domingo, marzo 28

Mamá.

Sentía las puntas de sus dedos recorriendo la piel de mi brazo. Sabía que no estaba en mi cuarto porque había mucha gente al rededor y porque yo estaba sentada en alguna silla demasiado incómoda como para ser mi mesedora. Además, si yo estuviese sentada en mi mesedora, Jonathan no estaría junto a mí, ni mi cabeza estaría recargada en su hombro. Escuchaba varias voces por ahí, algunas sólo eran murmullos y otras tantas estaban más bien histéricas. Había un olor extraño y sofocante, como a farmacia o algo así. Entonces recordé en dónde estaba y abrí lentamente los ojos. Sí, recordaba dónde estaba, pero había fallado al pensar que estaba con Jonathan.

Alcé la cabeza para encontrarme con el rostro tranquilo de Sebastián, quien, por la cadencia de su respiración, podría decirse que estaba dormido o a punto de caer frito. Miré a mi alrededor. ¿Y Diego? Me sentía como cuando una se pone muy borracha y al día siguiente no recuerda nada de lo que ha hecho. Sebas paró el recorrido que sus dedos hacían por mi brazo y se enderezó en la silla, obligándome a hacer lo propio.

--¿Y mi hermano? --pregunté, con voz soñolienta.
--Buenos días, Sebastián, ¿te duele el brazo? Porque ya sé que mi cabeza pesa demasiado y me preocupa tu integridad física --dijo él, imitando mi tono de voz y flexionando luego el brazo que tenía al rededor de mi cuerpo--. Hola Vio, no te preocupes, algún día la sangre encontrará su curso de nuevo y tal vez no tengan que quitarme el brazo ni nada por el estilo.
--Oh, lo siento --musité, luego me acomodé en la silla y lo miré--. ¿Y tú qué haces aquí?
--¿Ahora tienes amnesia o algo así? Vine anoche porque mandaste al diablo a ricitos. Además él no se lleva muy bien que digamos con los hospitales ¿recuerdas? Tal vez me envió porque no quería desmayarse dos veces frente a las mismas enfermeras --rió.
--¿Está muy enojado? --mientras el sopor del sueño se desvanecía, yo iba tomando conciencia de lo que había hecho la noche anterior.
--No creo... --dudó--. ¿Quién sabe? A lo mejor sólo quiso darte tu espacio y ya.
--¿Me da espacio mandándote a ti?
--Buen punto... bueno... ¿y qué le pasó a tu mamá, para empezar? ¿Resucitó y luego la quisieron regresar al hoyo?

Sebastián bromearía incluso si una sierra eléctrica estuviese a punto de rebanarle la cabeza. El problema era que yo no estaba de humor para bromas. Recordé aquel día en que le dije que mis padres habían muerto... o... no recordaba muy bien si había sido él a quien se lo dije, pero de alguna forma lo sabía y era el punto.

--No... es que... mi papá...
--Ah, ahí está el desaparecido --interrumpió, señalando hacia mi hermano, que me miraba como disculpándose por algo.

Me levanté de la silla y me puse el suéter que cayó al piso. Sebastián vino detrás de mí cuando caminé hacia mi hermano y... una chica a quien de hecho no conocía. La mujer era alta, casi tanto como Diego, delgada y de rostro amable, aunque tenía una mueca de disgusto y tristeza que me hizo saber que yo no le agradaba mucho que digamos, y que ella sabía perfectamente quién era yo. Iba vestida con una falda negra hasta la rodilla que dejaba ver unas piernas bien trabajadas y una cadera estrecha, su camisa blanca me dijo que era ejecutiva o algo por el estilo. Tenía el atuendo exacto de una chica de oficina; tal vez una abogada o contadora. Parecía una de esas mujeres exitosas y guapas de tacones altos que salen en la televisión.

--Oye, siento lo de anoche. Estaba de malas y ya sabes cómo soy. No quise decir eso --me disculpé.
--Ya olvídalo --dijo él. Tenía los ojos rojos e hinchados, entonces recordé que lo había visto llorar la noche anterior... llorar con la chica que tenía al lado.
--¿Y mamá? ¿Está mejor?
--Está peor --negó con la cabeza y metió las manos a los bolsillos del pantalón--. Vio, la tienen despierta con una de esas máquinas idiotas...
--Bypass --dijo la chica que estaba junto a él--. La mantendrá viva por unas horas y veníamos a despertarte para que te despidas de ella.

De pronto tuve la extraña necesidad de incendiarle el cabello a esa mujer con cuerpo de súper modelo. Por lo poco que había entendido, mi mamá iba a morir. Sí, yo había sido una completa idiota la noche anterior, había dicho que no quería verla y que me importaba un pepino lo que le pasara, pero era mi madre y por más que quisiera no podía odiarla al punto de estar feliz por su muerte. Y menos cuando el causante de todo aquello había sido mi padre. Ésta mujer había venido a decirme con la mayor crudeza que fue capaz, que una máquina mantenía viva a mamá y que tenía que ir a despedirme. Sí, por unos segundos pensé en golpearla hasta que se desangrara, pero estábamos en un hospital y la salvarían en menos de un segundo... aunque tal vez tendrían que mantenerla viva con una máquina y así sabría lo que se siente.

Mi hermano se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos enérgicamente. Sebastián colocó su mano en mi cintura y me atrajo hacia él, antes de besarme la coronilla. Yo no podía entender muy bien lo que estaba sucediendo. No me podía creer que mi mamá estaba a punto de morir. Si esa estúpida máquina la mantendría viva unas horas, ¿por qué no podía hacerlo durante un tiempo indeterminado? Apuesto a que podríamos acomodarla muy bien en la habitación extra que había en nuestro apartamento. Ella viviría atada a esa máquina y a nosotros, pero estaría viva.

