viernes, enero 15
Las pases: dos nuevos amigos y una posible reconciliación.
19:38 |
Publicado por
Betzabé
Sabía donde estaba, pero nada encajaba muy bien. Recordaba cómo había caído en el restaurante de Teo, pero luego de que Jonathan me alzara en brazos ya no tenía nada claro. Desperté un poco cuando un joven doctor introdujo un catéter en mi mano, pero juraría que ya no lo tenía puesto. Intenté abrir los ojos, pero me distraje cuando me percaté de que no escuchaba el típico bip-bip de los hospitales. ¿O ya me había muerto? Había sido nada más una alergia y no un atropellamiento ni nada por el estilo... si estaba muerta, entonces me enojaría mucho, porque morir por una alergia era lo más estúpido en el universo entero. Quise emitir un sonido, pero me ardió la garganta, luego sentí un roce en mi mano derecha y entonces abrí los ojos.
--Ya se le pasó --dijo alguien a quien no pude distinguir porque veía borroso--. Ya está despierta.
--Llama a la enfermera --dijo otra persona.
Me llevé la mano izquierda a los ojos y los froté enérgicamente para aclarar mi visión. Pude ver a mi hermano inclinado junto a mí y traté de hablar, pero de mi garganta sólo salió un graznido más que penoso.
--No vas a poder hablar bien por unos días --dijo él--. El chico que te entubó era un bobo y lastimó tu garganta, así que vas a hablar como una adicta al cigarro por un tiempo.
--Genial --susurré.
--¿Qué estabas pensando? Si le hubieras dicho a Jonathan que te sentías mal, él te habría llevado a casa y habrías tomado el antialérgico. Qué irresponsable eres, Violeta.
--Mira quien lo dice --grazné.
--Sabes de qué hablo.
--Sí, ya sé. ¿Cuándo me largo?
--Tal vez ésta tarde --intervino un hombre alto, con bata blanca y muy apuesto--. No estás grave y sólo esperábamos que despertaras para darte de alta.
--Me tocó el doctor más guapo --aseguré.
--Sí bueno, creo que aún no se va por completo el efecto del sedante --dijo él, mientras esbozaba una sonrisa tímida--. Además tu novio se va a poner algo molesto si sigues hablándole así a tu doctor.
--¿Dónde está Jonathan? --pregunté, mirando a Diego.
--¿Te refieres al chico de cabello rizado que no aguanta la presión? Está ahí parado --Diego señaló en dirección a la puerta y se echó a reír.
--¿Podría por favor acompañarme a firmar unas cuantas cosas? --preguntó el doctor, dirigiéndose a mi hermano--. Creo que ella va a estar fuera de aquí en unas cuántas horas, pero no podrá ir a la escuela o a trabajar por lo menos ésta semana...
El doctor y mi hermano salieron por la puerta y Jonathan me miró durante un largo rato. Su rostro parecía triste, enojado... avergonzado. Estiré mi mano como para alcanzarlo y sonreí, luego me di cuenta de que sí tenía una aguja en mi mano y de que tal vez me dejaría una marca de por vida... arg.
--¿Por qué no tengo esa cosa que suena cada vez que late mi corazón? --pregunté con voz rasposa.
--Porque ésa es para los moribundos y para los drogadictos. Tú no estás moribunda ni drogada... bueno, tal vez un poco desorientada por el sedante, pero nada más.
--¿Y por qué estás a más de dos metros de distancia?
Sonreí para relajar la expresión en su rostro, pero él sólo caminó hacia mí y tomó mi mano.
--¿Qué tienes? --pregunté.
--Pues... estuviste a punto de morir ayer y...
--¿Morir?... ¿Ayer?
--Estuviste dormida desde ayer y justo ahora son las seis de la tarde.
--Guau... es mi récord.
--Sí, muy graciosa.
--Oye, nunca estuve en peligro ¿sí? O por lo menos no estuve a punto de morir... eso creo.
--Si me hubiera pasado antes por la cabeza... se supone que me dedico a investigar, a analizar comportamientos y a observar... ¿por qué no me di cuenta? --susurró, más para él mismo que para mí.
--¿Te estás culpando? --pregunté--. Vamos, no irás a adoptar la actitud de un novio mártir ¿o sí? Fue un accidente. Teo nos sirvió mal el plato y yo no distinguí el sabor de las almendras... ¿te das cuenta de lo ridículo que suena esto? Estoy en un hospital sin maquillaje, despeinada, con una bata horrenda que da más comezón que las picaduras de mosquito y todo por unas simples e inofensivas almendras. Y por si eso no fuera poco, tú te echas la culpa como si fuera tu responsabilidad cuidarme de todo y de todos. ¿Querrías por favor no ser tan idiota? La garganta me duele como si estuviera tragando vidrios cada vez que hablo, pero tengo que dar un discurso enorme para que tú no te pongas en plan de macho sobreprotector. Odio eso, Jonathan, así que quita esa expresión de tu rostro y dime por qué traes la misma ropa de ayer.
--¿Querías que me fuera? No seas ridícula...
--¿Estuviste aquí toda la noche?
--Sí.
--¿Y no tienes sueño?
--No.
--¿Por qué?
--Bueno... digamos que... tuvieron que darme una serie de calmantes para que se me bajara un poco la histeria... me quedé dormido antes de que la enfermera me durmiera para siempre porque ya estaba harta de que le preguntara por ti.
--¿Estabas histérico?
--Me desmayé --admitió con una sonrisa en el rostro.
--¿¡Te desmayaste!? --reí--. Qué patético eres.
--Dijo la doctora que me hice el fuerte hasta que me aseguré de que estuvieras a salvo... luego mi sistema nervioso... ejem... digamos que colapsó.
--¿Ya estás bien?
--Sí --aseguró--. Oye... ¿puedo... besarte ahora?
--No.
--¿Por qué? --preguntó.
--Porque los besos no se piden, se roban --sonreí.
Jonathan se inclinó sobre mí hasta que tocó mis labios con los suyos. Alcé mi mano izquierda y enredé mis dedos en su cabello para atraerlo más a mí, él aferró mi cintura con una mano y mi rostro con la otra. Mi lengua se deslizó por su labio inferior y de su garganta salió un sonido grave, muy parecido a un gruñido.
--Oye, estamos en un hospital --reí.
Él siguió besándome insistentemente hasta que tuve que alejar su rostro un poco para respirar. Hice un gesto de dolor cuando el aire frío pasó por mi garganta.
--¿Estás bien? --preguntó.
--Me caes mejor cuando tienes tu boca sobre la mía --dije.
--Bueno, hemos comprobado que el sedante te afectó un poco las neuronas --rió.
--Cierra la boca --dije. Lo besé de nuevo y luego le hice un espacio junto a mí--. Sube.
--¿Eh? No vamos a caber los dos.
--Bueno, quédate ahí entonces.
--¿Alguien te había dicho antes que estás loca?
--Sí, muchas veces...
Cuando salimos del hospital me negué a subir a una de esas sillas de ruedas que hacen sentir a todo el mundo como inválidos. El doctor insistió con que me sentiría algo mareada por los medicamentos y era por eso que tenía que subir a la silla, pero yo ya había llegado a la puerta para cuando él terminó de hablar. Subí al auto de mi hermano y le exigí que se detuviera en el Burger King para comprar una de esas majestuosidades con calorías suficientes como para tres días. Él me recordó que ya no quería comer porquerías, pero en el hospital sólo me habían dado una gelatina verde que sabía a rayos y un puré de dudosa procedencia, así que compramos la hamburguesa y fuimos a casa.
--¡Violeta! --saludó Sebastián, eufórico, cuando me vio entrar al edificio.
--No la estrujes así, Sebas, le vas a romper una costilla --apuntó mi hermano.
--Oye pequeña --dijo él, ignorando a Diego y apretándome más hacia sí--, ¿dónde quedó todo tu glamour?
--Cierra el pico ¿sí?
--¿Y tu voz? Suena como si te hubieran ahorcado con mano dura.
Lo miré a los ojos. Recordé lo que había sucedido hacía ya casi tres años. Me dieron ganas de patearle la cara a Sebastián y, estúpidamente, mis ojos comenzaron a ver borroso gracias a que una pequeñísima cantidad de agua de sabor salado comenzaba a reunirse en ellos. Aparté a Sebastián con un brazo y él me miró extrañado, sin siquiera sospechar que había dado en el clavo. Cuando aquel hombre sin sentido común había decidido terminar con mi vida, había apretado mi cuello tan fuerte que el día que desperté en el hospital y durante una semana y media, estuve hablando como el pato Donald.
--Bien hecho, idiota --dijo Diego, mientras rodeaba mi cintura con un brazo y me llevaba a la entrada del edificio.
--¿Ahora qué hice? --preguntó Sebastián.
--¿Vas a entrar, o seguirás diciendo tonterías sin sentido? --dijo Jonathan.
--Escuché que te desmayaste del miedo, ricitos.
--No fue por el miedo, fue por la presión, niño de las montañas.
--¿Niño de las montañas?
--Tú sabes... tienes unas mejillas iguales a las de Heidi, la niña de las montañas...
--Oye, déjame eso de los apodos a mí, ¿quieres? --ambos se echaron a reír y eso me distrajo un poco. Al parecer, Jonathan y Sebastián sólo habían tenido un intento de discusión gracias a los celos de Jonathan, y no porque de veras se odiaran.
Los chicos caminaron detrás de nosotros y se sentaron en el sillón más grande cuando entramos al apartamento. Mi hogar parecía albergue de hombres sin otra cosa qué hacer más que molestar a Violeta. Me tiré en el suelo, junto a la mesita de centro y cerré los ojos.
--¿No tienes mamá, o qué? --preguntó Jonathan, pero no con afán de molestar, más bien parecía curioso.
--Sí tengo, pero se la pasa trabajando --contestó Sebastián--. Antes sólo jugaba con la consola, pero cuando ellos se mudaron aquí, Diego y yo comenzamos a jugar tenis y béisbol... luego la conocí a ella y ahora pasó casi todo mi tiempo en esta casa.
--Guau... ¿hay algo amoroso entre Diego y tú? --Jonathan luchaba por no reír--. Porque, sinceramente, ya estaba comenzando a verte como competencia.
--No seas idiota --dije yo, abriendo los ojos y levantándome del suelo--. Diego no tendría tan malos gustos.
--Ja, ja, graciosa --contestó Sebatián, sarcástico.
Me senté en las piernas de Jonathan y rodeé su cuello con mis brazos, él enroscó los suyos en mi cintura y me besó la mejilla.
--Más te vale que no me lo quites a él, ¿eh? --bromeé.
--Qué asco --dijeron los dos al mismo tiempo.
--Cariño, cada vez que hablas siento como si estuvieras borracha... ¿te duele mucho? --preguntó Jonathan.
