martes, julio 28

La huída.

Mi papá golpeaba la puerta de mi habitación como si lo hubiese poseído el diablo.

--¡Baja el volumen, Violeta! --gritaba una y otra vez. Lo único que sacó con eso fue que yo subiera más el volumen.

Parecía que iba a tirar la puerta. Caminé hacia mi armario y saqué las bocinas que Diego me había regalado cuando se aburrió de ellas, estaban llenas de polvo y los cables estaban enredados a más no poder. Las coloqué en el piso y estiré los cables todo lo que me fue posible, hasta conectarlos detrás del estéreo. Giré la perilla del volumen hasta que no se pudo más y de pronto los oídos comenzaron a dolerme, las ventanas me rogaban que bajara el volumen porque no podrían resistir y se romperían, pero por lo menos ya no escuchaba a mi papá gritar.

Me metí debajo de la cama y me hice un ovillo. Puse mis manos en los oídos y apreté con fuerza. Habían peleado de nuevo y esta vez mi gran bocota había hecho acto de presencia en el momento más inoportuno. Recordé todo, mientras intentaba que las ondas de sonido no me reventaran los tímpanos.

--Papá, Violeta va a cumplir dieciocho... ¿qué le van a dar?
--¿Ya vas a cumplir dieciocho, Violeta? --había preguntado él, con las cejas enarcadas--. Creí que aún tenías quince.
--Claro que lo creíste --dijo mamá-- nunca le pones atención a lo que debes. Tus hijos te dicen papá sólo porque así los eduqué.
--¿Ah sí? --dijo él-- ¿Y cuándo es su cumpleaños?

Mamá se quedó callada y miraba a todos lados, cuando se topó con mi rostro enarcó las cejas, pidiendo una pista, pero yo me paré detrás de Diego y miré hacia la ventana.

--¿Lo ves? --dijo mi papá entre risas, mientras seguía con la lectura de su periódico--. Eres la peor madre sobre la faz de la Tierra.
--¿La peor madre?--gritó ella.
--Violeta, ¿a quién quieres más? --preguntó papá.
--A Diego --contesté entre dientes, ninguno de los presentes me escucho, con excepción de mi hermano, que me apretó contra su costado y me besó la coronilla.
--¡Violeta es una niña y es estúpida, hace unos años quisieron matarla y aun así inició con esa tontería de investigación privada con su amigo!
--Es tu culpa que ella sea tan idiota, si fueras una buena madre, le habrías enseñado que no se habla con extraños.
--Tenía quince años --dijo Diego, apretujándome más contra él--, era ingenua y lo de la investigación privada le ayudó a pensar en algo que no fuera en ese maldito psicópata, por si no lo recuerdan.
--¡Pues claro que no lo recuerdan! --grité yo-- ¡Son tan idiotas y tan egoístas que no se enteraron de lo que pasó hasta tres días después! ¡Si Diego no hubiera llegado yo estaría muerta y ustedes ni siquiera se habrían dado cuenta! ¿Por qué pretenden que les interesamos? ¿Para pelear? Sí claro, ustedes sólo buscan malditos pretextos para pelear... no puedo esperar más para largarme de esta casa y no volverlos a ver.

Mi mamá se echó a llorar y mi padre se levantó de su silla. Yo no sabía que iba a hacer, pero por lo visto Diego sí, ya que me echó detrás de él y me ocultó de la vista de mi padre, colérico.

--Si te atreves a tocarla me olvidaré de que eres mi padre --sentenció.

Todo fue rápido. Mi papá tomó a Diego por los hombros y lo empujó con una fuerza tal, que mi hermano se estrelló contra el refrigerador antes de que yo pudiese contar medio segundo. Luego, él se puso frente a mí y en un abrir y cerrar de ojos sentí su mano golpear mi mejilla derecha. Dolió. Mi papá nunca me había golpeado en la vida.

Diego caminó los pasos que mi padre lo había apartado de mí, e intentó agarrar su mano cuando la dirigía de nuevo a mi cara, pero papá giró y lo aventó por el pecho. Me tomó por el brazo y salimos de la cocina hacia la sala, me tiró en un sillón y me golpeó una vez más.

--¿Qué fue lo que dijiste?--gritaba--¿Quieres irte de la casa? Bien, pero soy tu padre y no me vas a faltar al respeto ¿entendiste?

