viernes, enero 15
Las pases: dos nuevos amigos y una posible reconciliación.
19:38 |
Publicado por
Betzabé
Sabía donde estaba, pero nada encajaba muy bien. Recordaba cómo había caído en el restaurante de Teo, pero luego de que Jonathan me alzara en brazos ya no tenía nada claro. Desperté un poco cuando un joven doctor introdujo un catéter en mi mano, pero juraría que ya no lo tenía puesto. Intenté abrir los ojos, pero me distraje cuando me percaté de que no escuchaba el típico bip-bip de los hospitales. ¿O ya me había muerto? Había sido nada más una alergia y no un atropellamiento ni nada por el estilo... si estaba muerta, entonces me enojaría mucho, porque morir por una alergia era lo más estúpido en el universo entero. Quise emitir un sonido, pero me ardió la garganta, luego sentí un roce en mi mano derecha y entonces abrí los ojos.
--Ya se le pasó --dijo alguien a quien no pude distinguir porque veía borroso--. Ya está despierta.
--Llama a la enfermera --dijo otra persona.
Me llevé la mano izquierda a los ojos y los froté enérgicamente para aclarar mi visión. Pude ver a mi hermano inclinado junto a mí y traté de hablar, pero de mi garganta sólo salió un graznido más que penoso.
--No vas a poder hablar bien por unos días --dijo él--. El chico que te entubó era un bobo y lastimó tu garganta, así que vas a hablar como una adicta al cigarro por un tiempo.
--Genial --susurré.
--¿Qué estabas pensando? Si le hubieras dicho a Jonathan que te sentías mal, él te habría llevado a casa y habrías tomado el antialérgico. Qué irresponsable eres, Violeta.
--Mira quien lo dice --grazné.
--Sabes de qué hablo.
--Sí, ya sé. ¿Cuándo me largo?
--Tal vez ésta tarde --intervino un hombre alto, con bata blanca y muy apuesto--. No estás grave y sólo esperábamos que despertaras para darte de alta.
--Me tocó el doctor más guapo --aseguré.
--Sí bueno, creo que aún no se va por completo el efecto del sedante --dijo él, mientras esbozaba una sonrisa tímida--. Además tu novio se va a poner algo molesto si sigues hablándole así a tu doctor.
--¿Dónde está Jonathan? --pregunté, mirando a Diego.
--¿Te refieres al chico de cabello rizado que no aguanta la presión? Está ahí parado --Diego señaló en dirección a la puerta y se echó a reír.
--¿Podría por favor acompañarme a firmar unas cuantas cosas? --preguntó el doctor, dirigiéndose a mi hermano--. Creo que ella va a estar fuera de aquí en unas cuántas horas, pero no podrá ir a la escuela o a trabajar por lo menos ésta semana...
El doctor y mi hermano salieron por la puerta y Jonathan me miró durante un largo rato. Su rostro parecía triste, enojado... avergonzado. Estiré mi mano como para alcanzarlo y sonreí, luego me di cuenta de que sí tenía una aguja en mi mano y de que tal vez me dejaría una marca de por vida... arg.
--¿Por qué no tengo esa cosa que suena cada vez que late mi corazón? --pregunté con voz rasposa.
--Porque ésa es para los moribundos y para los drogadictos. Tú no estás moribunda ni drogada... bueno, tal vez un poco desorientada por el sedante, pero nada más.
--¿Y por qué estás a más de dos metros de distancia?
Sonreí para relajar la expresión en su rostro, pero él sólo caminó hacia mí y tomó mi mano.
--¿Qué tienes? --pregunté.
--Pues... estuviste a punto de morir ayer y...
--¿Morir?... ¿Ayer?
--Estuviste dormida desde ayer y justo ahora son las seis de la tarde.
--Guau... es mi récord.
--Sí, muy graciosa.
--Oye, nunca estuve en peligro ¿sí? O por lo menos no estuve a punto de morir... eso creo.
--Si me hubiera pasado antes por la cabeza... se supone que me dedico a investigar, a analizar comportamientos y a observar... ¿por qué no me di cuenta? --susurró, más para él mismo que para mí.