--Vamos --dijo la chica--. Estamos perdiendo el tiempo.

Se acercó a mí y con un movimiento brusco pasó su mano por mis mejillas. Fue hasta entonces que me di cuenta de que estaba llorando. ¿Y quién era ella para hacer lo que hacía? Sebastián la tomó por la muñeca y la miró a los ojos. En el rostro de la mujer había una mueca de desprecio. Desprecio hacia mí.

--Basta --dijo Sebas--. Ella no tiene la culpa de lo que está pasando y tú ni siquiera perteneces a esta familia.
--Tú tampoco --contestó.
--No. Y por eso vamos a mantenernos al margen del asunto. Basta ya de tratarla como si la conocieras.

Sebastián la soltó y ella caminó detrás de Diego hasta el elevador. Nosotros los seguimos unos segundos después y entramos junto con ellos. Sebastián no se apartó de mí ni un segundo. Yo lloraba y él se llevaba mis lágrimas con los dedos, me decía que todo iba a estar bien, que la muerte llega y que mi madre tenía que irse, pero que yo debía decirle que la quería y que no le guardaba ningún rencor. Sebas dijo que tenía que contarle a mi madre todo lo que sentía por ella, y que así se iría con el alma un poco más alegre. Me prometió que no me dejaría y que estaría conmigo incluso después de que sucediera. Me abrazaba y me tomaba de la mano repetidamente...

Era la primera vez que veía serio a Sebastián.

Me senté junto a mamá. Su rostro estaba pálido y sus ojos tristes. En el rostro no tenía heridas ni nada parecido, pero sus brazos eran otra cosa. Pude ver marcas en su cuello... como las que una vez yo misma había tenido. La máquina estaba situada a su izquierda y hacía un ruido muy molesto, como para que no se nos olvidara que gracias a ella podríamos decirle unas últimas palabras a mi madre. Diego se colocó a mi lado y tomó la mano de ella.

--¿Qué te pasó? --pregunté estúpidamente, con la voz entrecortada.
--Lo siento tanto --musitó--. Debí... debí haber...
--No --dijo Diego bruscamente--. Ya no digas eso. No fue tu culpa.
--Mamá --susurré--. ¿Cómo pasó? ¿Qué te hizo? ¿Por qué diablos vas a morir?
--Creo que sólo dio en el punto equivocado... y hay órganos sin los cuáles no podemos vivir, Vio.
--Pero ¿¡por qué!? ¿No pueden arrelgarlo? Un transplante tal vez...
--No tiene caso --sonrió--. ¿Por qué perdemos el tiempo hablando de esto? No hay que hablar de lo que ya no tiene remedio, mejor aclaremos algunas cosas.
--¿Por qué no le dicen y ya? --dijo la chica que acompañaba a Diego.
--¿Por qué no te callas y ya? --preguntó Sebas, mirándola con disgusto.
--Mamá --dije, ignorando lo que sucedía--. No quiero que mueras. Te quiero. ¡No me dejes!
--Quería pedirte perdón por todo lo que pasó --dijo ella, sin borrar la sonrisa de su rostro--. Y quería que supieras que los días que no estuviste fueron tristes.

Estaba dicho. No quedaba nada más por decir, nada más por aclarar ni pedir. Mamá apretó la mano de mi hermano y con la otra acarició mi mejilla. Nos quedamos en silencio un largo rato. Yo no tenía muy claro hasta cuándo moriría, no sabía si alguien vendría a apagar la máquina, pero si ése era el caso, yo le arrancaría la mano antes de que pudiese tocarla siquiera. Miré el rostro de mi madre durante mucho tiempo. Era algo extraño, pero en vez de que su cara diera señales de tristeza o miedo, parecía que ella estaba disfrutando lo que le pasaba. Sonreía y nos miraba. Luego de unas horas (no podría decir si muchas o pocas) ella comenzó a quedarse dormida y unos segundos después una enfermera entró para apagar la máquina.

Diego me abrazó y yo lloré como si fuera mi profesión. Mi hermano sollozaba, pero era más discreto que yo. Dos enfermeras comenzaron a mover a mamá, decían cosas y preguntaban estupideces, pero no les puse mucha atención. Mamá había muerto y yo había hecho de sus últimos meses una pesadilla. Pidieron a mi hermano que firmara un ahoja y él lo hizo. Luego él y su acompañante fueron a algún lado para arreglar papeles y esas cosas. La chica no se separaba de él y lo miraba como si fuese un niño pequeño a quien le dolía ver triste. No me importaba qué tan mal me había tratado si podía hacer que mi hermano se sintiera un poco mejor.

Abracé a Sebastián tan fuerte como me fue posible. Él no dijo nada hasta que bajamos de nuevo a la sala de espera.

--No fue tu culpa. Vas a estar bien. Le dijiste lo que sentías y ella estuvo feliz, ¿me oyes? La hiciste feliz.
--¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué estuve bien con mi madre hasta que murió? ¿Por qué, maldita sea, está muerta, Sebastián? ¿Te puedes imaginar cómo se sintió con tantas cosas horribles que le dije cuando nos fuimos de casa?
--Tú no sabías lo que iba a pasar --tomó mi rostro entre sus manos y me miró a los ojos con furia--. Somos jóvenes y somos estúpidos. Nos divertimos equivocándonos y a veces pasan cosas malas, pero no por eso vamos a arrepentirnos de todo lo que hacemos ¿verdad? Tú no tenías la menor idea de que esto pasaría, pero olvidaste todo lo que sucedió y perdonaste. Ella ya se fue y tú llegaste a tiempo para decirle que la querías. Puedes llorar todo lo que quieras, pero no por las razones equivocadas, Violeta. Llora porque tu madre murió, no porque sientes que es tu culpa lo que sucedió.

