lunes, noviembre 23
El peor día especial.
0:22 |
Publicado por
Betzabé
El techo rugoso, las estrellas que lucían amarillas porque la luz del Sol les arrebataba la fluorescencia. El cobertor sobre mí y un mechón de cabello rozandome el labio inferior. No era una sensación agradable, me daban cosquillas y al mismo tiempo me enfurecía. Alargué la mano derecha para apartar aquel montoncito de cabellos de mi rostro.
¿Cuánto tiempo había estado ahí? Tal vez quince minutos, tal vez media hora... no sabía exactamente y la verdad tampoco me interesaba.
--Vamos, Violeta...
No encontraba aquellos impulsos eléctricos que pasaban de neurona a neurona y que debían hacer que mi espalda se alzara y que mi pierna derecha se moviera hasta que mi pie tocara el piso. Gasté todas las calorías que había consumido el día anterior para poder hacer algo tan simple como levantarme de la cama. Estaba molida, estaba triste, deprimida, estaba...
Entré al baño y me miré al espejo. Violeta, eres un asco de persona, no deberían existir mujeres como tú en este mundo, porque eres repulsiva.
Sentía uno de esos agujeros de angustia-depresión-confusión entre el pecho y la barriga. Me sentía completamente miserable. Me sentía como hacía algunos meses, antes de que mi estúpido hermano y yo nos escapáramos de casa, antes de que Jonathan me embaucara y me hubiese convertido en su novia, antes de que Casandra decidiera retirarme la palabra y antes de que yo decidiera renunciar a Rodrigo... Rodrigo.
Me miré todo el rostro: el cabello oscuro, la tez pálida pero ligeramente bronceada por el día a día, los ojos grandes y alertas, a pesar de que acababa de despertar. Esos ojos que habían amanecido húmedos, rojos e hinchados los últimos días. Debajo de ellos había un par de sombras color púrpura. Justo ahora desearías que eso fueran moretones y no ojeras ¿verdad Violeta? Pero eso no eran moretones, porque aquellos se habían ido ya, igual que el resto de las heridas... físicas.
De nuevo contemplé los ojos hinchados, rojos, cansados... Hacía tanto tiempo que no lloraba en sueños... A todos nos ha pasado alguna vez. Tenemos un mal sueño y despertamos con lágrimas en los ojos y con la tristeza atorada en el cogote. Pero esto era diferente. Era como antes. Recordé un viejo pensamiento que había tenido unos meses atrás. Qué fácil sería romper el espejo, tomar un pequeño trozo y rebanar mis muñecas para contemplar cómo aquel líquido espeso y de color carmín corría por mi mano y goteaba hasta el suelo. En ese entonces yo me había resistido; Violeta era una chica fuerte, que no se dejaba vencer... sí, bueno, pues tal vez ahora quería dejarme vencer.
No sería justo seguir relatando esto sin antes recordar lo que había sucedido las últimas semanas.
Jonathan había dicho que saldría por unas copias, yo me quedé en el aula con Casandra y con Rodrigo, que se abrazaban y se hacín cariños como siempre, y a pesar de que Jonathan era todo lo que una chica podía pedir, yo no dejaba de imaginarme en el lugar de mi mejor amiga, ahí, entre los brazos de aquel chico de piel blanca y cabello ondulado.
Casandra quería comer chocolate. Casandra siempre quería comer chocolate. Por alguna razón, desconocida hasta ese momento para mí, Rodrigo no quiso ir, no quiso acompañar a su novia por un maldito chocolate... "Te espero, acá vamos a estar Violeta y yo". Había dicho. Ambos escuchamos la risita dorada de Casandra, quien tomó su cartera antes de salir del aula.
--Vaya loca ¿no? --había dicho yo, antes de echarme a reír.
--Es muy feliz. Es una chica maravillosa.
Y de nuevo. El dolor, la punzada, la sangre y la cicatriz: los celos. Bajé la mirada, deseando nunca haber abierto mi bocaza. Esta maldita trompa siempre me traía problemas, hasta conmigo misma.
Seguimos manipulando las cartulinas. Rodrigo pasó la tiza para rellenar un pequeño agujero blanco que había quedado en el dibujo y cuando lo hizo, su mano rozó la mía levemente... La piel de todo el brazo se me erizó. Él se dio cuenta y me preguntó si tenía frío, tal vez sólo quería que el momento fuera menos vergonzoso para mí, porque también notó que el otro brazo estaba como si nada.