Cerró el puño y lo impactó debajo de mi ojo, una y otra vez, hasta que dejé de sentir, mi cara se había adormecido y yo no lloraba, no servía de nada. Mi papá gritaba que él era el hombre de la casa y que tenía que respetarlo. Me dijo más de una vez que su vida sería mejor si me hubieran matado, que sólo estorbaba en su vida y que se arrepentía de haber conocido a mi madre.

De pronto, se apartó de mí. Abrí los ojos. Diego peleaba con mi papá. Gritaba que yo era su hermana y que no podía creer que maltratara así a su propia hija.

--Hiciste lo que quisiste conmigo, me pegaste y me insultaste, pero a ella no la vas a tocar--decía, mientras esquivaba los golpes de mi padre y trataba de inmovilizarlo.
--¿Te la quieres tirar? --preguntaba mi padre, sin borrar la risa de su rostro-- ¿Te quieres acostar con tu propia hermana? Eres un cerdo.

Diego lo miró a los ojos y le soltó un puñetazo al rostro. Mamá no paraba de llorar, suplicaba que se calmaran y me miraba furiosa, como si yo tuviera la culpa de todo.

Vi la oportunidad. Me levanté del sillón y eché a correr escaleras arriba, hacia mi habitación, cerrando la puerta con llave a mi paso. Fui directo al baño y me miré en el espejo. Me eché a llorar.

Tenía la ceja abierta, había sangre en casi toda mi cara y el labio lo tenía más que hinchado, mi ojo izquierdo estaba casi cerrado y mi blusa estaba machada de ese líquido rojo.

Lo odiaba. Me repugnaba vivir en la misma casa que él y me repugnaba que Diego tuviera que sufrir esto conmigo. Odiaba también a mi madre por ser tan estúpida. Si ese cobarde de mi padre se había atrevido a golpear a Diego cuando era un niño pequeño, seguro también le había pegado a ella.

No entendí cómo era posible que yo no me hubiese dado cuenta. Cuando Diego era pequeño era muy travieso y solía subir a las bardas y trepar a los árboles, así que cuando tenía moretones o heridas, no le preguntaba a qué se debían.

Los gritos cesaron. Apagué la música y me asomé por la ventana cuando escuché el motor del auto. Ambos se iban. Me pregunté si mi madre iba por voluntad propia o porque mi papá la obligaba.

En cuanto salieron de casa, alguien golpeó la puerta de mi habitación del mismo modo que mi padre lo había hecho hacía unos momentos. Grité de puro susto y luego escuché la voz de Diego.

--Vio, soy yo, abre la puerta que no tenemos tiempo.

Corrí hacia la puerta y abrí. Diego entró como torbellino a mi habitación; abrió el armario y sacó el juego de maletas rosas que me había dado cuando viajé a Europa hacía cinco años, cuando tenía trece, para visitar a la Tía Selma. Las abrió en mi cama y luego se dedicó a echar en ellas todo lo que encontró en mis cajones y la ropa que estaba en los ganchos.

--Yo meto la ropa, tú ve por las cosas del baño y todo lo demás que te quieras llevar.
--¿Llevar?--pregunté, sintiendo que el labio se me partía a la mitad al gesticular.
--Nos vamos de aquí--dijo--. Quise esperar, quise hacer esto como es debido, pero no voy a dejar que te hagan nada.
--¿Qué me van a hacer? --pregunté, pero ya me dirigía al baño para sacar mis cosas personales, antes de vaciar mi tocador.
--Los muy idiotas creen que es buena idea mandarte a un internado. Vámonos.

Estuvimos unos minutos guardando todo cuanto había en mi habitación, dejando sólo las colchas y los muebles. Diego tomó las maletas y cuando bajamos las escaleras me di cuenta de que él ya había guardado sus cosas también.

Tomó el auto plateado. Si se llevaba el rojo, mi madre se daría cuenta de inmediato, pero Diego siempre prestaba el auto plateado, así que pensaría eso... hasta que notara nuestra ausencia, si es que la notaba algún día.

Mientras conducía hacia un lugar desconocido para mi, y que se convertiría en mi nuevo hogar, pude notar que mi hermano tenía ropa diferente a la de esta mañana... ¿acaso mi padre lo había golpeado también?

--Pasate a la parte de atrás y cambiate la ropa, si te ve alguien así, van a pensar que te estoy secuestrando.

