martes, noviembre 17

Regaño por la mañana.

--Nena... Violeta...
--¿Mmmmm? --gruñí, a medio despertar.
--Despierta, preciosa.
--¿Mmm?
--Es tarde... Violeta, despierta ya.
--No... --gruñí de nuevo y jalé el cobertor hasta taparme la cabeza.

Escuché una risa desenfadada y luego sentí cómo las sábanas y el cobertor se corrían hacia abajo. Eso me enfadó. odiaba que me despertaran y más odiaba que se burlaran mientras lo hacían.

--Vete al infierno --grazné.
--Bueno, si quieres que me vaya, me voy, pero ya levántate, porque es demasiado tarde.


Entonces recordé que no había razón alguna para que esa voz tan familiar estuviera tan extrañamente cerca de mí y justo cuando acababa de despertar. Abrí los ojos de golpe y me levanté de la cama en un sólo movimiento fugaz, pegando mi espalda completamente contra la puerta del armario. Comencé a respirar más y más rápido, hasta que recorde todo lo del día anterior.

--¿Y ahora? --preguntó.

A la luz del día, su cara lucía mucho más horrible que ayer. Estaba hinchado y parecía que había ganado unos kilos, las heridas en su rostro se notaban algo aterradoras, como si fuera un ex convicto o algo por el estilo. Su labio unferior estaba hecho puré y me pregunté por qué no se había quejado cuando lo había besado de aquella manera. Bueno... yo tampoco me había quejado la primera vez ¿o sí? Instintivamente me llevé la mano hacia el labio superior, justo donde la herida que ya había comenzado a sanar y que había formado una especie de costra negra con bordes rojos se encontraba.

Me acerqué un poco a él y rocé con mis dedos aquel bulto amoratado que se hallaba en el borde de su ojo izquierdo y que hacía que éste se cerrara un poco, haciendo parecer a aquellas esmeraldas gigantes, pequeñas e insignificantes aceitunas verdes.

--¿Duele mucho? --susurré.
--Buenos días --dijo, mientras ponía los ojos en blanco--. Creí que ibas a golpearme o algo así.
--¿Duele? --repetí.
--¿Te dolió al día siguiente de que tu papá te despachó?
--Mucho --de hecho, aún dolía.
--Pues yo no soy iron man, cariño.
--Perdón --dije en voz muy baja--. Si no fuera tan boca floja...
--¿Dónde estaría tu encanto? --sonrió.
--Pues gracias... ahora sé que mi peor defecto es mi única virtud.
--La boca floja y los labios --se acercó a mí y rozó suavemente sus labios con los míos--, y los ojos, y el cabello...
--Sí, claro, soy toda una reina de belleza.
--No... esas cabezas huecas son feas al lado tuyo.
--Oye, ¿cada que te despiertas te comportas así de idiota?
--Sí, yo creo que sí.
--Bueno, pues a partir de hoy duermes en el sofá.

Se echó a reír y luego se levantó. Corrió las cortinas y salió de la habitación. Mis tripas gruñeron audiblemente y fui tras él... necesitaba urgentemente comer algo, a pesar de que la noche anterior me había terminado la caja de cereal yo sola. Pasé junto al espejo de cuerpo completo que había en la enorme pared y me miré: me di vergüenza. Traía una camiseta azul hospital, unos shorts pequeños a cuadros, mi cabello era un nido de pájaros y las costras y moretones en mi cara daban pena cuando se miraban sin maquillaje. Quise arreglar un poco el desastre del cabello, pero me rendí cuando me arraqué cinco cabellos de un tirón... lo sentí hasta el alma.

Salí hacia la cocina, pero mi camino fue bloqueado por un cuerpo grande. Alcé la vista, deseando que no fuese quien yo creía que era, pero obviamente era quien yo creía que era. Sus cejas claras casi se juntaban y sus labios de un color casi morado estaban, por primera vez, formando una línea recta.

Cuando Diego y yo huímos de casa el día en que mi cobarde padre había decidido darme una buena tunda, su expresión había sido de enojo, sus labios se contraían y mostraban una pequeña parte de su dentadura, sus cejas se juntaban y su nariz estaba arrugada... pero hoy era diferente. Hoy su cara era más de enojo hacia mí que de odio hacia mis padres.

--Eh... Hola.

Él no se movió. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y me miraba directamente a los ojos. Sentí unas ganas desesperadas de echar a correr, de tirarme por una ventana antes de que comenzara a gritarme o de que me echara de la casa... pero sabía que me merecía un buen regaño y me quedé en mi lugar.

--Buenos días, Violeta --dijo, con voz inexpresiva.
--Mmm... voy a desayunar ¿quieres algo?
--No, gracias. Jonathan dijo que sabe cocinar y él va a preparar el desayuno.
--Ah...
--Y hablando de Jonathan...
--Uh...
--¿De verdad creíste que seguía dormido después de todo el escándalo que hiciste anoche?
--Maldición --susurré.
--Qué decepcionado me tienes, Violeta... más te vale que no haya sucedido nada en esa habitación.
--No, claro que no --aseguré, con voz de súplica--. Sólo tenía miedo y...
--¿Miedo?

Su rostro se contrajo levemente, pero pronto regresó a aquella inexpresión.