--Algo... pero ni creas que vas a mantenerme callada sólo porque mi garganta está lastimada.
--Lástima --dijo Diego, que estaba despatarrado en el otro sillón--. Sería lindo que mantuvieras esa boca cerrada por unos días.
--Sería lindo que tuvieras un poco más de inteligencia, pero eso tampoco pasará --contraataqué.
--¿Sabes qué? Me caías mejor cuando estabas dormida en el hospital --aseguró--. Ah, olvidé decirte que llamé a mamá para decirle lo que pasó.
--¿Y vas a decirme por qué diablos hiciste eso?
--Porque si te morías, yo no iba a pagar los gastos funerarios --se echó a reír y Sebastián le arrojó un cojín en la cabeza.
--Yo... --titubeó Jonathan--. Yo le avisé a Casandra.
--¿Quién es esa? --preguntó Sebas.
--¿¡Por qué diablos!? --grité.
--Porque si te morías, tal vez tu mejor amiga debería estar enterada --contestó.
--Oye, ¿quieres golpearlo y venir a sentarte en mis piernas para hacerlo rabiar? --preguntó Sebastián, con una sonrisa enorme en los labios.
--No creo que tengas tanta suerte --dije.
--Y yo no creo que el niñito investigador se vaya a quedar con los brazos cruzados, Sebas --apuntó mi hermano.
--¿Qué te dijo Casandra? --pregunté.
--Dijo que iría a buscarte a tu casa cuando salieras... luego me llamó para gritarme obscenidades porque, según ella, había llamado a tu casa cuando colgó conmigo y ¿adivinas? Tu papá le dijo que tú y Diego ya no vivían ahí... Esa chica está un poquito loca --aseguró--. Me gritó durante veinte minutos que le dijera la nueva dirección, pero se rindió y colgó...
--¿Por qué no se la diste? --susurré.
--Porque está loca --repitió.
--Sebas, ¿me pasas el teléfono que está junto a ti, por favor?
--Párate por él --dijo--. Seguro a ricitos de lodo ya se le adormecieron las piernas.
--Dale el maldito teléfono y deja de molestarme, Sebastián --dijo Jonathan. Sebas sonrió y me dio el aparato.
Marqué el número que me sabía de memoria, a pesar de que hacía ya algún tiempo que no lo marcaba, y por algunos segundos deseé que estuviera fuera de servicio o algo parecido. Jonathan pareció haber percibido la ansiedad en mi rostro, porque besó de nuevo mi mejilla y me dio un apretón en la cintura, donde su mano descansaba. Lo miré y le di un beso rápido en los labios. Yo en su lugar, ya habría terminado conmigo.
--¿Hola? --contestó una voz dulce, con un tono de preocupación.
--¿Casandra?
--¡Violeta! ¡¿Cómo estás?! ¡¿Dónde estás?! Vio... estaba muy preocupada.
Era mi amiga. Estaba preocupada por mí. Tal vez después de esto volveríamos a ser Vio y Cass, las mejores amigas, y no Violeta y Casandra, las peores enemigas. Hasta yo pude notar la emoción grabada en mi rostro cuando la sola idea de volver a ser nosotras pasó por mi cabeza.
--Pues yo opino que sigue medio drogada --aseguró Sebastián.
--Ya se le pasó --dijo alguien a quien no pude distinguir porque veía borroso--. Ya está despierta.
--Llama a la enfermera --dijo otra persona.
Me llevé la mano izquierda a los ojos y los froté enérgicamente para aclarar mi visión. Pude ver a mi hermano inclinado junto a mí y traté de hablar, pero de mi garganta sólo salió un graznido más que penoso.
--No vas a poder hablar bien por unos días --dijo él--. El chico que te entubó era un bobo y lastimó tu garganta, así que vas a hablar como una adicta al cigarro por un tiempo.
--Genial --susurré.
--¿Qué estabas pensando? Si le hubieras dicho a Jonathan que te sentías mal, él te habría llevado a casa y habrías tomado el antialérgico. Qué irresponsable eres, Violeta.
--Mira quien lo dice --grazné.
--Sabes de qué hablo.
--Sí, ya sé. ¿Cuándo me largo?
--Tal vez ésta tarde --intervino un hombre alto, con bata blanca y muy apuesto--. No estás grave y sólo esperábamos que despertaras para darte de alta.
--Me tocó el doctor más guapo --aseguré.
--Sí bueno, creo que aún no se va por completo el efecto del sedante --dijo él, mientras esbozaba una sonrisa tímida--. Además tu novio se va a poner algo molesto si sigues hablándole así a tu doctor.
--¿Dónde está Jonathan? --pregunté, mirando a Diego.
--¿Te refieres al chico de cabello rizado que no aguanta la presión? Está ahí parado --Diego señaló en dirección a la puerta y se echó a reír.
--¿Podría por favor acompañarme a firmar unas cuantas cosas? --preguntó el doctor, dirigiéndose a mi hermano--. Creo que ella va a estar fuera de aquí en unas cuántas horas, pero no podrá ir a la escuela o a trabajar por lo menos ésta semana...
El doctor y mi hermano salieron por la puerta y Jonathan me miró durante un largo rato. Su rostro parecía triste, enojado... avergonzado. Estiré mi mano como para alcanzarlo y sonreí, luego me di cuenta de que sí tenía una aguja en mi mano y de que tal vez me dejaría una marca de por vida... arg.
--¿Por qué no tengo esa cosa que suena cada vez que late mi corazón? --pregunté con voz rasposa.
--Porque ésa es para los moribundos y para los drogadictos. Tú no estás moribunda ni drogada... bueno, tal vez un poco desorientada por el sedante, pero nada más.
--¿Y por qué estás a más de dos metros de distancia?
Sonreí para relajar la expresión en su rostro, pero él sólo caminó hacia mí y tomó mi mano.
--¿Qué tienes? --pregunté.
--Pues... estuviste a punto de morir ayer y...
--¿Morir?... ¿Ayer?
--Estuviste dormida desde ayer y justo ahora son las seis de la tarde.
--Guau... es mi récord.
--Sí, muy graciosa.
--Oye, nunca estuve en peligro ¿sí? O por lo menos no estuve a punto de morir... eso creo.
--Si me hubiera pasado antes por la cabeza... se supone que me dedico a investigar, a analizar comportamientos y a observar... ¿por qué no me di cuenta? --susurró, más para él mismo que para mí.
--¿Te estás culpando? --pregunté--. Vamos, no irás a adoptar la actitud de un novio mártir ¿o sí? Fue un accidente. Teo nos sirvió mal el plato y yo no distinguí el sabor de las almendras... ¿te das cuenta de lo ridículo que suena esto? Estoy en un hospital sin maquillaje, despeinada, con una bata horrenda que da más comezón que las picaduras de mosquito y todo por unas simples e inofensivas almendras. Y por si eso no fuera poco, tú te echas la culpa como si fuera tu responsabilidad cuidarme de todo y de todos. ¿Querrías por favor no ser tan idiota? La garganta me duele como si estuviera tragando vidrios cada vez que hablo, pero tengo que dar un discurso enorme para que tú no te pongas en plan de macho sobreprotector. Odio eso, Jonathan, así que quita esa expresión de tu rostro y dime por qué traes la misma ropa de ayer.
--¿Querías que me fuera? No seas ridícula...
--¿Estuviste aquí toda la noche?
--Sí.
--¿Y no tienes sueño?
--No.
--¿Por qué?
--Bueno... digamos que... tuvieron que darme una serie de calmantes para que se me bajara un poco la histeria... me quedé dormido antes de que la enfermera me durmiera para siempre porque ya estaba harta de que le preguntara por ti.
--¿Estabas histérico?
--Me desmayé --admitió con una sonrisa en el rostro.
--¿¡Te desmayaste!? --reí--. Qué patético eres.
--Dijo la doctora que me hice el fuerte hasta que me aseguré de que estuvieras a salvo... luego mi sistema nervioso... ejem... digamos que colapsó.
--¿Ya estás bien?
--Sí --aseguró--. Oye... ¿puedo... besarte ahora?
--No.
--¿Por qué? --preguntó.
--Porque los besos no se piden, se roban --sonreí.
Jonathan se inclinó sobre mí hasta que tocó mis labios con los suyos. Alcé mi mano izquierda y enredé mis dedos en su cabello para atraerlo más a mí, él aferró mi cintura con una mano y mi rostro con la otra. Mi lengua se deslizó por su labio inferior y de su garganta salió un sonido grave, muy parecido a un gruñido.
--Oye, estamos en un hospital --reí.
Él siguió besándome insistentemente hasta que tuve que alejar su rostro un poco para respirar. Hice un gesto de dolor cuando el aire frío pasó por mi garganta.
--¿Estás bien? --preguntó.
--Me caes mejor cuando tienes tu boca sobre la mía --dije.
--Bueno, hemos comprobado que el sedante te afectó un poco las neuronas --rió.
--Cierra la boca --dije. Lo besé de nuevo y luego le hice un espacio junto a mí--. Sube.
--¿Eh? No vamos a caber los dos.
--Bueno, quédate ahí entonces.
--¿Alguien te había dicho antes que estás loca?
--Sí, muchas veces...
Cuando salimos del hospital me negué a subir a una de esas sillas de ruedas que hacen sentir a todo el mundo como inválidos. El doctor insistió con que me sentiría algo mareada por los medicamentos y era por eso que tenía que subir a la silla, pero yo ya había llegado a la puerta para cuando él terminó de hablar. Subí al auto de mi hermano y le exigí que se detuviera en el Burger King para comprar una de esas majestuosidades con calorías suficientes como para tres días. Él me recordó que ya no quería comer porquerías, pero en el hospital sólo me habían dado una gelatina verde que sabía a rayos y un puré de dudosa procedencia, así que compramos la hamburguesa y fuimos a casa.
--¡Violeta! --saludó Sebastián, eufórico, cuando me vio entrar al edificio.
--No la estrujes así, Sebas, le vas a romper una costilla --apuntó mi hermano.
--Oye pequeña --dijo él, ignorando a Diego y apretándome más hacia sí--, ¿dónde quedó todo tu glamour?
--Cierra el pico ¿sí?
--¿Y tu voz? Suena como si te hubieran ahorcado con mano dura.
Lo miré a los ojos. Recordé lo que había sucedido hacía ya casi tres años. Me dieron ganas de patearle la cara a Sebastián y, estúpidamente, mis ojos comenzaron a ver borroso gracias a que una pequeñísima cantidad de agua de sabor salado comenzaba a reunirse en ellos. Aparté a Sebastián con un brazo y él me miró extrañado, sin siquiera sospechar que había dado en el clavo. Cuando aquel hombre sin sentido común había decidido terminar con mi vida, había apretado mi cuello tan fuerte que el día que desperté en el hospital y durante una semana y media, estuve hablando como el pato Donald.