Hice lo que mi hermano me decía. Ahora era libre. Ambos lo éramos.
lunes, julio 20

¿Acaso no puedo mantener el pico cerrado?

Estaba lloviendo otra vez. Me gustaba que lloviera, pero no cuando usaba los jeans que me quedaban largos, mi madre me pidió mil veces que los arreglara, pero me dio pereza y preferí dejarlos así. Ahora estaba mojada hasta las rodillas, gracias a que el agua que tocó el pantalón se había expandido hacia arriba. Qué deprimente.

Llevaba puesto el gorro de lana que me regaló la mamá de Casandra en Navidad. Era bonito: colorido, pero no muy llamativo. También usaba el abrigo negro de siempre y la bufanda rosa, que combinaba con el gorro y con mi blusa. Los tenis de tela estaban más que mojados y mis pies casi tiritaban de frío.

Estaba caminando hacia la salida de la escuela. Casandra no había ido ese día, ya que, después de todo, había decidido ir a la fiesta de Rodrigo y faltar a clases.

--¡Oye, Jonathan! --grité-- ¡Espérame!

Corrí donde mi amigo y salté sobre su espalda, lo cual fue algo estúpido. Ël no estaba preparado para recibir mi peso y los tres kilos agregados de mi mochila, así que en cuanto pasé mis piernas alrededor de su cintura, él perdió el equilibrio, cayendo ambos en el pasto mojado.

--Ay Dios --exclamé--, ¿eres más débil o estoy más gorda?
--Estás más gorda --aseguró mientras extendía un brazo para ayudar a levantarme del suelo.

Le propiné un puñetazo suave en el hombro y ambos nos echamos a reír. Luego de decirle por qué no había ido Casandra a la escuela, comenzamos a caminar a la cafetería, ya que el chico tenía hambre.

--Oye, tengo una nueva misión para ti --dijo mientras elegía una gran cantidad de comida y la ponía en su charola.
--No más misiones, la última vez casi nos meten a la cárcel.
--A la correccional --corrigió--, aún somos demasiado jóvenes para ir a la cárcel.
--Bueno, ciertamente nos lo merecíamos --sonreí al recordar--. Entrar en propiedad privada sólo para investigar una desaparición sospechosa no es muy cuerdo que digamos.
--Si no estás dispuesta a arriesgarte, entonces mejor no te digo nada acerca de la nueva misión.
--Hablas como si fueras del FBI o algo por el estilo --me burlé.
--Sí claro, ríete de mí, pero cuando sea el mejor investigador del continente entero, suplicarás que te deje trabajar a mi lado.
--¿Sabes que estas loco?
--Eso mismo le dijeron a Einstein, y ya ves.

Nos sentamos en una de las mesas vacías y él comenzó a comer, nos miramos a los ojos un buen rato, jugando a ver quien parpadeaba primero. Jonathan tenía unos lindos ojos verdes, pero usaba lentes de contacto color café porque decía que el verde era afeminado.

--Está bien, Sherlock, ¿de qué se trata? --debí saberlo... siempre me gana la curiosidad.
--Hay problemas en la dirección de la escuela, hace un mes quemaron uno de esos camiones enormes que se usan para construir...
--Tractores --lo interrumpí-- y sí, escuché algo de eso, también quemaron la oficina de intendencia ¿no?
--Exacto, pero yo creo que eso sólo fue una distracción.
--¿Distracción? ¿A qué te refieres?
--Estaba revisando el inventario de la bodega de químicos y adivina lo que encontré...
--No es cierto--dije, asombrada--no me digas que faltan sustancias.
--Robaron varas cosas de la bodega justo al mismo tiempo que se quemaba la oficina de intendencia...
--¿Y quién?
--Cariño, si lo supiera, no necesitaría tu ayuda.
--Mmm...

Jonathan me miró un buen rato, mientras engullía cantidades de comida tan grandes como lo que yo ingeriría en una semana entera.

--Está bien, estoy dentro --dije al fin.
--¡Esa es mi chica! --alzó la mano para chocar los cinco.