--Yo... --susurré, mirando sus ojos como avellanas.
Fue como vómito verbal. Lo que yo había estado ocultando durante tanto tiempo, por una parte para no herir a mi amiga y por otra para no herirme a mí misma, cuando él dijera "gracias por participar, suerte para la próxima", y todo se derrumbara. Porque tener aquel secreto significaba albergar esperanzas, aunque yo misma lo negara; albergar la esperanza de que tal vez yo le gustara y de que tal vez no se atrevía a decírmelo por miedo a ser rechazado... Si le contaba mi secreto, todo se iba a ir para abajo. Yo lo sabía. Y aún así hablé.
--Me gustas --susurré, en una voz tan bajita que sólo yo podía escucharme.
Pensé por unos instantes que él no había escuchado nada. Creí que mi secreto seguía a salvo y comencé a delinear el dibujo con tiza negra, él puso su mano sobre la mía, evitando así que siguiera con mi trabajo y erizando de nuevo la piel de mi brazo.
--Violeta... Yo...
Quería que me devorara la Tierra. Le supliqué a Dios que enviara a algún ángel que tuviera el poder de llevarme volando hasta Japón. Esperé unos segundos, argumentandome a mí misma que Dios tardaba un poco en poner atención a las plegarias de una bocona profesional, pero el ángel nunca llegó y mi viaje a Japón tampoco.
--Casandra... es que ella...
--No --dije--. Fue una tontería. Lo que dije ni siquiera es cierto.
--¿No?
--No.
Rodrigo tomó mi barbilla con la mano que le quedaba libre y se acercó a mí lentamente. Yo había soñado por años con ese momento. Había deseado que él me besara, que dijera que no quería a Casandra y que yo era el amor de su vida, pero ahora que lo tenía frente a mí, ahora que sus labios estaban a dos centímetros de los míos y que podía sentir su aliento en mi boca... eché mi cabeza hacia atrás y liberé mi mano. Rodrigo me miró confundido, tomó mi rostro con ambas manos y lo acercó bruscamente al suyo, haciendo mi sueño más recurrente realidad. Pero yo ya no quería. Yo había renunciado a él hacía ya varios días y había aceptado a Jonathan como mío. Había aceptado ser de Jonathan y había decidido que la amistad de Casandra valía más que mi propia felicidad al lado de el chico que ahora intentaba desesperadamente que correspondiera su beso.
--Y... ¿Vio...? ¿Qué...? ¿Violeta...?
Mi mano se volvió palma y golpeó el rostro que tanto amaba. Y es que aquella voz, aquella confusión... era Casandra.
--¿Por... qué? --preguntó ella, que tenía una mueca que me partió en dos.
Estaba herida, sangraba por dentro. Podría jurar que había escuchado el crack de su corazón al hacerse pedazos. Y es que Casandra me veía como una hermana, como la hermana que ella no tenía y que había decidido adoptar en mí... su hermana la había traicionado. Y el dulce que ella había ido a comprar estaba deshecho en su mano derecha, que apretaba con todas sus fuerzas en un puño. Una lagrimilla salió de su ojo izquierdo y su rostro pasaba de la confusión al dolor y luego a la furia, a la decepción y al dolor de nuevo. Su hermana la había traicionado. Y lo peor es que su hermana se había jurado a sí misma jamás provocar que ella derramara una lágrima por su culpa. Y lo peor es que su hermana ni siquiera había sido la que había besado a su novio... pero ella ya no me veía como a una hermana ¿verdad que no?
--Yo... Casandra, yo no...
--¿Tú...? Tú eras mi amiga, Violeta, ¿lo eras? ¿Lo fuiste alguna vez?
--Casandra, si me dejaras explicarte... --intervino Rodrigo.
--No la defiendas --gritó ella--. ¡Es una maldita perra traidora! ¿Qué pasó con eso de "eres mi mejor amiga, Casandra"? ¿Sólo querías enredarte con él? No puedo creer que cayeras tan bajo.
--Casandra... --susurré. Ahora el crack había salido de mi pecho. Ahora yo tenía el corazón hecho pedacitos.