--Bien hecho, idiota --dijo Diego, mientras rodeaba mi cintura con un brazo y me llevaba a la entrada del edificio.
--¿Ahora qué hice? --preguntó Sebastián.
--¿Vas a entrar, o seguirás diciendo tonterías sin sentido? --dijo Jonathan.
--Escuché que te desmayaste del miedo, ricitos.
--No fue por el miedo, fue por la presión, niño de las montañas.
--¿Niño de las montañas?
--Tú sabes... tienes unas mejillas iguales a las de Heidi, la niña de las montañas...
--Oye, déjame eso de los apodos a mí, ¿quieres? --ambos se echaron a reír y eso me distrajo un poco. Al parecer, Jonathan y Sebastián sólo habían tenido un intento de discusión gracias a los celos de Jonathan, y no porque de veras se odiaran.
Los chicos caminaron detrás de nosotros y se sentaron en el sillón más grande cuando entramos al apartamento. Mi hogar parecía albergue de hombres sin otra cosa qué hacer más que molestar a Violeta. Me tiré en el suelo, junto a la mesita de centro y cerré los ojos.
--¿No tienes mamá, o qué? --preguntó Jonathan, pero no con afán de molestar, más bien parecía curioso.
--Sí tengo, pero se la pasa trabajando --contestó Sebastián--. Antes sólo jugaba con la consola, pero cuando ellos se mudaron aquí, Diego y yo comenzamos a jugar tenis y béisbol... luego la conocí a ella y ahora pasó casi todo mi tiempo en esta casa.
--Guau... ¿hay algo amoroso entre Diego y tú? --Jonathan luchaba por no reír--. Porque, sinceramente, ya estaba comenzando a verte como competencia.
--No seas idiota --dije yo, abriendo los ojos y levantándome del suelo--. Diego no tendría tan malos gustos.
--Ja, ja, graciosa --contestó Sebatián, sarcástico.
Me senté en las piernas de Jonathan y rodeé su cuello con mis brazos, él enroscó los suyos en mi cintura y me besó la mejilla.
--Más te vale que no me lo quites a él, ¿eh? --bromeé.
--Qué asco --dijeron los dos al mismo tiempo.
--Cariño, cada vez que hablas siento como si estuvieras borracha... ¿te duele mucho? --preguntó Jonathan.
--Algo... pero ni creas que vas a mantenerme callada sólo porque mi garganta está lastimada.
--Lástima --dijo Diego, que estaba despatarrado en el otro sillón--. Sería lindo que mantuvieras esa boca cerrada por unos días.
--Sería lindo que tuvieras un poco más de inteligencia, pero eso tampoco pasará --contraataqué.
--¿Sabes qué? Me caías mejor cuando estabas dormida en el hospital --aseguró--. Ah, olvidé decirte que llamé a mamá para decirle lo que pasó.
--¿Y vas a decirme por qué diablos hiciste eso?
--Porque si te morías, yo no iba a pagar los gastos funerarios --se echó a reír y Sebastián le arrojó un cojín en la cabeza.
--Yo... --titubeó Jonathan--. Yo le avisé a Casandra.
--¿Quién es esa? --preguntó Sebas.
--¿¡Por qué diablos!? --grité.
--Porque si te morías, tal vez tu mejor amiga debería estar enterada --contestó.
--Oye, ¿quieres golpearlo y venir a sentarte en mis piernas para hacerlo rabiar? --preguntó Sebastián, con una sonrisa enorme en los labios.
--No creo que tengas tanta suerte --dije.
--Y yo no creo que el niñito investigador se vaya a quedar con los brazos cruzados, Sebas --apuntó mi hermano.
--¿Qué te dijo Casandra? --pregunté.
--Dijo que iría a buscarte a tu casa cuando salieras... luego me llamó para gritarme obscenidades porque, según ella, había llamado a tu casa cuando colgó conmigo y ¿adivinas? Tu papá le dijo que tú y Diego ya no vivían ahí... Esa chica está un poquito loca --aseguró--. Me gritó durante veinte minutos que le dijera la nueva dirección, pero se rindió y colgó...
--¿Por qué no se la diste? --susurré.
--Porque está loca --repitió.
--Sebas, ¿me pasas el teléfono que está junto a ti, por favor?
--Párate por él --dijo--. Seguro a ricitos de lodo ya se le adormecieron las piernas.
--Dale el maldito teléfono y deja de molestarme, Sebastián --dijo Jonathan. Sebas sonrió y me dio el aparato.
Marqué el número que me sabía de memoria, a pesar de que hacía ya algún tiempo que no lo marcaba, y por algunos segundos deseé que estuviera fuera de servicio o algo parecido. Jonathan pareció haber percibido la ansiedad en mi rostro, porque besó de nuevo mi mejilla y me dio un apretón en la cintura, donde su mano descansaba. Lo miré y le di un beso rápido en los labios. Yo en su lugar, ya habría terminado conmigo.
--¿Hola? --contestó una voz dulce, con un tono de preocupación.
--¿Casandra?
--¡Violeta! ¡¿Cómo estás?! ¡¿Dónde estás?! Vio... estaba muy preocupada.
Era mi amiga. Estaba preocupada por mí. Tal vez después de esto volveríamos a ser Vio y Cass, las mejores amigas, y no Violeta y Casandra, las peores enemigas. Hasta yo pude notar la emoción grabada en mi rostro cuando la sola idea de volver a ser nosotras pasó por mi cabeza.
--Pues yo opino que sigue medio drogada --aseguró Sebastián.
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Hola! Lo siento, otra vez escribí una entrada enorme, pero últimamente sentía unas ganas locas de escribir y ya saben como soy...
Abril: obviamente! No tienes qué pedir permiso para poner el banner, mujer, para mí es mejor xD.
Prometo controlar mis impulsos para el próximo capítulo ¿sale? Si sigo escribiéndolos tan enormes, ya nadie me va a querer leer :D
Betzabé
domingo, enero 10
Episodio desafortunado y un chico lleno de miedo [[[Jonathan]]]
12:10 |
Publicado por
Betzabé
--¿Y esto? --preguntó Violeta cuando le abrí la puerta del auto.
--Se le dice caballerosidad --contesté, sabiendo que no se refería a eso.
--Estoy hablando del auto, tonto.
--Mis papás salieron de viaje esta mañana y mi padre dijo que podía usarlo mientras él estaba fuera.
--Tu mamá... ¿está en condiciones de salir? --preguntó.
--Claro que sí --contesté--. Sólo que ésta mañana salió de casa repitiendo una y otra vez "creo que se me olvida algo". ¿En serio, mamá? Yo creo que eso ya lo habíamos notado todos.
--Qué malo eres.
Cuando entramos al pequeño pero acogedor restaurante de Teo, llamado "Teo's house" (qué original), Violeta se apresuró a gritar su nombre hasta que, tres segundos después, Teo apareció del otro lado de la barra.
--¡Violeta, Jonathan! --exclamó él--. ¡Hace tiempo que no los veo!
--Mis papás murieron, Diego y yo nos mudamos y nuestra nueva casa está algo lejos de aquí --aseguraba Violeta mientras abrazaba a Teo con suma emoción.
--¿Murieron? ¿Y por eso tienes una gran sonrisa en la cara?
--No murieron --dije yo, al tiempo que le daba un fuerte abrazo al hombre--. Violeta y su hermano se salieron y ahora ella está empeñada en convencer al mundo entero de que se fueron a dar un paseo al otro mundo.
--Eso no está bien, Violeta --aseguró Teo.
--Sí, como sea... ¿qué tienes hoy de comer?
Teo era un hombre de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos. Tenía una barriga del tamaño de un globo aerostático y un bigote tan abundante como escaso era su cabello. Siempre, desde que lo conocí (unos meses antes que Violeta), había usado un delantal blanco que la mitad del tiempo tenía manchas de jitomate, salsa o aceite, y de hecho no podía imaginármelo sin ese delantal o sin el pedazo de tela medio mugroso que siempre usaba para limpiarse las manos. Al final de un día de trabajo, Teo se quedaba a limpiar las mesas y a lavar su trapo y delantal.
--Pues lo de siempre, preciosura.
--Dame lo de siempre, entonces.
--Dos de lo de siempre --dije yo.
Nos sentamos en una de las mesas junto a la gran ventana del fondo que normalmente era la única desocupada, pero como era temprano, aún no llegaba la clientela hambrienta a alborotar el lugar. Unos minutos después Teo apareció con dos platos servidos con lo de siempre: filete de pescado empanizado, ensalada de verduras y arroz. Violeta me miró de una forma extraña y luego empezó a comer como si Zeus hubiese preparado el platillo y ella estuviese a punto de entrar al Olimpo a visitar a los mismísimos Dioses.
--Sí que te gusta el pescado eh... --advertí.
--Hace siglos que no como algo que no sea chatarra.
Era cierto. Siempre que iba a casa de Violeta, comíamos hot-dogs, pizza, hamburguesas y refresco. Creo que si yo viviera solo, también pasaría mi tiempo comiendo porquerías, porque a pesar de que adoraba cocinar, odiaba ir al supermercado y preguntarme cuál harina sería mejor: la de maíz o la de trigo.
Teo nos sirvió un trozo de pastel a cada uno, a pesar de que Violeta alegó estar llena y no querer postre. Ella y yo seguimos platicando un rato, hasta que ella comenzó a toser como si tuviese pulmonía.
--¿Y bien? --pregunté--. ¿Quién es ese supuesto nuevo integrante que ya tienes en mente?
--Sebastián --susurró.
--¿Ese idiota?
--Oye, él te ha llamado espagueti y no se lo permití, así que tú le vas a decir Sebastián o sabrás cuánto dolor puedo ser capaz de provocar en tu cuerpo, Jonathan.
--Ya, ya, está bien... --tragué saliva y ella se echó a reír, aunque parecía un graznido, por la tos--. Pero... ¿él?
--Es un poco fanfarrón, pero vamos a necesitar ese cuerpo enorme para entrar a la casa del militarcillo cuando....
--Wow, ¿entrar?
--Sí, tenemos qué.
--Está bien, pero no le vayas a decir nada hasta que tengamos un equipo extenso, una estrategia y muchos testigos por si quiere matarme algún día --ella comenzó a reírse y depués empezó a jalar aire como si se estuviera ahogando.
--¿Estás bien? Vio...
--No es nada, sólo iré por un vaso de agua y...
Violeta se llevó la mano a la garganta y tosía estruendosamente. Se levantó de la silla y caminó exactamente tres pasos en dirección a la barra del restaurante antes de desplomarse a medio piso. Teo salió de la barra y vino hacia nosotros, queriendo ayudarla de alguna forma, aunque yo ya estaba tratando de hacer eso.
--Puede que se le haya atorado un pedazo de pastel --sugirió Teo.
--Tal vez... aunque... ¿de qué era?