Ciertamente extrañaba todo eso. Meterme en problemas por investigar cosas que no eran de mi incumbencia. Hacía un año, habíamos estado investigando la desaparición de una chica que salió en los periódicos, ya que Jonathan se creía (y era) más inteligente y eficiente que la policía. Mi participación en la investigación había terminado cuando nos atraparon en la oficina de policía buscando algunos archivos. Y medio año antes de eso, habíamos encontrado al culpable de que las bandas de maleantes entraran constantemente al escuela, y que mientras los alumnos corrían despavoridos para proteger su integridad física, las cifras del presupuesto escolar cambiaran notablemente: el director llamaba a esas bandas para hacer transacciones a su cuenta mientras todos estaban ocupados en proteger a la escuela y a los alumnos. Ese año despidieron al director y a nosotros nos dieron un reconocimiento... Jonathan no paraba de alardear acerca de eso.

--Y yo te tengo un trabajo a ti --dije, después de un rato de observarlo engullir comida cual barril sin fondo.
--¿Ajá?

Saqué la hoja arrugada de mi cuaderno de anatomía y la puse sobre la mesa. Jonathan la leyó con cuidado y luego me miró angustiado.

--Violeta, esto es peligroso.
--Ahora resulta que un admirador secreto es peligroso, pero un ladrón pirómano no...
--Pero es diferente...
--No lo es y lo sabes --interrumpí.
--¡Violeta, esto es una estupidez! ¡¿Trataron de asesinarte y aun así no lo consideras peligroso?!

Bufé. Si no le hubiera contado a Jonathan lo que había sucedido, no tendría que aguantar sus sermones sobre la seguridad todos los días. Jonathan me sermoneaba acerca de ser precavida, incluso cuando estuviéramos en la cima de un acantilado, decidiendo si bajaríamos saltando o mejor a rapel.

--No te pongas así.
--Bien, ¿qué es lo que quieres?
--Sólo quiero saber si es él o no --dije en susurros.
--¿Quieres que te ayude a saber quién es?
--No... sólo quiero estar segura de que no es él.
--Trae las cartas mañana y yo me encargo del resto.
--¿En serio?
--Oye, prefiero asegurarme de que no es ese idiota antes de dejar que hagas esto tú sola--Jonathan puso su mano sobre la mía y casi estuve segura de percibir un temblor en ella.

Sonó mi celular y me las arreglé para sacarlo del bolsillo del pantalón sin tener que pararme. Miré el número antes de contestar y puse los ojos en blanco en cuanto vi el nombre.

--¿Qué quieres?--saludé.
--¿Estás en la escuela aún?
--¿Estás bien de la cabeza?--pregunté, imitando su tono de voz--¿De cuándo a acá te preocupa dónde estoy?
--Voy a pasar por ti, te veo en cinco minutos afuera de la escuela.

Colgó y yo hice lo propio, no sin antes sacarle la lengua al aparato.

--¿Diego?
--Sí.
--Está preocupado por ti... lo sabe, ¿no es así?
--Es un maldito entrometido --contesté, enojada--. Si no leyera todo lo que encuentra, yo no habría contestado la carta.
--¿¡Que hiciste qué!?--Jonathan se paró de la mesa y le dio un golpe fuerte.

Genial. Yo y mi gran bocota. El sermón llegaría en 5, 4, 3...
jueves, julio 16

Con la esperanza de que no se tratara de él

--Y le dije que no podía, pero no le importó --explicaba Cassandra acerca de su última pelea con Rodrigo, por lo menos ahora sabía por qué había llamado a mi casa en vez de hablarme aquí--, sigue diciendo que tengo que encontrar una manera de ir.
--Es sólo una fiesta --espeté--. ¿No te parece tonto pelear por una fiesta?
--¡Es lo mismo que yo le dije! Pero sigue diciendo que es importante para él que lo acompañe.
--Si ya le dijiste que no, es no.
--Ay amiga, como si fuera tan fácil --dijo con una sonrisa formándose en su rostro--. Entiende que no todos tenemos la habilidad de hablar las cosas con todas sus letras.
--Pues a mí me resulta fácil.
--Pero tú eres...
--¿Rara?--la interrumpí--¿Demasiado extraña para encajar? Pues no es para tanto, pero sí, soy rara.
--No, Violeta, yo me refería a que a ti no te importa quedar bien con las personas.
--Ah... eso.

La risa de Casandra siempre me había parecido melodiosa. Era como si sus cuerdas vocales se alinearan para emitir un sonido perfectamente afinado. Cuando se reía, por alguna extraña razón, siempre venía a mi mente una lámina de oro... siempre pensé que si el oro tuviera risa, sería como la de Casandra.