--¿Te estás culpando? --pregunté--. Vamos, no irás a adoptar la actitud de un novio mártir ¿o sí? Fue un accidente. Teo nos sirvió mal el plato y yo no distinguí el sabor de las almendras... ¿te das cuenta de lo ridículo que suena esto? Estoy en un hospital sin maquillaje, despeinada, con una bata horrenda que da más comezón que las picaduras de mosquito y todo por unas simples e inofensivas almendras. Y por si eso no fuera poco, tú te echas la culpa como si fuera tu responsabilidad cuidarme de todo y de todos. ¿Querrías por favor no ser tan idiota? La garganta me duele como si estuviera tragando vidrios cada vez que hablo, pero tengo que dar un discurso enorme para que tú no te pongas en plan de macho sobreprotector. Odio eso, Jonathan, así que quita esa expresión de tu rostro y dime por qué traes la misma ropa de ayer.
--¿Querías que me fuera? No seas ridícula...
--¿Estuviste aquí toda la noche?
--Sí.
--¿Y no tienes sueño?
--No.
--¿Por qué?
--Bueno... digamos que... tuvieron que darme una serie de calmantes para que se me bajara un poco la histeria... me quedé dormido antes de que la enfermera me durmiera para siempre porque ya estaba harta de que le preguntara por ti.
--¿Estabas histérico?
--Me desmayé --admitió con una sonrisa en el rostro.
--¿¡Te desmayaste!? --reí--. Qué patético eres.
--Dijo la doctora que me hice el fuerte hasta que me aseguré de que estuvieras a salvo... luego mi sistema nervioso... ejem... digamos que colapsó.
--¿Ya estás bien?
--Sí --aseguró--. Oye... ¿puedo... besarte ahora?
--No.
--¿Por qué? --preguntó.
--Porque los besos no se piden, se roban --sonreí.
Jonathan se inclinó sobre mí hasta que tocó mis labios con los suyos. Alcé mi mano izquierda y enredé mis dedos en su cabello para atraerlo más a mí, él aferró mi cintura con una mano y mi rostro con la otra. Mi lengua se deslizó por su labio inferior y de su garganta salió un sonido grave, muy parecido a un gruñido.
--Oye, estamos en un hospital --reí.
Él siguió besándome insistentemente hasta que tuve que alejar su rostro un poco para respirar. Hice un gesto de dolor cuando el aire frío pasó por mi garganta.
--¿Estás bien? --preguntó.
--Me caes mejor cuando tienes tu boca sobre la mía --dije.
--Bueno, hemos comprobado que el sedante te afectó un poco las neuronas --rió.
--Cierra la boca --dije. Lo besé de nuevo y luego le hice un espacio junto a mí--. Sube.
--¿Eh? No vamos a caber los dos.
--Bueno, quédate ahí entonces.
--¿Alguien te había dicho antes que estás loca?
--Sí, muchas veces...
Cuando salimos del hospital me negué a subir a una de esas sillas de ruedas que hacen sentir a todo el mundo como inválidos. El doctor insistió con que me sentiría algo mareada por los medicamentos y era por eso que tenía que subir a la silla, pero yo ya había llegado a la puerta para cuando él terminó de hablar. Subí al auto de mi hermano y le exigí que se detuviera en el Burger King para comprar una de esas majestuosidades con calorías suficientes como para tres días. Él me recordó que ya no quería comer porquerías, pero en el hospital sólo me habían dado una gelatina verde que sabía a rayos y un puré de dudosa procedencia, así que compramos la hamburguesa y fuimos a casa.
--¡Violeta! --saludó Sebastián, eufórico, cuando me vio entrar al edificio.
--No la estrujes así, Sebas, le vas a romper una costilla --apuntó mi hermano.
--Oye pequeña --dijo él, ignorando a Diego y apretándome más hacia sí--, ¿dónde quedó todo tu glamour?
--Cierra el pico ¿sí?
--¿Y tu voz? Suena como si te hubieran ahorcado con mano dura.