--Pues de chocolate, tú mismo lo probaste.
Violeta había dejado de toser, pero intentaba hacer que el aire entrara a su cuerpo a como diera lugar. Cuando acomodé su cabeza hacia arriba, pude sentir su piel ardiendo; sudaba y algunos mechones de cabello se pegaban a su frente y a su cuello. Tomé su plato y revolví el contenido con el tenedor, hasta que un pequeño trozo de color café apareció por ahí. Claro. Maldita sea.
--¡¿Qué diablos es esta cosa?! --pregunté, sólo para asegurarme de que mi teoría era la correcta y no la de Teo.
--Almendras, por supuesto --dijo él, que usaba un mantel para echar aire al rostro de Vio.
--¿Eres idiota, Teo? ¡Violeta es alérgica a las almendras!
--Eso ya lo sabía, por eso te di a ti el pastel con almendras y a ella el que no las tiene.
--Te equivocaste de comensal, grandísimo imbécil.
Violeta había cerrado los ojos y su respiración era casi imperceptible. Sus labios estaban rojos, igual que el resto de su rostro y cuello. Coloqué mi brazo debajo del pliegue de sus rodillas y el otro en su cintura, la levanté y eché a correr al auto.
--Violeta, despiértate --repetía--. Vio, por favor. Te prometo que no volveremos a venir a este lugar si no te mueres ¿está bien? Sólo bromeaba... Violeta, despierta.
Tenía una mano aferrada al volante y con la otra le daba golpecitos en las mejillas. Sabía que eso no la despertaría, pero estaba asustado, nervioso y mi mente estaba algo bloqueada. Pensé en llevarla a casa, para que Diego la viera, pero ella no tenía mucho aire a su disposición -o mejor dicho, su garganta no dejaba entrar todo el aire que ella necesitaba--, así que conduje lo más rápido que pude hasta el hospital más cercano, que para mi mala suerte, estaba a veinte minutos de distancia, aún con la velocidad ilegal a la que iba.
Cuando llegamos al Médica Sur, ni siquiera estacioné el auto. Salí con ella en brazos y entré por la puerta de emergencias. Probablemente una alergia no era algo de mucho cuidado, pero yo estaba demasiado asustado para pensar coherentemente. Una doctora nos vio entrar y corrió hacia nosotros, gritando para que alguien trajera una camilla. No sabía si así de efectivo era el personal o ella sólo se dio cuenta de mi presencia histérica por la expresión apanicada en mi rostro.
--¿Qué le pasó? --preguntó ella, con voz tranquilizadora.
--Ella es alérgica a las almendras y...
--¿Hace cuánto tiempo las comió?
--No sé... tal vez veinte o veinticinco minutos... puede que sea media hora, si contamos el tiempo que llevábamos comiendo el pastel y...
--De acuerdo --dijo mientras un individuo con bata a blanca la colocaba en la camilla y echaba a correr por un largo pasillo--. Vamos a ver qué podemos hacer ¿sí? Relájese y siéntese. ¿Es usted familiar de la chica?
--No yo... yo soy su novio, nada más.
--¿Es ella mayor de edad?
--Sí, acaba de cumplir dieciocho hace unas semanas.
--¿Es usted mayor de edad?
--Tengo diecinueve... --saqué mi credencial de la billetera y se la mostré. A pesar de que era mucho más alto que ella, podía ser que no me creyera eso de la edad por la forma en que balbuceaba.
--¿Sus padres...?
--Murieron --interrumpí. Me arrepentiría, pero respiraba tan agitadamente que me concentraba más en no desmayarme que en decir la verdad--. Pero su hermano vive a una hora de aquí y...
--Está bien, llámelo y pídale que venga, por favor.
--Oiga, ¿a dónde se llevaron a Violeta?
--Van a entubarla para que pueda respirar, luego van a inyectarle una serie de antialérgicos para que se recupere y tal vez se quede a observación. No se preocupe, su novia estará bien.
--Más le vale --sentencié. Ella se echó a reír... como si fuera tan gracioso--. ¿Puedo ir... a donde la llevaron?
--Claro, pero tendrá que relajarse primero ¿está bien?
--No es su novia quien está muriendose ¿verdad?
--Entiendo, pero no podemos pasarlo si sólo se va a dedicar a alterar a los otros pacientes.
--Voy a llamar a su hermano y después iré ¿sí?
--Claro, voy a mandar una enfermera para que lo revise, porque se ve algo alterado. Luego ella lo llevará con su novia. Todo va a estar bien.
Asentí y saqué el celular del bolsillo derecho de mi pantalón. Marqué el número de la casa de Violeta, deseando que ese tal Sebastián no estuviera ahí.
--¿Bueno? --contestó Diego.
--Oye, ya sé que me vas a matar y lo entiendo, yo mismo te ayudaré a hacerlo ¿sí? Pero justo ahora necestio que...
--¿Qué pasa, Jonathan? --preguntó.
--Es que... Violeta...
--¿Qué pasó? --preguntó, esta vez más alerta--. ¿Qué diablos le hiciste?
--Fuimos con Teo y ella es alérgica a las almendras... yo... eh... nosotros...
--¿Dónde está? --preguntó él, mientras una pequeña mujer de uniforme blanco me pedía permiso para medir mi pulso.
--Estamos en el Médica Sur, creo que tienes que venir para llenar formas y todo eso...
--¿Está bien? --interrumpió.
--Yo... no lo sé... se la llevaron y la doctora dice que no le va a pasar nada.
--Voy para allá.
La mujercita me miró y negó con la cabeza en símbolo de desaprobación.
--Tiene la presión peligrosamente alta, señor, va a tener que acompañarme a...
--Espere un momento, ¿y Violeta? Dijo esa mujer que usted me llevaría y...
Luego mis rodillas se doblaron y caí con un golpe sordo al piso. La mujer pidió ayuda y comenzó a hablarme para que abriera los ojos, pero no podía. Qué débil eres, Jonathan, me repetía, tu chica está en algún lugar siendo entubada y picoteada y tú te desmayas del pánico. Qué risa me das.
--Se le dice caballerosidad --contesté, sabiendo que no se refería a eso.
--Estoy hablando del auto, tonto.
--Mis papás salieron de viaje esta mañana y mi padre dijo que podía usarlo mientras él estaba fuera.
--Tu mamá... ¿está en condiciones de salir? --preguntó.
--Claro que sí --contesté--. Sólo que ésta mañana salió de casa repitiendo una y otra vez "creo que se me olvida algo". ¿En serio, mamá? Yo creo que eso ya lo habíamos notado todos.
--Qué malo eres.
Cuando entramos al pequeño pero acogedor restaurante de Teo, llamado "Teo's house" (qué original), Violeta se apresuró a gritar su nombre hasta que, tres segundos después, Teo apareció del otro lado de la barra.
--¡Violeta, Jonathan! --exclamó él--. ¡Hace tiempo que no los veo!
--Mis papás murieron, Diego y yo nos mudamos y nuestra nueva casa está algo lejos de aquí --aseguraba Violeta mientras abrazaba a Teo con suma emoción.
--¿Murieron? ¿Y por eso tienes una gran sonrisa en la cara?
--No murieron --dije yo, al tiempo que le daba un fuerte abrazo al hombre--. Violeta y su hermano se salieron y ahora ella está empeñada en convencer al mundo entero de que se fueron a dar un paseo al otro mundo.
--Eso no está bien, Violeta --aseguró Teo.
--Sí, como sea... ¿qué tienes hoy de comer?
Teo era un hombre de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos. Tenía una barriga del tamaño de un globo aerostático y un bigote tan abundante como escaso era su cabello. Siempre, desde que lo conocí (unos meses antes que Violeta), había usado un delantal blanco que la mitad del tiempo tenía manchas de jitomate, salsa o aceite, y de hecho no podía imaginármelo sin ese delantal o sin el pedazo de tela medio mugroso que siempre usaba para limpiarse las manos. Al final de un día de trabajo, Teo se quedaba a limpiar las mesas y a lavar su trapo y delantal.
--Pues lo de siempre, preciosura.
--Dame lo de siempre, entonces.
--Dos de lo de siempre --dije yo.
Nos sentamos en una de las mesas junto a la gran ventana del fondo que normalmente era la única desocupada, pero como era temprano, aún no llegaba la clientela hambrienta a alborotar el lugar. Unos minutos después Teo apareció con dos platos servidos con lo de siempre: filete de pescado empanizado, ensalada de verduras y arroz. Violeta me miró de una forma extraña y luego empezó a comer como si Zeus hubiese preparado el platillo y ella estuviese a punto de entrar al Olimpo a visitar a los mismísimos Dioses.
--Sí que te gusta el pescado eh... --advertí.
--Hace siglos que no como algo que no sea chatarra.
Era cierto. Siempre que iba a casa de Violeta, comíamos hot-dogs, pizza, hamburguesas y refresco. Creo que si yo viviera solo, también pasaría mi tiempo comiendo porquerías, porque a pesar de que adoraba cocinar, odiaba ir al supermercado y preguntarme cuál harina sería mejor: la de maíz o la de trigo.
Teo nos sirvió un trozo de pastel a cada uno, a pesar de que Violeta alegó estar llena y no querer postre. Ella y yo seguimos platicando un rato, hasta que ella comenzó a toser como si tuviese pulmonía.
--¿Y bien? --pregunté--. ¿Quién es ese supuesto nuevo integrante que ya tienes en mente?
--Sebastián --susurró.
--¿Ese idiota?
--Oye, él te ha llamado espagueti y no se lo permití, así que tú le vas a decir Sebastián o sabrás cuánto dolor puedo ser capaz de provocar en tu cuerpo, Jonathan.
--Ya, ya, está bien... --tragué saliva y ella se echó a reír, aunque parecía un graznido, por la tos--. Pero... ¿él?
--Es un poco fanfarrón, pero vamos a necesitar ese cuerpo enorme para entrar a la casa del militarcillo cuando....
--Wow, ¿entrar?
--Sí, tenemos qué.
--Está bien, pero no le vayas a decir nada hasta que tengamos un equipo extenso, una estrategia y muchos testigos por si quiere matarme algún día --ella comenzó a reírse y depués empezó a jalar aire como si se estuviera ahogando.
--¿Estás bien? Vio...
--No es nada, sólo iré por un vaso de agua y...
Violeta se llevó la mano a la garganta y tosía estruendosamente. Se levantó de la silla y caminó exactamente tres pasos en dirección a la barra del restaurante antes de desplomarse a medio piso. Teo salió de la barra y vino hacia nosotros, queriendo ayudarla de alguna forma, aunque yo ya estaba tratando de hacer eso.
--Puede que se le haya atorado un pedazo de pastel --sugirió Teo.
--Tal vez... aunque... ¿de qué era?
--Pues de chocolate, tú mismo lo probaste.
