miércoles, octubre 28

Pesadilla.

Era sábado, al fin sábado... y estaba castigada.

Jonathan había llamado a su dulce madre para avisarle que iba a quedarse en mi casa y la señora le había hecho un drama porque no había tenido la dignidad de ir a besar la mejilla de su madre antes de ir a dormir a casa de una extraña. La madre de Jonathan era una dulzura de mujer, pero era de esas personas a las que el Alzheimer les llega temprano. Ella olvidaba todos los días cómo se llamaba, olvidaba por qué había un hombre en su cama todas las mañanas y olvidaba que me conocía desde hacía ya cuatro años... Sí, yo también me sentiría traicionada si mi hijo se fuera a casa de una extraña y no viniera primero a besarme la mejilla.

Diego había insistido en que Jonathan durmira con él en su habitación, o que se quedara en el sofá, aunque luego de meditarlo un poco decidió que si lo dejaba en la sala podría escurrirse hasta mi cuarto a media noche. Debo admitir que me dio un poco de risa ver que mi hermano, ese que llevaba una chica diferente cada día de la semana y que me consideraba una verdadera monja, se pusiera celoso porque Jonathan había decidido quedarse a dormir en casa... me daba risa que Diego pensara que yo podría hacer algo de lo que luego me arrepentiría.

El motivo por el cual Jonathan se había quedado en casa no era que quisiera pasar más tiempo con su nueva novia ni mucho menos, él solía dormir en casa cuando no tenía ganas de explicarle de nuevo a su madre que si él se le hacía conocido era porque ella era su madre y que el hombre a quien había golpeado en la mañana por haberlo encontrado en su cama, era su esposo. Pero esta vez, Jonathan había decidido invadir mi espacio porque no quería preocupar a la mujer... digamos que su rostro se veía casi tan mallugado como el mío y eso, una vez que la señora recordara que el chico blanco, de rizos oscuros y ojos verdes que tenía enfrente era su hijo, no le agradaría mucho a la pobre mujer.

Mi rostro iba mal. Siempre había sido mala con las heridas, porque mi piel era demasiado delicada y mi circulación pésima. Estaba comenzando a resignarme: esos moretones tal vez se irían algún día, pero la costra oscura en mi labio, la de la clavícula y la del pómulo sí que dejarían marcas horribles de las que, con suerte, me desharía en unos cinco o seis años.

Diego comenzó a discutir con Jonathan y como éste último solía moverse mucho cuando estaba argumentando a su favor, a mí me costaba trabajo mantener la compresa pegada a su rostro sin lastimarlo de vez en vez.

--¡Ay! --decía él-- ¡Ten más cuidado con eso ¿quieres?!
--Pues deja de moverte tanto --contestaba yo.

La petición surtía efecto durante medio minuto y luego yo comenzaba de nuevo a seguir su cara con el hielo.

La discusión terminó así: Esta era la casa de Diego y se hacía lo que él decía, así que Jonathan dormiría en el suelo de su habitación. Jonathan aceptó porque mi hermano le había dado permiso de quedarse por lo menos hasta que se le quitaran las marcas.

Ya era de noche cuando Diego seguía sermoneándome. Mis oídos se habían cerrado hacía ya muchos minutos y Jonathan trataba de defenderme en vano, ya que mi hermano lo callaba diciendo que esa era una conversación familiar y que tenía prohibido abrir la boca, dijera lo que dijese. Después de media hora más de suplicio, cuando Diego se dio cuenta de que yo comenzaba a quedarme dormida en la mesa y de que ya me había servido tres porciones de cereal por puro aburrimiento, decidió que era hora de enviarme a la cama. Él iba a llamar a la chica que tenía agendada para ese día y decirle que su "cita" quedaba suspendida hasta nuevo aviso, porque "su hermanita" había traído a su novio a casa y no podía dejarlos solos. Pff.