--No digas mi nombre, maldita zorra --exclamó--. ¡Te odio!
Ella tomó las cartulinas que habíamos terminado de dibujar y comenzó a romperlas. Gritaba insultos y se preguntaba cómo era que había podido confiar en mí, si tenía cara de que era una cualquiera. Casandra estaba como poseída y yo la entendía. Pero lo que no entendía era cómo ella y yo sangrábamos por dentro y Rodrigo seguía ahí parado, pidiendole que se calamara y ella no le decía nada, no lo insultaba, no le gritaba que la dejara en paz.
Jonathan llegó y se puso como un loco cuando vio que casandra pisoteaba la tiza y echaba a perder todo el material para nuestra exposición. La calificación dependía de "la creatividad expresada en el material de trabajo" y gracias a Casandra íbamos a reprobar. Gracias a Rodrigo. Gracias a mí.
--¿¡Estás loca!? --gritó Jonathan, que acababa de meter las copias en su mochila, tal vez temiendo que ella las deshiciera también.
--¿Loca? --Casandra dejó de destruir todo y habló en voz baja, clara y de frente a Jonathan--. ¿Cómo debería estar, si tu maldita novia estaba besando a Rodrigo? ¿Se supone que debería saltar de alegría o algo así?
Pero Jonathan había dejado de escucharla. Y me miraba con la misma expresión con la que minutos antes Casandra lo había hecho. Y mis rodillas comenzaron a temblar. No. No él.
Jonathan tomó su mochila, me dirigió una mirada fugaz y salió del aula. No él. No Jonathan. No Casandra. No.
Me quedé ahí, mirando el pizarrón blanco como si fuera una película muy entretenida. Rodrigo abrazó a Casandra y le pidió perdón ahí, enfrente de mí. Ella lo besó y salieron del salón. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo había perdido a dos de las tres personas que más necesitaba en este mundo? ¿Cómo no me había dado cuenta de que una de esas personas era Jonathan y no Rodrigo? Cerré los ojos y me eché a llorar en silencio. Me maldije y maldije a Rodrigo, porque todo esto era su culpa, más que mía. Porque no era justo que él saliera bien librado y porque no era justo que... bueno, de hecho todo era demasiado justo como para reprochar.
Había reprobado, obviamente. La profesora creyó que mi llanto se debía a alguna especie de chantaje de mi parte para justificar la ausencia de mis compañeros de equipo y del material para la exposición.
Ese día llegué a casa y me eché en la cama con todo y ropa. Me dormí enseguida, pero no tuve un sueño agradable. A partir de esa noche y hasta hoy, había soñado con el "admirador secreto" que me estrangulaba cada que cerraba los ojos y que decía: "estás sola, nadie vendrá por ti, todos te dejaron porque eres una estúpida y ahora eres mía, por fin". Y nadie venía, ni Diego. Nadie me salvaba y luego despertaba.
Había intentado hablar con Jonathan, pero no contestaba el teléfono. No lo veía en la escuela, salvo en las clases que llevábamos juntos y me ignoraba siempre. En ese tiempo mis padres hicieron una nueva aparición, lo que terminó por hacer papilla a Violeta. Diego no paraba de preguntar, no paraba de adivinar... pero yo lo golpeaba, lo alejaba y luego me encerraba. Yo volvía, poco a poco, a ser la Violeta de antes. Tonta, miserable... pero esta vez también era cobarde.
--Teléfono para ti--gritó Diego, desde la sala.
Ni siquiera había escuchado el teléfono. Salí del baño y lo tomé de mi buró. Era lo bueno de tener una sola línea en casa y una extensión para mi cuarto: no tenía que salir para contestar y sólo contestaba las llamadas que de verdad me interesaban.
--Violeta --dije.
--Feliz cumpleaños.
Era esa voz. Era su voz. Sonreí como estúpida y limpié la tonta lágrima que corría por mi mejilla. Era él. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que a pesar de que yo no era alguien cursi, chillona, moco flojo ni nada por el estilo... bueno, cuando una está sola se vuelve un poco demasiado sensible.
--Hoy cumples dieciocho, mi Violeta. Felicidades. Eres toda una mujer --se rió.
--Jonathan...
¿Cuánto tiempo había estado ahí? Tal vez quince minutos, tal vez media hora... no sabía exactamente y la verdad tampoco me interesaba.
