martes, julio 28
La huída.
16:41 |
Publicado por
Betzabé
Mi papá golpeaba la puerta de mi habitación como si lo hubiese poseído el diablo.
--¡Baja el volumen, Violeta! --gritaba una y otra vez. Lo único que sacó con eso fue que yo subiera más el volumen.
Parecía que iba a tirar la puerta. Caminé hacia mi armario y saqué las bocinas que Diego me había regalado cuando se aburrió de ellas, estaban llenas de polvo y los cables estaban enredados a más no poder. Las coloqué en el piso y estiré los cables todo lo que me fue posible, hasta conectarlos detrás del estéreo. Giré la perilla del volumen hasta que no se pudo más y de pronto los oídos comenzaron a dolerme, las ventanas me rogaban que bajara el volumen porque no podrían resistir y se romperían, pero por lo menos ya no escuchaba a mi papá gritar.
Me metí debajo de la cama y me hice un ovillo. Puse mis manos en los oídos y apreté con fuerza. Habían peleado de nuevo y esta vez mi gran bocota había hecho acto de presencia en el momento más inoportuno. Recordé todo, mientras intentaba que las ondas de sonido no me reventaran los tímpanos.
--Papá, Violeta va a cumplir dieciocho... ¿qué le van a dar?
--¿Ya vas a cumplir dieciocho, Violeta? --había preguntado él, con las cejas enarcadas--. Creí que aún tenías quince.
--Claro que lo creíste --dijo mamá-- nunca le pones atención a lo que debes. Tus hijos te dicen papá sólo porque así los eduqué.
--¿Ah sí? --dijo él-- ¿Y cuándo es su cumpleaños?
Mamá se quedó callada y miraba a todos lados, cuando se topó con mi rostro enarcó las cejas, pidiendo una pista, pero yo me paré detrás de Diego y miré hacia la ventana.
--¿Lo ves? --dijo mi papá entre risas, mientras seguía con la lectura de su periódico--. Eres la peor madre sobre la faz de la Tierra.
--¿La peor madre?--gritó ella.
--Violeta, ¿a quién quieres más? --preguntó papá.
--A Diego --contesté entre dientes, ninguno de los presentes me escucho, con excepción de mi hermano, que me apretó contra su costado y me besó la coronilla.
--¡Violeta es una niña y es estúpida, hace unos años quisieron matarla y aun así inició con esa tontería de investigación privada con su amigo!
--Es tu culpa que ella sea tan idiota, si fueras una buena madre, le habrías enseñado que no se habla con extraños.
--Tenía quince años --dijo Diego, apretujándome más contra él--, era ingenua y lo de la investigación privada le ayudó a pensar en algo que no fuera en ese maldito psicópata, por si no lo recuerdan.
--¡Pues claro que no lo recuerdan! --grité yo-- ¡Son tan idiotas y tan egoístas que no se enteraron de lo que pasó hasta tres días después! ¡Si Diego no hubiera llegado yo estaría muerta y ustedes ni siquiera se habrían dado cuenta! ¿Por qué pretenden que les interesamos? ¿Para pelear? Sí claro, ustedes sólo buscan malditos pretextos para pelear... no puedo esperar más para largarme de esta casa y no volverlos a ver.
Mi mamá se echó a llorar y mi padre se levantó de su silla. Yo no sabía que iba a hacer, pero por lo visto Diego sí, ya que me echó detrás de él y me ocultó de la vista de mi padre, colérico.
--Si te atreves a tocarla me olvidaré de que eres mi padre --sentenció.
Todo fue rápido. Mi papá tomó a Diego por los hombros y lo empujó con una fuerza tal, que mi hermano se estrelló contra el refrigerador antes de que yo pudiese contar medio segundo. Luego, él se puso frente a mí y en un abrir y cerrar de ojos sentí su mano golpear mi mejilla derecha. Dolió. Mi papá nunca me había golpeado en la vida.
Diego caminó los pasos que mi padre lo había apartado de mí, e intentó agarrar su mano cuando la dirigía de nuevo a mi cara, pero papá giró y lo aventó por el pecho. Me tomó por el brazo y salimos de la cocina hacia la sala, me tiró en un sillón y me golpeó una vez más.
--¿Qué fue lo que dijiste?--gritaba--¿Quieres irte de la casa? Bien, pero soy tu padre y no me vas a faltar al respeto ¿entendiste?
