jueves, junio 17
Lejos. [[[[Hayden]]]]
15:46 |
Publicado por
Betzabé
Acaricié el pasto húmedo, cerré los ojos, olí el aire... no era Londres.
Extrañaba mi país. Quería más que cualquier cosa regresar a Inglaterra; hablar de la Reina, recorrer las calles de Londres, ir a Knightsbridge y hacer compras en Harrods. Extrañaba el colegio, los pilares blancos soportando la marquesina que rezaba "Qeen's College" en todo su esplendor. Quería que las visitas a Yorkshire los fines de semana regresaran, quería volver a ver a Caitlyn, Heather, Julianne y Harriet, salir con ellas a Covent Garden y saltar en los charcos que casi vivían en las avenidas. Pero sobre todo extrañaba a Alec.
La decisión fue tomada por mis padres sin algún tipo de democracia. Un día se levantaron y papá resolvió que regresaríamos a la tierra de mi madre, que ella había pasado más de veinte años alejada de los suyos y que era justo que nosotros hiciéramos sacrificios como los que ella hizo una vez. Era estúpido mi padre. Podría haberme dejado en uno de esos bonitos internados, pero alegó que no sería buena idea alejarme de Walter. ¿Alejarme de Walter? En Londres jamás estuvimos en la misma escuela. Era raro vivir en México, donde las escuelas estaban plagadas de alumnos de ambos sexos. Antes Walter y yo no convivíamos mucho, él se iba con sus amigos y yo con las mías. Pero papá decidió también que ahora viviríamos como una bonita familia mexicana.
Extrañaba mi país. Quería más que cualquier cosa regresar a Inglaterra; hablar de la Reina, recorrer las calles de Londres, ir a Knightsbridge y hacer compras en Harrods. Extrañaba el colegio, los pilares blancos soportando la marquesina que rezaba "Qeen's College" en todo su esplendor. Quería que las visitas a Yorkshire los fines de semana regresaran, quería volver a ver a Caitlyn, Heather, Julianne y Harriet, salir con ellas a Covent Garden y saltar en los charcos que casi vivían en las avenidas. Pero sobre todo extrañaba a Alec.
La decisión fue tomada por mis padres sin algún tipo de democracia. Un día se levantaron y papá resolvió que regresaríamos a la tierra de mi madre, que ella había pasado más de veinte años alejada de los suyos y que era justo que nosotros hiciéramos sacrificios como los que ella hizo una vez. Era estúpido mi padre. Podría haberme dejado en uno de esos bonitos internados, pero alegó que no sería buena idea alejarme de Walter. ¿Alejarme de Walter? En Londres jamás estuvimos en la misma escuela. Era raro vivir en México, donde las escuelas estaban plagadas de alumnos de ambos sexos. Antes Walter y yo no convivíamos mucho, él se iba con sus amigos y yo con las mías. Pero papá decidió también que ahora viviríamos como una bonita familia mexicana.
Odiaba este país. Aborrecía los días calurosos, gracias al clima tuve que cambiar mi guardarropa por completo. Adiós a las botas de lluvia. Adiós a las bufandas. Adiós a todo. Las calles aquí eran horribles, con esas líneas amarillas en las banquetas, los autos haciendo ruido y sus volantes del lado equivocado. Las casas eran todas de concreto frío y sin clase, estaban pegadas unas a otras sin jardines o bardas que las separaran. Los uniformes de las escuelas eran todos iguales... igual de feos.
Y se sorprendieron de que me costara adaptarme. Mamá pasaba su tiempo molestando: al llegar aquí se le olvidó todo lo que había aprendido en Gran Bretaña. Dejó de hablar inglés y al principio yo no entendía nada de lo que decía, razón por la cual -además de mi rencor hacia su persona por haberme apartado del lugar a donde pertenecía- dejé de notar su presencia en la casa, o mejor dicho, decidí ignorarla. Walter socializó más rápido de lo que yo habría imaginado, llegó una semana después de que nos inscribieron a la preparatoria con Jonathan prendido a él como si se conocieran desde siempre. Mi hermano hablaba el español perfectamente bien, lo había aprendido mirando películas policíacas y series con subtítulos. En cambio, tuvieron que pasar algunos meses antes de que yo pudiera decir "hola" sin vomitar bilis.