--Ah... soñé de nuevo con... bueno... tú sabes con quién.
--Por Dios...
--Y tú nunca quieres dormir conmigo, además Jonathan siempre dormía en mi habitación antes de que nos mudáramos aquí, cuando él dormía en nuestra casa... no pensé que tuviera nada de malo.
--Bueno, tienes razón... creo que me puse un poco loco.
--Sí, lo hiciste.
--Pero ahora soy quien manda aquí, Violeta. Faltan menos de dos meses para tu cumpleaños y no quiero que lo pases en alguna calle, sin ropa ni cobijas ¿está bien?
--Ja, ¿me vas a correr de la casa?
--Esto no tuvo tanta importancia, Vio, pero si tú estás pensando que puedes portarte como quieras sólo porque ya no tenemos padres, quiero informarte que estás muy equivocada.
--Sí... lo siento.
--Ahora, dame un abrazo, bésame y anda a desayunar.
--¿Eh?
--Vamos...

Sí. Era algo raro que a mi hermano le diera por besarme y abrazarme, aún más cuando todavía no me bañaba, ya que él era algo especial en ese sentido, pero me acerqué, estiré el cuello y me alcé de puntitas hasta tocar su mejilla con los labios y rodear su cuello con los brazos.

--Bien, ahora largo de aquí. Apestas a cama y no quiero que te me acerques.
--Claro --dije, más para mí misma que para él.
--Que no se repita, Violeta --dijo, al tiempo que abría la puerta del baño--. Jonathan puede dormir contigo, pero si me entero de que están haciendo... bueno, digamos que no te va a ir muy bien, y a él le voy a ayudar a completar su colección de moretones.

Caminé hacia la cocina. Tomé la caja de cereal y me serví una buena cantidad en uno de los platos grandes. Vertí leche y espolvoreé azúcar antes de comenzar a comer. Vaya desayuno. Me senté sobre la barra, dejando que mis piernas colgaran y se balancearan mientras engullía cucharada tras cucharada.

--Estoy haciendo hot cakes ¿quieres?
--Noup.
--¿Sólo vas a comer cereal?
--Tiene leche y azúcar, además ¿a ti qué diablos te importa?
--Guau --Jonathan se paró frente a mí con el bowl en las manos; batía gustosamente la mezcla para el desayuno--. Creo que alguien está de mal humor hoy.
--¿Por qué nunca me habías dicho que sabías cocinar?
--Porque nunca me lo preguntaste.
--¿Y por qué, maldita sea, no te has puesto maquillaje en esos horribles moretones? Pareces una versión más estúpida de Frankenstein.
--Tu comentario me ofende, cariño... el monstruo de Frankenstein no tenía mucha masa en la azotea y si yo soy una versión más estúpida...
--Pues sí lo eres. Y maquíllate de una maldita vez, porque te vez horrible.
--No.
--¿Eh?
--Así todos podrán ver que me hirieron mientras defendía a mi chica. ¿No soy el mejor novio que alguien podría tener?

Lo miré a los ojos durante tres segundos. Tenía en la cara una sonrisa pícara y un poco de harina en la barbilla. No pude evitar sonreír. Bueno, estaba de malas por alguna razón que ni yo conocía, pero Jonathan era tan estúpidamente bueno para reprochar, que me hizo reír.

--Deja de hacer tanto ruido --dije.
--¿Con?
--Esa maldita cosa para batir.
--Se llama globo, Violeta... y eso que la única mujer en esta casa eres tú.
--Dame eso --le quité el bowl de las manos y lo puse en la barra, junto a mí. Hice lo mismo con mi plato de cereal, que salpicó un poco de leche al chocar con el bowl.
--Ay...

Enrosqué su cintura con mis piernas y lo atraje hacia mí. Su rostro estaba a escasos cinco centímetros del mío y yo sonreía. Mi cabello rozaba su mejilla derecha y podía sentir su aliento en la mía.

--Dije que dejaras de hacer tanto maldito ruido.

Su boca se acercó poco a poco a la mía y entonces los dos nos separamos como si hubiésemos recibido una descarga eléctrica por parte del otro.

--¡Violeta! --gritó Diego-- ¿Te descuido dos minutos y ya estás besuquéandote con el cara de Quasimodo?
--Bueno, ¿qué tú no ibas a bañarte? --pregunté.
--No hay toallas... y ya me imagino qué habrían hecho si yo no hubiese llegado...
--Sólo iba a besarlo --dije.
--¡Pues no lo beses! Al menos no en mi presencia.
--¿¡Y yo cómo diablos iba a saber que tu estúpida toalla no estaba en su lugar!?



Continuamos peleando durante un buen rato. Incluso Jonathan terminó de preparar el desayuno, cuando Diego y yo todavía no arreglábamos nuestros asuntos.

Y así pasó aquella semana de suspensión. Y con menos peleas y ya sin Jonathan en la casa, transcurrieron los siguientes meses. Pero papá y mamá no desaparecieron de nuestras vidas durante ese tiempo... desafortunadamente no.

2 encontraron un motivo para comentar:

Anónimo dijo...

¿celos?
me gusta ella se parece
ati o es solo mi imaginacion?
(solo un poco?

Anónimo dijo...

por cierto el comentario pasado fue por las primeras entradas...
tube que leerlo
todo :)
muy buena historia.

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