Mi amiga no era tan alta, medía un metro cincuenta y era muy delgada. Tenía el cabello liso y teñido de negro, porque odiaba hasta el tuétano su castaño claro natural. Su piel era tan blanca como la mía e, igual que a mí, se le notaban las venas de los brazos y el cuello. Era bonita. Sus ojos eran grandes y muy azules; yo siempre miraba sus ojos de manera casi grosera, pero es que ese azul llamaba mucho la atención.

Caminamos a lo largo del blanco pasillo hacia la clase de anatomía, que tomábamos juntas. Una de esas cadenas de pensamiento me llevó a recordar la fuente del acuerdo. De pronto, la nota que estaba en el fondo de la mochila se hizo tan presente como si pesara cien kilos y despidiera un olor a azufre, de esos que no se pueden ignorar. Casi inconscientemente, mi mano derecha se alzó hasta tocar la base de la mochila y me detuve en seco.

--¿Violeta, estas bien? --preguntó Casandra luego de sacudirme varias veces.

El miedo llegó a mí de nuevo, tan molesto como el humo de cigarrillo e igualmente apestoso. Experimenté de nuevo aquella sensación de estar siendo asfixiada, podía sentir sus dedos alrededor de mi garganta, presionando con alevosía. Otro ataque de pánico.

Comencé a toser descontroladamente y Casandra me apoyó en la pared más próxima.

--Vio --su voz sonaba angustiada y quería decirle que estaba bien, pero no podía--. ¡Violeta! ¿Estás bien, cariño? Violeta, dime donde está tu inhalador.

No necesitaba el inhalador. Era un ataque de pánico, no de asma. Poco a poco fui sintiendo cómo se aflojaban sus dedos y me liberaba lentamente, incluso escuché su risa y su voz me pareció tan temible como repulsiva. ¿Y si era él? ¿Y si estaba aquí de nuevo y venía a terminar su trabajo? Pero, de ser él de nuevo, ¿habría utilizado el método del admirador secreto por segunda vez? Él era inteligente. Tanto que había permanecido libre hasta aquel momento, así que no era posible que fuera él.

La idea me tranquilizó y su risa se desvaneció tan rápido como había llegado.

Miré a Casandra, totalmente avergonzada. Sus ojos azules estaban entrecerrados y su rostro desfigurado con una fea mueca de angustia. Lo único que fui capaz de hacer fue sonreír y ella me golpeó fuertemente en el brazo.

--¡No vuelvas a hacer eso, Violeta!
--Lo siento... me pasa a veces.

Casandra estaba enojada y preocupada al mismo tiempo. Me echó una mirada antes de comenzar a andar con paso firme en dirección al aula.

Me asusté de nuevo. Diego debía saber que el pánico había regresado... hacía más de un año que esto no sucedía. Se suponía que tenía que decirle a mis padres, o eso me había dicho el psiquiatra cuando dejé de soñar con lo sucedido, pero en ese entonces yo confiaba en mis papás, ahora no.

Y, sin embargo, ahora sí sentía la necesidad de ir a dejar esa carta junto a la fuente.

Eché a correr hacia la salida de la escuela y subí al bus que me llevaría a la universidad, que quedaba exactamente a tres minutos de donde yo me encontraba. Sabía dónde estaba la facultad de medicina, había ido mil veces para darme ánimos cuando me preguntaba la razón de seguir estudiando tanto. Si quería entrar a la facultad, tenía que mantener mi promedio.

En cuanto llegué al ya mencionado lugar, miré alrededor para ver si podía adivinar quién era el chico; tenía la esperanza de reconocerlo a él (en caso de que de él se tratara), lo suficientemente rápido para huir con gran ventaja.

Chicos con batas, libros y parejas felices fue todo lo que pude captar. Nada peligroso. Corrí a la fuente y metí el trozo de papel en una hendidura donde estaría a salvo del agua. Era probable que nadie la encontrara, pero tambien era lógico que quien la esperaba me estuviese vigilando en este momento.

Regresé a la preparatoria a pie. Llegué tarde a la clase de anatomía y la profesora Valencia me llamó la atención. Casandra me preguntó mil veces si estaba bien y luego de cada respuesta de mi parte, me sermoneaba dicendo que no la asustara así jamás.

Los recuerdos estaban regresando. Y Diego tenía que saberlo.
domingo, julio 12

Insegura de nuevo.