Lo miré a los ojos. Recordé lo que había sucedido hacía ya casi tres años. Me dieron ganas de patearle la cara a Sebastián y, estúpidamente, mis ojos comenzaron a ver borroso gracias a que una pequeñísima cantidad de agua de sabor salado comenzaba a reunirse en ellos. Aparté a Sebastián con un brazo y él me miró extrañado, sin siquiera sospechar que había dado en el clavo. Cuando aquel hombre sin sentido común había decidido terminar con mi vida, había apretado mi cuello tan fuerte que el día que desperté en el hospital y durante una semana y media, estuve hablando como el pato Donald.
--Bien hecho, idiota --dijo Diego, mientras rodeaba mi cintura con un brazo y me llevaba a la entrada del edificio.
--¿Ahora qué hice? --preguntó Sebastián.
--¿Vas a entrar, o seguirás diciendo tonterías sin sentido? --dijo Jonathan.
--Escuché que te desmayaste del miedo, ricitos.
--No fue por el miedo, fue por la presión, niño de las montañas.
--¿Niño de las montañas?
--Tú sabes... tienes unas mejillas iguales a las de Heidi, la niña de las montañas...
--Oye, déjame eso de los apodos a mí, ¿quieres? --ambos se echaron a reír y eso me distrajo un poco. Al parecer, Jonathan y Sebastián sólo habían tenido un intento de discusión gracias a los celos de Jonathan, y no porque de veras se odiaran.
Los chicos caminaron detrás de nosotros y se sentaron en el sillón más grande cuando entramos al apartamento. Mi hogar parecía albergue de hombres sin otra cosa qué hacer más que molestar a Violeta. Me tiré en el suelo, junto a la mesita de centro y cerré los ojos.
--¿No tienes mamá, o qué? --preguntó Jonathan, pero no con afán de molestar, más bien parecía curioso.
--Sí tengo, pero se la pasa trabajando --contestó Sebastián--. Antes sólo jugaba con la consola, pero cuando ellos se mudaron aquí, Diego y yo comenzamos a jugar tenis y béisbol... luego la conocí a ella y ahora pasó casi todo mi tiempo en esta casa.
--Guau... ¿hay algo amoroso entre Diego y tú? --Jonathan luchaba por no reír--. Porque, sinceramente, ya estaba comenzando a verte como competencia.
--No seas idiota --dije yo, abriendo los ojos y levantándome del suelo--. Diego no tendría tan malos gustos.
--Ja, ja, graciosa --contestó Sebatián, sarcástico.
Me senté en las piernas de Jonathan y rodeé su cuello con mis brazos, él enroscó los suyos en mi cintura y me besó la mejilla.
--Más te vale que no me lo quites a él, ¿eh? --bromeé.
--Qué asco --dijeron los dos al mismo tiempo.
--Cariño, cada vez que hablas siento como si estuvieras borracha... ¿te duele mucho? --preguntó Jonathan.
--Algo... pero ni creas que vas a mantenerme callada sólo porque mi garganta está lastimada.
--Lástima --dijo Diego, que estaba despatarrado en el otro sillón--. Sería lindo que mantuvieras esa boca cerrada por unos días.
--Sería lindo que tuvieras un poco más de inteligencia, pero eso tampoco pasará --contraataqué.
--¿Sabes qué? Me caías mejor cuando estabas dormida en el hospital --aseguró--. Ah, olvidé decirte que llamé a mamá para decirle lo que pasó.
--¿Y vas a decirme por qué diablos hiciste eso?
--Porque si te morías, yo no iba a pagar los gastos funerarios --se echó a reír y Sebastián le arrojó un cojín en la cabeza.
--Yo... --titubeó Jonathan--. Yo le avisé a Casandra.
--¿Quién es esa? --preguntó Sebas.
--¿¡Por qué diablos!? --grité.
--Porque si te morías, tal vez tu mejor amiga debería estar enterada --contestó.
--Oye, ¿quieres golpearlo y venir a sentarte en mis piernas para hacerlo rabiar? --preguntó Sebastián, con una sonrisa enorme en los labios.
--No creo que tengas tanta suerte --dije.
--Y yo no creo que el niñito investigador se vaya a quedar con los brazos cruzados, Sebas --apuntó mi hermano.
--¿Qué te dijo Casandra? --pregunté.