En situaciones normales me habría burlado de su seriedad. Me habría reído hasta lo imposible de la mirada de adulto que tenía en esos momentos, porque a pesar de que era de la edad de Diego, se comportaba como un niño todo el tiempo... Pero éstas no eran situaciones normales y agradecí infinitamente que hubiese alguien ahí para mí.



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Hola!

Hice un capítulo demasiado extenso, pero la situación lo exigía xD No quería ocupar más capítulos hablando de lo mismo y por eso lo metí todo en uno. Iba a decir quién es la mujer rarita que anda para todos lados con Diego, pero como que no encajaba con lo que sucedía, así que lo posponemos ¿vale?

No sé si vaya a poder publicar muy pronto. Tenía pensado hacerlo a mitad de semana porque no tengo clases, pero mis geniales profesores me llenaron hasta las narices de tarea y no sé si vaya a tener mucho tiempo libre que digamos.

Gracias por sus comentarios, que hacen que me den más ganas de escribir.

Betzabé.
domingo, marzo 21

Apoyo inesperado y una chica misteriosa.

--Maldición --musitó Jonathan antes de colocarse frente a mí, tapando de mi vista a mi hermano.

Me miró justo a los ojos, me puso las manos sobre los hombros y suspiró antes de hablar.

--Respira --dijo.
--¿Qué? --pregunté, confundida.

Sentía todo el cuerpo esponjoso. Desafortunadamente, mi consistencia gelatinosa no era tan absurdamente agradable como hacía apenas unos cuantos minutos, no era provocada por ninguna caricia ni beso de Jonathan... me sentía completamente incorpórea, como si mis pies estuviesen a punto de desprenderse del piso en cualquier momento. Me sentía ligera, muy ligera. Mi cabeza estaba fría y no podía pensar muy claro que digamos, pero estaba consciente de que algo malo había pasado y de que me sentía terriblemente culpable por ello.

--Vamos a ir al hospital ¿está bien? --continuó Jonathan, ignorando mi nube mental--. Pero necesito que quites esa cara y que respires.

¿Y por qué me hablaba como si fuera una retrasada mental? No era tarada, solamente estaba asustada porque, ahora que recordaba, mi madre estaba medio muerta gracias a que la bestia que yo tenía por padre la había golpeado de nuevo. Jonathan me miró un buen rato, hasta que se aseguró de que no iba a desmayarme, gritar, golpear a alguien, ni nada por el estilo. Asentí y luego él fue con mi hermano.

--¿Qué sucedió? --preguntó. Parecía como si Jonathan fuera la máxima autoridad en mi casa y estuviese cuidando de dos pequeñines sin uso de razón.
--Veo a mamá desde hace unas semanas --comenzó Diego--. Me sentía mal porque ella no tenía mucha culpa por lo que nos hizo papá, y después de todo ella lo odia tanto o más que nosotros. Ya sabía que Violeta me aborrecería si se enteraba, así que no le dije nada y comencé a visitarla cuando mi papá estaba en el trabajo y ella no... Hoy no sé qué pasó... él sólo entró por la puerta y comenzó a gritarle por no sé qué cosa... segundos después ya estaba golpeándola como si le pagaran por ello.
--¿Y tú? --Jonathan se sentó junto a Diego y lo miró como si fuera un niño pequeño con un trauma muy grande--. ¿Cómo te hicieron eso?
--No iba a dejar que le pegara frente a mí... quise defenderla pero hice algo muy estúpido y él aprovechó la oportunidad. Luego pude hacerlo a un lado y saqué a mi mamá de la casa... la llevé al hospital antes de venir por Vio... no sé si vaya a salir de esto ¿ajá? Así que Vio tiene que despedirse de ella, decirle que no la odia, que la perdona por todo... --Diego miraba a la nada igual que yo, y su voz se quebró cuando dijo la última palabra.
--Está bien --dijo Jonathan--. Vamos.

Se levantó del sillón y caminó hasta mi habitación. Unos segundos más tarde estaba junto a mí con un suéter mío en la mano y las llaves del apartamento en la otra. Diego se limpió la cara con un pañuelo y salió por la puerta principal, yo iba a hacer lo mismo cuando Jonathan me tomó por el brazo y me hizo mirarlo a la cara.

--Escucha, tu hermano te necesita hoy.
--Es mi mamá la que se está muriendo --refunfuñé--. Es mi hermano el que me ocultó que estaba viéndola periódicamente y soy yo la que tiene que ir a ver qué sucede en ese maldito hospital porque no entiendo absolutamente nada. No me trates como si tuviera el coeficiente intelectual de un perro.

Bajé las escaleras con paso firme y pude escuchar que Jonathan decía algo, pero también pude notar que había sacado el celular y que sus palabras no se dirigían hacia mí, así que no puse atención a lo que salía de su boca y entré al auto de Diego en cuanto lo tuve enfrente. El hospital más cercano a la casa de mis padres estaba a cuarenta minutos de nuestro hogar, pero no había tráfico y Diego tenía ese complejo de "rápido y furioso" que lo invadía cada vez que se proponía llegar a un lugar en determinado tiempo, así que llegamos en menos de media hora. Gracias al cielo no nos topamos con ninguna patrulla, porque de lo contrario Diego tendría muchas multas por pagar.

Entramos al hospital y Diego habló con una mujercita que reconocí de inmediato: era la enfermera enana que me había obligado a comer aquella gelatina verde y sin sabor la vez que tuve un vergonzoso accidente que involucraba un pastel y varios trozos de almendras. Y pensar que había pasado tan poco tiempo desde aquel día...

