. Llámale, o lo que quiera que pretendas hacer. Habla con él. Yo me ocupo de torturar a Violeta. Y si ese inútil te hace algo, también me encargo de él ¿está bien?
—Gracias —Sam me miró y me besó la mejilla.
—¿Estás consciente de que si vuelves a hacer eso, te voy a sacar las rótulas con un tenedor?
—Por supuesto que sí.

Me levanté del diván, dejando caer su cabeza en una de las almohadas. No sabía para qué se preocupaban por adornar tanto el lugar, si al fin y al cabo sólo se usaba para tener sexo de una noche. Ni siquiera creía que alguna pareja de novios hubiese tenido sexo ahí alguna vez. Al salir del cubículo me topé con Bruno. Traía una copa en una mano y un porro en la otra.

—¿Con tu prima? ¡Con tu prima! —balbuceó él. Tenía los ojos entrecerrados y echaba humo de la boca como si fuera un tren.
—¿Dónde diablos has estado toda la noche, idiota?
—Yo... yo estaba... ¡mira, luces! —observó el láser del techo como si nunca antes lo hubiera visto. Me dieron ganas de romperle la nariz, pero al día siguiente no recordaría por qué, así que no merecía la pena.
—¿Qué te has metido, Bruno?
—¡Nada, amigo! ¡Estoy bien! ¡De verdad!
—¿Dónde está Hayden? Nos vamos.
—Oh, ¡amo esa canción! —Lo tomé por la manga mientras él comenzaba a bailar y me asomé por la cortina de nuevo.
Sam, busca a Hayden, ya vámonos de este lugar.

Samantha marcó un número en su celular y sonrió.

—No tiene idea de lo que dice, pero creo que está en la barra. Lo bueno de que dejen entrar a menores de edad, es que siempre los encuentras en la barra. ¿No es horrible? No tomé ni una copa... y tú también estás sobrio. Estamos perdiendo el toque.
—Vendremos mañana, pero sólo nosotros dos. Ya estoy harto de tener que cuidar adictos y ebrias con problemas existenciales... —pensé unos segundos y rectifiqué—. Vendremos sólo si Sebastián no te manda por un tubo. Tampoco tengo ganas de emborracharme con alguien con líos amorosos.
—¿Oliver?
—¿Mhmm? —alcé la cabeza para ver si encontraba a Hayden en la barra y lo hice: estaba besando a un tipo que parecía tener más brazos que un pulpo.
—¿De verdad es una buena idea que vaya a buscar a Sebastián?
—Escucha, lleva a Bruno al auto ¿sí? Yo voy por Hayden.
—Pero Oliver...

Dejé a Bruno con Samantha y caminé hasta la barra. Genial. Por cómo estaban besando a Hayden, parecía que ni siquiera se daría cuenta si en cualquier momento el tipo aquel le desaparecía la blusa. Logré abrirme paso entre los cuerpos apretujados que bailaban al ritmo de la música electrónica y llegué hasta donde el chico comenzaba a meter las manos donde no debía.

—¡Hayden! —grité, pero ella seguía ocupada en lo suyo.

Empujé al tipo por el hombro y escuché una vaga exclamación de su parte. Hayden lo miró, luego a mí, sonrió y me besó. Su aliento era alcohólico, sus labios sabían a tequila y su piel olía a la loción del tipo al que acababa de besar. Enredó sus manos en mi cabello, atrayéndome hacia ella, y cuando la tomé por la cintura para empujarla, enroscó sus piernas en mi cadera. Genial. Ahora tenía pegado a un changuito besucón del que no me podía deshacer.

Hayden... deja de... ¡Hayden! —grité cuando me dio un respiro.
Oliver... —me besó de nuevo, pero esta vez fue más fácil alejarme de ella.
—Mañana te vas a arrepentir —dije—. Yo ya lo estoy haciendo...

La cargué y caminé con ella en brazos hacia la salida, donde Sam ya estaba al volante de coche con Bruno totalmente dormido en el asiento de atrás. Subí y ella condujo hasta la casa. No hablamos. Bruno hacía ruidos como un león hambriento y era muy molesto... lo dejaríamos ahí hasta que despertara en la mañana y se diera cuenta de que se había puesto mal otra vez. Hayden despertaba de vez en cuando, me besaba y se volvía a dormir.

—Pues no parece que te vaya tan mal —dijo Samantha en tono burlón.
—Va a ser genial recordárselo mañana ¿no? —reí.
—Eso puedes apostarlo.


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Hola niñas!!! Bueno, había problemas en casa y lo más cerca que estuve de Internet fue twitter, así que no había podido actualizar, pero acá estoy. No he muerto xD

El punto de vista de Oliver va a ser de dos partes, porque hay mucho que decir de éste personaje. Si se aburren, me dicen, ¿¿eh??

Betzabé.
jueves, junio 17

Lejos. [[[[Hayden]]]]

Acaricié el pasto húmedo, cerré los ojos, olí el aire... no era Londres.

Extrañaba mi país. Quería más que cualquier cosa regresar a Inglaterra; hablar de la Reina, recorrer las calles de Londres, ir a Knightsbridge y hacer compras en Harrods. Extrañaba el colegio, los pilares blancos soportando la marquesina que rezaba "Qeen's College" en todo su esplendor. Quería que las visitas a Yorkshire los fines de semana regresaran, quería volver a ver a Caitlyn, Heather, Julianne y Harriet, salir con ellas a Covent Garden y saltar en los charcos que casi vivían en las avenidas. Pero sobre todo extrañaba a Alec.

La decisión fue tomada por mis padres sin algún tipo de democracia. Un día se levantaron y papá resolvió que regresaríamos a la tierra de mi madre, que ella había pasado más de veinte años alejada de los suyos y que era justo que nosotros hiciéramos sacrificios como los que ella hizo una vez. Era estúpido mi padre. Podría haberme dejado en uno de esos bonitos internados, pero alegó que no sería buena idea alejarme de Walter. ¿Alejarme de Walter? En Londres jamás estuvimos en la misma escuela. Era raro vivir en México, donde las escuelas estaban plagadas de alumnos de ambos sexos. Antes Walter y yo no convivíamos mucho, él se iba con sus amigos y yo con las mías. Pero papá decidió también que ahora viviríamos como una bonita familia mexicana.

Odiaba este país. Aborrecía los días calurosos, gracias al clima tuve que cambiar mi guardarropa por completo. Adiós a las botas de lluvia. Adiós a las bufandas. Adiós a todo. Las calles aquí eran horribles, con esas líneas amarillas en las banquetas, los autos haciendo ruido y sus volantes del lado equivocado. Las casas eran todas de concreto frío y sin clase, estaban pegadas unas a otras sin jardines o bardas que las separaran. Los uniformes de las escuelas eran todos iguales... igual de feos.

Y se sorprendieron de que me costara adaptarme. Mamá pasaba su tiempo molestando: al llegar aquí se le olvidó todo lo que había aprendido en Gran Bretaña. Dejó de hablar inglés y al principio yo no entendía nada de lo que decía, razón por la cual -además de mi rencor hacia su persona por haberme apartado del lugar a donde pertenecía- dejé de notar su presencia en la casa, o mejor dicho, decidí ignorarla. Walter socializó más rápido de lo que yo habría imaginado, llegó una semana después de que nos inscribieron a la preparatoria con Jonathan prendido a él como si se conocieran desde siempre. Mi hermano hablaba el español perfectamente bien, lo había aprendido mirando películas policíacas y series con subtítulos. En cambio, tuvieron que pasar algunos meses antes de que yo pudiera decir "hola" sin vomitar bilis.

Samantha fue la única en el colegio que decidió no burlarse de mi cabello rubio y mis ojos claros. ¡Cómo había odiado que todos me llamaran Barbie! En Londres muchas de las chicas del colegio tenían el mismo color de cabello y ojos que yo, pero aquí mi pálida piel resaltaba como un farol rojo en medio de la oscuridad. A Sam le conté todo. Le dije cómo era Londres, cómo olía el aire en Yorkshire, a qué sabía el agua no embotellada... le conté sobre Alec.

Alexander era un chico del Dulwich College, compañero de Walter a quien mi hermano odiaba con todo su corazón por motivos estúpidos. Era también hermano de Harriet, una de mis mejores amigas. Pero sobre todo, Alexander Vaughan era el chico con el que creí que pasaría toda mi vida. Teníamos planes de entrar a la misma universidad y seguir juntos después de terminar la carrera, pero los intereses de mi madre siempre eran más importantes que cualquier otra cosa y jamás le interesó nada que no fuera regresar a su maldito país.

Alec hizo todo un drama cuando le dije que dejaríamos Londres. Juró que jamás volvería a pelear con mi hermano, incluso se disculpó por todos los moretones que le había causado ya, fue a hablar con mi padre para rogarle que no me llevara con ellos, se metió al Queen's College una noche y dejó en el escritorio de la directora una nota que supuestamente había mandado mi padre para decir que olvidara darme de baja porque me iba a quedar. Esa vez casi lo expulsan de Dulwich por insensato. Alec le suplicó a mi madre que cambiara de opinión acerca de regresar a América, trató de convencerla diciéndole que en ningún otro lugar Walter y yo tendríamos la educación que podíamos tener en Inglaterra.

Ante los rechazos de mis padres y luego de que los suyos llamaran a mi casa para disculparse por sus impertinencias, nos escapamos juntos a Windsor. Consiguió una habitación, robó dinero a sus padres y nos fuimos en el auto de mi abuela, quien al parecer apoyaba nuestra trágica y romántica situación con los ochenta años que cargaba sobre sus hombros. La policía nos encontró dos semanas después y yo subí al avión que me alejaba de todo lo que quería en la vida hecha una furia.

Contrario a lo que se podría pensar, Samantha no se echó a reír ni se burló de mí diciendo que una chica de quince años y un adolescente de dieciocho no podrían estar juntos para siempre ni aunque a Zeus se le diera la gana. No fastdió con que mi obsesión por Inglaterra era una estupidez ni se ofendió por todas las veces que maldije su país, sus tradiciones y su idioma. Samantha era más grande que yo y me trataba como a una hermana pequeña. Ella y su familia eran lo único bueno que yo había podido encontrar en América.