Violeta había dejado de toser, pero intentaba hacer que el aire entrara a su cuerpo a como diera lugar. Cuando acomodé su cabeza hacia arriba, pude sentir su piel ardiendo; sudaba y algunos mechones de cabello se pegaban a su frente y a su cuello. Tomé su plato y revolví el contenido con el tenedor, hasta que un pequeño trozo de color café apareció por ahí. Claro. Maldita sea.
--¡¿Qué diablos es esta cosa?! --pregunté, sólo para asegurarme de que mi teoría era la correcta y no la de Teo.
--Almendras, por supuesto --dijo él, que usaba un mantel para echar aire al rostro de Vio.
--¿Eres idiota, Teo? ¡Violeta es alérgica a las almendras!
--Eso ya lo sabía, por eso te di a ti el pastel con almendras y a ella el que no las tiene.
--Te equivocaste de comensal, grandísimo imbécil.
Violeta había cerrado los ojos y su respiración era casi imperceptible. Sus labios estaban rojos, igual que el resto de su rostro y cuello. Coloqué mi brazo debajo del pliegue de sus rodillas y el otro en su cintura, la levanté y eché a correr al auto.
--Violeta, despiértate --repetía--. Vio, por favor. Te prometo que no volveremos a venir a este lugar si no te mueres ¿está bien? Sólo bromeaba... Violeta, despierta.
Tenía una mano aferrada al volante y con la otra le daba golpecitos en las mejillas. Sabía que eso no la despertaría, pero estaba asustado, nervioso y mi mente estaba algo bloqueada. Pensé en llevarla a casa, para que Diego la viera, pero ella no tenía mucho aire a su disposición -o mejor dicho, su garganta no dejaba entrar todo el aire que ella necesitaba--, así que conduje lo más rápido que pude hasta el hospital más cercano, que para mi mala suerte, estaba a veinte minutos de distancia, aún con la velocidad ilegal a la que iba.
Cuando llegamos al Médica Sur, ni siquiera estacioné el auto. Salí con ella en brazos y entré por la puerta de emergencias. Probablemente una alergia no era algo de mucho cuidado, pero yo estaba demasiado asustado para pensar coherentemente. Una doctora nos vio entrar y corrió hacia nosotros, gritando para que alguien trajera una camilla. No sabía si así de efectivo era el personal o ella sólo se dio cuenta de mi presencia histérica por la expresión apanicada en mi rostro.
--¿Qué le pasó? --preguntó ella, con voz tranquilizadora.
--Ella es alérgica a las almendras y...
--¿Hace cuánto tiempo las comió?
--No sé... tal vez veinte o veinticinco minutos... puede que sea media hora, si contamos el tiempo que llevábamos comiendo el pastel y...
--De acuerdo --dijo mientras un individuo con bata a blanca la colocaba en la camilla y echaba a correr por un largo pasillo--. Vamos a ver qué podemos hacer ¿sí? Relájese y siéntese. ¿Es usted familiar de la chica?
--No yo... yo soy su novio, nada más.
--¿Es ella mayor de edad?
--Sí, acaba de cumplir dieciocho hace unas semanas.
--¿Es usted mayor de edad?
--Tengo diecinueve... --saqué mi credencial de la billetera y se la mostré. A pesar de que era mucho más alto que ella, podía ser que no me creyera eso de la edad por la forma en que balbuceaba.
--¿Sus padres...?
--Murieron --interrumpí. Me arrepentiría, pero respiraba tan agitadamente que me concentraba más en no desmayarme que en decir la verdad--. Pero su hermano vive a una hora de aquí y...
--Está bien, llámelo y pídale que venga, por favor.
--Oiga, ¿a dónde se llevaron a Violeta?
--Van a entubarla para que pueda respirar, luego van a inyectarle una serie de antialérgicos para que se recupere y tal vez se quede a observación. No se preocupe, su novia estará bien.
--Más le vale --sentencié. Ella se echó a reír... como si fuera tan gracioso--. ¿Puedo ir... a donde la llevaron?
--Claro, pero tendrá que relajarse primero ¿está bien?
--No es su novia quien está muriendose ¿verdad?
--Entiendo, pero no podemos pasarlo si sólo se va a dedicar a alterar a los otros pacientes.
--Voy a llamar a su hermano y después iré ¿sí?
--Claro, voy a mandar una enfermera para que lo revise, porque se ve algo alterado. Luego ella lo llevará con su novia. Todo va a estar bien.
Asentí y saqué el celular del bolsillo derecho de mi pantalón. Marqué el número de la casa de Violeta, deseando que ese tal Sebastián no estuviera ahí.
--¿Bueno? --contestó Diego.
--Oye, ya sé que me vas a matar y lo entiendo, yo mismo te ayudaré a hacerlo ¿sí? Pero justo ahora necestio que...
--¿Qué pasa, Jonathan? --preguntó.
--Es que... Violeta...
--¿Qué pasó? --preguntó, esta vez más alerta--. ¿Qué diablos le hiciste?
--Fuimos con Teo y ella es alérgica a las almendras... yo... eh... nosotros...
--¿Dónde está? --preguntó él, mientras una pequeña mujer de uniforme blanco me pedía permiso para medir mi pulso.
--Estamos en el Médica Sur, creo que tienes que venir para llenar formas y todo eso...
--¿Está bien? --interrumpió.
--Yo... no lo sé... se la llevaron y la doctora dice que no le va a pasar nada.
--Voy para allá.
La mujercita me miró y negó con la cabeza en símbolo de desaprobación.
--Tiene la presión peligrosamente alta, señor, va a tener que acompañarme a...
--Espere un momento, ¿y Violeta? Dijo esa mujer que usted me llevaría y...
Luego mis rodillas se doblaron y caí con un golpe sordo al piso. La mujer pidió ayuda y comenzó a hablarme para que abriera los ojos, pero no podía. Qué débil eres, Jonathan, me repetía, tu chica está en algún lugar siendo entubada y picoteada y tú te desmayas del pánico. Qué risa me das.
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Ustedes perdonarán el capítulo tan enorme, pero no me fijé que estaba demasiado grande hasta ahora, así que éste capítulo continuará en la próxima entrada.
Betzabé
martes, enero 5
Hombres.
17:18 |
Publicado por
Betzabé
--Violeta, Walter acaba de hablar conmigo y me dijo que quieres... ¿reclutar?
--Maldita sea... sabía que te enojarías. Por eso le dije a Walter que cerrara la maldita boca.
--¡¿Cómo puedes creer que me enojaría por algo así?!
--Jonathan, ¡estás gritándome! --dije. Sebastián me miraba desde la cocina con los ojos entrecerrados--. Obviamente estás enojado y es lo que no quería.
--No estoy enojado por eso --dijo, con un tono de voz más relajado, aunque forzado.
--¿Entonces? --pregunté.
--¿Por qué no me lo dijiste primero a mí, Violeta...?
--Bueno... el plan era que yo te lo diría --aseguré--. Hablé con Walter y decidimos que yo era la indicada, pero ya veo que el muy traidor no puede guardar un maldito secreto ni por diez minutos.
--Ese no es el punto, cariño... tú... ¿por qué hablaste antes con Walter? ¿Alguna vez te he dado motivos para... desconfiar?
No. Jamás. Ni una sola vez. Entendía su enojo, porque, aunque al principio me había parecido una tontería que se enojara por algo tan sencillo, también era capaz de comprender que había hecho mal dos cosas: la primera, pensar que Jonathan se enojaría por algo así... tal vez lo haría, pero lo hablaríamos y ya. Y la segunda, hablar con Boca Floja Walter.
--Claro que no...
--Oye, ya sé que es un berrinchazo, pero debiste decírmelo ¿sí?
--Por supuesto. Lo siento.
--¿Estás sola en casa?
--Estoy con Diego y Sebastián vino a robarse nuestra comida.
--Ese Sebastián pasa mucho tiempo en tu casa últimamente ¿no? --apuntó--. ¿Acaso no le gusta la suya?
--Oye, es amigo de mi hermano... ¿estás celoso, Jonathan?
--Pues claro que no --bufó--. Es sólo curiosidad.
--Curiosidad, claro. Anda sin cuidado, Jonathan, no voy a llevármelo a la cama --me eché a reír cuando se quedó callado--. Era broma, curioso.
--Vaya bromas --contestó--. ¿Quieres salir a algún lado?
--¿A dónde?
--No sé... ¿helados, tal vez?
--Jonathan, ¿eso se te ocurrió porque Sebastián está aquí o en serio quieres salir?
--No seas boba...
--¿Vienes por mí?
--Voy para allá.
--Adiós.
--Te quiero.
Suspiré. Pff. Que tontería de mi parte haber confiado en Walter, quien veía los secretos como algo que se debe imprimir en un periódico para que todo el mundo se entere de que es un secreto y de que no lo pueden contar. Ingenua de mí.
--¿Problemas con el espa... Jonathan? --preguntó Sebastián, quien ponía un poco de mostaza en su pizza. Asqueroso.
--¿Problemas? Para nada.
--¿No dijiste que estaba gritándote?
--¿No te dijo tu mamá que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas?
--Oye, escuche sin querer...
--Sí, claro --puse los ojos en blanco--. Voy a peinarme, no te termines mi comida, grandulón.
--¿Peinarte? Así luces bien --rió--. Las chicas desgreñadas y en pijama lucen sexys.
--Cierra la boca --me eché a reír y me metí a mi cuarto.
Sebastián era de la edad de mi hermano, tres años mayor que yo. A veces, cuando él y Diego se ponían a hablar de deportes y esas cosas, yo deseaba más que nunca hablar de nuevo con Casandra, porque últimamente sólo hablaba con chicos: Jonathan, Diego, Sebastián, Walter, e incluso Oliver Carter, el tipo que si pudiera me asesinaría y colgaría mi cadáver en la rectoría de la Universidad con un letrero que dijera: eso le pasó por idiota. O algo por el estilo. Me hacía mucha falta hablar con alguna chica, y por si fuera poco, las de la escuela me odiaban porque yo era la zorra que quiso engatuzar al novio de su mejor amiga. Aceptémoslo: luego de lo que había pasado y la fama que Casandra y Rodrigo me habían hecho en la escuela, no volvería a tener una amiga mujer jamás en la vida.
Luego de bañarme y ponerme ropa decente salí a la sala en busca de algo para comer, aunque, debido a que Jonathan sólo quería sacarme de ahí a como diera lugar, sería una buena idea proponerle ir a un restaurante o algo así. Hacía casi cinco meses que no comía algo decente y temía por mi cuerpo, que en cualquier momento comenzaría a inflarse como una pelota de pilates. Sí. Sería una buena idea salir a comer algo cocinado por un experto y de preferencia sin postre.
--¿Vas a comer? --preguntó mi hermano, quien estaba recargado en uno de los brazos del sillón más grande.
