lunes, junio 29

Un futuro prometedor

--¡Violeta! --saludó Casandra efusivamente en cuanto me vió entrar al aula.
--Casandra...

Llevaba un abrigo negro, bufanda rosa y los inevitables jeans. Hacía demasiado frío y estaba segura de que en cualquier momento la lluvia haría acto de presencia.

Hoy estaba menos deprimida que de costumbre, había preparado el desayuno para toda mi familia, aunque, como de costumbre, terminamos desayunando sólos mi hermano y yo.Mis padres habían salido cada quien por su lado y se habían peleado por el auto negro... mamá le dijo a mi progenitor que se iría de la casa si él se llevaba ese coche y él tomó las llaves, para entrar al auto con una sonrisa que llevaba el "espero que lo cumplas" en todo lo ancho. Mi madre tuvo que llevarse el coche rojo y a Diego le dejaron el plateado, que era el que más odiaba.

--Siento haber abierto tu labio anoche --le dije antes de llevarme un trozo de waffle a la boca.
--Siento haberte dejado esperar debajo de la lluvia --contestó él, mirando fijamente la mesa.
--Mamá y papá discutieron otra vez.
--Sí... sería mejor si se dejaran de estupideces y se separaran de una buena vez, por lo menos así dejarían de fastidiarnos tanto la vida.
--Pero... ¿Y yo? Es decir, tú eres mayor de edad y todo eso, pero yo tendré que seguir vivendo con alguno de los dos, o en el peor de los casos, si ellos tienen custodia compartida, entonces los seguiría viendo y seguirían peleando...
--¿Crees que te voy a dejar con ese par de locos? Si alguien se queda con tu custodia ese seré yo. --Se sonrojó al terminar de decir eso; Diego y yo nos queríamos mucho, pero no nos lo decíamos con frecuencia.
--Diego, eres el tipo más irresponsable del mundo... no te darían mi custodia ni en cien mil años.
--¿Un tipo irresponsable tiene un departamento para él solo? --Sonrió y alzó una ceja en gesto de complicidad.
--¿Departamento? ¿¡Mis papás lo saben!? Diego...
--Claro que no lo saben... está amueblado y todo, pero no lo he ocupado nunca. Estoy esperando a que cumplas dieciocho para llevarte conmigo... en tres meses seremos libres.
--¿Qué estás queriendo decir? --Un pedazo grande de waffle se me atoró en la garganta y tuve que tomar leche para no asfixiarme.
--Que cuando seas mayor de edad te voy a sacar de aquí... no es sano que vivas con ese par de inmaduros.

¿Qué diablos estaba ocurriendo? Mi hermano creía que mis padres eran inmaduros y que lo eran aún más que él. Diego había comprado un departamento quién sabe dónde para llevarme con él cuando cumpliera dieciocho, y para eso faltaban tres meses y cuatro días. Sé que es algo alocado e irresponsable, pero no pude evitar sonreír ante la posibilidad de no volver a ver a mis padres nunca jamás. Me levanté de la silla, tomé el abrigo y abracé a Diego antes de besarle la mejilla.

--Te quiero, chaparra --dijo cuando me vio cruzar el umbral de la puerta al salir de la casa.

No podía decirle nada de lo sucedido esta mañana a Casandra. Aún si la lengua me picaba de ansiedad por soltar la sopa. Suspiré con sólo pensar que en muy poco tiempo mi hermano y yo viviríamos sólos y alejados de mis padres, que tal vez ni siquiera se darían cuenta de que sus retoños los habían abandonado; después de todo, ellos nos abandonaron desde que eramos niños.

Vivir con Diego tendría desventajas, por supuesto: tendría que hacerme oídos sordos cuando trajera cada noche a una chica diferente para acostarse con ella. Pero fuera de eso todo sería genial, probablemente sería más feliz con Diego que con mis padres.

--Hola Violeta --. Mi sonrisa causada por el recuerdo del desayuno se desvaneció en cuanto escuché su voz.
--Hola Rodrigo.
--Hola amor --. El chico de mis sueños ni siquiera escuchó cuando le correspondí el saludo, porque estaba muy ocupado besando a mi mejor amiga.

Un pinchazo de dolor me atravesó el pecho y cerré los ojos. Se pasaría, igual que siempre. Se pasaría como se pasa diario, siempre que estoy con "la pareja perfecta". me permití pensar que yo era Casandra, me atreví a imaginarme que Rodrigo me besaba a mí y no a ella... sacudí la cabeza y me concentré en el libro de matemáticas que tenía enfrente.
miércoles, junio 17

¿Mi nombre? Violeta. ¿Mi vida? Tan insignificante que a veces no siento estar viva.

Sentada en la banqueta, esperando que un rayo me cayera porque la tormenta no cesaba. Las gotas de lluvia comenzaban a horadarme el cráneo y el sonido de los truenos me dejaba sorda. Estaba empapada como un fideo, no había ni un centímetro en mi esbelta anatomía que no estuviese mojado ya; las hebras de mi cabello se pegaban al rostro, dando ese efecto de recién bañada, sólo que esta vez no había usado jabón y había olvidado quitarme la ropa.