Samantha fue la única en el colegio que decidió no burlarse de mi cabello rubio y mis ojos claros. ¡Cómo había odiado que todos me llamaran Barbie! En Londres muchas de las chicas del colegio tenían el mismo color de cabello y ojos que yo, pero aquí mi pálida piel resaltaba como un farol rojo en medio de la oscuridad. A Sam le conté todo. Le dije cómo era Londres, cómo olía el aire en Yorkshire, a qué sabía el agua no embotellada... le conté sobre Alec.
Alexander era un chico del Dulwich College, compañero de Walter a quien mi hermano odiaba con todo su corazón por motivos estúpidos. Era también hermano de Harriet, una de mis mejores amigas. Pero sobre todo, Alexander Vaughan era el chico con el que creí que pasaría toda mi vida. Teníamos planes de entrar a la misma universidad y seguir juntos después de terminar la carrera, pero los intereses de mi madre siempre eran más importantes que cualquier otra cosa y jamás le interesó nada que no fuera regresar a su maldito país.
Alec hizo todo un drama cuando le dije que dejaríamos Londres. Juró que jamás volvería a pelear con mi hermano, incluso se disculpó por todos los moretones que le había causado ya, fue a hablar con mi padre para rogarle que no me llevara con ellos, se metió al Queen's College una noche y dejó en el escritorio de la directora una nota que supuestamente había mandado mi padre para decir que olvidara darme de baja porque me iba a quedar. Esa vez casi lo expulsan de Dulwich por insensato. Alec le suplicó a mi madre que cambiara de opinión acerca de regresar a América, trató de convencerla diciéndole que en ningún otro lugar Walter y yo tendríamos la educación que podíamos tener en Inglaterra.
Ante los rechazos de mis padres y luego de que los suyos llamaran a mi casa para disculparse por sus impertinencias, nos escapamos juntos a Windsor. Consiguió una habitación, robó dinero a sus padres y nos fuimos en el auto de mi abuela, quien al parecer apoyaba nuestra trágica y romántica situación con los ochenta años que cargaba sobre sus hombros. La policía nos encontró dos semanas después y yo subí al avión que me alejaba de todo lo que quería en la vida hecha una furia.
Contrario a lo que se podría pensar, Samantha no se echó a reír ni se burló de mí diciendo que una chica de quince años y un adolescente de dieciocho no podrían estar juntos para siempre ni aunque a Zeus se le diera la gana. No fastdió con que mi obsesión por Inglaterra era una estupidez ni se ofendió por todas las veces que maldije su país, sus tradiciones y su idioma. Samantha era más grande que yo y me trataba como a una hermana pequeña. Ella y su familia eran lo único bueno que yo había podido encontrar en América.
—¿Por qué tan sola, Quighley? —y otra vez esa voz. Aunque esta vez no estaba en mi cabeza.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sin despegar la cara del pasto y sin abrir los ojos. Sabía quién era, sólo que no estaba de humor para aguantarlo.
—El parque es propiedad de todos, no sólo de los extranjeros chulos que se sienten dueños de todo —rió con ironía.
—¿Y me lo dice un mexicano? Porque de otro modo tendré que patearte el trasero.
—He vivido más tiempo aquí que en Canadá. Ya soy producto nacional... y además, no tengo ese acento tan extraño que tienes tú.
—Aunque vivieras en Canadá no tendrías mi acento, Oliver —dije de mala gana—. Soy inglesa. Tengo más clase de la que tú podrías llegar a tener algún día.
—¿Desprecio británico, Quighley? Creí que el rencor entre europeos y americanos era puro mito.
—No cuando los americanos arruinan tu vida... no cuando tu madre americana arruina tu vida.
Abrí los ojos y si no hubiera sido por la rapidez de su mano al taparme la boca, mi grito habría ahuyentado a todas las palomas que buscaban alimento junto a la presa, y de paso atraído a los policías que se encontraran diez cuadras a la redonda. Oliver estaba acostado junto a mí, con su hombro casi tocando el mío, y yo ni siquiera me había dado cuenta.