—¿Por qué tan sola, Quighley? —y otra vez esa voz. Aunque esta vez no estaba en mi cabeza.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sin despegar la cara del pasto y sin abrir los ojos. Sabía quién era, sólo que no estaba de humor para aguantarlo.
—El parque es propiedad de todos, no sólo de los extranjeros chulos que se sienten dueños de todo —rió con ironía.
—¿Y me lo dice un mexicano? Porque de otro modo tendré que patearte el trasero.
—He vivido más tiempo aquí que en Canadá. Ya soy producto nacional... y además, no tengo ese acento tan extraño que tienes tú.
—Aunque vivieras en Canadá no tendrías mi acento, Oliver —dije de mala gana—. Soy inglesa. Tengo más clase de la que tú podrías llegar a tener algún día.
—¿Desprecio británico, Quighley? Creí que el rencor entre europeos y americanos era puro mito.
—No cuando los americanos arruinan tu vida... no cuando tu madre americana arruina tu vida.

Abrí los ojos y si no hubiera sido por la rapidez de su mano al taparme la boca, mi grito habría ahuyentado a todas las palomas que buscaban alimento junto a la presa, y de paso atraído a los policías que se encontraran diez cuadras a la redonda. Oliver estaba acostado junto a mí, con su hombro casi tocando el mío, y yo ni siquiera me había dado cuenta.

—¡Tranquila! Ni que hubieras visto a Jack el Destripador —soltó una sonora carcajada y me miró burlonamente—. Si no lo viste en Londres que es donde vivió, no lo verás aquí, Hayden.
—¿Sabes qué? Seguramente tengo cosas mejores que hacer, como por ejemplo echarme a dormir. Nos vemos luego, Oliver.

Me levanté del suelo y sacudí el pasto mojado que se me había pegado a las piernas. Tal vez... sólo tal vez, lo bueno del clima caluroso era que podía usar falda sin tener que usar unas gruesas mallas abajo para que no se me congelara la piel.

—A mí también me gusta Korn —dijo él, mirando mi blusa intencionadamente.
—Qué bueno que me dices —contesté mientras retiraba un poco de césped de mi cabello—. Llegando a casa voy a quemar todos sus discos y las camisetas también.
—Estás dejando muy mal parados a los de tu tierra, Quighley. Se supone que los ingleses son educados, no una bola de gente sin cortesía.
—No tengo por qué demostrar mis modales frente a zánganos como tú, Carter.
—¿De verdad estás tan enojada? Eres la primera persona en toda la historia a quien le pido disculpas. Deberías estar agradecida.

Una semana antes, Oliver había dicho que cuando era niño le escupió a una bandera de Inglaterra. Lo que me molestó fue que ni siquiera lo dijo como una anécdota de su infancia: me miró directo a los ojos, ignorando a sus tíos, a Sam, a Romina y al hockey. Quería hacerme sentir mal. Oliver Carter aprovechaba cualquier situación para recordarme que probablemente jamás regresaría a Europa. Disfrutaba haciendo que se me formara un nudo en la garganta y que tuviera la repentina necesidad de golpear una de las horribles paredes de concreto con el puño.

—Si no hubiese un maldito charco separándome de mi país, yo ya no estaría aquí. No es mi culpa, Carter. Y sí, estoy enojada. Me repugna que te empeñes en hacerme sentir mal. Eres mi amigo... se supone que deberías apoyarme, ¿no crees?
—¿Ya dije que eres la única persona a la que le he pedido perdón? —preguntó, ignorando mi comentario.

Lo miré a regañadientes. Estaba echado en el pasto justo donde yo había estado unos segundos atrás, recargado sobre los codos. Usaba esa chamarra de cuero que llevaba a todas partes y sus pantalones tenían un agujero en el muslo. Era guapo. Violeta le había roto la nariz y la tenía torcida ahora, pero seguía siendo muy atractivo. Lástima que fuera tan imbécil. Con todo, me senté a su lado y puse la cabeza entre las piernas, estirando la tela negra de la falda para no enseñar de más.

—Quiero regresar, Oliver —odié que se me quebrara la voz—. Quiero regresar y no puedo. Quiero tener la vida que tenía antes.

Dejé que las lágrimas de impotencia cayeran por mis mejillas y comencé a sollozar audiblemente. No importaba que Carter estuviera ahí. Él y Samantha eran los únicos con quienes podía hacer rabietas y llorar sin que se burlaran. Oliver no habló, se quedó en su lugar completamente en silencio y unos segundos después percibí el olor del cigarrillo que acababa de encender. Odiaba que fumara, pero no dije nada. Sentí su cerpo cerca del mío y luego sus brazos me envolvieron, acunando mi cabeza contra su pecho.

No había nada bueno en México, pero por lo menos tenía con quien desahogarme.
domingo, junio 13

Difícil de creer. [[[[Sebastián]]]]

La primera vez que vi a Violeta ella había estado gritándole a alguien por teléfono, en pijama y con el cabello hecho un nido de pájaros. Yo bajé a su apartamento porque iba a pedirle un CD de Queen a Diego y cuando él entró para ir por el disco, pude ver a su hermana a punto de arrojar el plato que sostenía en la otra mano contra el ventanal de la sala. Ella ni siquiera notó que yo estaba parado en su puerta mirándola como imbécil y tratando con todas mis fuerzas de no reventar a carcajadas ahí mismo. "Pues no me importa -decía-. Yo no tuve la culpa y tú lo sabes. Fuiste tú quien lo hizo. No quieras venir a reclamarme por algo que tú ocasionaste, y en todo caso, ¿por qué tienes el descaro de llamarme? ¿Tienes amnesia, o sólo es tu falta de coeficiente?"

Desde ese día le puse el apodo de "pequeña salvaje". Me parecía sorprendente que una persona que lucía tan frágil pudiera inyectar tanto veneno de una sola vez. Diego me había dicho que su hermana podría haber traumado a Freud si lo hubiese conocido y éste la hubiera hecho enojar, pero yo no le creí hasta aquel momento. Me gustó. Quise entrar, decir "me llamo Sebastián, guapa, soy tu vecino de arriba", y luego besarla ahí mismo. El único problema fue que si ella era lo que parecía, iba a rebanarme el cuello antes de que pudiera acercarme siquiera, y además Diego estaría ahí para darme el tiro de gracia.

No hablé con ella hasta muchos días después. Toqué en su puerta para regresarle a Diego un videojuego que me había prestado, pero él no estaba y fue ella quien abrió la puerta. Estaba hermosa. Su rostro al verme fue de una total decepción, ya que al parecer estaba esperando a alguien más -seguramente a Jonathan-, pero me trató como si me conociera de toda la vida. Y de nuevo quise tomarla por la cintura, besarla y luego llevarla a Las Vegas para casarme con ella, pero en vez de eso me puse todo colorado, dije "gracias" y regresé a mi apartamento.

Debería admitir que saber que estaba con Jonathan se sintió como una patada en la espinilla, o como un golpe en el nervio del codo. ¿Por qué era su novia? Él era más alto que ella, pero unos cinco o diez centímetros más bajo que yo, le hacían falta unos tres años en el gimnasio para que su cuerpo se pareciera un poco al mío, tenía cara de niña con todo y los ojos verdes, además de que sus ricitos castaños le caían sobre el rostro como si hubiera usado crema para peinar y hubiera posado para un comercial diciendo "mi mami sí que me lo cuida". Lo peor fue ver cómo se miraban. Era como si yo no estuviera ahí.

Luego de que Violeta casi se asfixiara por su cómica alergia a las almendras decidí que después de todo ni siquiera la había tratado lo suficiente como para que me gustara de aquella manera. La había visto dos veces antes de querer proponerle matrimonio y ahora que lo pensaba no quería casarme tan joven. Y conocí a Jonathan. Era el tipo de chico que yo habría querido como hermano, y a pesar de que era dos años menor, parecía mucho más grande y podría ponerme en mi lugar si quisiera. Así que todo se complicó, porque a mí definitivamente me seguía gustando Violeta, pero de ninguna manera le haría daño a mi amigo.

Y ahora también estaba ella.

—...tarado cuando te hablo —Mateo bufó y se recostó en el pasto, a mi lado.
—¿Qué? —pregunté, regresando a la escuela, con mis amigos.
—Que odio cuando pones esa cara de tarado cuando te hablo —repitió él, poniendo los ojos en blanco—. Eres un imbécil, amigo.
—¿Y si la llamo? —pregunté en voz baja para que los demás no pudieran escuchar.

Había pensado en ella todo el fin de semana. No nos habíamos visto y me sorprendí al darme cuenta de que la extrañaba. Yo. Sebastián. Tenía a todas las chicas del colegio sobre mí y a mí se me ocurría tener esta extraña fijación por una chica que había agitado las pestañas y sonreído unas cuantas veces. Pero era muy extraño que ella sonriera... y tenía una sonrisa tan hermosa...

—¿Quién es la afortunada? —preguntó Mildred, una chica que conocía desde el jardín de niños y a la que odiaba con todo mi ser.
—El diablo —contesté de mala gana.
—Ahora no sólo resultó arriesgado, además es gay —dijo ella. Todos los demás rieron.
—¿Tú qué sabes? —Mateo sonrió soñadoramente bajo las gafas—. El diablo podría ser una morenaza sexy de un metro ochenta con las medidas perfectas.
—Entonces, espero que no te topes un día con el diablo —intervino Edgar, suprimiendo por completo la sonrisa de Mateo.
—¿Por qué no? —preguntó éste.
—Porque le llegarías a las rodillas, Dexter.