--¿Vio? --preguntó Rodrigo en cuanto tomé la bocina, mi cabello era una maraña y tenía un aliento como de perro, pero era Rodrigo y eso era lo importante, además, él no me estaba viendo ¿o sí?
--Hola Ro --contesté yo--. ¿Qué puedo hacer por ti?
--Bueno, la verdad quería pedirte un favor.
--Lo que sea --contesté con tono casi histérico y me pellizqué el brazo como para castigarme por eso.
--... Tengo un examen de biología en una semana, ¿sabes? y...
--¿Y? --pregunté cuando él interrumpió la oración a la mitad.
--Bueno, la verdad es que soy un desastre y Casandra igual, así que quería pedirte que me ayudes a estudiar y todo eso.
--Claro --contesté sin pensarlo dos veces--. Pero podías habermelo dicho en la escuela... ¿o es que no vas a ir hoy?

La sola idea dibujó una mueca en mi rostro.

--Sí voy a ir, pero, tú sabes... en la escuela no hablamos mucho.
--Sí, lo sé.
--Bueno, Vio, te veo luego ¿está bien?
--Claro, adiós.

Colgué y al girarme él estaba ahí. Su risa burlona que yo conocía tan bien hizo que me dieran ganas de reventarle la cara a golpes. Soltó una carcajada y luego meneó la cabeza en un gesto de desaprobación para aumentar su burla. Pero yo no sabía de qué diablos se reía... hasta que vi lo que había en su mano izquierda.

La hoja membretada y arrugada estaba en su puño y se reía de mí.

--¿Un admirador secreto que firma como "futuro difunto"?, guau, hermanita, esta vez te volaste la barda... sólo cerciorate de que no sea otro asesino serial, ¿esta bien?
--No tienes derecho de tomar mis cosas y leerlas así como así.
--Oye, con lo que pasó hace tres años tenemos más que suficiente, ¿sí? No estoy dispuesto a mudarme de nuevo sólo por ti, y sobre todo... No quiero que tu vida esté en risgo otra vez, Violeta.

No era justo. Me pareció una grosería que Diego se empeñara en recordarme lo sucedido tres años atrás. Era mi hermano y sabía lo mucho que me había costado recuperarme de aquello, no necesitaba que me estuviera lanzando advertencias sobre los admiradores secretos una vez más. No de nuevo. Ahora me sabía cuidar y no era tan estúpida como antes, Diego quería protegerme, pero me hería al hacerlo.

Caminé hacia él y le arrebaté el papel de la mano.

--No me importa lo que pienses, Diego --dije, al borde de las lágrimas--. ¿Por qué no puedes aceptar que de nuevo le gusto a alguien?

Tenía coraje. Las lágrimas me salen a borbotones cuando estoy enojada, es humillante, sí, pero en algún lugar leí que cuando una llora se libera una sustancia que hace que te sientas mejor, así que me solté a llorar como no lo hacía desde hacía mucho tiempo, esperando a que la condenada sustancia se liberara de una buena vez para empezar a sentirme bien.

Lloraba porque Diego tenía razón.

Me descubrí contestando la carta anónima con pulso tembloroso y humedeciendo el papel con el llanto. Me dio un poco de vergüenza saber que quien la leyera se llevaría una mala impresión de mí: una hoja mal arrancada del cuaderno de matemáticas, la letra poco legible por el temblor de mis manos y manchas rugosas en la superficie causadas por las gotas de agua que corrían por mis mejillas y terminaban ahí, diluyendo un poco la tinta y haciendo que el mensaje se entendiera cada vez menos.

Chico de la fuente:

No sé quién eres, ni quiero saberlo. Creía que sí, de hecho estaba dispuesta a esperarte para saberlo, pero hoy mi cobardía ha aumentado notoriamente y no sería capaz de verte a la cara sin tener miedo, porque incluso ahora lo tengo.

Seguro eres alguien que me conoce bien, de otro modo no sabrías lo que pasa con Rodrigo, Casandra y mi sentimiento hacia él. Sin embargo, nada sabes sobre quién soy, nada sabes sobrequién fui y no hay forma de que lo sepas. Voy a entrar en este juego contigo, pero debo advertirte que probablemente nunca te vea a la cara, porque sigo teniendo miedo.

Atentamente: Violeta.

Para cuando terminé de escribir, las lágrimas habían cesado. Metí la nota en la mochila y entré al baño, abrí la llave del agua caliente y me di una buena ducha.

