martes, enero 5

Hombres.

--Violeta, Walter acaba de hablar conmigo y me dijo que quieres... ¿reclutar?
--Maldita sea... sabía que te enojarías. Por eso le dije a Walter que cerrara la maldita boca.
--¡¿Cómo puedes creer que me enojaría por algo así?!
--Jonathan, ¡estás gritándome! --dije. Sebastián me miraba desde la cocina con los ojos entrecerrados--. Obviamente estás enojado y es lo que no quería.
--No estoy enojado por eso --dijo, con un tono de voz más relajado, aunque forzado.
--¿Entonces? --pregunté.
--¿Por qué no me lo dijiste primero a mí, Violeta...?
--Bueno... el plan era que yo te lo diría --aseguré--. Hablé con Walter y decidimos que yo era la indicada, pero ya veo que el muy traidor no puede guardar un maldito secreto ni por diez minutos.
--Ese no es el punto, cariño... tú... ¿por qué hablaste antes con Walter? ¿Alguna vez te he dado motivos para... desconfiar?

No. Jamás. Ni una sola vez. Entendía su enojo, porque, aunque al principio me había parecido una tontería que se enojara por algo tan sencillo, también era capaz de comprender que había hecho mal dos cosas: la primera, pensar que Jonathan se enojaría por algo así... tal vez lo haría, pero lo hablaríamos y ya. Y la segunda, hablar con Boca Floja Walter.

--Claro que no...
--Oye, ya sé que es un berrinchazo, pero debiste decírmelo ¿sí?
--Por supuesto. Lo siento.
--¿Estás sola en casa?
--Estoy con Diego y Sebastián vino a robarse nuestra comida.
--Ese Sebastián pasa mucho tiempo en tu casa últimamente ¿no? --apuntó--. ¿Acaso no le gusta la suya?
--Oye, es amigo de mi hermano... ¿estás celoso, Jonathan?
--Pues claro que no --bufó--. Es sólo curiosidad.
--Curiosidad, claro. Anda sin cuidado, Jonathan, no voy a llevármelo a la cama --me eché a reír cuando se quedó callado--. Era broma, curioso.
--Vaya bromas --contestó--. ¿Quieres salir a algún lado?
--¿A dónde?
--No sé... ¿helados, tal vez?
--Jonathan, ¿eso se te ocurrió porque Sebastián está aquí o en serio quieres salir?
--No seas boba...
--¿Vienes por mí?
--Voy para allá.
--Adiós.
--Te quiero.

Suspiré. Pff. Que tontería de mi parte haber confiado en Walter, quien veía los secretos como algo que se debe imprimir en un periódico para que todo el mundo se entere de que es un secreto y de que no lo pueden contar. Ingenua de mí.

--¿Problemas con el espa... Jonathan? --preguntó Sebastián, quien ponía un poco de mostaza en su pizza. Asqueroso.
--¿Problemas? Para nada.
--¿No dijiste que estaba gritándote?
--¿No te dijo tu mamá que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas?
--Oye, escuche sin querer...
--Sí, claro --puse los ojos en blanco--. Voy a peinarme, no te termines mi comida, grandulón.
--¿Peinarte? Así luces bien --rió--. Las chicas desgreñadas y en pijama lucen sexys.
--Cierra la boca --me eché a reír y me metí a mi cuarto.

Sebastián era de la edad de mi hermano, tres años mayor que yo. A veces, cuando él y Diego se ponían a hablar de deportes y esas cosas, yo deseaba más que nunca hablar de nuevo con Casandra, porque últimamente sólo hablaba con chicos: Jonathan, Diego, Sebastián, Walter, e incluso Oliver Carter, el tipo que si pudiera me asesinaría y colgaría mi cadáver en la rectoría de la Universidad con un letrero que dijera: eso le pasó por idiota. O algo por el estilo. Me hacía mucha falta hablar con alguna chica, y por si fuera poco, las de la escuela me odiaban porque yo era la zorra que quiso engatuzar al novio de su mejor amiga. Aceptémoslo: luego de lo que había pasado y la fama que Casandra y Rodrigo me habían hecho en la escuela, no volvería a tener una amiga mujer jamás en la vida.

Luego de bañarme y ponerme ropa decente salí a la sala en busca de algo para comer, aunque, debido a que Jonathan sólo quería sacarme de ahí a como diera lugar, sería una buena idea proponerle ir a un restaurante o algo así. Hacía casi cinco meses que no comía algo decente y temía por mi cuerpo, que en cualquier momento comenzaría a inflarse como una pelota de pilates. Sí. Sería una buena idea salir a comer algo cocinado por un experto y de preferencia sin postre.