--Dice que podremos entrar en un rato más --dijo mi hermano cuando la mujer se alejó de él.
--¿Va a estar despierta? --pregunté.
--No creo... Lo más seguro es que le hayan administrado sedantes... por... tú sabes...
--Sí, por los bonitos tatuajes que le hizo mi papá, ¿no? Genial.
--Creo que va a estar bien... dice la enfermera que los doctores están haciendo lo que pueden, pero no me asegura nada. Espero que podamos hablar con ella...
--¿Y qué se supone que voy a decirle? "¿Discúlpame por haberte dejado con ese salvaje y por haberte dicho tantas cosas horribles?" No creo que eso sea lo más adecuado, porque ¿sabes? No me parece justo que ella no haya dicho nada para que mi papá dejara de golpearme aquella vez, y sí, ya sé que hace un poco más de medio año que eso ocurrió, pero las imágenes de su rostro idiota que me mira tontamente mientras papá me muele a golpes no son nada agradables y créeme cuando te digo que todavía las tengo frescas en la memoria.
--Pero es nuestra mamá.
--¿Y eso a ella cuándo le preocupó? Lo más inteligente que ha hecho por mí fue pedirle a mi padre que nos mudáramos para que ese maldito loco no me siguiera acosando.
--Violeta...
--Déjame pensar --susurré--. Deja que procese el hecho de que me ocultaste algo cuando comenzaba a creer que nos queríamos en serio.

Le di la espalda y caminé hasta la sala de espera. Me senté en una de las sillas más incómodas que he visto en mi vida entera y a los pocos minutos comencé a quedarme dormida. Abracé mi cuerpo y eché mi cabeza hacia atrás. Dormir en la sala de espera de un hospital es la cosa menos satisfactoria que alguien puede experimentar, pero por el momento no tenía nada mejor qué hacer. Diego se sentó en la hilera de sillas que se encontraba del lado opuesto a donde yo estaba, así que no tuve que preocuparme por el hecho de que él fuera a exigirme una disculpa por lo que acababa de decirle.

--Oye, pequeña salvaje, la espalda te va a doler como el infierno si sigues en esa posición.

Sentí una suave tela en mi piel y abrí los ojos, repentinamente alerta. Podía esperar que fuese un ladrón dispuesto a quitarme lo poco que tenía en el bolsillo del pantalón, incluso estaba preparada para encontrarme cara a cara con Pie Grande, pero jamás habría esperado que Sebastián estuviese ahí.

Se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros, de manera que mi cabeza se acomodó perfectamente en el hueco que se formó. La tela suave que había sentido era el suéter que Jonathan había sacado de mi habitación. Fue hasta entonces que noté su ausencia. No sabía muy bien por qué, pero este día me había estado comportando como una perra desdichada.

--¿Qué haces aquí? --pregunté, enroscando uno de mis brazos alrededor de su cuerpo y colocando el otro debajo de mi cabeza para estar más cómoda. Estaba al borde de la inconsciencia, así que actuaba estúpidamente con tal de dormir bien.
--Me llamó un pajarito y me dijo que estabas de malas.
--¿Dónde está?
--¿El pajarito? Pues quería venir a estar contigo, pero la manera en que le hablaste le dijo que no querías estar con él, y como no quería que estuvieras sola me llamó para que viniera a interpretar el bonito papel de colchón y almohada.
--No estoy enojada con él --musité. Sebastián me acunó con ambos brazos, lo cual ayudó mucho a que mi espalda no pidiera clemencia.
--Yo le digo cuando lo vea. ¿Ya viste a tu madre?
--No... y no quiero hablar de ella por ahora... sólo quiero... dormir.
--Pues ya duérmete, pequeña salvaje --rió--. Cuando el brazo se me adormezca tanto que tengan que amputármelo, te aviso.

Empezaba a quedarme dormida cuando hablé de nuevo.

--¿Sebas?
--¿Mhhm?
--Dile que lo siento.

Justo antes de cerrar los ojos pude ver a una chica que se acercaba a mi hermano y lo abrazaba fuertemente. Pude ver cómo Diego hundía su rostro en el cabello de ella y luego su cuerpo comenzó a temblar levemente. ¿Estaba llorando? ¿Y quién era ella?

Me quedé dormida antes de que el interés me inundara por completo.

viernes, marzo 12

Caliente y frío.

--A ver --dije, colocando mi dedo debajo del renglón donde se encontraba la respuesta a la pregunta que iba a hacer--, ¿cuáles son los dos tipos de especiación?
--Alopátrica y simpátrica --dijo él, sin despegarme los ojos de encima.
--¿En qué consiste cada una? --pregunté, concentrándome en el estudio.
--¿Por qué estás tan seria? --acarició el dorso de mi mano con la punta de sus dedos.
--Punto número uno: me peleé con Casandra. Punto número dos: ¡estámos estudiando! --retiré mi mano y la puse debajo de mis piernas.

Jonathan y yo estábamos tirados en el suelo de la sala, con los cuadernos extendidos por toda la mesita de centro, y sobras de comida en platos regados por la alfombra. Habíamos ido a mi casa para estudiar, pero al parecer él ya tenía muy bien aprendida la unidad y estaba más que preparado para el examen. Yo acababa de enterarme hacía unos días, así que tendría qué esforzarme si es que quería obtener una buena nota. Jonathan había pasado tres cuartos del tiempo acariciándome el dorso de la mano, el antebrazo, jugando con mi cabello... eso me distraía más que cualquier otra cosa, y por más que le pedía que dejara de hacerlo, sólo sonreía y seguía molestando.