Todos se echaron a reír de nuevo. Edgar había estado conmigo en la secundaria, preparatoria y justo ahora, en esto que parecía más un purgatorio que un colegio intermedio. Era una escuela para fracasados con mucho dinero o gente que quería tomarse un año pero sin tener que quedarse en casa. Yo estaba ahí porque no tenía idea de qué quería hacer de mi vida. Cuando salí de la preparatoria estaba decidido a estudiar derecho, pero me acobardé unos días antes de entrar a la universidad y como tampoco quería estar en mi casa vacía todo el tiempo, le dije a mi madre que sería bueno entrar al colegio de los perdedores. Aunque aquí todos se creían súper genios de la ciencia por tener dinero, ninguno de ellos sabía qué iba a hacer en el futuro. Excepto Mateo, quien quería estudiar Ingeniería en Sistemas Computacionales, pero su padre lo había mandado a esta escuela un año para ver si recapacitaba y se decidía por Contabilidad o algo más digno de su apellido.

—Si me lo preguntas, le tengo más miedo a tu chica que a la morenaza sexy de uno ochenta —murmuró Mateo—. Pero es tu asunto. Llámala. Si un día sales con ella y comienza a empalarte o a desollarte yo estaré ahí para decir "te lo dije"... no me mires así, es broma. Yo estaré ahí para ayudarte y evitar que te mate... si es que no me mata a mí también.

No pude evitar reír. Sacudí la cabeza y me alejé del lugar. No quería que ellos escucharan ni una sola palabra de la conversación que estaba a punto de tener. Saqué el celular y busqué su nombre en la agenda. Ella contestó luego de haberme mandado al buzón una docena de veces. Sabía que tarde o temprano se hartaría y tomaría la llamada, aunque fuera sólo para mandarme con la súper-modelo dueña del infierno.

—¿Qué quieres? —contestó a manera de saludo—. ¿Vas a burlarte de mí? Porque ya se han burlado mucho de mí estos días y tú eres la última persona en el planeta con la que quiero hablar. Así que haré como que te pongo atención mientras recitas tu perorata. Escupe.
—Violeta me dijo lo que pasó en tu escuela —y sí, también odiaba el hecho de que ellos ya estaban de vacaciones y yo no—. Sam... nos hemos visto... ¿tres veces? ¿cuatro?
—Y ahora me vas a decir que estoy loca. Por eso nunca dejo que un retrasado mental me guste, sienten que son especiales porque una inadaptada social como yo anda tras ellos. Y tú eres igual. Termina de una vez por todas, porque voy a colgar en veinte segundos.
—¿Cómo puede alguien tan idiota gustarme tanto? —había pensado en voz alta. Gran error. Quise taparme la boca en cuanto lo dije, pero me vería muy afeminado y eso echaría a perder mi reputación.

Silencio. Podía escuchar la respiración de Samantha del otro lado de la línea, pero ninguno de los dos dijo una sola palabra durante un largo rato. Estuve a punto de decir "gracias, seguiré participando" y colgar, cuando ella habló.

—No soy idiota —dijo.
—Eres idiota —afirmé—. Eres tonta, presuntuosa, grosera, egoísta e idiota. Y me encanta.
—Pues gracias por los cumplidos, imbécil.
—El hecho es que Violeta me dijo lo que sucedió el viernes...
—Y es justo por eso que voy a apretujar su cuello hasta que se le boten los ojos cuando la vea —interrumpió.
—¿Te puedes callar? —soné enojado, pero necesitaba que cerrara la boca un segundo—. Esa noche estuve dando vueltas en la cama, preguntándome cómo podía alguien como tú impedirme dormir. He pensado en ti desde que despierto hasta que me acuesto y sueño contigo, Samantha. Dime loco, psicópata, enfermo si quieres, pero no estaría diciéndote esto si no estuviera harto de tenerte en mi cabeza todo el tiempo. Ya sal de ahí.
—¿Y a ti quién diablos te dio permiso de entrar en la mía, grandísimo cretino? —contestó ella con una nota de diversión en la voz.




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Hoy se abrió el cielo y Zeus me iluminó. Se ha ido mi bloqueo mental.

No saqué adelante la entrada anterior, pero decidí hacer una ronda por todos los personajes antes de "la gran aventura". Creo que no he hablado suficiente de ellos y hasta yo quiero descansar de Violeta y Jonathan por unos días.

Esta fue la primera entrega desde el punto de vista de Sebastián. Es que me di cuenta de que algunas cosas no las puedo describir desde la perspectiva de Violeta, porque obviamente ella no vive con todos los personajes, así que ustedes estarán en las cabezas de todos ellos antes del gran día. Espero que eso no les parezca aburrido.

Siento que el capítulo haya sido taaaan enorme, pero ahora que me desbloqueé creo que me dejé llevar xD

-Betzabé.
viernes, mayo 28

El mundo es un pañuelo.

—Muévete, Carter y dame eso —intenté tomar la lista, pero él fue más rápido y la alejó de mí.

Puso la mano sobre su cabeza, moviendo la lista como un pequeño señuelo que yo debía alcanzar. Salté dos veces para poder arrebatarle la hoja, pero él reía y la ponía más arriba, impidiendo siquiera que yo la tocara. Carter puso su mano en mi frente y me alejó como si fuera un mocoso fastidioso al que quería mantener alejado. Jalé del cuello de su chamarra de cuero y salté de nuevo, quitándole por fin la nota.

—Guau, eso fue ingenioso —Oliver me tomó de la cintura cuando le di la espalda y volvió a quitarme la hoja. Comenzaba a sentirme realmente torpe.
—Déjala, Carter —Jonathan quitó sus dedos de mi blusa y me alejó de él tanto como pudo.

Samantha y Hayden se alinearon con nosotros. Walter caminó hasta ponerse frente a mí. Por unos segundos pensé que Carter iba a golpearlo o algo parecido, pero solamente le extendió la lista y se dio la media vuelta. Bruno me miró como si fuera una cucaracha asquerosa y me hizo una seña con la mano. Esta vez, en contra de todo lo que me había prometido el día en que peleamos, me solté de la mano de Jonathan y me arrojé sobre él. Puse mis piernas alrededor de su cintura y le jalé el cabello tan fuerte como pude, él trató de tirarme, pero yo estaba bien aferrada a su espalda y solamente ayudó a que mis dedos se afianzaran mejor en su melena.

—Ay, maldición —musitó Jonathan—. Aquí vamos de nuevo.

Entonces, justo cuando pensé que todo el mundo comenzaría a pelear, Carter apartó de un empujón a Jonathan y me tomó de la cintura con un brazo, quitando mis dedos del cabello de su amigo con la otra mano. Pataleé y traté de rasguñarle la cara, pero él era fuerte y no pude hacer más que resignarme. Bruno estuvo a punto de golpearme el rostro cuando Carter paró su golpe con la misma mano que había utilizado para liberar los cabellos del mismo. Todos lo miramos estupefactos, mis piernas aún estaban a varios centímetros del suelo y él parecía aguantar mi peso sin ningún esfuerzo.

—Ya, contrólense —dijo éste.

Oliver me depositó en el suelo y ayudó a Jonathan a levantarse del mismo, éste dudó un poco antes de aceptar la mano que le tendían y luego de unos segundos estaba parado junto a mí con la misma cara de sorpresa que yo. Bruno comenzó a soltar maldiciones y calló cuando Carter le miró fulminante. Samantha caminó hacia él y lo miró furiosa, con ambas manos en la cintura.

—¿Me quieres decir qué diablos estabas pensando? —preguntó ésta. Carter bajó la vista y negó con la cabeza.
—Cierra la boca, Samantha —dijo.
—¿Cerrar la boca? —preguntó ella, con las cejas enarcadas—. Espera a que le diga a mamá lo que has estado haciendo. Eres un idiota. Voy a llamar a tu padre y le voy a decir que te lleve con él. ¿Eso es lo que quieres?
—Oye, no me armes un teatro, ¿sí? Tú te la pasas molestando gente y yo nunca te digo nada. Además, no sabía que te habías unido al club de los perdedores. Ni siquiera sabía que estuvieras enterada de dónde estaba la biblioteca de la escuela.
—¿Sabes qué? No voy a llamar a tu padre. Yo misma te voy a subir en el primer avión que salga a Canadá. Ya tenemos una oveja negra en la familia y lamento decirte que ésa soy yo, ahora lárgate y no fastidies.
—¿Ah sí? Pues por si no recuerdas acabo de ahorrarle unos cuantos moretones a éste defecto de la naturaleza —ladró él, mirándome furioso—. Si vas a decirle a mi papá lo que he hecho desde que entré a la escuela, por lo menos déjame disfrutar mis últimos momentos aquí. Le partiré la cara a ése imbécil, a ella le voy a dar una buena lección y al hermano de tu amiguita le voy a rapar la cabeza, ¿qué te parece?
—Lárgate, Oliver —dijo ella, ignorando el comentario de Carter—. Ve a golpear indefensos a otro lado.
—¿Es ése chico del que tanto me hablas, no? ¿Santiago? No... —se corrigió—. Sebastián. Por eso has estado tan rara, ¿verdad? Por eso defiendes a éstos idiotas. Si te juntas con las cucarachas, van a salirte patas.
—Vete al infierno —me pareció, aunque no estuve muy segura, que la voz de Samantha se quebraba.
—Tú vas a venir conmigo, ¿no? Porque, aunque ahora seas la defensora de los tarados, y aunque te hayas enamorado de un fulano que acabas de conocer... tú y yo fuimos cortados con la misma tijera, primita. ¿Soy un bravucón? Sí, bueno... tú no eres precisamente un ángel del Señor.

Pensé que Samantha le iba a arrancar la cabeza cuando él se acercó y le besó la frente en un gesto burlón. Creí que le amputaría las piernas y los brazos con unas tijeras o que agarraría la engrapadora de la bibliotecaria -que gracias al cielo estaba ausente- y le cerraría los labios con un poco de metal. En lugar de eso y para mi sorpresa, Samantha giró y le hizo una seña a Hayden para que la siguiera. Ambas salieron de la biblioteca, seguidas por Oliver y Bruno. Jonathan y yo nos miramos como si acabáramos de presenciar el fin del mundo y hubiésemos sobrevivido, o como si ya hubiéramos descubierto la piedra filosofal...