--Dijo que iría a buscarte a tu casa cuando salieras... luego me llamó para gritarme obscenidades porque, según ella, había llamado a tu casa cuando colgó conmigo y ¿adivinas? Tu papá le dijo que tú y Diego ya no vivían ahí... Esa chica está un poquito loca --aseguró--. Me gritó durante veinte minutos que le dijera la nueva dirección, pero se rindió y colgó...
--¿Por qué no se la diste? --susurré.
--Porque está loca --repitió.
--Sebas, ¿me pasas el teléfono que está junto a ti, por favor?
--Párate por él --dijo--. Seguro a ricitos de lodo ya se le adormecieron las piernas.
--Dale el maldito teléfono y deja de molestarme, Sebastián --dijo Jonathan. Sebas sonrió y me dio el aparato.
Marqué el número que me sabía de memoria, a pesar de que hacía ya algún tiempo que no lo marcaba, y por algunos segundos deseé que estuviera fuera de servicio o algo parecido. Jonathan pareció haber percibido la ansiedad en mi rostro, porque besó de nuevo mi mejilla y me dio un apretón en la cintura, donde su mano descansaba. Lo miré y le di un beso rápido en los labios. Yo en su lugar, ya habría terminado conmigo.
--¿Hola? --contestó una voz dulce, con un tono de preocupación.
--¿Casandra?
--¡Violeta! ¡¿Cómo estás?! ¡¿Dónde estás?! Vio... estaba muy preocupada.
Era mi amiga. Estaba preocupada por mí. Tal vez después de esto volveríamos a ser Vio y Cass, las mejores amigas, y no Violeta y Casandra, las peores enemigas. Hasta yo pude notar la emoción grabada en mi rostro cuando la sola idea de volver a ser nosotras pasó por mi cabeza.
--Pues yo opino que sigue medio drogada --aseguró Sebastián.
--Ya se le pasó --dijo alguien a quien no pude distinguir porque veía borroso--. Ya está despierta.
--Llama a la enfermera --dijo otra persona.
Me llevé la mano izquierda a los ojos y los froté enérgicamente para aclarar mi visión. Pude ver a mi hermano inclinado junto a mí y traté de hablar, pero de mi garganta sólo salió un graznido más que penoso.
--No vas a poder hablar bien por unos días --dijo él--. El chico que te entubó era un bobo y lastimó tu garganta, así que vas a hablar como una adicta al cigarro por un tiempo.
--Genial --susurré.
--¿Qué estabas pensando? Si le hubieras dicho a Jonathan que te sentías mal, él te habría llevado a casa y habrías tomado el antialérgico. Qué irresponsable eres, Violeta.
--Mira quien lo dice --grazné.
--Sabes de qué hablo.
--Sí, ya sé. ¿Cuándo me largo?
--Tal vez ésta tarde --intervino un hombre alto, con bata blanca y muy apuesto--. No estás grave y sólo esperábamos que despertaras para darte de alta.
--Me tocó el doctor más guapo --aseguré.
--Sí bueno, creo que aún no se va por completo el efecto del sedante --dijo él, mientras esbozaba una sonrisa tímida--. Además tu novio se va a poner algo molesto si sigues hablándole así a tu doctor.
--¿Dónde está Jonathan? --pregunté, mirando a Diego.
--¿Te refieres al chico de cabello rizado que no aguanta la presión? Está ahí parado --Diego señaló en dirección a la puerta y se echó a reír.
--¿Podría por favor acompañarme a firmar unas cuantas cosas? --preguntó el doctor, dirigiéndose a mi hermano--. Creo que ella va a estar fuera de aquí en unas cuántas horas, pero no podrá ir a la escuela o a trabajar por lo menos ésta semana...
El doctor y mi hermano salieron por la puerta y Jonathan me miró durante un largo rato. Su rostro parecía triste, enojado... avergonzado. Estiré mi mano como para alcanzarlo y sonreí, luego me di cuenta de que sí tenía una aguja en mi mano y de que tal vez me dejaría una marca de por vida... arg.
--¿Por qué no tengo esa cosa que suena cada vez que late mi corazón? --pregunté con voz rasposa.
--Porque ésa es para los moribundos y para los drogadictos. Tú no estás moribunda ni drogada... bueno, tal vez un poco desorientada por el sedante, pero nada más.
--¿Y por qué estás a más de dos metros de distancia?