Cerró el puño y lo impactó debajo de mi ojo, una y otra vez, hasta que dejé de sentir, mi cara se había adormecido y yo no lloraba, no servía de nada. Mi papá gritaba que él era el hombre de la casa y que tenía que respetarlo. Me dijo más de una vez que su vida sería mejor si me hubieran matado, que sólo estorbaba en su vida y que se arrepentía de haber conocido a mi madre.
De pronto, se apartó de mí. Abrí los ojos. Diego peleaba con mi papá. Gritaba que yo era su hermana y que no podía creer que maltratara así a su propia hija.
--Hiciste lo que quisiste conmigo, me pegaste y me insultaste, pero a ella no la vas a tocar--decía, mientras esquivaba los golpes de mi padre y trataba de inmovilizarlo.
--¿Te la quieres tirar? --preguntaba mi padre, sin borrar la risa de su rostro-- ¿Te quieres acostar con tu propia hermana? Eres un cerdo.
Diego lo miró a los ojos y le soltó un puñetazo al rostro. Mamá no paraba de llorar, suplicaba que se calmaran y me miraba furiosa, como si yo tuviera la culpa de todo.
Vi la oportunidad. Me levanté del sillón y eché a correr escaleras arriba, hacia mi habitación, cerrando la puerta con llave a mi paso. Fui directo al baño y me miré en el espejo. Me eché a llorar.
Tenía la ceja abierta, había sangre en casi toda mi cara y el labio lo tenía más que hinchado, mi ojo izquierdo estaba casi cerrado y mi blusa estaba machada de ese líquido rojo.
Lo odiaba. Me repugnaba vivir en la misma casa que él y me repugnaba que Diego tuviera que sufrir esto conmigo. Odiaba también a mi madre por ser tan estúpida. Si ese cobarde de mi padre se había atrevido a golpear a Diego cuando era un niño pequeño, seguro también le había pegado a ella.
No entendí cómo era posible que yo no me hubiese dado cuenta. Cuando Diego era pequeño era muy travieso y solía subir a las bardas y trepar a los árboles, así que cuando tenía moretones o heridas, no le preguntaba a qué se debían.
Los gritos cesaron. Apagué la música y me asomé por la ventana cuando escuché el motor del auto. Ambos se iban. Me pregunté si mi madre iba por voluntad propia o porque mi papá la obligaba.
En cuanto salieron de casa, alguien golpeó la puerta de mi habitación del mismo modo que mi padre lo había hecho hacía unos momentos. Grité de puro susto y luego escuché la voz de Diego.
--Vio, soy yo, abre la puerta que no tenemos tiempo.
Corrí hacia la puerta y abrí. Diego entró como torbellino a mi habitación; abrió el armario y sacó el juego de maletas rosas que me había dado cuando viajé a Europa hacía cinco años, cuando tenía trece, para visitar a la Tía Selma. Las abrió en mi cama y luego se dedicó a echar en ellas todo lo que encontró en mis cajones y la ropa que estaba en los ganchos.
--Yo meto la ropa, tú ve por las cosas del baño y todo lo demás que te quieras llevar.
--¿Llevar?--pregunté, sintiendo que el labio se me partía a la mitad al gesticular.
--Nos vamos de aquí--dijo--. Quise esperar, quise hacer esto como es debido, pero no voy a dejar que te hagan nada.
--¿Qué me van a hacer? --pregunté, pero ya me dirigía al baño para sacar mis cosas personales, antes de vaciar mi tocador.
--Los muy idiotas creen que es buena idea mandarte a un internado. Vámonos.
Estuvimos unos minutos guardando todo cuanto había en mi habitación, dejando sólo las colchas y los muebles. Diego tomó las maletas y cuando bajamos las escaleras me di cuenta de que él ya había guardado sus cosas también.
Tomó el auto plateado. Si se llevaba el rojo, mi madre se daría cuenta de inmediato, pero Diego siempre prestaba el auto plateado, así que pensaría eso... hasta que notara nuestra ausencia, si es que la notaba algún día.
Mientras conducía hacia un lugar desconocido para mi, y que se convertiría en mi nuevo hogar, pude notar que mi hermano tenía ropa diferente a la de esta mañana... ¿acaso mi padre lo había golpeado también?
--Pasate a la parte de atrás y cambiate la ropa, si te ve alguien así, van a pensar que te estoy secuestrando.
Hice lo que mi hermano me decía. Ahora era libre. Ambos lo éramos.
--¡Baja el volumen, Violeta! --gritaba una y otra vez. Lo único que sacó con eso fue que yo subiera más el volumen.