--Qué enojona. ¿Te acuerdas cuando sonreías de vez en cuando? Estás más amargada que mi abuela --dijo. Apiló un montoncito de hojas y comenzó a leer al artículo.
--Eso sí que me ofendió --contesté sarcásticamente, mientras ponía los ojos en blanco.
--¿Sabes qué? Ya me aburrí de estudiar, voy a casa de Sebastián para ver qué hay de divertido ahí... aunque... pensándolo bien su casa ha de parecer museo, con eso de que siempre está metido aquí... --dijo, al tiempo que se levantaba del piso y se sacudía el pantalón.
--Regresa ese trasero al suelo y ayúdame a estudiar un poco, Jonathan. No puedo reprobar el examen.
--¿Por qué estás pensando en mi trasero? --sonrió.
--Era sólo una expresión.
--¿Por qué te expresas pensando en mi trasero?
--Porque es el trasero más lindo de todos --bromeé--. Ahora, siéntate o lo patearé tan fuerte que no te va a entrar el pantalón de lo hinchado que lo vas a tener.
--¡¿Y ahora me imaginas sin pantalón?! --exclamó--. Guau, me estás intimidando, cariño.
--Mhmmm... vete al diablo. O con Sebas, que vendría siendo lo mismo, pero sin los cuernos y la cola. Yo voy a estudiar sola. Sin tu ayuda. Pobre de mí.
--¿Te haces la mártir? --preguntó--. No te queda muy bien ese papel.
--Ya sé que prefieres a Sebastián sobre mí. Está bien, lo entiendo --sonreí. De verdad no me quedaba el papel de niña berrinchuda.
--Oh, mi pobre Violeta me quiere chantajear --Jonathan se hincó frente a mí y me besó los labios.
--Claro que no --susurré--. Sólo te estoy diciendo que te puedes ir con él si tienes ganas de pasar un rato sólo de chicos.
--Yo creo que ya estoy cambiando de opinión --dijo mientras me besaba de nuevo y acunaba mi rostro entre sus manos.
--¿Ah sí? --reí--. ¿Y eso?
--No sé... hay cosas aquí que no podría hacer allá --se las ingenió para quitar los cuadernos que descansaban sobre mi regazo y colocó su vientre en lugar de ellos.
--¿Estudiar? --pregunté--. Porque eso es lo único que vamos a hacer.
--Pero podemos estudiar después --sus manos se deslizaron hasta mi cintura y tuve que inclinarme hacia atrás para no perder el equilibrio. Recargué la mitad de mi espalda en el sofá y el resto de mi cuerpo yacía extendido en el suelo, debajo del suyo.

Tenía que estudiar, pero sentirlo tan cerca de mí me nublaba la razón y de pronto me pareció que la escuela podía esperar un poco. Puse mis manos en su pecho y lo alejé de mí; él me miró como si le hubiese dado una cachetada o algo parecido. Me levanté del suelo y caminé hacia mi habitación. Jonathan pareció haber entendido la indirecta, porque en menos de dos segundos escuché sus pasos justo detrás de los míos. Me abrazó por la cintura y cerró la puerta detrás de nosotros.

No era como la vez anterior, cuando todo este asunto nos había tomado desprevenidos a ambos. Ahora estábamos conscientes de lo que sucedería, de que ambos lo queríamos y de que estábamos con la persona indicada... el problema era que yo no tenía idea de cómo hacerlo sin que los nervios me comieran viva. Sus besos eran más tranquilos, más tiernos y lentos. Me abrazaba y me acercaba más a él, de manera que tenía que arquearme un poco para poder mantenerme en pie sin tener que pisarlo. Desabrochó los botones de mi blusa lentamente y luego ésta desapareció. Jonathan se tomó su tiempo recorriendo mis brazos con la punta de sus dedos y haciéndome caminar hacia la cama. De pronto se apartó de mí y me miró a los ojos.

--¿Estás segura? --susurró. Pude notar que su respiración estaba algo agitada, a pesar de que no habíamos desbordado pasión como en las telenovelas. Luego me di cuenta de que yo también respiraba irregularmente. Lo miré unos instantes a los ojos y luego asentí.

Me besó de nuevo y yo quité su playera de la escena. Ambos nos recostamos en la cama y él rodeó mi cintura con una mano, mientras que la otra recorría mi cuerpo lentamente, como si se tratara de una pieza de cristal fino en vez de una persona de carne y hueso a quien él acariciaba. Mis manos rodeaban su cuello y de vez en vez descendían por su pecho hasta su vientre y regresaban a su lugar. Jonathan trazó con sus labios un camino que iba desde mi cuello hasta mi vientre, pasando por mis brazos también. No podría describir con palabras cómo me sentía. Había escuchado muchas veces que era como si todo el mundo se esfumara y sólo existiera él, y la mayoría de ellas había estallado de risa antes de la última frase. No podía creer que el cerebro de alguien se nublase de aquella forma, ni mucho menos que todo el mundo desapareciera... sí bueno, ahora mismo me estaba tragando todas mis palabras, una por una.

Me sentía completamente atontada, como si me hubiesen inyectado una gran cantidad de drogas que habían hecho efecto inmediatamente. Sentía toda mi piel cosquillear, aumentar de temperatura poco a poco al contacto con la suya. Mi estómago estaba librando una verdadera batalla consigo mismo; sentía algo muy extraño originarse ahí, aunque la sensación subía hasta mi garcanta y se desplegaba por mis miembros. Por más que quería no podía abrir los ojos, lo cual era una verdadera molestia porque necesitaba ver su rostro. Era como si estuviese en un estado de relajación total donde mis rodillas, codos, muñecas y tobillos se sentían blandos, como si estuvieran hechos de algún material esponjoso parecido al algodón de azúcar. El resto de mi cuerpo sufría una extraña mezcla de sensaciones, todas ellas demasiado agradables para ser reales. Incluso juraría que podía sentir mi cabeza flotar, pero eso era imposible porque no tenía el cráneo lleno de helio.