Sonreí para relajar la expresión en su rostro, pero él sólo caminó hacia mí y tomó mi mano.
--¿Qué tienes? --pregunté.
--Pues... estuviste a punto de morir ayer y...
--¿Morir?... ¿Ayer?
--Estuviste dormida desde ayer y justo ahora son las seis de la tarde.
--Guau... es mi récord.
--Sí, muy graciosa.
--Oye, nunca estuve en peligro ¿sí? O por lo menos no estuve a punto de morir... eso creo.
--Si me hubiera pasado antes por la cabeza... se supone que me dedico a investigar, a analizar comportamientos y a observar... ¿por qué no me di cuenta? --susurró, más para él mismo que para mí.
--¿Te estás culpando? --pregunté--. Vamos, no irás a adoptar la actitud de un novio mártir ¿o sí? Fue un accidente. Teo nos sirvió mal el plato y yo no distinguí el sabor de las almendras... ¿te das cuenta de lo ridículo que suena esto? Estoy en un hospital sin maquillaje, despeinada, con una bata horrenda que da más comezón que las picaduras de mosquito y todo por unas simples e inofensivas almendras. Y por si eso no fuera poco, tú te echas la culpa como si fuera tu responsabilidad cuidarme de todo y de todos. ¿Querrías por favor no ser tan idiota? La garganta me duele como si estuviera tragando vidrios cada vez que hablo, pero tengo que dar un discurso enorme para que tú no te pongas en plan de macho sobreprotector. Odio eso, Jonathan, así que quita esa expresión de tu rostro y dime por qué traes la misma ropa de ayer.
--¿Querías que me fuera? No seas ridícula...
--¿Estuviste aquí toda la noche?
--Sí.
--¿Y no tienes sueño?
--No.
--¿Por qué?
--Bueno... digamos que... tuvieron que darme una serie de calmantes para que se me bajara un poco la histeria... me quedé dormido antes de que la enfermera me durmiera para siempre porque ya estaba harta de que le preguntara por ti.
--¿Estabas histérico?
--Me desmayé --admitió con una sonrisa en el rostro.
--¿¡Te desmayaste!? --reí--. Qué patético eres.
--Dijo la doctora que me hice el fuerte hasta que me aseguré de que estuvieras a salvo... luego mi sistema nervioso... ejem... digamos que colapsó.
--¿Ya estás bien?
--Sí --aseguró--. Oye... ¿puedo... besarte ahora?
--No.
--¿Por qué? --preguntó.
--Porque los besos no se piden, se roban --sonreí.
Jonathan se inclinó sobre mí hasta que tocó mis labios con los suyos. Alcé mi mano izquierda y enredé mis dedos en su cabello para atraerlo más a mí, él aferró mi cintura con una mano y mi rostro con la otra. Mi lengua se deslizó por su labio inferior y de su garganta salió un sonido grave, muy parecido a un gruñido.
--Oye, estamos en un hospital --reí.
Él siguió besándome insistentemente hasta que tuve que alejar su rostro un poco para respirar. Hice un gesto de dolor cuando el aire frío pasó por mi garganta.
--¿Estás bien? --preguntó.
--Me caes mejor cuando tienes tu boca sobre la mía --dije.
--Bueno, hemos comprobado que el sedante te afectó un poco las neuronas --rió.
--Cierra la boca --dije. Lo besé de nuevo y luego le hice un espacio junto a mí--. Sube.
--¿Eh? No vamos a caber los dos.
--Bueno, quédate ahí entonces.
--¿Alguien te había dicho antes que estás loca?
--Sí, muchas veces...
Cuando salimos del hospital me negué a subir a una de esas sillas de ruedas que hacen sentir a todo el mundo como inválidos. El doctor insistió con que me sentiría algo mareada por los medicamentos y era por eso que tenía que subir a la silla, pero yo ya había llegado a la puerta para cuando él terminó de hablar. Subí al auto de mi hermano y le exigí que se detuviera en el Burger King para comprar una de esas majestuosidades con calorías suficientes como para tres días. Él me recordó que ya no quería comer porquerías, pero en el hospital sólo me habían dado una gelatina verde que sabía a rayos y un puré de dudosa procedencia, así que compramos la hamburguesa y fuimos a casa.