--No. Jonathan y yo vamos a salir y además ya me estoy hartando de comer como norteamericana todos los días, querido hermano.
--Pues no tengo tiempo para hacer de comer, Violeta, alguien tiene que trabajar ¿no crees?
--Sí bueno, podrías contratar a una sirvienta, o por lo menos llenar el refrigerador cuando esté agonizando --sugerí--. Así por lo menos yo podría cocinar cuando llegue de la escuela.
--Lindo peinado, Violeta --apuntó Sebastián, que apareció de pronto junto a la puerta del baño.
--Oye, Diego ¿sabes dónde diablos está mi secadora de cabello? --pregunté, ignorando a Sebastián.
--La usé para secar mi corbata el otro día... debe estar en mi recámara.
--Para eso tenemos secadora de ropa, Diego.
--No iba a encender esa cosa ruidosa sólo para una corbata.
--¿Y mi cabello qué? Tu recámara es una vergüenza últimamente y yo voy a tener nietos para cuando encuentres esa secadora.
--Ya vas a estar calva.
--¡Ese es el punto!
--Oye tú, pequeña cabeza de león, yo te puedo prestar la secadora de mamá si quieres --intervino Sebastián.
--Claro, ve por ella mientras me maquillo ¿quieres?
--Nope... tú vienes conmigo o no hay trato.
--Pero ¡estoy toda desgreñada, Sebastián! --reí.
--Ya te dije, las chicas así lucen sexys... pero puedes usar esto si te avergüenza... aunque absolutamente nadie sube hasta acá.
Sebas se quitó su gorro de estambre gris y me lo puso en un sólo movimiento.
--Vamos.
--Genial --bufé--. Ahora parezco una vagabunda.
--Tu casa es bonita --dije.
--Sí, bueno... mi mamá es decoradora, así que algo tiene que ver eso ¿no crees?
--¿Y tu padre?
--No tengo.
--Yo tampoco.
--Sí, creo que eso ya lo había notado antes --ambos nos echamos a reír.
Cuando Sebastián me dio la secadora y ambos regresamos a mi departamento, encontramos a Jonathan ahí dentro, platicando con mi hermano.
--Hola, Jonathan --me quité ese ridículo y sucio gorro y se lo devolví a su dueño antes de arrojarme al cuello de mi novio.
--Violeta --Jonathan me besó y luego me apartó cuando escuchamos un carraspeo, que no supe bien a quién pertenecía.
--¿Qué te parece si vamos a comer hoy? Tengo hambre y sinceramente un helado no se me antoja mucho que digamos.
--Buena idea. Podemos ir al restaurente de Teo.
--Sí... hace mucho que no vamos por allá. Sería bueno saludarlo.
--Yo creo que tienes que peinarte primero...
--Ah, cierto --inconscientemente alcé la mano con la secadora--. Para eso quería esto.
Teo era quein nos alimentaba cuando ninguno de los dos quería volver a casa, antes de que mi vida se convirtiera en una novela de mala muerte.
--Hola --dijo Sebastián, sacándome de mi burbuja.
Me paré junto aJonathan y rodeé su brazo con el mío. Sebas se acercó a él y le tendió una mano, que Jonathan estrechó a regañadientes.
--Él es Jonathan, mi...
--Novio, lo sé --interrumpió él--. Ya nos habías presentado antes.
Sebastián sonrió y apartó su mano, mientras Jonathan permanecía serio y tenso a mi lado. ¿Estaría celoso? Qué idiota de su parte pensar que podría llegar a gustarme Sebastián. Era guapo, pero le faltaba algo de cerebro.
--¿No tienes casa, Sebastián? --preguntó Jonathan.
--Sí, claro. Pero vine a visitar a Violeta porque estaba muy solita... --su voz comenzó a tornarse burlona, igual que su semblante.
--Bueno, ya no está solita --pude percibir las comillas cuando él pronunció la última palabra--. Así que... adiós.
--Oye amigo, no vas a decirme qué hacer ¿estamos? --Sebastián dio un paso hacia delante. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó unos pasos también, hasta que ambos quedaron a menos de cinco centímetros de distancia.
--Oigan, oigan, oigan --intervine, jalando a Jonathan de la camiseta para que retrocediera--. Ni yo soy una cosa para que ustedes estén hablando de mí como si lo fuera, ni tienen derecho a hablarse así dentro de mi casa. Es la segunda vez que se ven y más les vale ser amigos de una vez por todas, porque todos sabemos de qué lado me pondría yo si ustedes pelean ¿no?
Sebastián me miró, sonrió y luego salió por la puerta principal.
--Así se hace --dijo triunfante Jonathan.
--Me sorprende qué tan imbécil puedes ser cuando te lo propones, Jonathan --me alejé de él y me metí a mi habitación para terminar de arreglarme.
Estaba enojada, pero no aguantaría un día más de pizza y soda.
--Maldita sea... sabía que te enojarías. Por eso le dije a Walter que cerrara la maldita boca.
--¡¿Cómo puedes creer que me enojaría por algo así?!
--Jonathan, ¡estás gritándome! --dije. Sebastián me miraba desde la cocina con los ojos entrecerrados--. Obviamente estás enojado y es lo que no quería.
--No estoy enojado por eso --dijo, con un tono de voz más relajado, aunque forzado.
--¿Entonces? --pregunté.
--¿Por qué no me lo dijiste primero a mí, Violeta...?
--Bueno... el plan era que yo te lo diría --aseguré--. Hablé con Walter y decidimos que yo era la indicada, pero ya veo que el muy traidor no puede guardar un maldito secreto ni por diez minutos.
--Ese no es el punto, cariño... tú... ¿por qué hablaste antes con Walter? ¿Alguna vez te he dado motivos para... desconfiar?
No. Jamás. Ni una sola vez. Entendía su enojo, porque, aunque al principio me había parecido una tontería que se enojara por algo tan sencillo, también era capaz de comprender que había hecho mal dos cosas: la primera, pensar que Jonathan se enojaría por algo así... tal vez lo haría, pero lo hablaríamos y ya. Y la segunda, hablar con Boca Floja Walter.
--Claro que no...
--Oye, ya sé que es un berrinchazo, pero debiste decírmelo ¿sí?
--Por supuesto. Lo siento.
--¿Estás sola en casa?
--Estoy con Diego y Sebastián vino a robarse nuestra comida.
--Ese Sebastián pasa mucho tiempo en tu casa últimamente ¿no? --apuntó--. ¿Acaso no le gusta la suya?
--Oye, es amigo de mi hermano... ¿estás celoso, Jonathan?
--Pues claro que no --bufó--. Es sólo curiosidad.
--Curiosidad, claro. Anda sin cuidado, Jonathan, no voy a llevármelo a la cama --me eché a reír cuando se quedó callado--. Era broma, curioso.
--Vaya bromas --contestó--. ¿Quieres salir a algún lado?
--¿A dónde?
--No sé... ¿helados, tal vez?
--Jonathan, ¿eso se te ocurrió porque Sebastián está aquí o en serio quieres salir?
--No seas boba...
--¿Vienes por mí?
--Voy para allá.
--Adiós.
--Te quiero.
Suspiré. Pff. Que tontería de mi parte haber confiado en Walter, quien veía los secretos como algo que se debe imprimir en un periódico para que todo el mundo se entere de que es un secreto y de que no lo pueden contar. Ingenua de mí.
--¿Problemas con el espa... Jonathan? --preguntó Sebastián, quien ponía un poco de mostaza en su pizza. Asqueroso.
--¿Problemas? Para nada.
--¿No dijiste que estaba gritándote?
--¿No te dijo tu mamá que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas?
--Oye, escuche sin querer...
--Sí, claro --puse los ojos en blanco--. Voy a peinarme, no te termines mi comida, grandulón.
--¿Peinarte? Así luces bien --rió--. Las chicas desgreñadas y en pijama lucen sexys.
--Cierra la boca --me eché a reír y me metí a mi cuarto.
Sebastián era de la edad de mi hermano, tres años mayor que yo. A veces, cuando él y Diego se ponían a hablar de deportes y esas cosas, yo deseaba más que nunca hablar de nuevo con Casandra, porque últimamente sólo hablaba con chicos: Jonathan, Diego, Sebastián, Walter, e incluso Oliver Carter, el tipo que si pudiera me asesinaría y colgaría mi cadáver en la rectoría de la Universidad con un letrero que dijera: eso le pasó por idiota. O algo por el estilo. Me hacía mucha falta hablar con alguna chica, y por si fuera poco, las de la escuela me odiaban porque yo era la zorra que quiso engatuzar al novio de su mejor amiga. Aceptémoslo: luego de lo que había pasado y la fama que Casandra y Rodrigo me habían hecho en la escuela, no volvería a tener una amiga mujer jamás en la vida.
Luego de bañarme y ponerme ropa decente salí a la sala en busca de algo para comer, aunque, debido a que Jonathan sólo quería sacarme de ahí a como diera lugar, sería una buena idea proponerle ir a un restaurante o algo así. Hacía casi cinco meses que no comía algo decente y temía por mi cuerpo, que en cualquier momento comenzaría a inflarse como una pelota de pilates. Sí. Sería una buena idea salir a comer algo cocinado por un experto y de preferencia sin postre.
--¿Vas a comer? --preguntó mi hermano, quien estaba recargado en uno de los brazos del sillón más grande.
--No. Jonathan y yo vamos a salir y además ya me estoy hartando de comer como norteamericana todos los días, querido hermano.
--Pues no tengo tiempo para hacer de comer, Violeta, alguien tiene que trabajar ¿no crees?
--Sí bueno, podrías contratar a una sirvienta, o por lo menos llenar el refrigerador cuando esté agonizando --sugerí--. Así por lo menos yo podría cocinar cuando llegue de la escuela.
--Lindo peinado, Violeta --apuntó Sebastián, que apareció de pronto junto a la puerta del baño.
--Oye, Diego ¿sabes dónde diablos está mi secadora de cabello? --pregunté, ignorando a Sebastián.
--La usé para secar mi corbata el otro día... debe estar en mi recámara.
--Para eso tenemos secadora de ropa, Diego.
--No iba a encender esa cosa ruidosa sólo para una corbata.
--¿Y mi cabello qué? Tu recámara es una vergüenza últimamente y yo voy a tener nietos para cuando encuentres esa secadora.
--Ya vas a estar calva.
--¡Ese es el punto!
--Oye tú, pequeña cabeza de león, yo te puedo prestar la secadora de mamá si quieres --intervino Sebastián.
--Claro, ve por ella mientras me maquillo ¿quieres?
--Nope... tú vienes conmigo o no hay trato.
--Pero ¡estoy toda desgreñada, Sebastián! --reí.
--Ya te dije, las chicas así lucen sexys... pero puedes usar esto si te avergüenza... aunque absolutamente nadie sube hasta acá.
