miércoles, junio 17
¿Mi nombre? Violeta. ¿Mi vida? Tan insignificante que a veces no siento estar viva.
0:22 |
Publicado por
Betzabé
Sentada en la banqueta, esperando que un rayo me cayera porque la tormenta no cesaba. Las gotas de lluvia comenzaban a horadarme el cráneo y el sonido de los truenos me dejaba sorda. Estaba empapada como un fideo, no había ni un centímetro en mi esbelta anatomía que no estuviese mojado ya; las hebras de mi cabello se pegaban al rostro, dando ese efecto de recién bañada, sólo que esta vez no había usado jabón y había olvidado quitarme la ropa.
Entrecerraba los ojos para que las gotas no los atacaran también, trataba de mirar lo más lejos posible para ver si reconocía el auto, pero para mí todas las luces eran iguales y en esos momentos no era capaz de diferenciar un Ferrari de un Porsche sólo con mirarlas. Agaché la cabeza cuando una gota lista logró evadir la barrera de las pestañas y entrar al ojo, causando un dolor punzante, como cuando entra una basurilla que te obliga a cerrarlo, aunque lo correcto sería abrirlo de par en par para que el intruso se marche.
El ruido del motor sí me era familiar; supe que era el auto correcto unos metros antes de que pudiera verlo completamente. Estaba furiosa, quien quiera que estuviese ahí dentro, tendría su merecido por haberme dejado aquí.
--¡Epa! Cuidado, hermanita. Acabo de lavarlo y pareces un pez.
Lo miré como solía mirar a la gente cuando intentaba encontrar una razón para que asesinar fuera uno de los muchos actos penados por la ley. A mi juicio, si alguien me dejaba sola por dos horas debajo de una tormenta, entonces no se me debía juzgar cuando esa persona yaciera en el suelo con la garganta rebanada, pero las leyes a veces no son muy correctas y desgraciadamente yo no era tan tonta como para hacer lo debido e ir a la cárcel luego.
Mi hermano Diego era un verdadero imbécil, que sin pensarlo dos veces se acostaría con una mujer, no importándole que su hermana estuviera esperándolo afuera del colegio, porque había perdido la cartera otra vez y no tenía dinero para regresar a casa en bus. Tres años me hacían más pequeña que aquel espécimen con coeficiente igual a cero que reía con alevosía al ver mi ropa mojada y mi expresión llena de cólera. No resistí más, deseaba con todas mis fuerzas romperle el cuello y hacerlo callar, pero lo único que me atreví a hacer (sólo porque no quería terminar en la correccional) fue soltarle un puñetazo en la cara con toda la fuerza que me fue posible reunir y que al parecer fue suficiente, ya que su sonrisa idiota se esfumó y fue sustituida por una gran mancha roja que se hacía más y más grande.
--Ya verás cuando lleguemos a casa, Violeta --amenazó él, que no dejaba de tocarse la bocaza--. Esta vez te pasaste, ya verás lo que te hará mamá cuando me vea.
--No vas a decirle nada a mamá, porque ella hará la herida más grande cuando sepa que me has dejado aquí dos horas.
--Me encontré con Paulina y fuimos a dar una vuelta, no creí que fuera a llover.
Mi puño se cerró de nuevo, para luego impactarse contra su abdomen.
Arrancó el motor y fuimos directo a casa. Sin hablar, sin mirarnos, sin darnos cuenta de que el otro estaba ahí. Al llegar subí corriendo las escaleras y me metí a la ducha. Sentí las gotas de agua caliente como pequeñas agujas que me pinchaban la piel, gracias a la baja temperatura que mi cuerpo tenía... Entonces aquella imagen ocupó mi cabeza por completo, no pensé en nada más, porque esta vez era perfecta y quise admirar cada detalle, cada ángulo y cada curva de aquel rostro impasible que le pertenecía a él y que yo quería como mío. Vi aquel rostro perfecto y deseé que fuera mañana para verlo de una vez, aunque no hablara con él, aunque no me mirara y aunque perteneciera a aquella que yo llamaba mi mejor amiga.