Jonathan dejó de besarme de nuevo y me miró fijamente a los ojos. Su expresión era tierna, pero había algo en él... como si estuviese enojado por alguna razón, como cuando peleaba con Carter o como cuando le gritaba a alguien. Parecía ira, pero estaba segura de que era otra cosa. Nadie podría sentir ira en un momento como éste.

--Te amo --susurró con voz fiera.
--Yo también, ya lo sabes --musité, antes de besarlo de nuevo.

Nuestra ropa estaba medio regada por la habitación, al rededor de la cama. Ambos teníamos sólo la interior, que, por como iban las cosas, no tardaría mucho en desaparecer también. Suspiré y luego el peor de todos los ruidos interrumpió nuestro pequeño gran momento: alguien llamaba a la puerta. Al parecer Jonathan ni siquiera había escuchado nada, así que seguimos en lo nuestro mientras yo deseaba con todas mis fuerzas que al individuo que molestaba se le cayera la mano con todo y brazo. Entonces el llamado se hizo más insistente y Jonathan pareció haberlo escuchado esta vez, porque se alejó unos centímetros de mí, respirando tan agitadamente como yo.

--Ignóralo --susurré. Lo besé de nuevo y luego la puerta otra vez me tiró de mi nube.
--¡Violeta! ¡Abre! ¡Vio, ábreme por favor! --Diego. Genial. Al muy imbécil se le habían olvidado las llaves de nuevo.

Jonathan se levantó de la cama y se puso el pantalón, luego me dio mi ropa y ambos nos vestimos rápidamente. Arreglé mi cabello un poco antes de abrir la puerta de mi habitación, como si mi hermano estuviese del otro lado con un bate en la mano, dispuesto a molerme a golpes. Atravesé el apartamento y abrí la puerta principal con una cara de pocos amigos que habría echado del lugar hasta a la visita más necia.

Luego lo vi.

Mi hermano tenía lágrimas en los ojos. Su corbata estaba medio floja al rededor de su cuello, tenía sangre en la nariz y en el labio inferior. Me miraba como si se estuviese disculpando por su repentina aparición, aunque obviamente él no tenía ni idea de qué habíamos estado haciendo Jonathan y yo en su ausencia. Diego me abrazó y me besó la coronilla. Parecía que me iba a reventar la clavícula, así que lo alejé de mí y Jonathan lo hizo pasar.

--¿Que sucedió? --preguntó Jonathan a mi hermano, ya que yo me había quedado sin palabras.
--Mamá... --contestó. La voz se le quebró a la mitad de la palabra--. Vio, mi mamá...
--¿Ella te hizo esto? --difícil de creer, lo sé--. ¡¿Por qué?!

Iba a comenzar a gritar y a maldecir a la mujer, cuando mi hermano me tomó por la muñeca y me hizo mirarlo a los ojos. Nunca lo había visto tan triste... de hecho, ni siquiera se parecía a sí mismo.

--¿Quién te golpeó? --preguntó Jonathan mientras me ponía una mano en el hombro. Pude distinguir una nota de preocupación en su voz.
--Mamá... --repetía él una y otra vez.
--¡¿Qué diablos pasó, Diego?! --grité.
--Él le volvió a pegar... yo estaba ahí y quise defenderla, pero... no sé qué pasó... fue él...

Estuve a punto de darle una bofetada, pero Jonathan tomó mi mano y me miró intencionadamente. Luego Diego habló.

--Mamá está en el hospital, Violeta... él le pegó de nuevo, y no sé si vaya a salir de ésta. Se está muriendo... --me miró de nuevo, como queriendo que le dijera algo, pero no podía abrir mi boca. Sentía el cuerpo frío hasta el tuétano.

Si no me daba bronquitis por el cambio de temperatura, me convertiría al cristianismo.
sábado, marzo 6

Siempre hay algo bueno.

Me sentía tan llena de ira... Había decidido olvidar todo lo que nos había sucedido, todo el llanto, el dolor... la traición. Y había podido convivir con Rodrigo sin arrojarme de un puente por la desesperación, pero esto era distinto. Hacía ya varios meses, Rodrigo me había quitado a mi amiga, me había alejado de Jonathan, y lo que era peor: había hecho que él se sintiera como si no valiera nada, a pesar de que yo era quien tenía que sentirme así... bueno, de hecho sí me había sentido como si no valiera nada.

Lo miré a los ojos por unos instantes y me pregunté cómo había podido estar enamorada de él. Me pregunté cómo diablos Casandra había podido perdonarlo después de lo que nos había hecho a ella, a Jonathan y a mí. Me pregunté si a ella le importaba el hecho de que yo había sido la persona más infeliz en el planeta cuando decidió ignorarme, y si le preocupaba en lo más mínimo qué tan mal se había sentido Jonathan con lo que ella le había dicho.

--¿Por qué? --pregunté en un susurro.
--¿Por qué, qué?
--¿Por qué Jonathan tiene que sufrir con todo esto y Rodrigo siempre sale bien librado? --me encogí de hombros.
--Vio, dijimos que...
--Sé lo que dijimos --interrumpí en voz baja--. Pero ¿sabes? La realidad nunca me había golpeado tan fuerte como ahora.
--¿De qué hablas? --frunció el ceño y me miró confundida, igual que Rodrigo.