--Vamos, Violeta...
No encontraba aquellos impulsos eléctricos que pasaban de neurona a neurona y que debían hacer que mi espalda se alzara y que mi pierna derecha se moviera hasta que mi pie tocara el piso. Gasté todas las calorías que había consumido el día anterior para poder hacer algo tan simple como levantarme de la cama. Estaba molida, estaba triste, deprimida, estaba...
Entré al baño y me miré al espejo. Violeta, eres un asco de persona, no deberían existir mujeres como tú en este mundo, porque eres repulsiva.
Sentía uno de esos agujeros de angustia-depresión-confusión entre el pecho y la barriga. Me sentía completamente miserable. Me sentía como hacía algunos meses, antes de que mi estúpido hermano y yo nos escapáramos de casa, antes de que Jonathan me embaucara y me hubiese convertido en su novia, antes de que Casandra decidiera retirarme la palabra y antes de que yo decidiera renunciar a Rodrigo... Rodrigo.
Me miré todo el rostro: el cabello oscuro, la tez pálida pero ligeramente bronceada por el día a día, los ojos grandes y alertas, a pesar de que acababa de despertar. Esos ojos que habían amanecido húmedos, rojos e hinchados los últimos días. Debajo de ellos había un par de sombras color púrpura. Justo ahora desearías que eso fueran moretones y no ojeras ¿verdad Violeta? Pero eso no eran moretones, porque aquellos se habían ido ya, igual que el resto de las heridas... físicas.
De nuevo contemplé los ojos hinchados, rojos, cansados... Hacía tanto tiempo que no lloraba en sueños... A todos nos ha pasado alguna vez. Tenemos un mal sueño y despertamos con lágrimas en los ojos y con la tristeza atorada en el cogote. Pero esto era diferente. Era como antes. Recordé un viejo pensamiento que había tenido unos meses atrás. Qué fácil sería romper el espejo, tomar un pequeño trozo y rebanar mis muñecas para contemplar cómo aquel líquido espeso y de color carmín corría por mi mano y goteaba hasta el suelo. En ese entonces yo me había resistido; Violeta era una chica fuerte, que no se dejaba vencer... sí, bueno, pues tal vez ahora quería dejarme vencer.
No sería justo seguir relatando esto sin antes recordar lo que había sucedido las últimas semanas.
Jonathan había dicho que saldría por unas copias, yo me quedé en el aula con Casandra y con Rodrigo, que se abrazaban y se hacín cariños como siempre, y a pesar de que Jonathan era todo lo que una chica podía pedir, yo no dejaba de imaginarme en el lugar de mi mejor amiga, ahí, entre los brazos de aquel chico de piel blanca y cabello ondulado.
Casandra quería comer chocolate. Casandra siempre quería comer chocolate. Por alguna razón, desconocida hasta ese momento para mí, Rodrigo no quiso ir, no quiso acompañar a su novia por un maldito chocolate... "Te espero, acá vamos a estar Violeta y yo". Había dicho. Ambos escuchamos la risita dorada de Casandra, quien tomó su cartera antes de salir del aula.
--Vaya loca ¿no? --había dicho yo, antes de echarme a reír.
--Es muy feliz. Es una chica maravillosa.
Y de nuevo. El dolor, la punzada, la sangre y la cicatriz: los celos. Bajé la mirada, deseando nunca haber abierto mi bocaza. Esta maldita trompa siempre me traía problemas, hasta conmigo misma.
Seguimos manipulando las cartulinas. Rodrigo pasó la tiza para rellenar un pequeño agujero blanco que había quedado en el dibujo y cuando lo hizo, su mano rozó la mía levemente... La piel de todo el brazo se me erizó. Él se dio cuenta y me preguntó si tenía frío, tal vez sólo quería que el momento fuera menos vergonzoso para mí, porque también notó que el otro brazo estaba como si nada.
--Yo... --susurré, mirando sus ojos como avellanas.
Fue como vómito verbal. Lo que yo había estado ocultando durante tanto tiempo, por una parte para no herir a mi amiga y por otra para no herirme a mí misma, cuando él dijera "gracias por participar, suerte para la próxima", y todo se derrumbara. Porque tener aquel secreto significaba albergar esperanzas, aunque yo misma lo negara; albergar la esperanza de que tal vez yo le gustara y de que tal vez no se atrevía a decírmelo por miedo a ser rechazado... Si le contaba mi secreto, todo se iba a ir para abajo. Yo lo sabía. Y aún así hablé.