Nunca le había dicho a Casandra que su novio era justo lo que yo quería, que soñaba con él más a menudo de lo que tenía pesadillas, que lo imaginaba al despertar, mientras comía, cuando hacía tarea y que dormía pensando en él... Nunca le había dicho ni me atrevía a decirle que cada vez que los veía juntos imaginaba que yo era ella y que él me pertenecía a mí.
Rodrigo era un chico común, de hecho era algo así como el nerd de la clase: el clásico chico de anteojos con un cerebro prodigio que se pasa el día dentro de la biblioteca. Pero su rostro no era el del clásico nerd, no señor, su rostro era el más perfecto a mis ojos; una cara angulosa de pálida piel con unos ojos negros enmarcados por unas pestañas largas y algo afeminadas, su cabello rizado y café era la combinación perfecta para aquel cuerpo marcado por la natación y adornado siempre con ropa que un chico cuerdo jamás usaría: bermudas a cuadros y playeras de colores oscuros que hacían que pareciera que se iba de vacaciones a la playa, pero que por el momento no tenía mucho calor... era Rodrigo, el novio de mi mejor amiga y por lo tanto, mi amor imposible.
Salí de la ducha y me miré al espejo. Qué fácil sería romperlo y cortarme las muñecas con un pedazo de aquel vidrio reflejante, qué fácil sería deshacerme de esta vida que no valía mucho la pena, porque con un padre que prácticamente conocía de vista, aunque ambos durimeramos en la misma casa, una madre que estaba más preocupada por parecer la mujer perfecta que por atender a sus hijos, y un hermano que me amaba tanto como yo a él, pero a pesar de eso no podíamos estar un día sin pelear, esta vida no parecía vida. Pero eso sería una cobardía y yo no era ninguna cobarde. Era Violeta Lazcano, la chica que todo lo que quiere consigue y que no arruinaría su vida sólo por que la de su familia apesta... esta era mi vida y ellos no merecían que yo la echara a peder por su causa.
Entrecerraba los ojos para que las gotas no los atacaran también, trataba de mirar lo más lejos posible para ver si reconocía el auto, pero para mí todas las luces eran iguales y en esos momentos no era capaz de diferenciar un Ferrari de un Porsche sólo con mirarlas. Agaché la cabeza cuando una gota lista logró evadir la barrera de las pestañas y entrar al ojo, causando un dolor punzante, como cuando entra una basurilla que te obliga a cerrarlo, aunque lo correcto sería abrirlo de par en par para que el intruso se marche.
El ruido del motor sí me era familiar; supe que era el auto correcto unos metros antes de que pudiera verlo completamente. Estaba furiosa, quien quiera que estuviese ahí dentro, tendría su merecido por haberme dejado aquí.
--¡Epa! Cuidado, hermanita. Acabo de lavarlo y pareces un pez.
Lo miré como solía mirar a la gente cuando intentaba encontrar una razón para que asesinar fuera uno de los muchos actos penados por la ley. A mi juicio, si alguien me dejaba sola por dos horas debajo de una tormenta, entonces no se me debía juzgar cuando esa persona yaciera en el suelo con la garganta rebanada, pero las leyes a veces no son muy correctas y desgraciadamente yo no era tan tonta como para hacer lo debido e ir a la cárcel luego.
Mi hermano Diego era un verdadero imbécil, que sin pensarlo dos veces se acostaría con una mujer, no importándole que su hermana estuviera esperándolo afuera del colegio, porque había perdido la cartera otra vez y no tenía dinero para regresar a casa en bus. Tres años me hacían más pequeña que aquel espécimen con coeficiente igual a cero que reía con alevosía al ver mi ropa mojada y mi expresión llena de cólera. No resistí más, deseaba con todas mis fuerzas romperle el cuello y hacerlo callar, pero lo único que me atreví a hacer (sólo porque no quería terminar en la correccional) fue soltarle un puñetazo en la cara con toda la fuerza que me fue posible reunir y que al parecer fue suficiente, ya que su sonrisa idiota se esfumó y fue sustituida por una gran mancha roja que se hacía más y más grande.