—¡Tranquila! Ni que hubieras visto a Jack el Destripador —soltó una sonora carcajada y me miró burlonamente—. Si no lo viste en Londres que es donde vivió, no lo verás aquí, Hayden.
—¿Sabes qué? Seguramente tengo cosas mejores que hacer, como por ejemplo echarme a dormir. Nos vemos luego, Oliver.
Me levanté del suelo y sacudí el pasto mojado que se me había pegado a las piernas. Tal vez... sólo tal vez, lo bueno del clima caluroso era que podía usar falda sin tener que usar unas gruesas mallas abajo para que no se me congelara la piel.
—A mí también me gusta Korn —dijo él, mirando mi blusa intencionadamente.
—Qué bueno que me dices —contesté mientras retiraba un poco de césped de mi cabello—. Llegando a casa voy a quemar todos sus discos y las camisetas también.
—Estás dejando muy mal parados a los de tu tierra, Quighley. Se supone que los ingleses son educados, no una bola de gente sin cortesía.
—No tengo por qué demostrar mis modales frente a zánganos como tú, Carter.
—¿De verdad estás tan enojada? Eres la primera persona en toda la historia a quien le pido disculpas. Deberías estar agradecida.
Una semana antes, Oliver había dicho que cuando era niño le escupió a una bandera de Inglaterra. Lo que me molestó fue que ni siquiera lo dijo como una anécdota de su infancia: me miró directo a los ojos, ignorando a sus tíos, a Sam, a Romina y al hockey. Quería hacerme sentir mal. Oliver Carter aprovechaba cualquier situación para recordarme que probablemente jamás regresaría a Europa. Disfrutaba haciendo que se me formara un nudo en la garganta y que tuviera la repentina necesidad de golpear una de las horribles paredes de concreto con el puño.
—Si no hubiese un maldito charco separándome de mi país, yo ya no estaría aquí. No es mi culpa, Carter. Y sí, estoy enojada. Me repugna que te empeñes en hacerme sentir mal. Eres mi amigo... se supone que deberías apoyarme, ¿no crees?
—¿Ya dije que eres la única persona a la que le he pedido perdón? —preguntó, ignorando mi comentario.
Lo miré a regañadientes. Estaba echado en el pasto justo donde yo había estado unos segundos atrás, recargado sobre los codos. Usaba esa chamarra de cuero que llevaba a todas partes y sus pantalones tenían un agujero en el muslo. Era guapo. Violeta le había roto la nariz y la tenía torcida ahora, pero seguía siendo muy atractivo. Lástima que fuera tan imbécil. Con todo, me senté a su lado y puse la cabeza entre las piernas, estirando la tela negra de la falda para no enseñar de más.
—Quiero regresar, Oliver —odié que se me quebrara la voz—. Quiero regresar y no puedo. Quiero tener la vida que tenía antes.
Dejé que las lágrimas de impotencia cayeran por mis mejillas y comencé a sollozar audiblemente. No importaba que Carter estuviera ahí. Él y Samantha eran los únicos con quienes podía hacer rabietas y llorar sin que se burlaran. Oliver no habló, se quedó en su lugar completamente en silencio y unos segundos después percibí el olor del cigarrillo que acababa de encender. Odiaba que fumara, pero no dije nada. Sentí su cerpo cerca del mío y luego sus brazos me envolvieron, acunando mi cabeza contra su pecho.
No había nada bueno en México, pero por lo menos tenía con quien desahogarme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
La autora
- Betzabé
- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
4 encontraron un motivo para comentar:
Wow! pobre Hayden, me encantó saber que es lo que pasa por su mente xD
Besos!
pfff
waaa me encantó este capítulo
y me pregunto... siempre pensé que oliver era un tipo antipático y feo, pero ya veo que no y esto me está agradando...
hmmm... jaja
espero próximo capítulo antes de sacar conclusiones apresuradas
saludos :)
waaaaaaaaaa hace 2 entradas que lo leia pero jejeje consi a heyden mas :D me encanto bueno espeor la prox entrada besos
Estoy deacuerdo con M•e•l•i y con [abriL g karera]...
en especial con lo
de Oliver,
es bastante bueno saber
que pasa por
la cabeza de todos los
otros
Publicar un comentario