--¡Violeta! --saludó Sebastián, eufórico, cuando me vio entrar al edificio.
--No la estrujes así, Sebas, le vas a romper una costilla --apuntó mi hermano.
--Oye pequeña --dijo él, ignorando a Diego y apretándome más hacia sí--, ¿dónde quedó todo tu glamour?
--Cierra el pico ¿sí?
--¿Y tu voz? Suena como si te hubieran ahorcado con mano dura.
Lo miré a los ojos. Recordé lo que había sucedido hacía ya casi tres años. Me dieron ganas de patearle la cara a Sebastián y, estúpidamente, mis ojos comenzaron a ver borroso gracias a que una pequeñísima cantidad de agua de sabor salado comenzaba a reunirse en ellos. Aparté a Sebastián con un brazo y él me miró extrañado, sin siquiera sospechar que había dado en el clavo. Cuando aquel hombre sin sentido común había decidido terminar con mi vida, había apretado mi cuello tan fuerte que el día que desperté en el hospital y durante una semana y media, estuve hablando como el pato Donald.
--Bien hecho, idiota --dijo Diego, mientras rodeaba mi cintura con un brazo y me llevaba a la entrada del edificio.
--¿Ahora qué hice? --preguntó Sebastián.
--¿Vas a entrar, o seguirás diciendo tonterías sin sentido? --dijo Jonathan.
--Escuché que te desmayaste del miedo, ricitos.
--No fue por el miedo, fue por la presión, niño de las montañas.
--¿Niño de las montañas?
--Tú sabes... tienes unas mejillas iguales a las de Heidi, la niña de las montañas...
--Oye, déjame eso de los apodos a mí, ¿quieres? --ambos se echaron a reír y eso me distrajo un poco. Al parecer, Jonathan y Sebastián sólo habían tenido un intento de discusión gracias a los celos de Jonathan, y no porque de veras se odiaran.
Los chicos caminaron detrás de nosotros y se sentaron en el sillón más grande cuando entramos al apartamento. Mi hogar parecía albergue de hombres sin otra cosa qué hacer más que molestar a Violeta. Me tiré en el suelo, junto a la mesita de centro y cerré los ojos.
--¿No tienes mamá, o qué? --preguntó Jonathan, pero no con afán de molestar, más bien parecía curioso.
--Sí tengo, pero se la pasa trabajando --contestó Sebastián--. Antes sólo jugaba con la consola, pero cuando ellos se mudaron aquí, Diego y yo comenzamos a jugar tenis y béisbol... luego la conocí a ella y ahora pasó casi todo mi tiempo en esta casa.
--Guau... ¿hay algo amoroso entre Diego y tú? --Jonathan luchaba por no reír--. Porque, sinceramente, ya estaba comenzando a verte como competencia.
--No seas idiota --dije yo, abriendo los ojos y levantándome del suelo--. Diego no tendría tan malos gustos.
--Ja, ja, graciosa --contestó Sebatián, sarcástico.
Me senté en las piernas de Jonathan y rodeé su cuello con mis brazos, él enroscó los suyos en mi cintura y me besó la mejilla.
--Más te vale que no me lo quites a él, ¿eh? --bromeé.
--Qué asco --dijeron los dos al mismo tiempo.
--Cariño, cada vez que hablas siento como si estuvieras borracha... ¿te duele mucho? --preguntó Jonathan.
--Algo... pero ni creas que vas a mantenerme callada sólo porque mi garganta está lastimada.
--Lástima --dijo Diego, que estaba despatarrado en el otro sillón--. Sería lindo que mantuvieras esa boca cerrada por unos días.
--Sería lindo que tuvieras un poco más de inteligencia, pero eso tampoco pasará --contraataqué.
--¿Sabes qué? Me caías mejor cuando estabas dormida en el hospital --aseguró--. Ah, olvidé decirte que llamé a mamá para decirle lo que pasó.
--¿Y vas a decirme por qué diablos hiciste eso?
--Porque si te morías, yo no iba a pagar los gastos funerarios --se echó a reír y Sebastián le arrojó un cojín en la cabeza.
--Yo... --titubeó Jonathan--. Yo le avisé a Casandra.