--Ya verás cuando lleguemos a casa, Violeta --amenazó él, que no dejaba de tocarse la bocaza--. Esta vez te pasaste, ya verás lo que te hará mamá cuando me vea.
--No vas a decirle nada a mamá, porque ella hará la herida más grande cuando sepa que me has dejado aquí dos horas.
--Me encontré con Paulina y fuimos a dar una vuelta, no creí que fuera a llover.
Mi puño se cerró de nuevo, para luego impactarse contra su abdomen.
Arrancó el motor y fuimos directo a casa. Sin hablar, sin mirarnos, sin darnos cuenta de que el otro estaba ahí. Al llegar subí corriendo las escaleras y me metí a la ducha. Sentí las gotas de agua caliente como pequeñas agujas que me pinchaban la piel, gracias a la baja temperatura que mi cuerpo tenía... Entonces aquella imagen ocupó mi cabeza por completo, no pensé en nada más, porque esta vez era perfecta y quise admirar cada detalle, cada ángulo y cada curva de aquel rostro impasible que le pertenecía a él y que yo quería como mío. Vi aquel rostro perfecto y deseé que fuera mañana para verlo de una vez, aunque no hablara con él, aunque no me mirara y aunque perteneciera a aquella que yo llamaba mi mejor amiga.
Nunca le había dicho a Casandra que su novio era justo lo que yo quería, que soñaba con él más a menudo de lo que tenía pesadillas, que lo imaginaba al despertar, mientras comía, cuando hacía tarea y que dormía pensando en él... Nunca le había dicho ni me atrevía a decirle que cada vez que los veía juntos imaginaba que yo era ella y que él me pertenecía a mí.
Rodrigo era un chico común, de hecho era algo así como el nerd de la clase: el clásico chico de anteojos con un cerebro prodigio que se pasa el día dentro de la biblioteca. Pero su rostro no era el del clásico nerd, no señor, su rostro era el más perfecto a mis ojos; una cara angulosa de pálida piel con unos ojos negros enmarcados por unas pestañas largas y algo afeminadas, su cabello rizado y café era la combinación perfecta para aquel cuerpo marcado por la natación y adornado siempre con ropa que un chico cuerdo jamás usaría: bermudas a cuadros y playeras de colores oscuros que hacían que pareciera que se iba de vacaciones a la playa, pero que por el momento no tenía mucho calor... era Rodrigo, el novio de mi mejor amiga y por lo tanto, mi amor imposible.
Salí de la ducha y me miré al espejo. Qué fácil sería romperlo y cortarme las muñecas con un pedazo de aquel vidrio reflejante, qué fácil sería deshacerme de esta vida que no valía mucho la pena, porque con un padre que prácticamente conocía de vista, aunque ambos durimeramos en la misma casa, una madre que estaba más preocupada por parecer la mujer perfecta que por atender a sus hijos, y un hermano que me amaba tanto como yo a él, pero a pesar de eso no podíamos estar un día sin pelear, esta vida no parecía vida. Pero eso sería una cobardía y yo no era ninguna cobarde. Era Violeta Lazcano, la chica que todo lo que quiere consigue y que no arruinaría su vida sólo por que la de su familia apesta... esta era mi vida y ellos no merecían que yo la echara a peder por su causa.
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La autora
- Betzabé
- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
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Bueno pues ya tienes a tu primera seguidora!! Pfff... te entido, si sabre yo lo que se siente, que tu vida no valga nada!! y cometi errores por pensar de esa manera, muchos errores, que dejaron marcada mi vida, la vida de las personas que quiero y mi piel!! Asi que trankitronko, uqe aki tienes una amiga que te escuche y entienda!! :)
SALUDOS!!
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