--¿Vas a comer? --preguntó mi hermano, quien estaba recargado en uno de los brazos del sillón más grande.
--No. Jonathan y yo vamos a salir y además ya me estoy hartando de comer como norteamericana todos los días, querido hermano.
--Pues no tengo tiempo para hacer de comer, Violeta, alguien tiene que trabajar ¿no crees?
--Sí bueno, podrías contratar a una sirvienta, o por lo menos llenar el refrigerador cuando esté agonizando --sugerí--. Así por lo menos yo podría cocinar cuando llegue de la escuela.
--Lindo peinado, Violeta --apuntó Sebastián, que apareció de pronto junto a la puerta del baño.
--Oye, Diego ¿sabes dónde diablos está mi secadora de cabello? --pregunté, ignorando a Sebastián.
--La usé para secar mi corbata el otro día... debe estar en mi recámara.
--Para eso tenemos secadora de ropa, Diego.
--No iba a encender esa cosa ruidosa sólo para una corbata.
--¿Y mi cabello qué? Tu recámara es una vergüenza últimamente y yo voy a tener nietos para cuando encuentres esa secadora.
--Ya vas a estar calva.
--¡Ese es el punto!
--Oye tú, pequeña cabeza de león, yo te puedo prestar la secadora de mamá si quieres --intervino Sebastián.
--Claro, ve por ella mientras me maquillo ¿quieres?
--Nope... tú vienes conmigo o no hay trato.
--Pero ¡estoy toda desgreñada, Sebastián! --reí.
--Ya te dije, las chicas así lucen sexys... pero puedes usar esto si te avergüenza... aunque absolutamente nadie sube hasta acá.

Sebas se quitó su gorro de estambre gris y me lo puso en un sólo movimiento.

--Vamos.
--Genial --bufé--. Ahora parezco una vagabunda.





--Tu casa es bonita --dije.
--Sí, bueno... mi mamá es decoradora, así que algo tiene que ver eso ¿no crees?
--¿Y tu padre?
--No tengo.
--Yo tampoco.
--Sí, creo que eso ya lo había notado antes --ambos nos echamos a reír.

Cuando Sebastián me dio la secadora y ambos regresamos a mi departamento, encontramos a Jonathan ahí dentro, platicando con mi hermano.

--Hola, Jonathan --me quité ese ridículo y sucio gorro y se lo devolví a su dueño antes de arrojarme al cuello de mi novio.
--Violeta --Jonathan me besó y luego me apartó cuando escuchamos un carraspeo, que no supe bien a quién pertenecía.
--¿Qué te parece si vamos a comer hoy? Tengo hambre y sinceramente un helado no se me antoja mucho que digamos.
--Buena idea. Podemos ir al restaurente de Teo.
--Sí... hace mucho que no vamos por allá. Sería bueno saludarlo.
--Yo creo que tienes que peinarte primero...
--Ah, cierto --inconscientemente alcé la mano con la secadora--. Para eso quería esto.

Teo era quein nos alimentaba cuando ninguno de los dos quería volver a casa, antes de que mi vida se convirtiera en una novela de mala muerte.

--Hola --dijo Sebastián, sacándome de mi burbuja.

Me paré junto aJonathan y rodeé su brazo con el mío. Sebas se acercó a él y le tendió una mano, que Jonathan estrechó a regañadientes.

--Él es Jonathan, mi...
--Novio, lo sé --interrumpió él--. Ya nos habías presentado antes.

Sebastián sonrió y apartó su mano, mientras Jonathan permanecía serio y tenso a mi lado. ¿Estaría celoso? Qué idiota de su parte pensar que podría llegar a gustarme Sebastián. Era guapo, pero le faltaba algo de cerebro.

--¿No tienes casa, Sebastián? --preguntó Jonathan.
--Sí, claro. Pero vine a visitar a Violeta porque estaba muy solita... --su voz comenzó a tornarse burlona, igual que su semblante.
--Bueno, ya no está solita --pude percibir las comillas cuando él pronunció la última palabra--. Así que... adiós.
--Oye amigo, no vas a decirme qué hacer ¿estamos? --Sebastián dio un paso hacia delante. Jonathan soltó mi cintura y se adelantó unos pasos también, hasta que ambos quedaron a menos de cinco centímetros de distancia.
--Oigan, oigan, oigan --intervine, jalando a Jonathan de la camiseta para que retrocediera--. Ni yo soy una cosa para que ustedes estén hablando de mí como si lo fuera, ni tienen derecho a hablarse así dentro de mi casa. Es la segunda vez que se ven y más les vale ser amigos de una vez por todas, porque todos sabemos de qué lado me pondría yo si ustedes pelean ¿no?

Sebastián me miró, sonrió y luego salió por la puerta principal.

--Así se hace --dijo triunfante Jonathan.
--Me sorprende qué tan imbécil puedes ser cuando te lo propones, Jonathan --me alejé de él y me metí a mi habitación para terminar de arreglarme.


Estaba enojada, pero no aguantaría un día más de pizza y soda.



4 encontraron un motivo para comentar:

Anónimo dijo...

sip...
y la testosterona
vuelve a ganar...
sigue escribiendo!

andrea!! dijo...

jaja, me gusto la entrada,
escribe pronto!!♥

Abril G. Karera dijo...

Hola
leer todo esto me ha hecho recordar muchas cosas
como el día en que encontré tu blog,
estaba muy triste y en Google en la sección de blog's teclee: "hoy me siento triste" y entonces apareció tu blog, que en ese entonces tenía otro nombre que no era "No soy una princesa". Comencé a leerte, creo que no me he perdido ninguna de tus entradas...

y ahora me encuentro esto jaja, he leido los 24 capítulos que hasta ahora componen esta genial historia, es muy buena, en verdad engancha.
Sigue así, te deseo todo lo mejor, y he podido descubrir ciertas cosas, pero las diré en un comentario posterior porque este ya es muy largo

:D

Anónimo dijo...

Me gusto este post, primera vez que te leo, tratare de leer el resto hoy mismo, espero no sea problema seguirte :).

saludos

P.D. Me presento, Pablo a tus ordenes.

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