Soñé algo horrible. Estaba en aquel pasillo blanco con piso de madera en la casa en que habíamos vivido mi familia y yo hacía tantos años. Puse mi mano en alguna parte de la fuente que se encontraba al final del pasillo y tomé las llaves, a Diego le molestaba en sobremanera que dejara las llaves ahí, porque cuando encendían la fuente éstas contaminaban toda el agua y quedaba inservible. Salí de casa y caminé hasta el lugar de la cita: el Bailey's club. El chico me había dicho que iría con una camiseta roja a cuadros, tenis del mismo color y jeans; gracias a esto fue tan fácil de reconocer. Era muy alto y fuerte, moreno y su cabello a rape. En cuanto me vio caminó hacia mí y comencé a sentirme angustiada, aunque no sabía la razón. El chico sonrió y al estar lo suficientemente cerca me tomó bruscamente por el brazo.

--Esperé mucho para que llegara este día --dijo y yo lo tomé como un cumplido.

Él me llevó a una especie de callejón ubicado junto al club y me arrojó al suelo. Me asusté tanto que las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Qué ridiculez. Mi cuerpo estaba temblando demasiado, porque este hombre a quien no le había dirigido ni una sola palabra en toda mi vida (excepto cartas... muchas cartas) estaba levantándome en el aire y me miraba como una fiera. Logré zafarme y me levanté lo más rápido que pude cuando caí al suelo, eché a correr y comencé a gritar en busca de ayuda, pero él me alcanzó demasiado rápido y me arrojó contra una pared. Enroscó sus dedos alrededor de mi cuello... era tan horrible... me dolía, me faltaba el aire, me temblaba el cuerpo y él... él sólo sonreía y repetía que había esperado ese momento durante mucho tiempo. Lo vi todo negro y luego escuché la voz más familiar en el mundo: Diego había venido por mí.

Desperté y reprimí un grito. No podía ser. ¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando había decidido dejar el pasado en el pasado y continuar con mi vida? Mi respiración estaba agitada, mi frente perlada de sudor frío y mis extremidades temblaban de tal manera que parecían convulsiones. Traté de relajar mi pulso y de tranquilizarme. Me recosté de nuevo y comencé a pensar en otra cosa para que la ansiedad se fuera y fue entonces cuando me arrepentí por no haber pensado mejor en un lindo campo de flores con mariposas y una niña rubia saltando por ahí.

Una vez despierta no podía dormir de nuevo porque la cara enfurecida de Oliver Carter no se iba de mi cabeza y tampoco la mueca de confusión de Casandra cuando su novio me defendió de aquel monstruo... Además de que ahora tenía miedo de cerrar los ojos y sentir sus manos en el cuello de nuevo. Me levanté de la cama y fui a la habitación de mi hermano.

Sé que está mal lo que hice. Ahora que ha pasado tanto tiempo sé también que fue algo atrevido de mi parte y que tal vez no debí haberlo hecho, por las consecuencias que aquello traería a largo plazo, a pesar de haber sido una acción común e inofensiva aparentemente.

Abrí la puerta con mucha cautela, a pesar de que Diego tenía el sueño tan pesado que no despertaría aunque le cayera un piano encima como en las caricaturas. Mi hermano estaba atravesado en la cama, las cobijas habían caído por un lado y estaban justo sobre Jonathan, que yacía medio muerto sobre una colchoneta tan pequeña que cada una de sus extremidades salía de ella. Caminé hasta el bulto en el suelo y lo moví con la mano derecha.

--Oye --susurré--, despiértate.

Jonathan gruñó un poco antes de sentarse bruscamente y en un solo movimiento que me tomó desprevenida, así que di un salto hacia atrás y me estrellé contra la puerta del armario. Jonathan abrió sus enormes ojos verdes y en cuanto comprendió que era yo quien lo había despertado y no mi hermano con un rifle o algún ladrón de chicos dormilones, se levantó y me ayudo a hacer lo propio.

--¿Qué haces aquí? --susurró.

Tomé su mano y lo llevé fuera de la habitación mientras me cercioraba de que Diego no se hubiese despertado, porque entonces sí que estaría en problemas. Cerré la puerta cuando ambos salimos y miré a Jonathan.