Mis piernas se congelaron en su lugar. De pronto la brisa que jugueteaba con mi cabello me pareció lo suficientemente molesta como para querer apartarla de mi persona, pero me vería realmente ridícula tratando de alejar al viento ¿verdad? Sentí un sabor amargo en la boca y un dolor punzante en el estómago. Quería gritar. Quería gritarle a ella que era muy estúpida y que no tenía derecho de jugar así conmigo. Que no tenía derecho de jugar así con Jonathan.

Miré en otra dirección y esbocé una sonrisa incrédula. Mi cabello revoloteaba al rededor de mi rostro y mis ojos se entrecerraban para evitar así que una mota de polvo entrara en ellos. Rodrigo me miró con esos ojos negros y profundos que una vez me habían robado el aliento, me miró como queriendo decirme algo, pero no abrió la boca porque tal vez estaba consciente de que si lo hacía le tiraría un diente de un sólo golpe.

--¿De qué hablo? --dije, con el tono de voz más relajado que pude encontrar dentro de mí. Aparté de nuevo el cabello que quería entrar a mis ojos y a mi boca y luego continué--. Cass, eres mi mejor amiga. Prometí olvidar lo que sucedió porque es lo mejor para las dos, pero... ¿Cómo quieres que te lo explique sin parecer una bruja maldita? No podemos seguir como si nada hubiese pasado, Cass... tenemos qué hablarlo. Tenemos qué averiguar por qué demonios Jonathan y yo sufrimos tanto mientras Rodrigo gozaba de inmunidad. Porque quiero decirte que no sólo me afectó a mí lo que pasó, Casandra. ¿Tienes una idea de cómo se sintió él? ¿Te has puesto a pensar qué tanto le dolió a Jonathan lo que sucedió? Y no estoy diciendo que haya sido tu culpa tanto sufrimiento... fue culpa de él.

Miré a Rodrigo con la misma sonrisilla burlona e incrédula, a pesar de que el coraje me nublaba la vista y el nudo en mi garganta buscaba la puerta de escape.

--Fue culpa de todos --dijo Casandra--. Todos nos equivocamos.
--Claro que no --reí--. Nada de esto habría pasado si él no me hubiese besado.
--Tú estás enamorada de mí --aseguró Rodrigo con voz fiera. Casandra lo miró con recelo.
--No. Yo estaba enamorada de ti --corregí--. Y hasta hace un tiempo creía que aún eras todo mi mundo... pero ¿sabes qué? Si tú fueras todo mi mundo no me enojaría tanto que gracias a ti Jonathan y Casandra ya no se hablen, ni que debido a eso Jonathan tenga que ir a otro lado porque no se soportan, y por lo tanto yo me quede sin él... ¿Y ustedes? Siempre felices. Siempre sonrientes. ¿No les parece injusto que Jonathan y yo tengamos que pasar tantas pruebas, mientras ustedes andan por la vida abrazándose y fingiendo que se aman con pasión?
--No vuelvas a decir eso, Violeta --urgió Casandra--. Vamos a olvidarlo. Fue un error, sea de quien haya sido.
--Soy la primera en apoyar eso, créeme... pero si Jonathan tiene que irse, Rodrigo también se va.
--No es justo, Vio --aseguró ella, mientras apretujaba la mano de Rodrigo para probar su punto.
--¿Quieres que vuelva a hablar de justicia? ¿No te sirvió mi sermón anterior?
--Bien --dijo ella--. Si él no está, yo tampoco. Y vuelve a hablarme cuando estés dispuesta a disculparte.

Luego de eso ella se fue con Rodrigo pegado a sus faldas.

--Es bueno saber que entre nosotras siempre soy yo la que tiene que sacrificar algo --dije, lo suficientemente alto como para que ambos pudiesen oírme.

Me quede parada en mi lugar unos segundos, cosciente de que acababa de cometer un error, pero, sólo tal vez, éste había sido el error más acertado del planeta entero, como cuando le dije a Jonathan que quería ser su novia, o cuando seguí a Diego el día que nos fugamos de casa. A veces errar es lo mejor que podemos hacer, porque lo vemos como un error al principio, pero después nos damos cuenta de que ese error nos trajo muchas cosas buenas. Lo que acababa de suceder, por lo tanto, no encajaba en la categoría de "error", si es que había hecho lo correcto, pero ¿cómo saber si has hecho lo correcto cuando alejas a las personas que quieres? No lo sabía, pero estaba segura de que algún día la respuesta vendría y me golpearía la cara para que le pusiera atención... si lo que había hecho estaba bien o mal, el destino lo decidiría, y con el destino nunca se sabe: un día te abraza y te dice que te ama, y al siguiente te ignora y te pone enfrente un cuchillo para que te mates de una vez y dejes de molestar.

La primer gota de lluvia cayó en mi mejilla, como una lágrima que aparece de la nada cuando una se niega a sentirse mal pero no lo puede evitar. Miré al cielo, como si estuviese pidiéndole a ese ser en el que no creía que dejara de jugar con mi vida de una buena vez. Quería subir hasta la nube más alta para presentar una queja contra aquel a quien nunca le había rezado, para que supiera que ya me estaba hartando eso de que jamás dejara que mi vida siguiera un curso tranquilo y sin disgustos. Ciertamente, me caería de la nube antes de encontrarlo.

Saqué el suéter de mi mochila y me lo puse antes de colocarme una cinta en el cabello para que dejara de picarme los ojos. Camino a la cafetería, deseé con toda mi alma que Walter, Jonathan y las chicas siguieran ahí. Conforme la lluvia comenzaba a caer en gotas cada vez más gruesas, a mi nariz llegaban notas de diferentes aromas: tierra mojada, hojas húmedas, rocas resistiendo al agua y albergando a uno que otro pequeño insecto que no quería sucumbir ante la tormenta que estaba a punto de caer... esto último no podía olerlo, por supuesto, pero siempre me gustó imaginar qué sucedía en el pequeño mundo cuando gotas de agua comienzan a caer del cielo, amenazando a todas esas mini vidas.