Parecía que iba a tirar la puerta. Caminé hacia mi armario y saqué las bocinas que Diego me había regalado cuando se aburrió de ellas, estaban llenas de polvo y los cables estaban enredados a más no poder. Las coloqué en el piso y estiré los cables todo lo que me fue posible, hasta conectarlos detrás del estéreo. Giré la perilla del volumen hasta que no se pudo más y de pronto los oídos comenzaron a dolerme, las ventanas me rogaban que bajara el volumen porque no podrían resistir y se romperían, pero por lo menos ya no escuchaba a mi papá gritar.
Me metí debajo de la cama y me hice un ovillo. Puse mis manos en los oídos y apreté con fuerza. Habían peleado de nuevo y esta vez mi gran bocota había hecho acto de presencia en el momento más inoportuno. Recordé todo, mientras intentaba que las ondas de sonido no me reventaran los tímpanos.
--Papá, Violeta va a cumplir dieciocho... ¿qué le van a dar?
--¿Ya vas a cumplir dieciocho, Violeta? --había preguntado él, con las cejas enarcadas--. Creí que aún tenías quince.
--Claro que lo creíste --dijo mamá-- nunca le pones atención a lo que debes. Tus hijos te dicen papá sólo porque así los eduqué.
--¿Ah sí? --dijo él-- ¿Y cuándo es su cumpleaños?
Mamá se quedó callada y miraba a todos lados, cuando se topó con mi rostro enarcó las cejas, pidiendo una pista, pero yo me paré detrás de Diego y miré hacia la ventana.
--¿Lo ves? --dijo mi papá entre risas, mientras seguía con la lectura de su periódico--. Eres la peor madre sobre la faz de la Tierra.
--¿La peor madre?--gritó ella.
--Violeta, ¿a quién quieres más? --preguntó papá.
--A Diego --contesté entre dientes, ninguno de los presentes me escucho, con excepción de mi hermano, que me apretó contra su costado y me besó la coronilla.
--¡Violeta es una niña y es estúpida, hace unos años quisieron matarla y aun así inició con esa tontería de investigación privada con su amigo!
--Es tu culpa que ella sea tan idiota, si fueras una buena madre, le habrías enseñado que no se habla con extraños.
--Tenía quince años --dijo Diego, apretujándome más contra él--, era ingenua y lo de la investigación privada le ayudó a pensar en algo que no fuera en ese maldito psicópata, por si no lo recuerdan.
--¡Pues claro que no lo recuerdan! --grité yo-- ¡Son tan idiotas y tan egoístas que no se enteraron de lo que pasó hasta tres días después! ¡Si Diego no hubiera llegado yo estaría muerta y ustedes ni siquiera se habrían dado cuenta! ¿Por qué pretenden que les interesamos? ¿Para pelear? Sí claro, ustedes sólo buscan malditos pretextos para pelear... no puedo esperar más para largarme de esta casa y no volverlos a ver.
Mi mamá se echó a llorar y mi padre se levantó de su silla. Yo no sabía que iba a hacer, pero por lo visto Diego sí, ya que me echó detrás de él y me ocultó de la vista de mi padre, colérico.
--Si te atreves a tocarla me olvidaré de que eres mi padre --sentenció.
Todo fue rápido. Mi papá tomó a Diego por los hombros y lo empujó con una fuerza tal, que mi hermano se estrelló contra el refrigerador antes de que yo pudiese contar medio segundo. Luego, él se puso frente a mí y en un abrir y cerrar de ojos sentí su mano golpear mi mejilla derecha. Dolió. Mi papá nunca me había golpeado en la vida.
Diego caminó los pasos que mi padre lo había apartado de mí, e intentó agarrar su mano cuando la dirigía de nuevo a mi cara, pero papá giró y lo aventó por el pecho. Me tomó por el brazo y salimos de la cocina hacia la sala, me tiró en un sillón y me golpeó una vez más.
--¿Qué fue lo que dijiste?--gritaba--¿Quieres irte de la casa? Bien, pero soy tu padre y no me vas a faltar al respeto ¿entendiste?
Cerró el puño y lo impactó debajo de mi ojo, una y otra vez, hasta que dejé de sentir, mi cara se había adormecido y yo no lloraba, no servía de nada. Mi papá gritaba que él era el hombre de la casa y que tenía que respetarlo. Me dijo más de una vez que su vida sería mejor si me hubieran matado, que sólo estorbaba en su vida y que se arrepentía de haber conocido a mi madre.
De pronto, se apartó de mí. Abrí los ojos. Diego peleaba con mi papá. Gritaba que yo era su hermana y que no podía creer que maltratara así a su propia hija.