Sebas se quitó su gorro de estambre gris y me lo puso en un sólo movimiento.
--Vamos.
--Genial --bufé--. Ahora parezco una vagabunda.
--Tu casa es bonita --dije.
--Sí, bueno... mi mamá es decoradora, así que algo tiene que ver eso ¿no crees?
--¿Y tu padre?
--No tengo.
--Yo tampoco.
--Sí, creo que eso ya lo había notado antes --ambos nos echamos a reír.
Cuando Sebastián me dio la secadora y ambos regresamos a mi departamento, encontramos a Jonathan ahí dentro, platicando con mi hermano.
--Hola, Jonathan --me quité ese ridículo y sucio gorro y se lo devolví a su dueño antes de arrojarme al cuello de mi novio.
--Violeta --Jonathan me besó y luego me apartó cuando escuchamos un carraspeo, que no supe bien a quién pertenecía.
--¿Qué te parece si vamos a comer hoy? Tengo hambre y sinceramente un helado no se me antoja mucho que digamos.
--Buena idea. Podemos ir al restaurente de Teo.
--Sí... hace mucho que no vamos por allá. Sería bueno saludarlo.
--Yo creo que tienes que peinarte primero...
--Ah, cierto --inconscientemente alcé la mano con la secadora--. Para eso quería esto.
Teo era quein nos alimentaba cuando ninguno de los dos quería volver a casa, antes de que mi vida se convirtiera en una novela de mala muerte.
--Hola --dijo Sebastián, sacándome de mi burbuja.
Me paré junto aJonathan y rodeé su brazo con el mío. Sebas se acercó a él y le tendió una mano, que Jonathan estrechó a regañadientes.
--Él es Jonathan, mi...
--Novio, lo sé --interrumpió él--. Ya nos habías presentado antes.
Sebastián sonrió y apartó su mano, mientras Jonathan permanecía serio y tenso a mi lado. ¿Estaría celoso? Qué idiota de su parte pensar que podría llegar a gustarme Sebastián. Era guapo, pero le faltaba algo de cerebro.
--¿No tienes casa, Sebastián? --preguntó Jonathan.
--Sí, claro. Pero vine a visitar a Violeta porque estaba muy solita... --su voz comenzó a tornarse burlona, igual que su semblante.
--Bueno, ya no está solita --pude percibir las comillas cuando él pronunció la última palabra--. Así que... adiós.
--Oye amigo, no vas a decirme qué hacer ¿estamos? --Sebastián dio un paso hacia delante. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó unos pasos también, hasta que ambos quedaron a menos de cinco centímetros de distancia.
--Oigan, oigan, oigan --intervine, jalando a Jonathan de la camiseta para que retrocediera--. Ni yo soy una cosa para que ustedes estén hablando de mí como si lo fuera, ni tienen derecho a hablarse así dentro de mi casa. Es la segunda vez que se ven y más les vale ser amigos de una vez por todas, porque todos sabemos de qué lado me pondría yo si ustedes pelean ¿no?
Sebastián me miró, sonrió y luego salió por la puerta principal.
--Así se hace --dijo triunfante Jonathan.
--Me sorprende qué tan imbécil puedes ser cuando te lo propones, Jonathan --me alejé de él y me metí a mi habitación para terminar de arreglarme.
Estaba enojada, pero no aguantaría un día más de pizza y soda.
sábado, enero 2
Gracias por cerrar la boca, Walter.
17:00 |
Publicado por
Betzabé
--¿Y qué se siente?
--Como si una bala de cañón te atravesara el pecho... o peor. No sé. Me da algo de vómito sólo de pensarlo.
--Eres muy chica para vivir esas cosas --aseguró mi hermano, mientras se pasaba la mano por el cabello--. Yo tengo veinte y nunca me he enamorado.
--Oye, ya sé que nunca nos hemos llevado bien... hasta ahora ¿sí? Pero no soy estúpida.
--¿De qué hablas?
--¿En sílabas? Ma-ri-ssa.
--Oh... Ma... oye, espera un momento... ¿cómo supiste de ella?
--Un día me llamaste Marissa mientras te quejabas porque papá y mamá pelaban de nuevo. Otro día dijiste que si me pareciera un poco más a "Marissa" te caería mejor, y el día que cumplí quince años no estuviste en casa porque ibas a ver a una tal Marissa...
--Uhh...
--Y tenías mi edad en ese entonces.
--Está bien --cedió--. Pero déjame infrmarte que eso pasó hace mucho y...
El timbre. Bueno, cada vez que mi hermano y yo comenzábamos a hablar de nuestras vidas algo nos interrumpía. Típico. Pero no importaba, porque a pesar de que hasta hacía un tiempo ambos nos ignorábamos mutuamente, los dos sabíamos los básicos de la vida del otro.
--Abre tú, yo iré a mi cuarto. Tengo cosas qué hacer.
--Oye, hermanita no irás a meter a ese chico Jonathan por la ventana ¿o sí? --dijo con una sonrisa en el rostro.
--Claro que lo voy a hacer, porque meter a tu novio por la ventana es algo de lo más fácil cuando tu departamento está en el quinto piso, cabeza de chorlito.
--Era una broma...
--Eres un imbécil.
Fui a mi cuarto, con la sonrisa en el rostro todavía. Por alguna razón el sarcasmo se me daba mejor cuando estaba con mi hermano... ¿sería que me ponía todo en bandeja de plata? De cada diez palabras que decía, nueve eran estupideces y la otra una maldición.
Tomé la laptop de mi cama y me senté en la mesedora. Jonathan me había enviado las bases de un caso hacía tres o cuatro días, e incluso habíamos hablado con Walter para darle una solución coherente... Pero no la había. Era algo muy difícil. Los estudiantes normales no resolvían casos de estado sólo por el capricho de un niño rico. Para eso tenían a los policías... aunque claro, ¿quién puede confiar en policías cuando el hijo de uno de ellos es a quien quieres encarcelar? Y, sin duda, nosotros tres nos estaríamos metiendo en un problema marca diablo si nos descubrían. Además de que, de hecho, no podríamos mover un sólo dedo si sólo éramos nosotros tres. No se podía. No había manera alguna.
--Violeta ¿quieres venir a saludar, por favor? --gritó mi hermano desde algún lugar del apartamento.
--Mmm... ya voy --contesté, algo distraída.
Podría llamar a Walter para proponerle algo. Tenía una idea que tal vez podría ayudarnos, pero no estaba segura de que a Jonathan pudiera parecerle algo viable y era por eso que tenía que hablar primero con Walt, porque él siempre le metía cosas en la cabeza a Jonathan para que tomara decisiones, fueran buenas o malas.
Me levanté de la mesedora, dejé la laptop en la mesita y tomé el teléfono sólo porque el celular no tenía batería. No me gustaba usar la línea de la casa, porque a veces Diego escuchaba por el teléfono que había en su cuarto o en la sala y después se burlaba de mis conversaciones "ridículas y pretenciosas". Marqué el número de la casa de Walt, rezando para que no contestara ese hermano suyo a quien no se le entendía nada, gracias a su precario dominio del idioma español.
--¿Hola? --una voz femenina contestó.
--Hola, ¿podría comunicarme con Walter, por favor?
--Claro, espera un momento.
Salí de mi habitación, con el único propósito de ver quién había llegado a visitarnos. Pude ver al chico corpulento detrás de un sillón, tomando el control de la televisión y sonreí.
--Walter al habla --contestó el amigo de Sherlock.
--Violeta.
--¡Hola Vio! ¿Qué de nuevo?
--Nada, Walter --me reí--. Quería... hablar acerca de... tú sabes... el asunto Ricky Ricón.
--¿Ricky Ricón, dices?
--Tú sabes, el niño que quiere la ayuda de Jonathan.
--Su nombre es Aaron, Violeta.
--Pues no me importa su maldito nombre ¿sí? Es Ricky Ricón y ya.
--Ricky Ricón, entonces --rió el, cediendo--. ¿Qué hay con él?
--Tengo una idea...
--¿Idea? Genial, cuenta conmigo.
--Oye, aun no he dicho nada, Walter, espera a que te cuente todo ¿sí?
--Ah... claro, habla.
--No podemos nosotros tres, ¿cierto?
--Ni en un millón de años --afirmó.
--¿Y qué tal si... reclutamos?
--¿Reclutar? ¿De qué hablas? No somos el ejército, mujer --rió--. Además nosotros somos unos locos ¿sí? A nadie le interesa hacer lo que hacemos, Violetilla.
--Atrévete a llamarme Violetilla otra vez, Walter...
--Lo siento.
--Bueno, ya sé que será algo difícil, pero también puede ser divertido ¿no crees? Como audiciones escolares, pero con gente que conozcamos y que tenga potencial... además de que deben ser muy inteligentes.
--Continúa...
--Yo ya tengo un posible integrante... pero necesitamos hablarlo con Jonathan, primero.
--Oh...
--Exacto. Es un maldito mezquino, jamás lo va a aceptar ¿estás de acuerdo? Por eso necesito que tú le digas, eres su mejor amigo y...
--Pero tú eres su novia... y eres mujer. A tí no te pega y a mí me deja moretones.
--Humm... bueno, está bien... luego te llamo ¿sí? No vayas a decirle nada de nada, Walt, ¿estamos en esto?
--Juntos en esto --aseguró--.
Colgué y me senté junto a Sebastián. Mi hermano estaba haciendo no se qué en la terraza (tal vez regando esas plantas suyas que hacían parecer nuestra casa una jungla citadina) y su amiguito se había adueñado del control. Él me miró y sonrió.
--Hola, Vio, ¿qué hay?
--Nada nuevo. ¿A qué se debe tu visita hoy?
--Pues... Vi a un chico con uniforme del Domino's Pizza y lo seguí cuando oprimió el número cinco en el elevador.
--¿Vienes de gorrón?
--Sí --admitió con una sonrisa en el rostro--. Mamá no está y me da pereza preparar comida.
Sebastián era mi vecino del sexto piso. Había conocido a Diego en la recepción del edificio y desde entonces se veían una vez a la semana para jugar tenis o golf. Luego de mi cumpleaños él comenzó a venir más a casa, ya que a mí me parecía un chico agradable y nos estábamos haciéndo buenos amigos. Sebas era un tipo alto, sólo unos cuántos centímetros más bajo que mi hermano, quien medía unos 185 centímetros, más o menos. Su piel era blanca y tenía mejillas rojas que se encendían cada vez que se avergonzaba por algo y cuando tenía mucho calor. Sus ojos eran algo pequeños y cafés, sus labios lucían como si alguien se los hubiese mordido, gracias a su color rojizo... El rostro de Sebastián, que parecía de niño, contrastaba con su cuerpo alto y bien trabajado, de tal manera que en sus brazos se notaba cada pequeño esfuerzo que hacía al contraerse sus lindos y deseables músculos. Tenía cabello castaño oscuro y lacio, despeinado a veces, pero lucía muy bien.