--Es que soñé algo no muy agradable...
--Oye, eso...
--Soñé con él otra vez.

Jonathan me miró durante unos segundos, tal vez para asegurarse de que no estaba mintiendo, y luego me envolvió en un abrazo, colocando mi cabeza en su pecho y sobre ella su barbilla.

--Quiero que vengas a dormir conmigo --dije, con cuidado--. Diego está paranoico... antes dormías en la misma habitación que yo cuando te quedabas en mi casa y nadie ponía peros.

Él se mantuvo en silencio, así que hablé de nuevo.

--No quiero cerrar los ojos otra vez... tengo miedo.
--Pero, Violeta, eso no es excusa... si yo no estuviera aquí...
--Pero estás.
--¿Y qué si no estuviera? ¿Y qué si justo ahora fuéramos sólo amigos? ¿Habrías venido por mí?

Eso me ofendió.

--Sabes que sí --lo miré a los ojos, sin deshacer su abrazo y él sonrió.
--Tienes razón... es que todavía no me trago que pueda hacer esto cada vez que se me antoje --dijo, y luego se agachó un poco para tocar mis labios con los suyos. Después se irguió de nuevo y sonrió--. Siento que todo lo que haces lo haces simple y sencillamente para mantenerme feliz.
--Oye, soy más egoísta que eso --aseguré--. Si quisiera mantenerte feliz te habría dejado dormir ahí y no te pediría que vinieras conmigo ¿verdad?
--Sí, eres una mezquina.

Ruin, falto de nobleza y miserable eran los significados de esa palabra. Fruncí el ceño y él sonrió antes de besar ese lugar donde mis cejas casi se juntaban.

--Vamos --dijo.

Me eché en la cama y Jonathan se sentó en la mesedora junto a la ventana. Lo miré intencionadamente y él se echó a reír.

--No querrás que duerma contigo, ¿o sí?
--Claro que no --mentí y me metí debajo de las sábanas y del edredón--. Buenas noches.

Me tapé hasta la cabeza como solía hacerlo y me concentré en dormir. Estaba al borde de la inconsciencia cuando escuché un bufido y unos segundos más tarde sentí que las sábanas se levantaban. Me puse un poco más alerta, aunque el sueño estaba haciendo de las suyas conmigo, y noté que él trataba de meterse en mi cama sin despertarme, pero alcé la cabeza y eso le sirvió para saber que había fallado en su cometido.

--¿Qué haces? --grazné.
--Hazte para allá --dijo.

Me recorrí un poco hacia la izquierda y él se metió en el espacio sobrante.

--No quería despertarte --susurró.
--Eres un maldito abusador --dije, aún con voz demasiado baja y soñolienta--, querías meterte en mi cama sin mi conocimiento a la mitad de la noche.
--Oye...
--Ya cállate y abrázame --interrumpí.

Jonathan se rió de nuevo, tal vez porque yo sonaba demasiado anti-yo. Tal vez me escuchaba como si estuviera drogada o algo así, pero a fin de cuentas metió su brazo debajo de mi cabeza y enroscó el otro en mi cintura. Yo giré para quedar frente a él y abracé su cintura con el brazo izquierdo, dejando que el derecho reposara en su pecho, junto a mi cabeza, que ya había invadido ese lugar también.

--Buenas noches --susurré y estiré mi cuello cual tortuga para llegar a su boca. Tal vez sí tenía demasiado sueño, porque no era algo que haría en mis cinco sentidos.

Lo besé de la misma manera que lo había besado la primera vez, con más emoción de la necesaria probablemente, pero no me importó, porque él era mío. Regresé a mi posición original, con la cabeza sobre su pecho, y él comenzó a juguetear con mi cabello.

--Buenas noches --dijo en voz baja.







Era sábado y había despertado con Jonathan a mi lado. Era sábado y lo primero que había hecho era besar a ese dormilón que estaba ocupando más de la mitad de mi cama... Sí, al parecer el castigo iba a ser muy llevadero con él aquí.

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