—¿Qué diablos fue eso? —pregunté.
—No tengo idea —aceptó, negando con la cabeza.
—Punto número uno —dijo Walter, sonriéndome—. Al parecer Samantha sólo nos trata bien porque le gusta ése temible amigo tuyo de las mejillas coloreadas con crayón. Punto número dos... yo pienso que es la primera vez que ella y Carter se pelean así.
—¿Cómo? —preguntó Jonathan—. ¿Tú ya sabías que Carter y Sam eran primos?
—Ay, claro que sí —puso los ojos en blanco, como si la pregunta resultara absurda.
—¿Y no se te ocurrió decirlo alguna vez? —pregunté—. Algo como "oigan, chicos, Samantha es familiar del tipo que quiere asesinarlos cada vez que los ve", o un casual "¿ya les dije que Sam es prima de un homicida?". Cualquiera de las dos habría funcionado perfectamente, Walt.
—Creí que ya lo sabían —se encogió de hombros—. Todo el mundo lo sabe.
—Pues disculpa si no nos pasó por la cabeza que pudiera haber dos aficionados a la lucha callejera en una misma familia, Walter. La próxima vez lo tendré en mente.
—Sí, eso sería una buena idea —coincidió éste, ingenuamente.





Mi mente estaba nublada. Sabía que había estado durmiendo los últimos minutos... tal vez horas, pero no recordaba haberme quedado frita en un lindo sillón, ni que un candelabro hermoso hecho de cristales reflectantes que proyectaban cientos de arco iris en la habitación sería lo primero que vería al abrir los ojos. Escuché voces en la cocina, charlando en voz baja. Recordé entonces que Jonathan, Walter y yo habíamos ido a casa de Sebastián porque ellos querían contarle lo que había pasado en la biblioteca... no la parte donde habíamos descubierto la historia familiar de Sam, sino el hecho de que ahora Carter había leído aquella lista que tenía como título "Cosas que se necesitan para entrar a robar los documentos". Sí, había sido tonto dejar que Walter fuera quien escribiera la lista, y más tonto que Jonathan no le cambiara el nombre en cuanto lo leyó.

Me levanté del sofá y fui a la cocina. Jonathan y Sebastián reían y conversaban, pero no vi a Walt por ninguna parte, así que creí que se había ido. Me froté los ojos con ambas manos para aclarar la visión y resultó contraproducente; podía ver puntitos de luz en las caras de los chicos.

—¿Sebastián? —pregunté, y creo que ambos voltearon a verme.
—No, Willy Wonka —dijo él—. No recuerdo que una siesta en mi sillón favorito haya estado incluida en el boleto dorado. Lo siento por ti, no heredarás mi fábrica de chocolates.

Jonathan se echó a reír y caminó hacia mí. Me tomó por la cintura y me besó.

—Niños, no comiencen con esas porquerías enfrente de mí. Acabo de comer, ¿saben?
—Cierra la boca —dije, soñolienta.
—Comen carne frente a los pobres —dijo en voz baja—. Eso no es justo.

Entonces, repentinamente alerta, recordé lo que había sucedido esa mañana en la biblioteca de la escuela. Sonreí maliciosa y besé a Jonathan de nuevo, sabiendo que Sebastián no mantendría cerrada la boca.

—Oye —dijo—. Si vas a besarlo a él, por lo menos ven a darme un poco a mí también. No te haría daño probar un postre diferente al que siempre pides. Soy la especialidad de la casa.
—No deberías hacer eso —fruncí el ceño. Su respuesta no era la que yo había esperado, y Jonathan... bueno, él sólo se echó a reír en lugar de decirle algo.
—Mírame, soy demasiado sexy como para que puedas resistirte.
—Eres un caso perdido —avancé hasta la barra de la cocina y mordisqueé una manzana.
—Sólo bromeaba —contestó.
—Oye, ¿sabías que le gustas a Samantha? —miré los dibujos que había pegados al refrigerador y tomé uno, contemplándolo detenidamente—. ¿Cuántos años tenías cuando dibujaste esto?
—Cuatro —respondió, serio hasta lo imposible—. ¿Cómo que le gusto a Samantha?
—¿Y tu madre lo guardó? Tienes veintiún años, esto podría alejar a tus chicas... —reí.
—Era todo un artista, no puede deshacerse de ellos —puso los ojos en blanco.
—Tienes suerte —dije—. Mi mamá veía mis dibujos y al siguiente día ya estaban en la basura. Creo que jamás guardó uno.
—Sí, bueno, a veces yo desearía que mi madre fuera un poco más como la tuya —contestó, sarcástico—. ¿Quién te dijo lo de Samantha?
—Si tu madre fuera un poco más como la mía, tú ya no vivirías aquí —musité—. Me lo dijo ella, hoy... bueno, no me lo dijo exactamente a mí, pero...
—¿Qué dijo? —interrumpió.
—Bueno... tampoco fue exactamente ella quien lo dijo...
—Vamos, Violeta, ya dime qué pasó.
—¿Qué pasó? Pasó que por lo visto a ella le fascinó tu estupidez. Probablemente le gustan los que bromean para ocultar la ignorancia.

Jonathan se echó a reír, pero Sebastián pareció ofendido. Entonces me tomó por la cintura y acercó su rostro al mío lo suficiente como para que su aliento tocara mis mejillas. A Jonathan se le fueron las ganas de seguir burlándose y Sebas me soltó.

—Basta de tonterías —dijo—. Ahora ustedes dos van a decirme qué dijo Sam.
—Ay, al nene le gusta la niña ruda —dije.
—A tí te gusta un tipo que se desmaya cada que pisa un hospital y yo nunca me he burlado de eso... digo... bueno... ricitos es una nena y yo no te hago burla ¿o sí? Así que deja de decir estupideces y cuéntame lo que pasó.

Bien hecho. Jonathan estaba enojado, Sebatián realmente parecía enojado... y yo... estaba junto al refrigerador, tratando de recuperarme. Tal vez habría sido más correcto quedarme otro rato echada en el sillón.

viernes, mayo 21

Hayden, la Diosa.

Era el último día de escuela. Había estado tan ocupada sintiendo lástima por mí misma los últimos meses, que había ignorado por completo el cambio de semestre y las últimas semanas de libertad. En unos meses entraría a la universidad y yo había echado por la borda cada uno de los preciosos momentos que pude haber pasado con mis compañeros de clases. Justo ahora, en vez de preocuparnos por despedir y abrazar a los amigos que jamás volveríamos a ver, estábamos sentados en una de las mesas de la biblioteca con las cabezas juntas, mirando el mapa de Jonathan y la lista que había hecho en su casa con las cosas que necesitaríamos.

Jamás vlvería a pisar las instalaciones de esa escuela y yo estaba más preocupada por planear bien nuestro próximo acto criminal, ése que nos colocaría oficialmente como una de las pandillas de malandrines más buscadas de la ciudad... o del país. Mis notas habían resultado un completo asco. Los profesores no me habían reprobado única y exclusivamente porque en el pasado había sido una excelente alumna y no creyeron conveniente hacer que me quedara otro año para escarmentar.

—Tengo micrófonos en casa —decía Jonathan con la voz más baja que le había escuchado jamás—. Los uniformes los va a conseguir Sebastián. Semantha, te voy a necesitar en una de las entradas con él, por cierto. Hay que pasar inadvertidos y ustedes son los únicos que de verdad dan miedo. Van a ayudar a Vio a entrar a la casa, mi contacto los va a presentar como los nuevos guardias y así no correrán peligro.
—¿Por qué Samantha? —preguntó Rodrigo, que había permanecido con los dedos entrecruzados bajo la barbilla, pensativo.
—Ya lo dije —dijo Jonathan—. Ella da miedo.
—Es una chica —alegó éste—. A nadie le da miedo una chica, y si algo sale mal, preferiría arriesgar a uno de nosotros que a una de ellas, si me lo preguntas.
—Pues nadie te preguntó —Samantha lo miró furibunda y lo hizo callar—. No es justo que yo me pierda toda la diversión mientras Violeta se da la buena vida. Quiero ayudar. Ella se va a arriesgar más que cualquiera de nosotros y yo me sentiría mediocre si no coopero en algo... pero claro, ¿cómo diablos vas a saber de qué hablo, si tú vas a estar a medio kilómetro de la casa, vigilando con un par de binoculares? Además de que tu novia va a estar contigo. Gran hazaña, mi amigo, me sorprende tu tenacidad.
—Basta, los dos —intervino Jonathan a buena hora.

A veces, por más impertinente que resultara, me agradaba tener a Samantha cerca para decir lo que yo habría dicho si no me hubiese propuesto no meterme en más problemas gracias a mi bocaza. Ella era un clon mío, pero con el cabello teñido de color zanahoria y rubio, y unos ojos tan verdes como los de Jonathan.

Me di cuenta de que Jonathan no miraba nunca a Rodrigo. Cuando le dirigía la palabra no lo volteaba a ver, sino que fijaba la vista en algo alejado de su persona, como un estante o una pared. Me pregunté si a Jonathan todavía le dolía el recuerdo de lo que había sucedido hacía ya tanto tiempo. ¿Podría ser que odiara tanto a Rodrigo que no podía ni verlo a la cara? O tal vez le daba asco. Hayden me había dicho que le repugnaba ver a Rodrigo porque le parecía que cada una de las palabras que salían de su boca eran de lo más sosas y antipáticas, dijo que le resultaba más divertido ver una piedra completamente gris e inanimada, que verlo a él. Tal vez para Jonathan, Rodrigo carecía de personalidad tanto como para Hayden y era por eso que no se molestaba en observar su rostro.