--Me gustas --susurré, en una voz tan bajita que sólo yo podía escucharme.
Pensé por unos instantes que él no había escuchado nada. Creí que mi secreto seguía a salvo y comencé a delinear el dibujo con tiza negra, él puso su mano sobre la mía, evitando así que siguiera con mi trabajo y erizando de nuevo la piel de mi brazo.
--Violeta... Yo...
Quería que me devorara la Tierra. Le supliqué a Dios que enviara a algún ángel que tuviera el poder de llevarme volando hasta Japón. Esperé unos segundos, argumentandome a mí misma que Dios tardaba un poco en poner atención a las plegarias de una bocona profesional, pero el ángel nunca llegó y mi viaje a Japón tampoco.
--Casandra... es que ella...
--No --dije--. Fue una tontería. Lo que dije ni siquiera es cierto.
--¿No?
--No.
Rodrigo tomó mi barbilla con la mano que le quedaba libre y se acercó a mí lentamente. Yo había soñado por años con ese momento. Había deseado que él me besara, que dijera que no quería a Casandra y que yo era el amor de su vida, pero ahora que lo tenía frente a mí, ahora que sus labios estaban a dos centímetros de los míos y que podía sentir su aliento en mi boca... eché mi cabeza hacia atrás y liberé mi mano. Rodrigo me miró confundido, tomó mi rostro con ambas manos y lo acercó bruscamente al suyo, haciendo mi sueño más recurrente realidad. Pero yo ya no quería. Yo había renunciado a él hacía ya varios días y había aceptado a Jonathan como mío. Había aceptado ser de Jonathan y había decidido que la amistad de Casandra valía más que mi propia felicidad al lado de el chico que ahora intentaba desesperadamente que correspondiera su beso.
--Y... ¿Vio...? ¿Qué...? ¿Violeta...?
Mi mano se volvió palma y golpeó el rostro que tanto amaba. Y es que aquella voz, aquella confusión... era Casandra.
--¿Por... qué? --preguntó ella, que tenía una mueca que me partió en dos.
Estaba herida, sangraba por dentro. Podría jurar que había escuchado el crack de su corazón al hacerse pedazos. Y es que Casandra me veía como una hermana, como la hermana que ella no tenía y que había decidido adoptar en mí... su hermana la había traicionado. Y el dulce que ella había ido a comprar estaba deshecho en su mano derecha, que apretaba con todas sus fuerzas en un puño. Una lagrimilla salió de su ojo izquierdo y su rostro pasaba de la confusión al dolor y luego a la furia, a la decepción y al dolor de nuevo. Su hermana la había traicionado. Y lo peor es que su hermana se había jurado a sí misma jamás provocar que ella derramara una lágrima por su culpa. Y lo peor es que su hermana ni siquiera había sido la que había besado a su novio... pero ella ya no me veía como a una hermana ¿verdad que no?
--Yo... Casandra, yo no...
--¿Tú...? Tú eras mi amiga, Violeta, ¿lo eras? ¿Lo fuiste alguna vez?
--Casandra, si me dejaras explicarte... --intervino Rodrigo.
--No la defiendas --gritó ella--. ¡Es una maldita perra traidora! ¿Qué pasó con eso de "eres mi mejor amiga, Casandra"? ¿Sólo querías enredarte con él? No puedo creer que cayeras tan bajo.
--Casandra... --susurré. Ahora el crack había salido de mi pecho. Ahora yo tenía el corazón hecho pedacitos.
--No digas mi nombre, maldita zorra --exclamó--. ¡Te odio!
Ella tomó las cartulinas que habíamos terminado de dibujar y comenzó a romperlas. Gritaba insultos y se preguntaba cómo era que había podido confiar en mí, si tenía cara de que era una cualquiera. Casandra estaba como poseída y yo la entendía. Pero lo que no entendía era cómo ella y yo sangrábamos por dentro y Rodrigo seguía ahí parado, pidiendole que se calamara y ella no le decía nada, no lo insultaba, no le gritaba que la dejara en paz.