Decidí de pronto que no quería encontrarme con ninguno de mis amigos. Lo que necesitaba era alguien con quien hablar y para eso sólo tenía tres candidatos: Jonathan, mi hermano Diego, y por más impresionante que sonara, Sebastián. No podría ir con Jonathan porque entonces todos comenzarían a hacer preguntas y era lo que menos necesitaba, Diego estaba trabajando y yo no me sentía tan mal como para salirme de la escuela antes de la segunda clase, y Sebastián estaría en su colegio de niños ricos besuqueándose con alguna de esas chicas rubias y delgadas que truenan los dedos y tienen a sus cincuenta guardaespaldas pateando al canalla que las haya tratado mal.

Me senté en una banqueta, colocando dentro de mi suéter la mochila para que no se mojaran mis cuadernos. Metí la cabeza entre las rodillas y me puse a pensar. Bien, había enfrentado a mi amiga y le había dicho cosas que nunca antes había pensado decir. Había confesado por primera vez que algún día Rodrigo fue todo para mí. Genial.

--¿Qué no ibas a estar con tu amiga y su cachorro? ¿Y Casandra?

Alcé la cabeza para ver quién venía a interrumpir mis pensamientos auto-flagelatorios y por primera vez en mucho tiempo le agradecía al creador que hubiese escuchado mis no pronunciadas plegarias. ¿Quién sabe? Tal vez vio venir un suicidio o un ataque de ansiedad y por eso hizo su buena obra del día. Qué divertido.

--Ella... digamos que me aplicó la ley del hielo otra vez --escurrí mi cabello y me hice a un lado para que él se sentara junto a mí. Tomó mi mano y la frotó entre las suyas.
--Estás muy fría --dijo.
--Hoy el mundo está en mi contra --aseguré, colocando mi cabeza en su hombro.
--¿Qué pasó con Casandra? --preguntó él, mientras ponía su chamarra sobre mis hombros.
--Pues... creo que le dije cosas que no debería haberle dicho... no quiero hablar de eso --mentí.

Jonathan pasó su brazo al rededor de mis hombros y me atrajo hacia él para ayudar a calentarme. Nos recargamos en una pared y estuvimos en silencio un largo rato. Entonces me pregunté cómo sabía él que yo estaba sentada debajo de la lluvia a unos pasos de donde me había dejado hacía apenas unos cuantos minutos.

--¿Cómo supiste que estaba aquí? --pregunté.
--Vi a Casandra en la cafetería y no estabas con ella. Iba a ir a la biblioteca porque siempre te escondes en los estantes de arte cuando estás enojada, pero pasé por aquí y te vi disfrutando de la lluvia.
--¿No tienes frío?
--No... soy hombre ¿recuerdas? Toleramos el frío mejor que ustedes.
--Eso suena tan machista...
--Suéltalo --dijo de pronto--. Ya sé que no quieres hablarlo, pero tienes una cara que da lástima. No sé si hablar te vaya a ayudar, pero lo voy a intentar con tal de que sonrías un poco.
--No es para tanto --aseguré--. Es que Rodrigo estaba ahí cuando se suponía que íbamos a estar Cass y yo nada más. Ya sé que es una tontería, y sé que vas a decir que soy una niñita berrinchuda, pero no se me hizo lo más justo que tú y Walter tuvieran que irse mientras él andaba con nosotras para todos lados...
--¿Qué le dijiste?
--Que... ya no me acuerdo muy bien, pero sé que le dije algo como "siempre me sacrifico por ti y tú no das nada".
--¿Y ella qué hizo?
--Se fue. ¿Por qué crees que estoy aquí, entonces? Y por si eso no fuera poco, en cuanto ella desapareció de mi vista, comenzó a llover. Vaya día ¿no?
--Te dije que era una bruja --bormeó--. Está enojada y hace que las nubes te hagan pagar.
--¿Cómo puedes hacer eso?
--¿Hacer qué?
--Bromear cuando todo va mal... yo a veces quisiera ser así, pero... parece que no soy muy buena en ello.
--No lo sé... creo que fue cuando mamá se enfermó --miró en otra dirección y frotó mi brazo con su mano derecha--. Estaba muy deprimido ¿recuerdas? Y me harté de estar triste todo el tiempo, así que comencé a bromear con las desgracias y ya ves lo que pasó... ahora soy el que cuenta los chistes en los funerales.

Ambos reímos y luego yo hablé.

--¿Qué voy a hacer? --pregunté--. Últimamente hago todo mal. Todo me sale mal. Siento como si ya no fuera yo.
--Deja de ver lo malo de las cosas. Ve lo bueno de todo.
--¿Qué puede tener de bueno lo que me pasa?
--¿No te parece algo bueno que ella ya no vaya a estar cuando estudiemos después de clases? Porque a mí sí.
--No digas tonterías.
--Oye, si no te pasaran cosas malas, nunca valorarías las buenas ¿verdad?
--A veces creo que me pasan más cosas malas que buenas.
--Ya te dije. Ve lo bueno de todo --repitió y besó mi coronilla.

Ver lo bueno. Cuando comenzara a hacer eso seguramente mi vida se arreglaría... o por lo menos yo sería más feliz. ¿Y saben? Lo bueno de esto es que siempre había alguien que me levantaba cuando creía que estaba a punto de caer. Lo bueno de esto es que tenía gente a mi alrededor que siempre me haría ver que después de todo mi vida no era tan repugnante como a veces me aferraba a pensar.



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