En cambio, el novio de Casandra pasaba la mitad de su tiempo mirándolo a él. Incluso Walter se había dado cuenta y había comentado que comenzaba a dudar acerca de la sexualidad del muchacho. "¿Quién sabe? había dicho, ¿Qué tal si te besó para que él terminara contigo y así tener el camino libre para conquistarlo? Yo creo que tantas miraditas de reojo significan algo." Yo me había echado a reír, por supuesto, pero me pregunté si de verdad Rodrigo miraba tanto a Jonathan por una razón específica, aunque ésta no fuera su dudosa orientación sexual. Rodrigo miraba fijamente al chico que estaba sentado junto a mí, negaba con la acabeza cuando éste sugería algo, se encogía cuando le pedía su opinión a regañadientes, fruncía el ceño si Jonathan le hablaba mal a Casandra y parecía tenso cuando se hablaba de su papel en el plan. Es un cobarde, nada más, pensé, sólo está aquí porque no tiene pensado dejar sola a Cass.

Y Cassandra me miraba fijamente todo el tiempo. Podía sentir su desprecio en cada centímetro de mi piel y me pregunté cómo había podido cambiar tanto nuestra relación en tan poco tiempo. Habíamos tardado más en arreglarnos de nuestro primer pleito, que en pelear y gritarnos otra vez. A lo mejor Casandra y yo ya no éramos mejores amigas. Me era difícil pensar que dos personas podían tener una relación de amistad tan envidiable cuando una de las dos partes ansiaba con todas sus fuerzas desnucar a la otra. Por supuesto que era Casandra quien quería desnucarme a mí... probablemente me torturaría un poco antes de hacerlo, porque en su mirada podía leer que lo que menos quería era que yo tuviera una muerte rápida e indolora. Por un momento quise regresar el tiempo, o ser capaz de arreglar las cosas con ella. Quería que volviera a ser mi confidente y que me perdonara por todas las veces que la había hecho sentir mal. Quería que me pidiera perdón por no haber estado conmigo cuando más la necesitaba, porque, me di cuenta, no era ella la única resentida.

—Walter, tú vendrás conmigo. Vamos a entrar, pero no hasta la oficina; tenemos que cuidarle las espaldas a Vio —Jonathan miró a Walt y pude ver en su mirada ese respeto y toda la admiración que le tenía. Pude ver también que era recíproco, porque ellos, después de todo, eran los mejores amigos.

Y Sebatián lo era también. Walter era la mano derecha de Jonathan. Estaba segura de que le confiaría la propia vida a su amigo sin pensarlo dos veces. Para Jonathan, el apellido de la Confianza era Walter. Por otro lado, Sebastián era ese chico con el que podía hablar de cualquier cosa. Sebas era como el hermano que jamás tuvo, porque podían pelear y gritarse durante horas sin hacerse daño de verdad. Y Jonathan tenía suerte, porque Walt y Sebas lo querían a él de la misma manera.

—Hayden —dijo éste, firmemente—. Tú te quedas en la camioneta con Mateo. Necesito que me des instrucciones y eres una chica inteligente. Sabrás tomar buenas decisiones.
—¿Ella? —de nuevo Rodrigo. Samantha le dedicó una mirada fulminante y éste retrocedió.
—Escucha, idiota —intervino Jonathan, para mi sorpresa—. Si vas a estar en esto, debes comenzar a confiar en el equipo. Mateo es pequeño pero tiene más cerebro que todos nosotros juntos. Samantha es una chica, pero esa chica te partiría la espina dorsal con un sólo movimiento si se lo propusiera. Sebastián es algo tonto, pero defendería tu estúpido cuerpo asqueroso con el suyo si estuviera en sus manos. Walter jamás comete errores, si no confías en él estás frito. Violeta buscaría la manera de protegernos a todos aunque su vida misma estuviera en peligro. Y Hayden... ella piensa en todo a la vez; sabrá cómo arreglar cualquier complicación si ésta sucediera. Al parecer, los únicos aquí que no tienen nada que aportar son tú y tu noviecilla, así que más vale que comiences a respetar al equipo, porque la próxima vez que dudes de alguien por su tamaño, su intelecto, su sexo o su edad, te las verás conmigo.

Miré las expresiones de todos ahí. Casandra estaba boquiabierta, me miró de reojo y alzó la barbilla en un gesto obstinado y orgulloso. Hayden sonreía como si alguien le hubiese dado el título de Deidad, pude ver que estaba orgullosa de sí misma, porque con todo y sus escasos quince años, tenía la tarea más difícil de todas: dirigir correctamente al grupo. Samantha miraba a Jonathan como si fuese su retoño y estuviese orgullosísima de él, incluso pude escuchar un "ése es mi chico" que salía de sus labios. Walter estaba impávido, callado, pero había un atisbo de diversión en sus ojos. Y Rodrigo... él tenía la cara toda roja y los ojos furiosos.

—Hecho —habló Rodrigo finalmente.
—Y una cosa más —Jonathan apartó la mirada del chico y sonrió despreocupado, como si no hubiera pasado nada—. Que nadie se entere de nada o estamos perdidos.

Todos se levantaron de la mesa, incluyéndome. Rodrigo y Casandra apresuraron el paso hacia la salida. Hayden y Samantha se estiraron, relajando los múculos tensos por estar tanto tiempo en la misma posición. Walter se colocó junto a su hermana y comenzó a juguetear con un mechón rosado de cabello que resaltaba sobre un rubio casi blanco. Jonathan me tendió la mano y me besó la frente.

—Todo está listo —dijo—. Sólo esperaremos a que Sebas consiga los uniformes y Mateo planee cómo mantendrá las cámaras apagadas durante todo el tiempo que estemos dentro. ¿No te emociona?
—La última vez, casi nos arrestan —sonreí—. Mi padre decía que era estúpida por creer que algún día haría algo importante contigo como amigo. Yo creo que mi padre se equivocaba.
—Puede que no sea algo muy trascendental —admitió—. Pero creo que nos vamos a divertir mucho. Y ni siquiera tenemos que buscar pruebas inútiles.

Ambos miramos el anillo que tenía en la mano derecha. Las pequeñas esferas moradas que parecían tener incrustados cientos de pequeños fragmentos de cristal centelleante habían sido una vez la posible pista de un asunto de la escuela. Al final, la piedra no había servido de nada y Jonathan se las había arreglado para modelarla e incrustarla junto a unos pequeñísimos diamantes en el centro del anillo que me regaló en mi cumpleaños. Yo seguía sin entender cómo un anillo tan sencillo y discreto, podía llevar una descripción tan ostentosa e increíble.

De pronto la lista que había estado en la mano de Jonathan fue arrebatada de ésta por unos dedos largos y delgados que tenían cicatrices en los nudillos. Pude ver la forma de mis dientes en el dorso de la mano y supe quién era casi al instante. Yo le había mordido la mano a Oliver Carter en primer año porque no dejaba de fastidiarme con su lápiz.

—¿Qué es eso tan divertido de lo que nadie se puede enterar? —preguntó con una sonrisa burlona, mirando la lista con las cejas enarcadas.

El cabello de Oliver era del mismo tono rubio que el de Hayden y Walter. Una vez me había preguntado si él era extranjero también, pero la respuesta llegó por sí sola cuando conocí a su padre en una feria: Los padres de Carter eran canadienses, por eso el apellido fuera de lugar y el aspecto de típico chico guapo de película. Para su mala suerte, los chicos de las películas normalmente eran amables y caballerosos, mientras que Carter era un completo cretino. En esos momentos un mechón de sus cabellos le caía sobre los ojos, proyectando una leve sombra que le cubría las pecas de los pómulos. Su nariz estaba algo torcida gracias a la fractura que yo le había provocado en una pelea estúpida. Al parecer, Oliver tenía en su cuerpo más recuerdos míos de los que le gustaría admitir.

—Cambio de planes —musitó Jonathan, tan bajo que sólo yo pude oírlo.
viernes, mayo 14

Un equipo

—¡¿Esta cosa es Mateo?! —preguntó Samathta con las cejas enarcadas por la incredulidad.

Nos habíamos juntado en casa de Sebas porque su madre había viajado a sabrázeusdónde y no volvería hasta dentro de dos meses. Mi hermano había regresado con Amanda y se había puesto a gritar maldiciones y a lanzar amenazas de muerte porque resultó que habían ido a buscar a mi padre y habían encontrado la casa vacía... Hicimos una votación y por decisión unánime se acordó que mientras Diego actuara de aquella manera (aunque todos sabíamos que no era su culpa) nos reuniríamos en casa de mi amigo.

Jonathan, Sebastián y un chico que tenía el tamaño de un chícharo, usaba anteojos pequeños y aferraba contra su pecho una computadora portátil que medía tal vez lo mismo que un cuaderno para la escuela, habían llegado anunciándose con un azotón de puerta. Todos nos levantamos como si nos hubiesen llamado y cuando Sebastián nos presentó al muchacho... bueno, digamos que nos costó mucho trabajo no echarnos a reír en ese mismo instante. Para nuestra mala suerte, Samantha poseía la misma agilidad bucal que yo -pero que yo ya había aprendido a controlar-, e hizo aquel desafortunado comentario mientras aferraba un tazón de palomitas de maíz como si fuera el mayor tesoro sobre la faz de la Tierra.

El muchacho nos miró a todos por encima de los anteojos como si fuésemos una especie desconocida para él, o tal vez era que a un chico aficionado a las computadoras le parecía extraño ver a tantas personas a su alrededor sin que éstas tuviesen la menor intención de hacerle daño.

—Mucho gusto —dijo Walter, estrechando la mano de Mateo, al tiempo que le daba un codazo en las costillas a Samantha.
—Así que... ¿ustedes son los amigos de Sebas? —preguntó en un tono más bien confiado.

Miré a Sebastián con las cejas enarcadas. Según mi percepción de su persona, Sebas era uno de esos chicos súper sexys que pasaban su tiempo en la escuela rodeados de bellas chicas y maltratando a los nerds que pasaban frente a ellos. Al parecer, mi amigo trataba con personas a las que era difícil imaginar a su lado.