Jonathan llegó y se puso como un loco cuando vio que casandra pisoteaba la tiza y echaba a perder todo el material para nuestra exposición. La calificación dependía de "la creatividad expresada en el material de trabajo" y gracias a Casandra íbamos a reprobar. Gracias a Rodrigo. Gracias a mí.
--¿¡Estás loca!? --gritó Jonathan, que acababa de meter las copias en su mochila, tal vez temiendo que ella las deshiciera también.
--¿Loca? --Casandra dejó de destruir todo y habló en voz baja, clara y de frente a Jonathan--. ¿Cómo debería estar, si tu maldita novia estaba besando a Rodrigo? ¿Se supone que debería saltar de alegría o algo así?
Pero Jonathan había dejado de escucharla. Y me miraba con la misma expresión con la que minutos antes Casandra lo había hecho. Y mis rodillas comenzaron a temblar. No. No él.
Jonathan tomó su mochila, me dirigió una mirada fugaz y salió del aula. No él. No Jonathan. No Casandra. No.
Me quedé ahí, mirando el pizarrón blanco como si fuera una película muy entretenida. Rodrigo abrazó a Casandra y le pidió perdón ahí, enfrente de mí. Ella lo besó y salieron del salón. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo había perdido a dos de las tres personas que más necesitaba en este mundo? ¿Cómo no me había dado cuenta de que una de esas personas era Jonathan y no Rodrigo? Cerré los ojos y me eché a llorar en silencio. Me maldije y maldije a Rodrigo, porque todo esto era su culpa, más que mía. Porque no era justo que él saliera bien librado y porque no era justo que... bueno, de hecho todo era demasiado justo como para reprochar.
Había reprobado, obviamente. La profesora creyó que mi llanto se debía a alguna especie de chantaje de mi parte para justificar la ausencia de mis compañeros de equipo y del material para la exposición.
Ese día llegué a casa y me eché en la cama con todo y ropa. Me dormí enseguida, pero no tuve un sueño agradable. A partir de esa noche y hasta hoy, había soñado con el "admirador secreto" que me estrangulaba cada que cerraba los ojos y que decía: "estás sola, nadie vendrá por ti, todos te dejaron porque eres una estúpida y ahora eres mía, por fin". Y nadie venía, ni Diego. Nadie me salvaba y luego despertaba.
Había intentado hablar con Jonathan, pero no contestaba el teléfono. No lo veía en la escuela, salvo en las clases que llevábamos juntos y me ignoraba siempre. En ese tiempo mis padres hicieron una nueva aparición, lo que terminó por hacer papilla a Violeta. Diego no paraba de preguntar, no paraba de adivinar... pero yo lo golpeaba, lo alejaba y luego me encerraba. Yo volvía, poco a poco, a ser la Violeta de antes. Tonta, miserable... pero esta vez también era cobarde.
--Teléfono para ti--gritó Diego, desde la sala.
Ni siquiera había escuchado el teléfono. Salí del baño y lo tomé de mi buró. Era lo bueno de tener una sola línea en casa y una extensión para mi cuarto: no tenía que salir para contestar y sólo contestaba las llamadas que de verdad me interesaban.
--Violeta --dije.
--Feliz cumpleaños.
Era esa voz. Era su voz. Sonreí como estúpida y limpié la tonta lágrima que corría por mi mejilla. Era él. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que a pesar de que yo no era alguien cursi, chillona, moco flojo ni nada por el estilo... bueno, cuando una está sola se vuelve un poco demasiado sensible.
--Hoy cumples dieciocho, mi Violeta. Felicidades. Eres toda una mujer --se rió.
--Jonathan...
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La autora
- Betzabé
- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
3 encontraron un motivo para comentar:
son unos malditos...
yo tube una amiga
como casandra...
si y conoci a un idiota como diego
pero no he conocido nadie
que sea tan bueno como jonathan
sigue escribiendo!!
tienes un premio!
pasa por el. :)
y de la cancion
no se cual es su real nombre
yo le pus a buscr Bella's Lullaby
y salio esa me gusto y la puse.
Wow!
El peor día especial.
Sorprendes con lo que escribes, en serio, demasiado genial.
(:
Todo es una mezcla de sentimientos, que chocan unos con otros y crean algo que, o bien, puede ser grandioso o puede dejar malherido.
Cumpliste 18? felicidades!
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