--Hiciste lo que quisiste conmigo, me pegaste y me insultaste, pero a ella no la vas a tocar--decía, mientras esquivaba los golpes de mi padre y trataba de inmovilizarlo.
--¿Te la quieres tirar? --preguntaba mi padre, sin borrar la risa de su rostro-- ¿Te quieres acostar con tu propia hermana? Eres un cerdo.
Diego lo miró a los ojos y le soltó un puñetazo al rostro. Mamá no paraba de llorar, suplicaba que se calmaran y me miraba furiosa, como si yo tuviera la culpa de todo.
Vi la oportunidad. Me levanté del sillón y eché a correr escaleras arriba, hacia mi habitación, cerrando la puerta con llave a mi paso. Fui directo al baño y me miré en el espejo. Me eché a llorar.
Tenía la ceja abierta, había sangre en casi toda mi cara y el labio lo tenía más que hinchado, mi ojo izquierdo estaba casi cerrado y mi blusa estaba machada de ese líquido rojo.
Lo odiaba. Me repugnaba vivir en la misma casa que él y me repugnaba que Diego tuviera que sufrir esto conmigo. Odiaba también a mi madre por ser tan estúpida. Si ese cobarde de mi padre se había atrevido a golpear a Diego cuando era un niño pequeño, seguro también le había pegado a ella.
No entendí cómo era posible que yo no me hubiese dado cuenta. Cuando Diego era pequeño era muy travieso y solía subir a las bardas y trepar a los árboles, así que cuando tenía moretones o heridas, no le preguntaba a qué se debían.
Los gritos cesaron. Apagué la música y me asomé por la ventana cuando escuché el motor del auto. Ambos se iban. Me pregunté si mi madre iba por voluntad propia o porque mi papá la obligaba.
En cuanto salieron de casa, alguien golpeó la puerta de mi habitación del mismo modo que mi padre lo había hecho hacía unos momentos. Grité de puro susto y luego escuché la voz de Diego.
--Vio, soy yo, abre la puerta que no tenemos tiempo.
Corrí hacia la puerta y abrí. Diego entró como torbellino a mi habitación; abrió el armario y sacó el juego de maletas rosas que me había dado cuando viajé a Europa hacía cinco años, cuando tenía trece, para visitar a la Tía Selma. Las abrió en mi cama y luego se dedicó a echar en ellas todo lo que encontró en mis cajones y la ropa que estaba en los ganchos.
--Yo meto la ropa, tú ve por las cosas del baño y todo lo demás que te quieras llevar.
--¿Llevar?--pregunté, sintiendo que el labio se me partía a la mitad al gesticular.
--Nos vamos de aquí--dijo--. Quise esperar, quise hacer esto como es debido, pero no voy a dejar que te hagan nada.
--¿Qué me van a hacer? --pregunté, pero ya me dirigía al baño para sacar mis cosas personales, antes de vaciar mi tocador.
--Los muy idiotas creen que es buena idea mandarte a un internado. Vámonos.
Estuvimos unos minutos guardando todo cuanto había en mi habitación, dejando sólo las colchas y los muebles. Diego tomó las maletas y cuando bajamos las escaleras me di cuenta de que él ya había guardado sus cosas también.
Tomó el auto plateado. Si se llevaba el rojo, mi madre se daría cuenta de inmediato, pero Diego siempre prestaba el auto plateado, así que pensaría eso... hasta que notara nuestra ausencia, si es que la notaba algún día.
Mientras conducía hacia un lugar desconocido para mi, y que se convertiría en mi nuevo hogar, pude notar que mi hermano tenía ropa diferente a la de esta mañana... ¿acaso mi padre lo había golpeado también?
--Pasate a la parte de atrás y cambiate la ropa, si te ve alguien así, van a pensar que te estoy secuestrando.
Hice lo que mi hermano me decía. Ahora era libre. Ambos lo éramos.
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La autora
- Betzabé
- Una cosa es cierta: Sea lo que sea que estés pensando de mí, estás equivocado.
4 encontraron un motivo para comentar:
¡oh por Dios!... este texto me captó totalmente!... simplemente genial..
te seguiré leyendo, porque esto se pone cada vez más bueno
saludos
la historia, me fascina, es mas que un encanto, desearia un trozo mas.^^
PD, me causa un poco de tristeza no notarte en mi mindo, mi espacio.^
espero y estes muy bien.
un abrazo
¿cuantos años tienes? si no deseas, no respondas, soy curioso
^^
Respondiendo a la pregunta; ya me lo imaginaba, aun que supuse, 15 años..^^..
Me has enganchado totalmente a esta historia
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