—Está en mi clase de alemán —contestó él, encogiéndose de hombros como si se disculpara—. Es de mi grupo de amigos en la escuela.
—Sí, cómo no... —Mateo puso los ojos en blanco y me miró estirando el cuello—. Si no fuera por él, su "grupo de amigos" estaría encantado en colgarme de los calzones en algún perchero.
—Sí, eso suena como algo que yo le haría a un bichito como tú —habló Samantha.
—¿Querrías cerrar esa maldita bocaza tuya por un segundo, Sam? —intervino Hayden, que hasta ese momento había estado prendida del brazo de su hermano.
—Pero sólo míralo —dijo la otra en respuesta—, es tan pequeño e indefenso... ¿te imaginas cómo sería encerrarlo en una de las gavetas de la biblioteca? Apuesto a que pasarían días antes de que su vocecita se escuchara lo suficientemente fuerte como para que alguien notara que está ahí...
—¡Samantha! No me obligues a callarte por la fuerza —Hayden le dirigió a su amiga una mirada de advertencia y la otra calló.



Estábamos distribuidos en la sala de Sebas. Jonathan había extendido el pequeño mapa en la mesa y habían pasado sólo unos minutos antes de que Mateo lo reprodujera en su computadora para que todos pudiésemos verlo con mayor claridad. Frente a mí estaban sentados Rodrigo y Casandra, quienes se dedicaron a ingorarme la mayor parte del tiempo y no me miraban si no era por accidente. Sebas estaba a mi derecha y Samantha se sentó muy pegada a él; éste comenzó a coquetear con ella y colocó una mano alrededor de sus hombros, lo cual me sorprendió por el simple hecho de que Samantha parecía el tipo de chica que le rebanaría el cuello a cualquiera que la tocara o le sonriera de aquel modo. Hayden estaba acomodada entre su hermano y Jonathan, quien en lugar de sentarse conmigo había tomado lugar junto a Mateo.

—Ya está —dijo el chico, señalando varias marcas en el mapa virtual—. Los puntos naranjas son cámaras, los azules son policías, los morados son perros y el gran punto rojo en esta habitación es nuestra meta... Ah, lo olvidaba, ésta de aquí es la entrada principal, éstas dos son las secundarias, ésta es la de servicio y... bueno, ésta no sé para qué sirve, pero también es una entrada. El objetivo duerme aquí y según los informantes de ricitos, en este otro cuarto hay un tipo que siempre anda con él y que al parecer está enterado de todo lo que sucede en el lugar... es su mano derecha.
—¿Por qué te llama ricitos? —pregunté a Jonathan. Éste se limitó a mirar a Sebastián.
—Es mi aprendiz —contestó éste, sonriendo y palemeándole la cabeza al chico—. ¿Verdad, colega?
—Ricitos me dio unas fotos del lugar, pero no aportan nada relevante —continuó él, como si ninguno de nosotros hubiese hablado—. Miren, yo estuve revisando el tipo de seguridad que hay en la casa y me encontré con que toda está conectada a un mismo comando. Si logro intervenirlo, se desactivan las cámaras y las alarmas, pero no sé cuánto tiempo podrá pasar antes de que se den cuenta y las reestablezcan... tal vez pueda darles un poco de batalla, pero en cuanto ellos comiencen a contraatacar ustedes van a tener que salir de ahí o la cosa se va a poner realmente fea... Hablando de eso... ¿quién de ustedes va a ir?
—Yo iré —dije—. Jonathan dijo que es lo que más nos conviene porque soy pequeña, ligera y rápida... además tomé clases de defensa personal durante un tiempo luego de que... bueno, no será fácil que me atrapen si todo sale bien.
—¿Jonathan dijo eso? —preguntó Casandra, hablándome por primera vez desde que había llegado—. Porque suena como si quisiera deshacerse de ti.
—Cierra la boca —intervino Sam, quien tenía la cabeza recargada en el hombro de Sebastián.
—Bueno, vamos a necesitar micrófonos o algo así... y uniformes. Unos nueve uniformes de policía— dijo Walter.

Walt permanecía con los ojos fijos en la pantalla, como si en ella hubiese escrito un acertijo que se empeñaba en resolver. El chico ignoraba completamente el hecho de que había personas discutiendo muy cerca de él y que una de esas personas estaba a punto de golpear a su mejor amiga por decir tantas estupideces con tan pocas palabras. Pude ver en Walter a aquel tipo curioso y necesitado de una respuesta que era Jonathan. Me di cuenta de que él había cambiado mucho desde que la obra de mi vida comenzó con el primer acto. Jonathan había cambiado mcuho en muy poco tiempo, ya que a pesar de que seguía siendo un Sherlock empedernido que adoraba investigar cosas raras, él ahora era una especie de chico cuidadoso que pasaba su tiempo preguntándose cómo se encontraban las personas a su alrededor. Walter era ese que hacía que Jonathan fuera de nuevo el de antes.

—Hecho entonces —dijo Sam, mirando de reojo a Sebas—. A conseguir esas cosas antes de que a Ricky Ricón le explote la cabeza por la desesperación.

Todos nos miramos durante unos segundos. De verdad estábamos a punto de hacerlo. De verdad éramos un equipo ahora. De verdad íbamos a arriesgar nuestras vidas por una aventura alocada que recordaríamos por el resto de nuestras vidas.
sábado, mayo 8

Tenía que ser

Habíamos enterrado a mamá sin mucha ceremonia. No estuvimos una noche en vela con el ataúd que contenía su cadáver maltrecho para asegurarnos de que estaba muerta, porque para ambos era obvio que mamá se había ido. No invitamos a nadie al entierro porque no consideramos correcto tener que dar la cara a nuestros escasos familiares para contarles la larga historia de nuestra repentina ruptura familiar, ni tampoco el hecho de cómo mágicamente Diego y yo permanecíamos siempre uno al lado del otro, cuando en otros tiempos no podíamos siquiera vernos sin pelear o gritar vulgaridades. Nos habíamos vestido de negro, naturalmente; descubrí que mi hermano tampoco era alguien religioso y que al igual que yo, tenía la firme creencia de que cuando uno muere ya no queda nada de ese alguien y que no hay que rezar o despedirse de un alma que ya no existe.

A nuestro pequeño ritual sólo asistieron Amanda, que no se separó de mi hermano ni un segundo y que se limitó a tocarme la cabeza de vez en vez como símbolo de su pesar. Jonathan, quien aferró mi mano con la suya, mientras la otra reposaba dentro del bolsillo de su pantalón y quien no dijo absolutamente nada durante el tiempo transcurrido desde que salimos de casa hasta que regresamos a ella. Sebastián, que insistió en acompañarnos aunque nunca trató a mi madre. Walter, quien sí la había tratado y al parecer había sentido cierta simpatía por ella ahora que estaba más tiesa que el tronco de un árbol. Víctor, el padre de Jonathan, quien a pesar de haber estado siempre en desacuerdo con mi madre en cuanto a cómo criar a un hijo, fue a darme el pésame y a asegurarme que contaba con él para cualquier cosa que se me ofreciera. Y por último Ángela, la esposa de Víctor, que a pesar de no recordar quién diablos era yo, se mostró de lo más agradable y no reprendió a su hijo cuando lo vio besar a esta extraña frente a ella... Éramos todos. Seguramente mi padre ni siquiera se había preocupado por buscar a mamá, y existía una gran porbabilidad de que no sospechara que ella había muerto dos días atrás.

Nos encontrábamos acurrucados en el sofá grande que estaba situado en el cuarto de televisión. Jonathan había sugerido que viéramos
Misión Imposible, ya que sabía lo enamorada que estaba de Tom Cruise y tal vez quería distraerme un poco poniéndome enfrente a un sexy hombretón de ya casi cincuenta años... Le sonreí y sugerí una película de comedia. No estaba tan triste como mi hermano, pero ver el ataúd de mamá ser enterrado bajo kilos y kilos de tierra no fue algo agradable a la vista "esa es mi mamá" había pensado, "es de verdad la mujer a quien no concocí nunca más que de vista y que nunca me quiso de verdad; es mi mamá y dentro de unos meses lo único que quedará de ella serán unos huesos medio cubiertos de carne podrida que poco a poco se comerán los bichos hasta que no quede nada... es mamá en serio y yo no me puedo sentir tan triste como debería, ni siquiera siento como si hubiese perdido algo muy importante en mi vida, y mi hermano actúa como si se le hubiese acabado el mundo". Si quería olvidarme de todas esas cosas, de mi falta de sentir y de la culpabilidad que surgía como consecuencia de ello, tenía que reír hasta que me doliera la barriga.

Elegimos
Viernes de locos porque, a pesar de que la había visto por lo menos unas veinte veces, seguía provocándome ataques de risa en todas y cada una de las escenas. Jonathan se reía cuando yo lo hacía y pensé que nos daban gracia las mismas cosas, pero luego me di cuenta de que de hecho lo que le daba tanta gracia no era la película, sino mi risa. Supuse que mis carcajadas eran contagiosas y era por eso que estaba tan divertido viéndome reír... eso era mejor que pensar que yo me reía como algún animal extraño y él no podía evitar burlarse.

Diego y Amanda habían ido a hacer
algunas cosas a casa de ella. Traté de convencerme de que mi hermano no querría sexo luego de haber estado en el entierro de la mujer que le dio la vida y con la que compartió veintiún años de su vida, pero decir que Diego no dormiría con una chica aún en las circunstancias más adversas era como decir que el viento se detendría ante una señal de ALTO a media calle, sólo para respetar las reglas establecidas.

—¿En qué piensas? —preguntó Jonathan, pasando sus dedos por entre mi cabello, que había extendido sobre su regazo.
—Me pregunto cuáles serán las cosas —dejé que las comillas de la última palabra fueran obvias en mi tono de voz— que Diego y Amanda fueron a hacer.
—¿De verdad quieres que te explique todo el proceso? —preguntó con una sonrisa, antes de rozar mis labios con los suyos.
—¿Querrías no hacer eso cuando estamos hablando de...?
—¿De qué? —preguntó, divertido—. ¿Acaso te estoy intimidando?
—Claro que no —bufé—. Es sólo que...
—¿Qué...? —preguntó de nuevo, antes de besarme por segunda vez. Suspiré y él se echó a reír—. No me digas que te saqué de concentración.
—Claro que no... eso fue un bostezo fallido.
—Por supuesto —puso los ojos en blanco—. La casa está sola, Vio...