--¿Quién es esa? --preguntó Sebas.
--¿¡Por qué diablos!? --grité.
--Porque si te morías, tal vez tu mejor amiga debería estar enterada --contestó.
--Oye, ¿quieres golpearlo y venir a sentarte en mis piernas para hacerlo rabiar? --preguntó Sebastián, con una sonrisa enorme en los labios.
--No creo que tengas tanta suerte --dije.
--Y yo no creo que el niñito investigador se vaya a quedar con los brazos cruzados, Sebas --apuntó mi hermano.
--¿Qué te dijo Casandra? --pregunté.
--Dijo que iría a buscarte a tu casa cuando salieras... luego me llamó para gritarme obscenidades porque, según ella, había llamado a tu casa cuando colgó conmigo y ¿adivinas? Tu papá le dijo que tú y Diego ya no vivían ahí... Esa chica está un poquito loca --aseguró--. Me gritó durante veinte minutos que le dijera la nueva dirección, pero se rindió y colgó...
--¿Por qué no se la diste? --susurré.
--Porque está loca --repitió.
--Sebas, ¿me pasas el teléfono que está junto a ti, por favor?
--Párate por él --dijo--. Seguro a ricitos de lodo ya se le adormecieron las piernas.
--Dale el maldito teléfono y deja de molestarme, Sebastián --dijo Jonathan. Sebas sonrió y me dio el aparato.
Marqué el número que me sabía de memoria, a pesar de que hacía ya algún tiempo que no lo marcaba, y por algunos segundos deseé que estuviera fuera de servicio o algo parecido. Jonathan pareció haber percibido la ansiedad en mi rostro, porque besó de nuevo mi mejilla y me dio un apretón en la cintura, donde su mano descansaba. Lo miré y le di un beso rápido en los labios. Yo en su lugar, ya habría terminado conmigo.
--¿Hola? --contestó una voz dulce, con un tono de preocupación.
--¿Casandra?
--¡Violeta! ¡¿Cómo estás?! ¡¿Dónde estás?! Vio... estaba muy preocupada.
Era mi amiga. Estaba preocupada por mí. Tal vez después de esto volveríamos a ser Vio y Cass, las mejores amigas, y no Violeta y Casandra, las peores enemigas. Hasta yo pude notar la emoción grabada en mi rostro cuando la sola idea de volver a ser nosotras pasó por mi cabeza.
--Pues yo opino que sigue medio drogada --aseguró Sebastián.
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Hola! Lo siento, otra vez escribí una entrada enorme, pero últimamente sentía unas ganas locas de escribir y ya saben como soy...
Abril: obviamente! No tienes qué pedir permiso para poner el banner, mujer, para mí es mejor xD.
Prometo controlar mis impulsos para el próximo capítulo ¿sale? Si sigo escribiéndolos tan enormes, ya nadie me va a querer leer :D
Betzabé
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La autora
- Betzabé
- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
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por mi
esta perfecto
si sigues escribiendo asi
de largo...
siiii, tu no te peocupes por escribir mucho, al cabo, anosotras no nos importa ¿verdad areli? xD
jaja, me ENCANTO el cap. y como siempre, escribe pronto porfaaa
no por favor entre mas largo mas emocionada me siento jajaja estan geniales asi de grandes y si quieres más al fin tiempo para leer siempre hay espero que este bien y ya espero el otro cap wiii
Ahora colocaste imagenes de los personajes diferentes :O se ven lindas, el capitulo esta muy lindo largo y todo, je je por cierto le di premio a tu blog en mi blog! pasate por ahi
por qué unca había comentado? no lo sé!! Pero amo esto! jaja
Y desde cuando pides disculpas por escribir tanto?!! No me hagas arrepentirme de leerte! eso no se hace jeje
un saludoo!
jaja
ahora sí me dieron risa tu notas xD
lo pondré pues, quería asegurarme de los derechos de autor :P
buenísimo el capítulo
comienzo a deducir algunas cosas
cuando se hará más latente el misterio de violeta y su pasado? jeje
tiene que ver con el libro d xavier velasco?? jaja sea la respuesta que sea es genial tu historia. Viva por sí sola.
saluditos y continua así, yo creo que sí es posible el premio para el 2011 :)
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