--¿Hoy va a venir tu noviecito? --preguntó, con la burla en el tono de voz.
--No se llama noviecito, se llama Jonathan y así le vas a decir aunque te cueste trabajo.
--Bah, ¿cómo puedes salir con alguien así? Ese niño da pena.
--¿Pena?
--Oye, ¿lo has visto? Es tan flaco como un espaguetti, además sus ricitos no combinan con sus ojos... ni contigo.
--No está flaco, jamás lo has visto sin ropa... además, prefiero a mi Jonathan inteligente que un obsesivo-compulsivo fan del gimnasio ¿sabes?
--Espera un momento... ¿lo has visto sin ropa? Oh...
--No seas idiota. Las vacaciones pasadas fuimos a la playa y te juro que de flaco no tiene nada.
--Está bien --rió, queriendo calmar los ánimos--. Pero tú eres... ¿cómo te explico?
--¿Antisocial? ¿Enojona? ¿Gritona?
--Además de eso...
--¿Qué?
--Demasiado bonita para él.
--Sí, eso ya lo sabía... mi club de fans me lo repite cada dos segundos, pero siempre digo que los feos también tienen su derecho --y ahí estaba de nuevo el sarcasmo--. Pedazo de imbécil.
--¿Comemos? --preguntó.
--Está bien, Sebas, termínate nuestra comida.
Sebastián se levantó y yo di un respingo cuando sonaron los teléfonos que había en la sala: el mío y el principal. Contesté y cuando escuché la primera frase, quise colgar a Walter del poste más alto.
--Violeta.
--¡¿Que quieres hacer qué?!
--¿Jonathan?
--Como si una bala de cañón te atravesara el pecho... o peor. No sé. Me da algo de vómito sólo de pensarlo.
--Eres muy chica para vivir esas cosas --aseguró mi hermano, mientras se pasaba la mano por el cabello--. Yo tengo veinte y nunca me he enamorado.
--Oye, ya sé que nunca nos hemos llevado bien... hasta ahora ¿sí? Pero no soy estúpida.
--¿De qué hablas?
--¿En sílabas? Ma-ri-ssa.
--Oh... Ma... oye, espera un momento... ¿cómo supiste de ella?
--Un día me llamaste Marissa mientras te quejabas porque papá y mamá pelaban de nuevo. Otro día dijiste que si me pareciera un poco más a "Marissa" te caería mejor, y el día que cumplí quince años no estuviste en casa porque ibas a ver a una tal Marissa...
--Uhh...
--Y tenías mi edad en ese entonces.
--Está bien --cedió--. Pero déjame infrmarte que eso pasó hace mucho y...
El timbre. Bueno, cada vez que mi hermano y yo comenzábamos a hablar de nuestras vidas algo nos interrumpía. Típico. Pero no importaba, porque a pesar de que hasta hacía un tiempo ambos nos ignorábamos mutuamente, los dos sabíamos los básicos de la vida del otro.
--Abre tú, yo iré a mi cuarto. Tengo cosas qué hacer.
--Oye, hermanita no irás a meter a ese chico Jonathan por la ventana ¿o sí? --dijo con una sonrisa en el rostro.
--Claro que lo voy a hacer, porque meter a tu novio por la ventana es algo de lo más fácil cuando tu departamento está en el quinto piso, cabeza de chorlito.
--Era una broma...
--Eres un imbécil.
Fui a mi cuarto, con la sonrisa en el rostro todavía. Por alguna razón el sarcasmo se me daba mejor cuando estaba con mi hermano... ¿sería que me ponía todo en bandeja de plata? De cada diez palabras que decía, nueve eran estupideces y la otra una maldición.
Tomé la laptop de mi cama y me senté en la mesedora. Jonathan me había enviado las bases de un caso hacía tres o cuatro días, e incluso habíamos hablado con Walter para darle una solución coherente... Pero no la había. Era algo muy difícil. Los estudiantes normales no resolvían casos de estado sólo por el capricho de un niño rico. Para eso tenían a los policías... aunque claro, ¿quién puede confiar en policías cuando el hijo de uno de ellos es a quien quieres encarcelar? Y, sin duda, nosotros tres nos estaríamos metiendo en un problema marca diablo si nos descubrían. Además de que, de hecho, no podríamos mover un sólo dedo si sólo éramos nosotros tres. No se podía. No había manera alguna.
--Violeta ¿quieres venir a saludar, por favor? --gritó mi hermano desde algún lugar del apartamento.
--Mmm... ya voy --contesté, algo distraída.
Podría llamar a Walter para proponerle algo. Tenía una idea que tal vez podría ayudarnos, pero no estaba segura de que a Jonathan pudiera parecerle algo viable y era por eso que tenía que hablar primero con Walt, porque él siempre le metía cosas en la cabeza a Jonathan para que tomara decisiones, fueran buenas o malas.
Me levanté de la mesedora, dejé la laptop en la mesita y tomé el teléfono sólo porque el celular no tenía batería. No me gustaba usar la línea de la casa, porque a veces Diego escuchaba por el teléfono que había en su cuarto o en la sala y después se burlaba de mis conversaciones "ridículas y pretenciosas". Marqué el número de la casa de Walt, rezando para que no contestara ese hermano suyo a quien no se le entendía nada, gracias a su precario dominio del idioma español.
--¿Hola? --una voz femenina contestó.
--Hola, ¿podría comunicarme con Walter, por favor?
--Claro, espera un momento.
Salí de mi habitación, con el único propósito de ver quién había llegado a visitarnos. Pude ver al chico corpulento detrás de un sillón, tomando el control de la televisión y sonreí.
--Walter al habla --contestó el amigo de Sherlock.
--Violeta.
--¡Hola Vio! ¿Qué de nuevo?
--Nada, Walter --me reí--. Quería... hablar acerca de... tú sabes... el asunto Ricky Ricón.
--¿Ricky Ricón, dices?
--Tú sabes, el niño que quiere la ayuda de Jonathan.
--Su nombre es Aaron, Violeta.
--Pues no me importa su maldito nombre ¿sí? Es Ricky Ricón y ya.
--Ricky Ricón, entonces --rió el, cediendo--. ¿Qué hay con él?
--Tengo una idea...
--¿Idea? Genial, cuenta conmigo.
--Oye, aun no he dicho nada, Walter, espera a que te cuente todo ¿sí?
--Ah... claro, habla.
--No podemos nosotros tres, ¿cierto?
--Ni en un millón de años --afirmó.
--¿Y qué tal si... reclutamos?
--¿Reclutar? ¿De qué hablas? No somos el ejército, mujer --rió--. Además nosotros somos unos locos ¿sí? A nadie le interesa hacer lo que hacemos, Violetilla.
--Atrévete a llamarme Violetilla otra vez, Walter...
--Lo siento.
--Bueno, ya sé que será algo difícil, pero también puede ser divertido ¿no crees? Como audiciones escolares, pero con gente que conozcamos y que tenga potencial... además de que deben ser muy inteligentes.
--Continúa...
--Yo ya tengo un posible integrante... pero necesitamos hablarlo con Jonathan, primero.
--Oh...
--Exacto. Es un maldito mezquino, jamás lo va a aceptar ¿estás de acuerdo? Por eso necesito que tú le digas, eres su mejor amigo y...
--Pero tú eres su novia... y eres mujer. A tí no te pega y a mí me deja moretones.
--Humm... bueno, está bien... luego te llamo ¿sí? No vayas a decirle nada de nada, Walt, ¿estamos en esto?
--Juntos en esto --aseguró--.
Colgué y me senté junto a Sebastián. Mi hermano estaba haciendo no se qué en la terraza (tal vez regando esas plantas suyas que hacían parecer nuestra casa una jungla citadina) y su amiguito se había adueñado del control. Él me miró y sonrió.
--Hola, Vio, ¿qué hay?
--Nada nuevo. ¿A qué se debe tu visita hoy?
--Pues... Vi a un chico con uniforme del Domino's Pizza y lo seguí cuando oprimió el número cinco en el elevador.
--¿Vienes de gorrón?
--Sí --admitió con una sonrisa en el rostro--. Mamá no está y me da pereza preparar comida.
Sebastián era mi vecino del sexto piso. Había conocido a Diego en la recepción del edificio y desde entonces se veían una vez a la semana para jugar tenis o golf. Luego de mi cumpleaños él comenzó a venir más a casa, ya que a mí me parecía un chico agradable y nos estábamos haciéndo buenos amigos. Sebas era un tipo alto, sólo unos cuántos centímetros más bajo que mi hermano, quien medía unos 185 centímetros, más o menos. Su piel era blanca y tenía mejillas rojas que se encendían cada vez que se avergonzaba por algo y cuando tenía mucho calor. Sus ojos eran algo pequeños y cafés, sus labios lucían como si alguien se los hubiese mordido, gracias a su color rojizo... El rostro de Sebastián, que parecía de niño, contrastaba con su cuerpo alto y bien trabajado, de tal manera que en sus brazos se notaba cada pequeño esfuerzo que hacía al contraerse sus lindos y deseables músculos. Tenía cabello castaño oscuro y lacio, despeinado a veces, pero lucía muy bien.
--¿Hoy va a venir tu noviecito? --preguntó, con la burla en el tono de voz.
--No se llama noviecito, se llama Jonathan y así le vas a decir aunque te cueste trabajo.
--Bah, ¿cómo puedes salir con alguien así? Ese niño da pena.
--¿Pena?
--Oye, ¿lo has visto? Es tan flaco como un espaguetti, además sus ricitos no combinan con sus ojos... ni contigo.
--No está flaco, jamás lo has visto sin ropa... además, prefiero a mi Jonathan inteligente que un obsesivo-compulsivo fan del gimnasio ¿sabes?
--Espera un momento... ¿lo has visto sin ropa? Oh...
--No seas idiota. Las vacaciones pasadas fuimos a la playa y te juro que de flaco no tiene nada.
--Está bien --rió, queriendo calmar los ánimos--. Pero tú eres... ¿cómo te explico?
--¿Antisocial? ¿Enojona? ¿Gritona?
--Además de eso...
--¿Qué?
--Demasiado bonita para él.
--Sí, eso ya lo sabía... mi club de fans me lo repite cada dos segundos, pero siempre digo que los feos también tienen su derecho --y ahí estaba de nuevo el sarcasmo--. Pedazo de imbécil.
--¿Comemos? --preguntó.
--Está bien, Sebas, termínate nuestra comida.
Sebastián se levantó y yo di un respingo cuando sonaron los teléfonos que había en la sala: el mío y el principal. Contesté y cuando escuché la primera frase, quise colgar a Walter del poste más alto.
--Violeta.
--¡¿Que quieres hacer qué?!
--¿Jonathan?
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- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.