Entrecerraba los ojos para que las gotas no los atacaran también, trataba de mirar lo más lejos posible para ver si reconocía el auto, pero para mí todas las luces eran iguales y en esos momentos no era capaz de diferenciar un Ferrari de un Porsche sólo con mirarlas. Agaché la cabeza cuando una gota lista logró evadir la barrera de las pestañas y entrar al ojo, causando un dolor punzante, como cuando entra una basurilla que te obliga a cerrarlo, aunque lo correcto sería abrirlo de par en par para que el intruso se marche.

El ruido del motor sí me era familiar; supe que era el auto correcto unos metros antes de que pudiera verlo completamente. Estaba furiosa, quien quiera que estuviese ahí dentro, tendría su merecido por haberme dejado aquí.

--¡Epa! Cuidado, hermanita. Acabo de lavarlo y pareces un pez.

Lo miré como solía mirar a la gente cuando intentaba encontrar una razón para que asesinar fuera uno de los muchos actos penados por la ley. A mi juicio, si alguien me dejaba sola por dos horas debajo de una tormenta, entonces no se me debía juzgar cuando esa persona yaciera en el suelo con la garganta rebanada, pero las leyes a veces no son muy correctas y desgraciadamente yo no era tan tonta como para hacer lo debido e ir a la cárcel luego.

Mi hermano Diego era un verdadero imbécil, que sin pensarlo dos veces se acostaría con una mujer, no importándole que su hermana estuviera esperándolo afuera del colegio, porque había perdido la cartera otra vez y no tenía dinero para regresar a casa en bus. Tres años me hacían más pequeña que aquel espécimen con coeficiente igual a cero que reía con alevosía al ver mi ropa mojada y mi expresión llena de cólera. No resistí más, deseaba con todas mis fuerzas romperle el cuello y hacerlo callar, pero lo único que me atreví a hacer (sólo porque no quería terminar en la correccional) fue soltarle un puñetazo en la cara con toda la fuerza que me fue posible reunir y que al parecer fue suficiente, ya que su sonrisa idiota se esfumó y fue sustituida por una gran mancha roja que se hacía más y más grande.

--Ya verás cuando lleguemos a casa, Violeta --amenazó él, que no dejaba de tocarse la bocaza--. Esta vez te pasaste, ya verás lo que te hará mamá cuando me vea.
--No vas a decirle nada a mamá, porque ella hará la herida más grande cuando sepa que me has dejado aquí dos horas.
--Me encontré con Paulina y fuimos a dar una vuelta, no creí que fuera a llover.

Mi puño se cerró de nuevo, para luego impactarse contra su abdomen.

Arrancó el motor y fuimos directo a casa. Sin hablar, sin mirarnos, sin darnos cuenta de que el otro estaba ahí. Al llegar subí corriendo las escaleras y me metí a la ducha. Sentí las gotas de agua caliente como pequeñas agujas que me pinchaban la piel, gracias a la baja temperatura que mi cuerpo tenía... Entonces aquella imagen ocupó mi cabeza por completo, no pensé en nada más, porque esta vez era perfecta y quise admirar cada detalle, cada ángulo y cada curva de aquel rostro impasible que le pertenecía a él y que yo quería como mío. Vi aquel rostro perfecto y deseé que fuera mañana para verlo de una vez, aunque no hablara con él, aunque no me mirara y aunque perteneciera a aquella que yo llamaba mi mejor amiga.

Nunca le había dicho a Casandra que su novio era justo lo que yo quería, que soñaba con él más a menudo de lo que tenía pesadillas, que lo imaginaba al despertar, mientras comía, cuando hacía tarea y que dormía pensando en él... Nunca le había dicho ni me atrevía a decirle que cada vez que los veía juntos imaginaba que yo era ella y que él me pertenecía a mí.

Rodrigo era un chico común, de hecho era algo así como el nerd de la clase: el clásico chico de anteojos con un cerebro prodigio que se pasa el día dentro de la biblioteca. Pero su rostro no era el del clásico nerd, no señor, su rostro era el más perfecto a mis ojos; una cara angulosa de pálida piel con unos ojos negros enmarcados por unas pestañas largas y algo afeminadas, su cabello rizado y café era la combinación perfecta para aquel cuerpo marcado por la natación y adornado siempre con ropa que un chico cuerdo jamás usaría: bermudas a cuadros y playeras de colores oscuros que hacían que pareciera que se iba de vacaciones a la playa, pero que por el momento no tenía mucho calor... era Rodrigo, el novio de mi mejor amiga y por lo tanto, mi amor imposible.

Salí de la ducha y me miré al espejo. Qué fácil sería romperlo y cortarme las muñecas con un pedazo de aquel vidrio reflejante, qué fácil sería deshacerme de esta vida que no valía mucho la pena, porque con un padre que prácticamente conocía de vista, aunque ambos durimeramos en la misma casa, una madre que estaba más preocupada por parecer la mujer perfecta que por atender a sus hijos, y un hermano que me amaba tanto como yo a él, pero a pesar de eso no podíamos estar un día sin pelear, esta vida no parecía vida. Pero eso sería una cobardía y yo no era ninguna cobarde. Era Violeta Lazcano, la chica que todo lo que quiere consigue y que no arruinaría su vida sólo por que la de su familia apesta... esta era mi vida y ellos no merecían que yo la echara a peder por su causa.

La autora

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Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
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Violeta

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