Jonathan me ayudó a erguirme en el sofá y me besó de nuevo. Me pareció divertido que quisiera comportarse como todo un seductor cuando resultaba tan obvio el hecho de que la seducción no era lo suyo... por lo menos no podía tratar de seducirme sin echarse a reír como un maniático.

—¿Estás haciendo alguna especie de propuesta indecorosa, Jonathan?
—Tú dirás —la mano que descansaba en mi cintura descendió hasta encontrar lo más bajo de mi espalda y yo me levanté del sofá como si me hubiesen dado una descarga eléctrica o algo parecido.
—Olvídalo —dije.
—¿Por qué? ¿Qué pasó con todo eso de "quiero hacerlo contigo Jonathan"? —preguntó, imitando mi tono de voz, mientras sostenía una sonrisa socarrona en los labios—. Tú nunca cumples lo que prometes...
—¿Y qué pasó con eso de "esperaré hasta que estés lista, Violeta de mi corazón"? —argumenté, haciendo una mala parodia de su tono de voz.
—Yo nunca dije eso... y no hablo como un idiota, tampoco.

Enarqué las cejas y abrí la boca teatralmente, haciendo que la mueca de sorpresa e indignación fluyera por mi rostro como el agua fluye en tiempos de lluvia. Alargué mi mano lo suficiente como para poder tomar uno de los suaves cojines situados justo frente a mí y se lo arrojé en la cara a Jonathan. Él retrocedió un segundo y luego se echó a reír, tomando el mismo cojín con el que lo había golpeado y lo agarró por una de las esquinas con toda la intención de arrojármelo a la cabeza, sólo que yo fui más rápida y eché a correr en dirección a la sala, hecha risas y gritos.

Jonathan me alcanzó a medio camino y me tomó por la cintura antes de que pudiese llegar al buró donde estaba el teléfono. Mis piernas se enredaron con la falda de encaje negro que había usado dadas las circunstancias, y había caído de bruces en la alfombra, notando los diseños abstractos de la tela justo frente a mis narices. Jonathan cayó sobre mi espalda y protestó porque su mano seguía atorada debajo de mi vientre. Me revolví en el suelo a propósito para hacer que el dolor en su extremidad se intensificara y así se arrepintiera de haberme hecho caer, pero él logró zafar su brazo y luego me hizo girar sobre mí misma, atrapando mis muñecas sobre mi cabeza con sus manos, fuertes como un par de esposas.

—Pudiste haberme sacado un ojo —dijo él entre risas.
—Eso habría sido algo divertido... lástima que no pasó —luché por zafarme pero todo esfuerzo fue completamente inútil: él tenía su cuerpo sobre el mío, impidiendo así cualquier movimiento brusco de mi parte, y las manos que aprisionaban mis muñecas, ni siquiera notaban cuánta fuerza ponía yo para deshacerme de ellas de una vez por todas.
—Me quedaría ciego y tendría que usar un feo par de gafas oscuras para no dar lástima...
—¿Qué quieres? ¿Que te pida perdón o algo parecido? ¡Te lo merecías! —aseguré, incapaz de contener la risa.

Jonathan me besó de pronto y el apartamento quedó en silencio, excepto por el ruido de la televisión que seguía encendida en aquel cuarto. Cualquier risa de mi parte fue sofocada por sus labios y aunque yo me encontraba en la posición más incómoda del mundo, sentí como si alguien me pateara el estómago de una manera que resultaba agradable en lugar de dolorosa. Sentí cómo aquella burbuja que me provocaba la misma sensación que cuando estaba arriba de una montaña rusa subía hasta mi garganta y bajaba de nuevo al estómago, donde se revolvía y hacía de las suyas mientras los labios de Jonathan jugueteaban con los míos a su antojo.

Abrí lo ojos cuando él alejó su rostro del mío y pude verlo sonreír burlón. Acercó sus labios a los míos sin apenas rozarlos y sentí su cuerpo temblar cuando yo intenté acortar esa distancia y él se echó hacia atrás. Se estaba riendo de mí. Repitió el proceso, dejando que nuestros labios se tocaran un poco, pero sin besarme de verdad; esta vez mantuve mi cabeza bien pegada al suelo y él rió de todos modos antes de besarme en serio. Sentí cómo las esposas liberaban mis muñecas y sus manos se abrían paso por mis brazos hasta llegar a mi cintura; comenzó a levantar mi blusa con una de ellas y acarició mi vientre mientras lo hacía. Escuché un sonido salir de su garganta y dejé de besarlo para mirarlo a los ojos.

—Ni pienses que va a pasar lo que estás pensando que va a pasar —le dije, alzando las cejas y sonriendo.
—¿Por qué no? No hay nadie y parece que es el momento para...
—Porque cada vez que lo intentamos, algo malo sucede. Primero fue porque Cass casi vomita fuera de mi habitación, luego fue porque mi hermano llegó medio desmayado a decirme que la bestia de mi papá había hecho otra admirable hazaña, y no estoy dispuesta a averiguar qué sucederá esta vez. ¿Quién sabe? Tal vez se caiga el edificio o vengan los extraterrestres a tomar posesión del planeta...
—Cierto. Creo que a veces... me dejo llevar.
—¿Sólo a veces? —reí.
—No es mi culpa que seas tan increíblemente deseable.
—¿Has estado visitando frasescursis.com o algo parecido? Porque deberías cancelar tu membresía, si es que tienes una... te han estafado, cariño, esas frases no van mucho contigo y hacen del momento una vil broma.
—He estado intentando cambiar mi personalidad —contestó, pensativo—. Dijo Sebastián que...
—Ya decía yo que algo tan imbécil no podía haber sido idea tuya —puse los ojos en blanco y suspiré—. No quiero un nuevo Jonathan ¿sí? Me gusta el Jonathan inteligente, sarcástico y obsesionado con las películas de detectives. No necesito que te conviertas en una copia seductora, bromista y hueca de Sebastián... Espera un momento... ¿quieres cambiar porque no me he acostado contigo? Eso es muy, muy bajo.
—No seas tonta —sus mejillas enrojecieron y pensé que tal vez estaba a punto de mentirme—. Es sólo que a toda la gente le parece encantador Sebastián, es como si se hubiese dado un baño de pegamento líquido y todas las personas que pasan por su camino quedaran pegadas a él irremediablemente. A mí con trabajos y me notan... no sé, yo creí que te gustaría más si me volvía como él.

Me eché a reír. ¿En qué clase de absurda realidad alterna me enamoraría yo de alguien como Sebastián? ¿Y por qué diablos pensaba Jonathan que si se convertía en un clon suyo me gustaría más?

—Si te conviertes en un Sebastián de ojos verdes entonces vas a perder todo tu encanto —aseguré—. A mí me gustan más los que saben discutir acerca de qué serie policiaca es mejor y que pueden enumerar cada unos de los casos que se han resuelto en
La ley y el orden.

Besé a Jonathan otra vez y me pregunté si mi argumento había sido lo bastante convincente como para que la idea de ser un símbolo sexual se le fuera de la cabeza. Sonó su celular y él contestó a regañadientes.

—¿Hola? Claro. ¿Qué? Pero tenemos que prepararlo todo y... Está bien. Tendré todo armado para el viernes y estará hecho antes de que termine el mes. Por supuesto. Hasta luego.
—Ésa fue la conversación más aburrida y corta que he escuchado en toda mi vida —aseguré.
—Levántate, Ricky Ricón está harto de esperar y quiere los documentos para fin de mes. Llama a los chicos, yo iré por Sebastián para que traiga a ese geniecillo de las computadoras que dice conocer.
—¿Qué? —pregunté confundida, mientras él se levantaba del suelo y se sacudía el pantalón.
—Lo que oíste. Dentro de dos semanas vamos a irrumpir en la casa del jefe de toda la fuerza policiaca de el Distrito Federal... —enarcó las cejas—. Guau, nunca creí que al decir eso me sentiría tan patético.



sábado, mayo 1

Aceptada [[[Amanda]]]

Diego estaba recostado en el sillón de su sala, tenía los brazos tapándole la cara y yo no estaba muy segura de si estaba despierto o no, aunque sinceramente no había mucha diferencia entre los dos estados, porque él no hablaba ni miraba a nada ni a nadie a menos que se le hiciera una pregunta directa, que normalmente contestaba con una sola sílaba... a menos que fuera su hermana quien le hablaba.

Había esperado conocer a Violeta en otras circunstancias. Diego me había dicho que ella había vivido cosas que una adolescente no debería vivir, y que él siempre procuraba que no lo recordara y que tuviera una vida relativamente normal. Desde la primera vez que me habló de ella la catalogué como alguien fuerte y autosuficiente que no necesitaba que la protegieran tanto, además de que la imaginaba como una chica bastante madura para su edad. Cuando Diego llamó para decirme lo que ocurría con su madre no esperé ni medio segundo en ir a su encuentro y me sorprendió mucho ver a la chica medio dormida en brazos de un joven en vez de estar apoyando a su hermano.

Me dediqué a limpiar la barra de la cocina mientras pensaba en cómo me disculparía con ella sin que me mandara al diablo por tercera vez. Debo aceptar que me enfureció ver cómo hacía a un lado los sentimientos de Diego para alegar por los suyos, y me enojó aún más ese chico que la seguía para todos lados defendiéndola como si yo fuera una víbora venenosa que debía mantener apartada de ella. Pero no había pensado hasta entonces que la chica había pasado por cosas no muy agradables y tal vez estaba confundida, tal vez no podía entender que Diego se sentía mucho peor de lo que ella podía ver, porque él se empeñaba en no mostrarse tan abatido en su presencia.