Sí. Seguía teniendo miedo. Y ahora le iba a contar eso a alguien a quien probablemente nunca conocería.

Miedo.
martes, julio 7

La carta

Violeta:

¿Sorprendida? ¡A que no sabes quién soy! Ni lo sabrás si tú no quieres, pero en el momento que preguntes "¿y tú quién diablos eres?" te diré mi nombre. Es sólo que así es más divertido, el juego del admirador secreto y todo eso, tú sabes ¿no? El romance y todas esas cosas que les gustan a las chicas... Pero a ti no, porque tú no eres como las otras chicas, no señor, así que probablemente mañana ya sepas quién soy gracias a la ya mencionada pregunta.

Pero hoy por hoy me voy a divertir con el anonimato.

Que me gustas, ya deberías saberlo... pero no, porque mientras lees esto no sabes quien soy... Cierto. Violeta, mi preciosa Violeta, te conozco tan bien como a la palma de mi mano y tú ni siquiera tienes idea de quién puedo ser. ¿Qué me gusta de ti, preguntas? Tu cabello. Ese cabello largo que vuela cuando corres, que se riza en tus dedos y que resplandece bajo los rayos del Sol. Tu piel, tan blanca y tan suave como la seda misma. Me gusta tambien tu sonrisa, esa que fabricas tan bien con unos labios tan perfectos como tú misma... Pero no, eso no es lo que más me gusta de ti... Tu sarcasmo y tu falta de prudencia son las cosas que a kilómetros hablan de ti como la chica de mi vida. Pero claro, a ti no te gusta que los chicos de nuestra edad usen términos como "chica de mi vida" y "amor a primera vista". Claro que no, porque para ti eso no existe, porque tu amor no es tu amor y porque no has conocido más que dolor y frustración.

Mi preciosa Violeta. La de los ojos grandes y negros que luchan por mantener en secreto el amor que sientes por el novio de tu amiga, por no revelar que por dentro te sientes miserable y que esa miseria es casi desvanecida cuando lo ves, o cuando tu "mejor amiga" no puede asistir a clases. Mi preciosa Violeta. La de mente lúcida y sonrisa sincera que se está preguntando en este momento si ésta carta es una broma o simplemente producto de su imaginación.

No te preocupes, Violeta, porque tendrás la oportunidad de saber quién soy, de gritarme todo lo que quieras e incluso de golpearme si eso te apetece... Buscaré tu respuesta en una carta que dejarás junto a la fuente que está justo enfrente de la facultad.


Atentamente: Un futuro difunto.


La encontré en el bolsillo de mi abrigo al regresar del baño. Me había quedado con la boca abierta y tenía la mano en un puño. Estaba lista para golpear a cualquiera que se me pusiera enfrente y respiré tres veces antes de sentarme de nuevo; la profesora me miraba con aire despectivo y no faltaba mucho para que me sacara de la clase.

¿Qué clase de cretino había enviado esto? ¿Por qué suponía que iba a contestar?... Pero lo haría. Quería saber quién era y darle su merecido, así que dejaría la carta y esperaría a ver quién la recogía. Lo haría.

Estaba en mi cama, la leí una y otra vez mientras observaba el techo entre línea y línea. ¿Acaso lo conocía? Repasaba las palabras en mi cabeza e intentaba localizar a algún individuo que usara el mismo "lenguaje", lo cual fue algo imposible, ya que los chicos normales no hablan así. "Mi preciosa Violeta", me había llamado...


--Levántate ya, princesa --la voz de Diego seguida de un rocío fresco en mi rostro fueron suficientes para que me despertara por completo.
--Si me vuelves a mojar cuando esté dormida te partiré la clavícula.
--Anda, papá y mamá se fueron hace un rato y tú tienes qué ir a la escuela.

La escuela.

Deslicé mi mano hasta un costado y apretujé la ya muy arrujada hoja de papel para asegurarme de que era real. La hice bola con una mano yla metí detrás de mi espalda con un movimiento tan delicado que Diego ni cuenta se dio de lo sucedido.

--Llamó Rodrigo --. Dijo él.
--¿Rodrigo? --. Mi voz entrecortada y un espasmo de algo raro en el estómago me hicieron volver a la realidad... ¿Para qué diablos me quería... Rodrigo?

La autora

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Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
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Violeta

Jonathan

Sebastián

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Hayden

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Bruno

Casandra

Rodrigo

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