Era la primera vez que pisaba el apartamento de Violeta Lazcano. Diego siempre decía que no podía llevarme a su casa porque técnicamente no era suya, y que no le gustaría incomodar a su hermana con visitas inesperadas. Yo había aceptado porque en cierto modo quería agradarle a Violeta, quería que me viera como la mujer que su hermano se merecía y que podía hacerlo feliz... en vez de eso conseguí un lindo apodo y el odio de tres adolescentes dolidos.

Me acerqué al sofá donde descansaba Diego y me incliné sobre su rostro, acariciando su mejilla con las puntas de mis dedos. Él ni se inmutó. Pensé que definitivamente estaba dormido, pero sentí cómo se tensaban los músculos de su espalda y cómo se alteraba un poco su respiración. Me sorprendió que no me soltara un golpe para que lo dejara en paz.

--Tienes que comer --susurré--. Tal vez Violeta fue con sus amigos a algún restaurante y...
--No importa --musitó él.
--Diego, necesitas llevarte algo a la boca o vas a enfermarte.
--No creo que un día sin comida me haga mucho daño --añadió cortante, sin siquiera mirarme.

Clavé mis ojos en su cuerpo durante unos segundos, preguntándome cómo podía un hombre estar tan triste y luego fingir indiferencia cuando veía a su hermana. Era como si le inyectaran una buena dosis de adrenalina que dejaba de funcionar cuando Violeta no andaba cerca. Y la chica se dedicaba a andar por ahí con un tipo de la edad de Diego y otro un poco más chico que al parecer la trataban como si les estuviese pagando para levantarle el ánimo cada que comenzaba a sentirse un poquito culpable. Escuché que llamaban a la puerta y por unos momentos deseé que fuera ella, para que Diego se levantara de ese lugar y comenzara a montar su teatro. Me parecía una pena que el chico al que amaba y que poseía una de las más bellas sonrisas que yo hubiese visto jamás se pasara el tiempo echado en un sillón sin cambiarse de ropa siquiera.

Me erguí y fui a abrir cuando recordé que no había nadie más en ese lugar. Giré la perilla y me encontré con ese muchacho delgado, alto, de ojos verdes y cabello rizado que al parecer era novio de Violeta. Me pregunté dónde estarían ella y el otro tipo, el corpulento con las mejillas rosadas.

--¿Qué hay? --preguntó él, rodeándome para poder pasar al apartamento.
--¿Dónde está Violeta? --pregunté.
--Por ahí --contestó cortante--. Oye, no te vayas a tomar sus groserías como algo personal ¿eh? Es que es algo inestable cuando está enojada, y si a eso le agregamos el hecho de que la trataste como si fuera una mocosa malcriada e indeseable...

El chico entró a la cocina como si estuviera en su casa y sacó lo necesario para preparar un sándwich. Regó todo en la barra que yo acababa de limpiar y se sentó en uno de los banquillos a engullir como cualquier adolescente hambriento al que no le preocupan en lo más mínimo su peso o su salud.

--¿No estaba contigo? --pregunté, ignorando su comentario anterior--. ¿Y el otro chico?
--¿Sebastián? --preguntó él, mientras masticaba un gran bocado y ponía los ojos en blanco--. No me digas que te gusta Sebastián... odio que a todas les parezca tan guapo y tan agradable... ¿qué tiene de bueno? Digo, es mi amigo y todo, pero sinceramente, si yo fuera una chica tan sexy como tú no me fijaría en alguien como él... Además Diego es mucho más guapo. ¿Le has visto los ojos? Por cierto, soy Jonathan.
--Amanda --estreché su mano y sonreí.
--No me parece correcto que le confieses tus preferencias sexuales a una chica que acabas de conocer, Jonathan --dijo Diego, que apareció de pronto detrás de mí y colocó un brazo al rededor de mi cintura. Suspiré aliviada y lo miré de reojo--. Y menos si esa chica es mi novia... No sabía que mis ojos te parecieran tan atractivos.
--Bueno, eres encantador, ¿qué puedo decir yo? --el chico se echó a reír y yo hice lo mismo. Diego pareció sonreír un poco, pero sus ojos seguían tristes.
--¿Dónde dejaste a mi hermana? --preguntó él--. Y no me digas que permitiste que Sebastián se quedara con ella mientras tú venías a dejarnos sin comida como es tu costumbre.
--Le iba a contar... --Jonathan me miró de soslayo y carraspeó antes de continuar--. Tú sabes... la historia.
--Ah --fue lo único que contestó Diego.
--Exacto. Yo no quería estar ahí. Me pone de malas la cara que hace Vio cuando se acuerda de todo... bueno, mejor dicho; me pone de malas no tener al tipo enfrente para arrancarle la cabeza por abusivo.
--Si yo te contara... --Diego suspiró y me besó la mejilla--. Voy a ducharme, ahora vengo.

Jonathan me miró de arriba a abajo dos veces y luego se concentró de nuevo en su comida. Aparté de mi rostro algunos cabellos que comenzaban a ponerse impertinentes luego de casi veinticuatro horas de no ser atendidos como solían. Miré mi atuendo y me di cuenta de que la falda estaba arrugada y los puños de la blusa manchados de algo color naranja, los tacones me estaban matando y me urgía quitarme los aretes o me arrancaría las orejas en cualquier momento. Me pregunté si boo -mi gato- había encontrado el tazón con whiskas que había dejado en la mesita de noche antes de salir. Recordé que le había servido la cena cuando Diego me llamó, y olvidé colocar el tazón donde solía hacerlo, dejándolo en el primer lugar que vi antes de tomar mi abrigo y salir a prisa. Boo era listo y tenía instinto cazador, pero tenía terminantemente prohibido treparse a los muebles y me sentí culpable por haberlo entrenado así cuando pensé en su pequeña figura negra debajo del cristal maullando por no poder sólo subir y tomar lo que quería.

--...aspecto tan horrible --escuché decir a Jonathan, quien parecía haber estado hablando mientras yo pensaba en mi pobre gato y en mi espantoso atuendo.
--Lo siento, no ponía atención --acepté--. ¿Qué decías?
--Que nunca creí que las chicas como tú pudiesen tener alguna vez un aspecto tan horrible.
--Sí, bueno, no me he bañado desde ayer y para mi mala suerte toda la ropa que tengo está en mi casa...
--Puedes usar la de mi madre --dijo una voz varonil que reconocí como la del chico-guradaespaldas que me había llamado Úrsula--. Te va a quedar algo pequeña, pero creo que servirá.

Sebastián le arrebató el último pedazo de emparedado a Jonathan y se lo metió entero a la boca antes de sonreírme con los cachetes inflados como los de un hámster. Sentí que mi rostro cambiaba de color y mis ojos se movieron ansiosos en busca de aquella figura delgada, pequeña e imponente que encontraron de pie junto al marco de la entrada de la cocina. No los había escuchado entrar y esperé que ella me corriera de su casa, me gritara por hablar con su novio y le dijera a su amigo que por nada del mundo volviera a ser amable conmigo, pero en vez de eso caminó hasta él y le dio un buen golpe en las costillas.

--Yo también quiero --dijo Violeta, quitándole un nuevo bocadillo a Jonathan, justo antes de que éste le diera el primer mordisco; luego me miró con los ojos entrecerrados y sonrió a medias--. Ya quiero verte con la ropa de Sarah, veremos si es tan elástica como parece.
--¿Qué...? --pregunté confundida, mirando a los tres jóvenes que peleaban por comida y que me trataban como si nunca hubiese habido roces entre nosotros.
--Se refieren a que Sarah es delgada, pero mucho más baja que tú --intervino Diego, que apareció de pie junto a mí, con el mismo semblante cansado de hacía unos minutos, pero con el cabello mojado y una toalla amarrada en la cintura.
--Sí, va a ser difícil que tus piernas entren bien en sus pantalones... espero que no te moleste llevar unos jeans hasta la rodilla --rió Sebastián.

Violeta caminó hasta la puerta fucsia que pertenecía a su cuarto y me hizo una seña con la cabeza para que la siguiera. Caminé detrás de ella tan confundida como llena de curiosidad y dejé en la cocina a dos chicos glotones devorando lo que encontraban en el refrigerador y a uno medio desnudo que los miraba como esperando que dejaran algo para el invierno. Violeta entró a su cuarto y abrió el armario al tiempo que se llevaba un trozo de comida a la boca. Sacó un pantalón negro de mezclilla y una blusa azul de tirantes que me pareció bastante pequeña como para que yo pudiera usarla.

--Me queda grande porque mi abuela las mandó de París sin saber qué tan alta soy --explicó mientras me extendía las prendas--. Creo que sólo los traje a este apartamento para que mi papá no tuviese el gusto de decir que aún había algo mío en su lindo hogar... ni te molestes en regresarlos, yo nunca los voy a usar. Además, la ropa parisiense es demasiado fina para alguien como yo.
--Violeta...
--Bah, no vayas a empezar con discursitos como "siento lo que pasó", o "quiero una explicación", porque entonces me voy a arrepentir de ser tan buena persona y te voy a dar un buen golpe. Lo hago porque mi hermano ya lo está pasando bastante mal, y creo que las primeras impresiones generalmente son equivocadas, así que nos daremos una oportunidad y olvidaremos que fuimos unas brujas imbéciles, ¿está bien?

Sonreí ante su repentino cambio de actitud. A decir verdad, ésta era la Violeta que yo me había imaginado: sincera, sin problemas para decir lo que había en su cabeza, y lo suficientemente madura como para aceptar que los errores se cometen y que hay que olvidar las situaciones embarazosas para comenzar a llevarte bien con alguien a quien, de cualquier forma, seguirás viendo durante un largo tiempo. Tomé la ropa que me daba y me sentí agradecida cuando me sonrió; sí que era obvio que ella y Diego eran hermanos: ambos tenían una sonrisa que hacía olvidar cualquier disgusto del pasado, por más desagradable que éste hubiera sido.

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